Sociedad Cronopio

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UN MULTICULTURALISMO DE IZQUIERDA

Por Alfredo Gómez-Muller*

En América latina están apareciendo unos nuevos proyectos políticos de izquierda —relacionados con la aparición de nuevos movimientos que son a la vez sociales, políticos y culturales— y cuya expresión más desarrollada hoy en día es sin duda el movimiento indígena.

Desde las cuatro últimas décadas, se observa una «emergencia indígena», en la cual se inscribe en particular el movimiento de Chiapas en México (1994) y, de manera más reciente, la movilización social que, en Bolivia, ha encontrado desde 2002 una expresión política en los éxitos electorales del Movimiento al Socialismo (MAS) y en la primera victoria de su candidato, Evo Morales Ayma, por cerca del 54% de los votos, en las elecciones presidenciales de diciembre de 2005.

Una reciente compilación de textos de Álvaro García Linera, actual vicepresidente de Bolivia, propone un itinerario que permite seguir los pasos de la experiencia particularmente rica de esta reinvención teórica y práctica de los proyectos de emancipación. Se intitula «La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia», la obra comprende trece textos publicados entre 1989 y 2008: los dos más antiguos fueron escritos antes del encarcelamiento en abril de 1992 de García Linera, quien fue acusado en aquella época de participar en las actividades de una organización armada de la izquierda indígena, el EGTK (Ejército Guerrillero Túpac Katari).

El resto de los textos corresponde al periodo posterior a su liberación en julio de 1997, luego de cinco años de prisión, en el transcurso de los cuales estudió sociología. Los tres primeros artículos de la compilación tratan de Marx: García Linera dedica especial atención a los escritos de Marx sobre la comuna rural llamada «primitiva» y los modos de producción asiático y «semi-asiático».

Los diez textos siguientes proponen una serie de análisis sobre la historia social y política de Bolivia en las dos últimas décadas, con referencias a un contexto histórico más amplio (la Revolución «modernizadora» de 1952, la colonización española y postcolonial).

A través de este conjunto de textos, reunidos por Pablo Stefanoni, el lector puede seguir los diferentes momentos de un proceso crítico que incluye cuestionamientos y desplazamientos conceptuales y prácticos, y que se organiza alrededor de un mismo hilo conductor teórico y político: la articulación entre el «marxismo crítico» y el «indianismo».

El etnocentrismo de la izquierda tradicional

La posibilidad de tal articulación comienza por la crítica de los prejuicios etnocéntricos que invaden los discursos y prácticas de la izquierda «antigua» y, más precisamente, de los partidos políticos que se reclaman de la tradición marxista.

Retomando de manera acrítica la ideología evolucionista de la modernidad capitalista, liberal e imperialista, que pretende utilizar el modelo del evolucionismo biológico para sostener la idea de un desarrollo único y lineal de las sociedades, que tendría como punto de partida el estadio llamado «primitivo» o «bárbaro» de la «evolución» y como punto de llegada el estadio «moderno» y «civilizado» representado por Europa. Tales discursos y prácticas de la izquierda tradicional europea y latinoamericana consideran la diversidad cultural como un obstáculo para el «desarrollo» económico y social.

En América Latina, esta ideología que ha sustentado lo esencial de las políticas indigenistas adelantadas tanto por gobiernos de orientación política muy diversa (a partir de 1940) como por los partidos de izquierda, tiene como perspectiva la desaparición pura y simple de la diversidad cultural, por medio de la asimilación de las culturas indígenas, afroamericanas u otras al modelo postcolonial de «Nación» y de «República».

En los términos de Lévi-Strauss, quien no es citado por el autor, el proyecto del evolucionismo social es una «tentativa para suprimir la diversidad de las culturas, fingiendo al mismo tiempo que se la reconoce plenamente». García Linera intenta evitarle a Marx estas críticas: según él, la interpretación propiamente marxiana de la historia no es ni lineal ni evolucionista.

Refiriéndose a los Grundrisse, a las notas sobre Kovalesky y a otros escritos fragmentarios de Marx, sin citar no obstante ningún texto preciso, y aludiendo al interés que Marx manifestaba por la tradicional comuna agraria rusa, atribuye a este último la idea según la cual la construcción de una economía socialista podría, en determinadas sociedades, apoyarse sobre estructuras comunales existentes: el capitalismo no ha producido aun la homogeneización total de las sociedades, y las formas comunales no capitalistas conservan aun una «posibilidad de continuidad en condiciones nuevas».

La crítica de García Linera se dirige por consiguiente menos a Marx que al «marxismo» simplificado de una izquierda que tiende a reducir las diversas dimensiones del conflicto social al antagonismo económico, y que se muestra incapaz de entender la especificidad de las problemáticas relacionadas con la identidad simbólica de los grupos y personas. El autor habla de un «bloqueo cognitivo» que separa el discurso de la realidad social, es decir, de una realidad mucho más compleja que aquella que se pretende reducir a un principio explicativo único y absoluto.

En el nivel de la práctica, este monismo explicativo es solidario del monismo del demos, esto es, de la afirmación del pueblo en tanto que unidad política absoluta y por ende abstracta (el «Pueblo» de Rousseau, la «Nación» de Sieyès). García Linera anota justamente que «todo demos es también un etnos, ya que al fin y al cabo el ejercicio de la ‘ciudadanía universal’ supone una lengua de educación pública […], una historia, unos héroes, unas festividades y conmemoraciones adecuadas a la narrativa histórica de una cultura particular».

Podríamos ilustrar esta afirmación del autor evocando como ejemplo la relación que establece en 1794 el diputado Grégoire entre el principio de la República una e indivisible y el principio de la lengua «nacional» única: «en una República una e indivisible, el uso único e invariable de la lengua de la libertad», es decir, del francés, ha de ser impuesto lo más pronto posible, por medio de la liquidación (anéantissement) de todas las otras lenguas (las llamadas jergas o «patois»).

Hoy en día, observa García Linera, la idea democrática exige que el demos no sea más asimilado a la «nación política», a fin de evitar «el etnocentrismo que atribuye valores universales […] a los valores […] de una cultura dominante resultante de la colonización y la guerra». En esta perspectiva, propone entender el demos como comunidad política, producida horizontalmente como «articulación multicultural o multinacional» de una sociedad culturalmente plural.

Comunalismo y comunismo

El marxismo crítico, no etnocéntrico, está abierto a otras racionalidades sociales y económicas que no son solamente pre–capitalistas sino también, y ante todo, anti–capitalistas. En ciertas sociedades del planeta, siglos de colonización y arrasamiento capitalista de las relaciones de producción no–capitalistas no han conseguido eliminar totalmente formas comunales de producción y apropiación colectiva de la producción.

A semejanza de la comuna rural rusa cuyo potencial anti–capitalista pudo ser apercibido por Marx, la comuna andina (Ayllu) puede ser el «punto de partida de una renovación general de la sociedad» dado que, a pesar de las transformaciones que ha podido sufrir por el hecho de la introducción moderna del individualismo posesivo y de la propiedad privada, conserva un potencial de socialización que puede ser articulado al potencial de socialización implícito en el desarrollo moderno de las fuerzas productivas, y que encarnan las diversas tradiciones del movimiento obrero en las sociedades capitalistas hegemónicas.

En América Latina y otros países del mundo, escribe García Linera en 1999, la lucha contra la dominación del capital debe necesariamente integrar la lucha por la universalización de la «racionalidad social comunal», promovida por los actores sociales que reivindican la salvaguardia y reconstrucción de la «forma comunal».

Respecto a este punto, la perspectiva de García Linera coincide con la de José Carlos Mariátegui —una de las figuras mayores del pensamiento social latinoamericano del siglo XX—, quien ya en 1928 sostenía que la transformación socialista en el Perú habría de efectuarse no en contra de la cultura india de los Andes sino con ella, buscando apoyo en ciertos elementos de la tradición del Ayllu —en particular, la propiedad comunal de la tierra y las prácticas de ayuda mutua y solidaridad.

Rechazando la identificación de la modernidad con el individualismo liberal, Mariátegui se refiere, en su libro «Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana» (1927), a la modernidad socialista como única configuración cultural occidental capaz a la vez de articularse con el «espíritu socialista» de la cultura andina y de responder a la doble exigencia de justicia socioeconómica y de desarrollo de la producción agrícola, para los indígenas y el conjunto de la sociedad peruana.

Para Mariátegui, quien es citado por el autor una vez, positivamente, la convergencia entre el «socialismo» andino supérstite y el socialismo moderno supone una cierta transformación de estas dos formas históricas de justicia distributiva y, a través de ella, una transformación de la idea general del socialismo. Siguiendo la perspectiva abierta por la fecundación recíproca de la tradición andina del Ayllu y del socialismo obrero, la idea socialista no se reduce a una forma de justicia redistributiva. El socialismo ha de asociar la justicia redistributiva con un determinado modelo de relaciones sociales, basadas en la cooperación, la solidaridad y la gratuidad, según la referencia histórica del Ayllu.

A falta de tal modelo de relaciones y de las modalidades de organización social y política que suponen, la idea socialista correría el riesgo de verse reducida a una técnica de redistribución y planificación vertical de la economía. El modelo de relaciones de cooperación proveniente del Ayllu constituye un valor social y ético que el socialismo moderno ha de poder integrar.

En esta perspectiva, las dos exigencias de reconocimiento de las identidades culturales y de justicia socioeconómica redistributiva —tematizadas como «dilema» por Nancy Fraser en su libro «¿Qué es la justicia social?» (2005)— no se presentan aquí como «paradigmas» opuestos, sino como elementos de una misma problemática.

Lo «indígena» —anota García Linera en 1998— se entiende como «comunidad», y la comunidad es básicamente una forma cultural que incluye de entrada una forma de redistribución social de los bienes y ventajas fundada en la categoría de necesidad y en la exigencia de equidad. Algunos años después, en un texto de 2004 dedicado al tema de las autonomías indígenas y del Estado multinacional, al autor introduce la categoría de «civilización» para designar aquellas formas culturales que abarcan lógicas productivas y distributivas específicas.

Remitiendo al concepto de civilización de Norbert Elias, caracteriza así la forma comunal como una «estructura civilizatoria» específica, al igual que el capitalismo que representaría otra estructura de civilización. La introducción de esta nueva categoría tiene visiblemente por función el distinguir las reivindicaciones «culturales» de las reivindicaciones «civilizatorias»: las identidades culturales —que García Linera parece asimilar aquí a las identidades linguísticas— pueden según él atravesar lógicas productivas muy variadas (capitalista, comunal, etc), mientras que las identidades civilizatorias encarnan lógicas societales diférenciadas, que implican sistemas de apropiación y por ende relaciones de producción diferentes.

A pesar de ciertas ambigüedades conceptuales, relacionadas en parte con el hecho de que el significado central del concepto de civilización en Norbert Elias corresponde en lo esencial al concepto antropológico general de cultura, esta perspectiva tiene el interés de ofrecer una pista para una crítica del multiculturalismo liberal (Kymlicka, Taylor, etc.) y para pensar un multiculturalismo de izquierda: «el desmontamiento de las relaciones de dominación étnico–cultural […] no necesariamente es un hecho anticapitalista ni mucho menos socialista […]. Por su parte, el desmontamiento de las relaciones de dominación civilizatoria en cambio sí afecta a la propia expansión del régimen capitalista, y si bien puede cruzarse con el tema de la dominación cultural, tiene su propia dinámica interna propia».

Un multiculturalismo de izquierda

El multiculturalismo liberal, del cual el autor reconoce los «aportes», no puede sin embargo ser considerado como el modelo único de justicia cultural. En un país como Bolivia, reducir la cuestión de la dominación étnico–cultural a un asunto de derechos linguísticos y culturales que no afectan para nada la hegemonía absoluta e incondicional de la estructura civilizatoria capitalista, equivale a reproducir la hegemonía del modo y de las relaciones de producción capitalistas sobre todo otro tipo de estructura civilizatoria y, en particular, sobre la estructura de civilización comunal agraria.

A este respecto, el multiculturalismo liberal es fundamentalmente intolerante: se niega a reconocer otras estructuras civilizatorias que conciben de manera diferente no sólo la producción y las relaciones de producción, sino también las relaciones entre la persona, la sociedad y lo político. Tal es el caso, en Bolivia, del «multiculturalismo» que fue instaurado bajo el régimen neoliberal de Sánchez Losada (1993–1997), y auspiciado por el Vicepresidente aymara Victor Hugo Cárdenas.

Según García Linera, se trata de una política que limita la diversidad cultural a sus aspectos más folklóricos, descartando de hecho su dimensión socioeconómica. A distancia de este supuesto multiculturalismo, el autor sostiene que el reconocimiento efectivo de la diversidad cultural–civilizatoria en Bolivia implica el reconocimiento de las formas socioeconómicas de tipo comunal, las cuales son solidarias de una concepción no individualista del sujeto y de lo político —basada en particular en instituciones públicas de tipo asociativo, fundadas en la práctica de la asamblea, de la democracia deliberativa, etc.

El proyecto político que García Linera enuncia en 2004, un año antes de la primera victoria de Evo Morales en las elecciones presidenciales, se presenta por lo tanto como la superación del Estado «monocultural» postcolonial, por medio de la edificación de un Estado a la vez «multinacional» (o «multiculturalista») y «multicivilizatorio».

Remitiendo a la experiencia internacional y latinoamericana de los derechos culturales, y en especial al debate mexicano en torno de la autonomía (el movimiento de Chiapas, los textos de Díaz–Polanco «Autonomía regional» [1991] y «La rebelión zapatista y la autonomía» [1997]), propone la creación de un sistema de «autonomías regionales por comunidad lingüística y cultural con distintos grados de autogobierno político» (p. 249): para la comunidad aymara (25% de la población del país), la más organizada políticamente, un gobierno autónomo «nacional» con competencia total en políticas educativas, económicas, agrarias, medio ambiente, comunicación, obras públicas, derecho civil, vivienda, impuestos y policía; para otros grupos demográficamente menos importantes, o menos organizados políticamente, formas distintintas de autonomía, desde el nivel local hasta el regional, así como la posibilidad de crear federaciones con el fin de hacer valer más eficazmente sus derechos.

Según las cifras que proporciona el autor, Bolivia contaría cincuenta comunidades «histórico–culturales», mientras que el 62% de la población se reconoce como india; sobre una población total de ocho millones de habitantes, el quechua sería hablado por tres millones y medio de personas, y el aymara por dos millones y medio.

Promover la economía social : la tarea de la nueva izquierda

García Linera contempla de este modo la posibilidad de una coexistencia articulada de diversas lógicas «societales» o «civilizatorias», de la lógica capitalista a la lógica comunal. En un contexto histórico en donde las formas comunales y «tradicionales» de producción representan el sector más importante de la economía, del punto de vista social y demográfico, y en donde tales formas, juzgadas «arcaicas», han sido invariablemente consideradas por los modernistas liberales y marxistas como un obstáculo para el «progreso», la idea de tal coexistencia adquiere de hecho el significado de una protección y de una promoción pública de las formas comunales de organización del trabajo.

El programa de García Linera busca por lo demás aportar un apoyo financiero a esta economía social, así como innovaciones tecnológicas que sean compatibles con la lógica civilizatoria de la «forma comunidad» (ayllu, sindicato, cooperativa, etc). Posee, a este respecto, una dimensión socializante, que parece no obstante bastante alejada del comunismo autogestionario que auspiciaban los primeros textos de García Linera.

En 2006, en un artículo que no figura en la compilación, el autor define este programa como un capitalismo andino–amazónico: un sistema que debería conjugar de manera armónica los seis espacios principales de la economía boliviana: el Estado, lo privado nacional, lo privado extranjero, la microempresa, la economía campesina y la economía india comunitaria.

En lo esencial, se trataría de transferir los excedentes de la economía industrial moderna hacia la economía comunal, a fin de promover formas de auto–organización social y económica así como el desarrollo de un comercio «propiamente andino y amazónico». En su contenido general, este «capitalismo andino–amazónico» no parece pues muy alejado del «socialismo del siglo XXI» auspiciado por Venezuela: en ambos casos, se trata no de abolir la economía de mercado, sino de someterla al principio del interés general o, más precisamente, a una concepción más redistributiva y equitativa del interés general, inspirada en la tradición socialista.

Distanciado del radicalismo de sus primeros textos, el autor reconoce ahora la función pública y reguladora del Estado, que ha de ser no obstante reconstruido, de abajo hacia arriba, en tanto que «comunidad política» (p. 246). El último texto de la compilación, fechado en el 2008, destaca el rol económico del Estado boliviano que, a partir de la nacionalización de los hidrocarburos, reorienta los recursos públicos hacia los productores medianos y pequeños, apuntando hacia una expansión del mercado interno y una diversificación de la economía que, en Bolivia como en otras partes de América Latina, ha sido por mucho tiempo organizada según la estructura colonial y postcolonial de la monoproducción orientada hacia la exportación.

En el contexto histórico de Bolivia y en el de la economía mundial contemporánea, tal programa resulta bastante heterodoxo. Su potencial subversivo ha sido captado por la derecha boliviana, que en 2008 llevó al país al borde de la guerra civil, así como por los Estados Unidos y la Unión Europea, que critican las restricciones al «libre comercio» establecidas por el gobierno de Evo Morales.

A los discursos «radicales» sobre la abolición inmediata del capitalismo, Linera responde que tal supresión no depende de principios abstractos, como tampoco de la simple voluntad de un líder o de un partido político, sino de la lógica histórica y, más precisamente, de las relaciones de fuerza reales. En vez de discursos abstractos y de meras declaraciones de principio, se requiere —dice— un análisis político y teórico riguroso y sistemático de la realidad social, en vista a descifrar los posibles que la evolución de las relaciones de fuerza puede abrir a un momento dado.

Frente a los discursos y prácticas vanguardistas y voluntaristas de la izquierda latinoamericana de los años sesenta y setenta, y también frente al anti–estatismo radical de los propios textos de García Linera de los años ochenta y noventa, el proyecto multiculturalista y multicivilizatorio del autor revela una cierta capacidad de captar la revolución en la reforma, más allá de la vieja oposición (abstracta) entre «reforma» y «revolución».

La importancia de los temas del multiculturalismo y de lo multicivilizatorio en García Linera y, más generalmente, en la teoría y la práctica de toda una parte de la izquierda latinoamericana contemporánea, revela una cierta toma de conciencia del hecho de que el capitalismo no es sólo una lógica de apropiación privada del trabajo social, sino también una lógica de destrucción de la cultura en general, esto es, de la capacidad de las personas y sociedades para producir lo simbólico: sentidos y valores que permitan imaginar posibles más allá de las finalidades de la ganancia, del rendimiento, de la acumulación y del poder.
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*  Alfredo Gómez-Muller es profesor de Estudios Latinoamericano en la Universidad François-Rabelais de Tours (Francia). Es autor de numerosas obras en los campos de la ética y la filosofía política. El presente texto es su propia traducción del original francés publicado en «La Revue Internationale des Livres et des Idées» sobre el libro «La potencia plebeya: Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia» de Álvaro García Linera.

1 COMENTARIO

  1. mucho chovinismo con los incas….
    los incas fue una cultura del pasado, por que no proponen el comunitarismo wari, quiza chanca….

    estamos en la cultura capitalista…. hablen de mejor manera como se puede generar una division del trabajo planificada, y no de ayllus—-

    la mujer en el tawantinsuyo era tratada de objeto de intercambio… estan locos de volver a sus categorias de 1540, como si la ciencia no hubiera avanzado…

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