Si escribir fuera fácil, todos seríamos escritores y escribir no tendría mérito, ni ser escritor sería siquiera una profesión. Pero la realidad es que la literatura es un reto a la inteligencia; no es lo mismo ser un buen creador de ideas que ser un buen narrador, y mucho menos que ser un buen escritor. Hay un mérito grande en el acto creador (poético) de la literatura que, no en vano, era tenido por divino entre los antiguos. Mas, ¿de qué nos sirve saber que la actividad literaria es un reto a la inteligencia y un prodigio del espíritu humano, si no estamos listos para admirarla, apropiárnosla y hasta resistirla? Hay entre los hombres algunos que, ciegos por la pequeñez de su propio espíritu, creen que no hay otro baremo más alto para valorar la calidad de toda otra literatura que los dictados de su petulante parecer. También los hay que consideran que la comunidad de lectores y medios se deben a ellos, cuando es al revés: como escritor no puedo existir sin lectores que aprecien mi obra. Los primeros no saben de qué se trata la literatura; los segundos no saben por qué existe. Que sí, que esto es discutible, pero tener la mejor idea del mundo y no comunicarla es lo mismo que nunca haberla tenido.
Los que no somos ni críticos ni escritores somos los más susceptibles de caer en la tentación de creer ser lo uno o lo otro, porque opinar de lo divino y lo humano es harto sencillo, pero saber dar razones puede llegar a ser un trabajo hercúleo. Asimismo, saber dar existencia por el lenguaje a lo que antes existía como fantasmas en la caverna de la mente es otra labor extraordinaria; no es como pasar un mueble de un lado a otro, sino más bien como descubrir la Esfinge, hacerla hablar y descifrar su enigma. ¿Si valorar el arte que entraña la literatura no es volvernos críticos ni volvernos otros escritores, qué es? Pues es ser lectores, tan sencillo como eso. Es realizar el mayor acto de honestidad que podemos tener al cruzarnos con las ensoñaciones, ideas y tramas que han concebido otros: leer y admitir sin miedo que eso nos gusta o no nos gusta; y que sabemos o no sabemos realmente sobre algo.
Ojalá nunca se desgaste la fantasía, nunca se acaben las ganas de explorar otros mundos. Quienes creemos que lo más valioso del ser humano se vislumbra en su arte, sabemos que no es labor vana abrir espacio para las letras y para quienes se deben a la comunidad de hablantes y lectores.
Los editores.