Es bien sabido que Colombia goza de una larga y acendrada tradición jurisprudente, la cual (no sobra decirlo), de poco o de nada ha servido para que haya más justicia. Y es que las leyes, per se, no son la solución de los males estructurales e históricos de una sociedad, pero sí que deberían servir para reformarla y encumbrarla a mejores andamiajes, verdad de Perogrullo. Quizás el otro problema más grande que este del que adolece nuestra sociedad es el analfabetismo jurídico en el grueso de los colombianos. Pues si bien los abogados, tinterillos, lagartos y politólogos pululan como abunda la exuberancia de nuestro trópico, también es cierto que el resto de los vivientes de este mágico-realista paraje son incapaces de decir al dedillo cuáles son sus derechos, o siguiera dónde encontrarlos. Parece como si no pocos colombianos, a treinta años de su Constitución, no la hubieran leído. Es como si de tanto machacar el tema en la escuela y en el colegio, hubiera acabado por tornarse aquella en ruido de fondo. Y vaya que es un peligro no saber algo tan esencial para la vida democrática de un pueblo como son sus derechos y sus deberes: hoy te imponen una carga, mañana te mandan a callar.
El exceso de leyes, decía Cicerón, es síntoma de la corrupción de un Estado. Ciertamente tenemos uno de los sistemas legales más complejos, una de las constituciones más extensas, y uno de los sistemas judiciales más cuestionados. Evidentemente es irreal esperar que el común de los colombianos sepa decir de qué se tratan los más de trescientos artículos de su Constitución, mas igual de irreal sería pretender hacer justicia sobre las innumerables inequidades de nuestra sociedad con unos cuantos principios generalísimos, cual código de Hamurabi. Lo que sí podríamos esperar (invocando los mínimos de justicia) es que el día de mañana, habiendo alcanzado el cambio que nuestro pueblo requiere hacer en su interior, podamos decir con seguridad que entendemos lo bueno y lo correcto de nuestras leyes, y que, como dice la famosa sentencia, las leyes nos den la libertad.
Hagámosle un hermoso obsequio a nuestro país, celebrando los treinta años de su Constitución leyéndola, discutiéndola y difundiéndola.
Los editores.