Sin lugar a dudas este año 2020 que fenece ya pasó a la historia como uno de los años más singulares del último siglo. Pero con seguridad seremos recordados en el futuro, no por haber sobrevivido a una pandemia (que las hubo, las hay y seguirá habiendo), sino porque quizás por vez primera la humanidad parece haber entendido mejor el papel de la ciencia en estas circunstancias, incluso parece haber sido menos supersticiosa de lo que fue en el pasado. Para la muestra un botón: nos visitó un cometa y nadie lo inculpó como augurio de la maligna peste o de la ira divina; tuvimos conjunción planetaria y eclipse total de sol casi en la misma semana y nadie lo vio como un signo de mal hado. Eso ya indica que, al menos en ese campo, la humanidad es un poquito más culta. Pero no nos durmamos en el sueño de la razón, no sea que engendremos nuevos monstruos: como el de los que si bien no creen en signos en el cielo sí creen que una vacuna te cambia el ADN, o que ante todos los estragos de la peste niegan que tal cosa exista. Siempre habrá personas que se rehúsen a aceptar la evidencia antes que admitir que se han equivocado. Tal vez la mejor lección que debe dejarnos este año que termina es la de ser humildes y aceptar que ni la sociedad ni el universo giran a nuestro alrededor, aceptar, también, que las respuestas fáciles y mágicas no existen y que las soluciones requieren de mucho esfuerzo; esfuerzo como el de las mentes más esclarecidas de la humanidad que, realizándolo, nos han obsequiado con sus invaluables descubrimientos.
En el 2021 que comienza, sean la fuerza, la serenidad, la paciencia y la prudencia los derroteros que conformen el camino que hemos de andar. El espíritu de los grandes pensadores, cual espíritus de las navidades pasadas, sean nuestra motivación para seguir maravillándonos a pesar de las penurias.
Los editores.