Artista del mes edición 88


SARA SERNA LOAIZA

«Las mujeres que pinto
las interpreto como un tratado de paz
con lo que veía en el espejo y una
tregua con las cámaras».
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Nuestra artista invitada, Sara Serna Loaiza, colombiana de 22 años, se parece a las mujeres que pinta. Con sus creaciones ella comparte no solo su juventud, sino también un contraste de emociones y sentimientos. Será porque el universo femenino, con enorme territorios por descubrir, tiene un poco de todo e infinidad de contrastes. Como resultado, al contemplar la obra de Sara, hay quienes afirman que ella es la misma mujer que pinta y se repite con distintas ropas, accesorios o expresiones. Lo que digan puede ser o no ser; pues a fin de cuentas lo que más atrae de un artista es su sensibilidad y su capacidad de reflejarla en lo que hace. De los artistas con trayectoria se ha hablado y se hablará. El recorrido de Sara apenas comienza. Solo nos resta invitarlos a conocer sus creaciones y a que hablen también, si así lo consideran.

Agradecemos su participación y su presentación —o confesión— en primera persona. Hoy todos podremos entrar en su mundo y conocer las particularidades de la mujer que la habita y a las que les da vida en sus trazos.

Por nuestra parte solo queremos añadir, a manera de introducción, que algunas de las mujeres de Sara, por lo «guerreras y universales» parecen representar a sus congéneres de todas las civilizaciones y culturas: Boudicas, Zenobias, Tamares, Juanas, Isabeles, Mochizukis o Lyudmilas. Otras, por la expresión de sus ojos, hacen pensar en todas las que han sido abusadas, ignoradas, asesinadas: Yun, Mileva, Aiko, Lola, Kulap, Fatemeh, Guadalupe. Las hay también como pichones de colibrí zunzuncito, por lo pequeñas y frágiles, por lo hermosas, tímidas y asustadizas. Sus nombres no interesan. Tampoco faltan las emancipadas, las independientes, las arrolladoras, las dueñas de su destino. Esas que, coquetas, apasionadas, de labios rojos y cabello suelto, tienen la magia de convertir sus labios en jardines y de esparcir fragancia en lugar de besos. Sean reinas, princesas, esclavas, garabatos o rayones, todas sus mujeres representan algo de ella y de todas; pues como lo dice Sara «el arte también habla de quien lo observa». ¡Hablen ustedes!

SARA EN PRIMERA PERSONA

Como casi todas las niñas, de pequeña me gustaba pintar cosas que me parecieran bonitas: juegos pirotécnicos, conejos, princesas, delfines. Solo hasta los 13 o 14 años me interesé de verdad por el dibujo. Durante el tiempo de la adolescencia no sólo tuve muchas dificultades para hacer amigos, sino que padecía de fobia social. Fue entonces cuando empecé a encontrar en el dibujo una forma para ocupar mi mente, mis manos y divertirme a mí misma. La gran pregunta de mi vida por entonces se resolvía escogiendo una de dos opciones para ocupar mi tiempo libre: leer o escribir. Trataba de tener siempre conmigo una tablet, con una biblioteca de libros en PDF, una bitácora de dibujo y una cartuchera. Inicialmente sólo con lápices y eventualmente con un par de colores y algunos plumones de tinta. Así, dibujar y leer se convirtió en mi identidad. La lectura construía mis ideales y el dibujo los materializaba y los confirmaba frente a mis ojos. No podía escoger uno sobre lo otro. Ambos eran indispensables para mi cotidianidad y mi tranquilidad.

Poco a poco seres caricaturescos, de ojos saltones, y castillos fantásticos comenzaron a llenar las últimas páginas de todos los cuadernos. Después dibujé en hojas sueltas collages surrealistas, con una miscelánea de pequeñas historias: princesas en torres, científicos en laboratorios, un niño paseando un perro, un pequeño hombre viviendo en una zanahoria. Mi gusto por la lectura, y en particular del género fantástico, alimentó la inspiración de ese tiempo.

Perdí y regalé muchos de los dibujos de esta época. Nunca me sentí particularmente atada a lo que hacía. Lo que pensaba era que, como ya habían cumplido su función de entretenerme, también podían hacer lo mismo con alguien más.

Mi primer cuaderno de dibujo era argollado, de universidad, con divisiones para varias materias. En él comencé a hacer ilustraciones más específicas, dejando de lado la miscelánea y más enfocada en contar una sola historia. Por ejemplo: una doncella que es consumida por las flores. Una pesadilla reptando en las sombras para atacar a un niño durmiente. Un pavo real descansando sobre el cañón de una escopeta de caza, etc. En ese momento me alimenté más con los ojos que con la boca. Seguí blogs de ilustración en internet y observé con detalle las evocativas propagandas de perfume en la televisión. También capturé las escenas más bonitas de las películas hasta armar mi biblioteca de referencias mentales, un compendio de mundos, que por inalcanzables, dibujaba para mi propio deleite.

A los 14 años empecé a recibir clases de pintura y me resultó muy interesante contar con un espacio y un horario específico. Asimismo, me enriqueció contar con la asesoría de diferentes profesores que me motivaron a probar cosas diferentes a las que hacía en mi cuaderno habitual de dibujo. Una profesora en particular me ayudó a explorar otras posibilidades en el arte. En sus clases nos hablaba de movimientos artísticos, de sus representantes y contexto histórico. Así empecé a entender que la obra de un artista es un poco como un libro, que a su manera y por pedazos cuenta una historia que se refiere a lo que está pasando en su mente. En esa clase, mientras compartíamos opiniones, también me di cuenta que el arte habla de quien lo observa, porque todos vemos y asociamos las imágenes de manera distinta. He notado que cuando una persona habla de lo que siente al mirar una imagen evocadora, lo que dice también refleja un pedacito de su alma.

Mis primeras ilustraciones se basaban ligeramente en imágenes que había visto, la idea de la composición y la proporción, principalmente, pero lo que quería evocar lo ponía yo. Nunca traté de replicar el trabajo de alguien más. La mayoría de las veces buscaba representar alguna idea de mi cabeza. Mi objetivo era expresar algo que estaba pensando, dejarlo salir mientras lo hacía, terminarlo, sentirme bien solo un momento y creer en que podría hacerlo mejor en la siguiente oportunidad para continuar con otro dibujo.

En ese momento mi tema más recurrente eran las mujeres, las de un mundo fantástico. Yo no lo sabía. Entendí después que al crearlas, lo que en realidad estaba haciendo era cuestionando mi propia feminidad. Estaba tratando de entender la belleza que hacía que unas mujeres hicieran dietas, que otras usaran maquillaje y que todas se tomaran selfies. Yo misma estaba tratando de encontrar en mis dibujos una satisfacción personal con la belleza que no sentía frente a un espejo y mucho menos frente a una cámara.

También quería hablar de las cosas que tenía en la cabeza: de forma muy literal, mostrar que bajo la piel y los huesos de un ser humano cualquiera hay un microcosmos tan complejo y vasto como el cosmos que lo envuelve. Quería decir que, si pudieran mirar dentro, la cantidad de colores, personajes, escenarios, bastaría para escribir otras Mil y una noches, otra Historia interminable, varios miles de años en varios universos paralelos a la Narnia, aún cuando yo hacía lo mismo todos los días, y me dejaba llevar por el paso cansino de la normalidad y la rutina, conocía en mí misma un potencial secreto para imaginar otra cosa cada día.

En este momento soy prácticamente otra persona respecto a esa niña de 15 o 16 años. En este momento estudio arquitectura en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Ya casi no leo, pero sigo dibujando. Todavía son mujeres, pero ya no me preocupa que sean tan fantásticas, ahora tengo otra perspectiva de la belleza, y si bien sigo sin hacer las paces del todo con la cámara, estoy más tranquila con los espejos, ahora no siento que esté dibujando la belleza fría e ideal, sino la belleza en la vulnerabilidad, en la emoción, la imperfección, no puedo escapar fácilmente del rostro idealizado que aprendí a retratar en mis primeros años, pero creo que he aprendido a sacarlo de ese ideal y hacerlo más humano, al menos mientras lo dibujo, lo siento así. Todavía dibujo mucho cuando estoy nerviosa, cuando no sé como iniciar conversaciones o cuando me siento insegura de mí misma y en necesidad de aislarme un poco de una situación. Todavía procuro llevar siempre conmigo algo en que dibujar y algo con que dibujar. Por su practicidad y portabilidad, los lápices y plumones de tinta son mis herramientas favoritas. Cuando puedo permitirme bajar un poco más la velocidad, me gusta llevar conmigo también acuarelas, aunque tengo mucho por practicar con ellas para sentirme realmente cómoda y capaz usándolas. No espero dejar de llevar una libreta de dibujo a todos lados en ningún momento.

Siempre voy a admirar, sin un orden particular, la obra de Chiara Bautista, Lora Zombie, Claude Monet, Paula Bonet y Francisco de Goya. También debo recocer que todavía no he pensado en convertir el dibujo en el centro de mi vida. Estoy estudiando para ser arquitecta y posiblemente urbanista.

De mi colección de dibujos actual, me costaría escoger un dibujo favorito, por el desapego que tengo hacia todos; pero algunos representaron con mayor claridad lo que estaba sintiendo en el momento en que los dibujé. Uno en particular, «about repair», expresa exactamente lo que escribí en el papel al darlo por terminado.

En pocas palabras, el objetivo de mis dibujos es evocar y dar algo en qué pensar en lugar de replicar una imagen. En lo personal, lo explico como un tratado de paz con lo que veía en el espejo y una tregua con las cámaras.