Por Darío Ruiz Gómez*
Ilustraciones de Sara Serna Loaiza**
Ya Sartre había emponzoñado nuestra alma de adolescentes con la Náusea, El Muro, sus obras de teatro y sobre todo su prosa llena de húmedas metáforas de una apabullante perfidia vital sobre jóvenes; si bien ya habían entrevisto en su desasosegante pensar la presencia súbita de la incertidumbre existencial, ante un presente que la violencia política de ese momento iba vaciando de sus contenidos humanísticos, la diaria experiencia del ir y venir a las Bibliotecas, de visitar las librerías, de tratar de convertir en la imaginación un sucio cafetín en una cueva existencialista de Saint Germain, corroboraba con un grito sofocado ante las sombras de los callejones, ante los asesinos refugiados en las oscuridades de los zaguanes, ante la digna pobreza de las gentes apabulladas por la economía, ante las rústicas modas de vestir, ante la pesada carga de lastimoso provincianismo.