Literatura Cronopio

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EL OCASO DE LOS ÍDOLOS

Por Antonio Arenas Berrío*

«Tildar una situación de irónica, implica una interpretación o lectura por parte del sujeto»
(J. Tittler)

A propósito del libro «Adiós a los Próceres» del escritor colombiano, Pablo Montoya Campuzano.

En el libro de Jonathan Tittler, «Narrative Irony in the Contemporary Spanish-American Novel», se establece la noción de «ironía narrativa» y se toma esta como un método de análisis literario. Se dice además, que la novela lleva en sus aberturas una representación potencial de ironía que es esencial en la tarea crítica en la cual  la distancia (del ironista) es inherente a toda forma de ironía clásica.
Tittler señala varias formas de la ironía (objetiva y subjetiva, intencional y accidental), pero entiende que en la ficción sobresale la «ironía narrativa». Siguiendo a  Vladimir Jankélevitch expresa que: «El arte, lo cómico y la ironía, son posibles en los momentos que las urgencias vitales se relajan. Ser irónico y ver las cosas como irónicas, no es lo mismo que subsistir en el conflicto y expresar dolorosamente la visión resultante».

La ironía depende de cierto grado de civilización del crítico, que ha avanzado y acude al diálogo para solucionar los problemas. Pablo Montoya Campuzano, fiel a la ironía verbal y a la «ironía narrativa», ha tomado, como asiento, a los eminentes hombres de la patria y ha trazado  veintitrés semblanzas de la vida y obra de los Próceres de la nación con una señal de ironía y humus exacerbado. «Adiós a los Próceres», es un texto de semblanzas y máscaras de la liberación colombiana que nos hacen pensar como lectores. ¿Qué cosa es debidamente eso que solemos llamar independencia colombiana? Montoya, nos indica que la independencia no fue: «una época sabia y penetrada de trasparencia. La invadieron al contrario, la torpeza el delirio, el equívoco y una gama variopinta de valentías».

Los protagonistas de la independencia son algo que está lejos de ser, algo obvio o evidente por sí mismo y «los historiadores oficiales» la cuentan a su manera y divulgan unas maravillas de la patria que por azares; un día se le llamó hasta Boba. Sin embargo, «la patria como noción política, no es más que una obsesión, manipuladora y pedante de los imperialismos y nacionalismos». «Adiós a los Próceres», es un pulcro texto de relatos y se establece una hermenéutica irónica de esos discursos históricos que en el tiempo se han limitado a glorificar al héroe y han marcado un camino de satisfacción difícilmente verificable».

«Es posible que si Colombia fuera un país tocado por la sensatez este libro no tendría la ironía que lo embarga». El tipo de discursos que ha aplaudido a los Próceres abunda en tiempos de celebraciones patrióticas. La condición humana, raras veces, es detallada o vista con precisión invectiva. La situación de los de abajo (los comuneros por ejemplo), de la gente común y silvestre que luchó, la producción de la miseria, el empobrecimiento que tuvo lugar en los escenarios de la historia, es tapada por la figura del Prócer. En el libro, «Adiós a los Próceres» se pretende a través de la ironía, hacer una completa «deconstrucción» de las imágenes de los ídolos de la independencia colombiana. En esta se encubre algo turbio, que ocurrió y está allí por develar y explicar. Asistimos al parecer al recubierto ropaje de la fatalidad de unos hombres que profesábamos grandiosos. No obstante, Colombia es un país complejo, violento, injusto, lleno de desigualdades, donde «la escultura antigua» no logró influir en el comportamiento de los individuos del presente y nos aplastan las estatuas de mármol.

La divulgación de las vidas y obras de nuestros Próceres de la independencia e incluso del Florero de Llorente, ha sido masiva en la escuela y sus consecuencias eficaces nos hicieron creer  en una clara independencia de España, coherente, justa y liberadora. No hay pues, una cultura histórica de valores equitativos, racionales y nuestro pasado nos aplasta. La violencia sigue más cruel y más espantosa que en la época de la independencia. La justicia que nos dieron las armas, los derechos del hombre y la libertad; escapa a todos y sólo unos cuantos tienen grandes privilegios económicos, una vida plena de emancipación, propiedad privada y libertad individual.

Con el libro del escritor Pablo Montoya nos podemos preguntar ¿cuánto nos han persuadido con la independencia colombiana y aún nos siguen persuadiendo con nuestros Próceres? ¿Cuál es la utilidad de la historia? ¿Para qué sirven estos hechos históricos que narran la independencia colombiana y qué añaden a nuestras vidas? La verdad y las falsedades de la independencia se confunden; la fascinación con los Próceres, héroes mártires sigue incólume y no se ha llevado a cabo una crítica con el conjunto de información histórica o bibliográfica. La real intención ha sido resaltar la vida de los Próceres y sirve para mantener un poder centralista y excluyente y una idea de patriotismo improcedente con la realidad. De todas  maneras por las semblanzas del libro «Adiós a los Próceres», sabemos, nuevamente que fueron hombres de carne y hueso y no tan grandes como los hacen ver. La narrativa aquí es una diatriba y no alaba al héroe. Hay una lectura feroz de la independencia que nos cambia la mirada recalcando sus argucias. Que Bolívar y Morillo «eran grandes valientes», eso todavía está por confrontarse. El uno era un bailarín y un follador empedernido que gustaba montar siempre a caballo con un toque y estilo napoleónico. El otro fue un fiero verdugo, que murió solo y sin protección del Rey Fernando VII, despojado de sus remuneraciones, en una congoja larga y tortuosa. «Poco antes de expirar, en medio de tormentas, sintió que una fuerza desmesurada  lo introducía en una suerte de costal». Y en el costal de unos pocos recuerdos reposa el pacificador. Nariño, Ricaurte, Santander, Caldas, Girardot, Bolívar etc., son y serán un sueño no realizado de país justo y ordenado. Unas ideas inconclusas de una autonomía que no fue. Alucinación, ineptitud, una gama de valentías, que hoy leyéndolas se disuelven y se vuelven humorísticas e impensables.

«Adiós a los Próceres», texto de cuentos, ensayos, biografía, semblanzas, pasajes poéticos, si se quiere escritos con humor e ironía. Libro delicioso, encantador, escrito a la mejor manera de un narrador punzante, irónico y mordaz como debería ser toda crítica. Pablo Montoya, habla de los rastros de Marcel Schowb, del influjo de Borges. Quizás podría hablarse de Alfonso Reyes en «Retratos reales e imaginarios»; pero a lo sumo la fórmula de cuento–biografía, es una audacia literaria y requiere erudición y finura. En los relatos elaborados por Montoya, está la vida, lo banal, lo cotidiano, la marca humana, demasiado humana, de unos héroes que se han adorado desde remotos tiempos. Es un acontecimiento narrativo que Nariño sea un traductor de los derechos del hombre, la libertad, igualdad y fraternidad, pero también, es la impericia del centralismo y el malogrado federalismo. Es lo ambiguo de unos criollos hijos de acaudalados que soñaban otros rumbos y privilegios. Relatos de vidas de seres que habíamos pensado que eran grandiosos y de los cuales no queda sino el mármol y la inscripción insípida de la sangre y las batallas.

En todas las semblanzas sobresalen tres sobre mujeres: Policarpa Salavarrieta, Antonia Santos, Manuela Sáenz. Y en las cúspides de la narrativa irónica, parece ser que ellas fueron las verdaderas heroínas de la independencia. La Pola, espía sensual y potra brava hasta su muerte. La Santos guerrillera, hermosa, de quehaceres campestres, de inteligencia sagaz. Fusiladas las dos con el pecho en  alto y distinción criolla. Sobre Manuela Sáenz hay mucha historia, pero no fue tan aguerrida como las dos anteriores, potra arrecha que desde siempre fue montada y en especial por el caballero Bolívar.

«Adiós a los Próceres», tiene el brillo de un divertimento, aquí está el verdadero retrato de la independencia y el de una patria indefinida. El golpe de la violencia es una visión  que aun nos asecha. El último cuento, Pablo Morillo, Pacificador; Nariño, traductor; y Bolívar, bailarín, no son independientes el uno de los otros. Es posible que mantengan entre sí una obligada relación de lo que fueron las guerras de independencia. Sea como sea, estas semblanzas o alegorías literarias sintetizan el juego de la historia nacional, el carnaval de máscaras y el ocaso de los ídolos de la independencia. Hechos fingidos en el decaer de la historia.

Vale la pena leer el libro de comienzo a fin, como una fiesta de la «ironía narrativa» y un estilete de un ensayista  asombroso.
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* Antonio Arenas Berrío es escritor, cuentista, ensayista y filósofo.  antonioarebe1@hotmail.com

2 COMENTARIOS

  1. Hola Pablo. Sólo hasta ahora concurro al universo de tu escritura y a la dicha de ver un creador y lo creado. Quisiera por ahora saber si Fernando González y Guimaraes Rosa (mis favoritos) están en ti.

  2. Esta es una reseña sensata, clara y necesaria. Uno lee a Pablo Montoya y se pregunta por la indiferencia con que el panorama literario colombiano lo ha recibido. Uno lee a Pablo y no teme en decir que es la estrella escondida del ensayo, la poesía y la narrativa colombiana. Los pocos que lo leemos nos deleitamos sabiendo que es un escritor que huye de la fama, quiero decir, que es un escritor honesto. Celebro esta reseña.

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