Con felicidad, y con la satisfacción que da el trabajo constante, llegamos a nuestro aniversario número doce sorteando las vicisitudes que todo proyecto literario comporta, más aún cuando se trata de una empresa cultural vadeando obstáculos en estas realistas y mágicas tierras. Y aunque bien es sabido que la vida poco o ningún sabor tendría si consistiese tan solo en satisfacciones y alegrías —pues que las dificultades a quien las encara le hacen más fuerte—, también es justo reconocer que son muchas las alegrías que nos ha traído este hijo. Muchos son los buenos amigos que hemos hecho; y los felices encuentros que hemos tenido con nuestros escritores y nuestros lectores.
Al volver la mirada atrás vemos cómo esta revista ha crecido y mantenido la calidad por la que hoy es reconocida. Mal haríamos si cejáramos en hacer las cosas siempre y cada vez mejor. Mal haríamos porque la razón de ser no somos nosotros, los editores, sino las letras y la lengua que nos une, en cuyo homenaje decidimos lanzar el primer número un 23 de abril.
A nuestro siglo le faltan maestros y le faltan críticos, le faltan personas que se atrevan a subvertir el orden de la obediente corrección. Las letras son ese resquicio de libertad donde aún se puede ironizar, se puede criticar, se puede retar lo que está dado. Mientras carezcamos de escritores seremos una sociedad muerta, una sociedad sin protagonismo en la historia: sí, de ese tamaño. Militares y políticos hay en todas partes, genios que hagan ver lo que los demás no ven, pocas veces nacen. No darles espacio para expresarse es dejarlos morir. De allí que todas las voces tengan cabida en este medio, tal como sugiere nuestro lema.
Disfruten, queridos lectores, de este número que hemos preparado con alegría y con la seguridad de que aportamos con ello para hacer de nuestro mundo un lugar más libre y más diverso.
Los editores.