Fotógrafo del mes edición 79


PEDRO GANDÍA

Nació el 4 de agosto de 1953, en Cuenca. Fotógrafo y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, cursó a su vez estudios en el Conservatorio Superior de Música y en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos. Sus estancias en París, entre 1974 y 1976, marcaron su educación literaria. Ha sido pintor, escultor en hierro, profesor de literatura y marchante de arte. Vive, en la actualidad, entre Valencia y Londres y se dedica exclusivamente a la fotografía, el videoarte y la escritura. Es autor de los poemarios: Sábana Blanca – Sábana Negra (1973), Cacería (1983), Tríptico del Tiempo, la Belleza y la Muerte (1983), Columnata (1990), Amuatar (1992), Bajo una luz antigua -poemas en prosa- (1993), Helixs -en catalán, Premi Josep Maria Ribelles- (1998), El perfume de la pantera (1999), Acrópolis –Premio Internacional de Poesía «Hermanos Argensola»- (2011) y Luz Negra (2014). Ha publicado las novelas Burdel (2000) y La Habana y después (2011). Y ha traducido, entre otros, a Oscar Wilde, Théophile Gautier, Charles Baudelaire, Gérard de Nerval, Eugénio de Andrade, Sandro Penna y Paul Valéry.

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Mi primera cámara, rudimentaria, la compré a los catorce años, en un viaje a Portugal, en Lisboa, en el verano de 1967. Mirando por el visor, todo lo veía como una pintura, un cuadro. No paraba de retratar a mis hermanos y amigos, de fotografiar paisajes y arquitecturas urbanas. Mi primera réflex la compré en Melilla, camino de Argel, en el verano de 1978. La llevé por el norte de África, hasta Turquía. Cambié de cámara, y me siguió acompañando por África, Cuba, los países del Sudeste Asiático, Filipinas… Murió en Nepal, en 2001, viniendo de India. En la jungla del Annapurna, arriba de la montaña. Por la célula fotoeléctrica, muerte por agua. Viajo, desde entonces, con una pequeña cámara de objetivo fijo. Para las fotos de estudio, el que monté porque cada vez viajaba menos, compré una buena cámara y objetivos. Hasta entonces, todas mis fotos habían sido las de un flâneur; el ojo-cámara callejeando, sin rumbo fijo, por las ciudades del mundo.

Me veo de cinco años, mirando al niño del gran espejo del probador de la sastrería de mi padre, en la penumbra del cuarto. El brillo de los ojos vibrando con el oro viejo que enmarcaba aquella misa en el abismo. Soñaba con que las puertas de azogue y de cuerno de luna del cristal se abrían para mí. Y saltaba dentro y me fundía con mi doble. El Artista, Narciso poliédrico, es incapaz de salir de sí mismo; siempre, en su imagen otra y la misma.

Me sigo viendo, aquí y ahora, mirándome mirar por el objetivo de la cámara. Mito trágico o mito placentero, simulacro de muerte para Barthes, ritual de muerte y de vida, la fotografía es también resurrección. La fotografía vive en la mirada: te veo: memoria de la luz. Mirar es percibir la duración. No hay otro tiempo recobrado. Espacio y tiempo apenas sobreviven. No hay otra eternidad.

Sitio web: https://www.pedro-gandia.com/