Sociedad Cronopio

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EL MAL COMIENZO DE OBAMA

Por Juan David García Vidal*

Barack Hussein Obama va por mal camino. Ningún otro presidente (salvo Gerald Ford tras indultar a Nixon) ha terminado su primer año en la Casa Blanca con índices tan bajos de aprobación. Pululan masivas protestas en su contra por todo el país en los llamados “Townhall meetings” y los “Tea Parties”.

Sufrió una demoledora derrota en las recientes elecciones estatales y locales de noviembre en Virginia y Nueva Jersey, a pesar de haber hecho una intensa campaña por los candidatos de su partido. Heredó una dramática crisis económica, pero sus políticas sólo han logrado agravarla y prolongarla. Desde que Obama gobierna, 4 millones de personas han perdido sus puestos de trabajo. El desempleo hoy supera el 10%. Su ambicioso plan de estímulo económico de 787 mil millones de dólares, ha sido un estrepitoso fracaso.

En menos de un año en la Casa Blanca, ya ha gastado más dinero del que gastó Clinton en ocho años de presidencia, cuadruplicado la deuda nacional de Estados Unidos y llevándola a la astronómica cifra de 12 billones de dólares.

¿Qué le ha pasado a ese político habilidoso, carismático y aparentemente bienintencionado que, entre amplias sonrisas, discursos grandilocuentes y vanas ilusiones pacifistas, ganó las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2008? ¿Por qué el otrora fulgurante Obama ha tenido un comienzo de gobierno tan errático y deslucido?

La primera razón es su inexperiencia. Su juventud no es disculpa, puesto que presidentes más jóvenes como Theodore Roosevelt o Kennedy acumularon más experiencia y más méritos. Obama era prácticamente un desconocido en la política estadounidense cuando se postuló a la presidencia. Antes no tuvo ninguna experiencia ejecutiva. Estuvo poco más de dos años en el Senado, sin ninguna iniciativa o logro legislativo importante y con la nada moderada etiqueta de haber sido el senador más radicalmente izquierdista. Antes de eso, tuvo una espectacular carrera en la corrupta política de Chicago, primero como “organizador comunitario” y luego como legislador del Estado de Illinois, sirviéndose del apoyo de personajes oscuros como el delincuente convicto Tony Rezko; el terrorista confeso William Ayers; el neo comunista Frank Davis; el islamista antisemita Louis Farrakhan y el deshonesto ex gobernador Rod Blagojevich.
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Eligió como su guía espiritual, por más de 20 años, a Jeremiah Wright, un teólogo que siempre se ha caracterizado por promover, desde el púlpito, el odio racial contra los blancos.

Sin embargo, esto no implica necesariamente que Obama sea un racista o un criminal o un corrupto o un dinosaurio comunista, pero uno se pregunta ¿Acaso no resultan inquietantes esas amistades y esas asociaciones de la persona que hoy preside la primera potencia del mundo? ¿Qué sucedería si fuese al revés?

¿Qué pasaría si se descubre que un servidor público blanco y de alto perfil tuvo como pastor a un predicador racista por más de dos décadas? o ¿Cuál sería la suerte de un político republicano con amistades y apoyos equivalentes?  Seguro estaría condenado, con razón, al más riguroso ostracismo. Pero a Obama se le perdona todo. También el hecho de que haya escogido como su mentor político a Saúl Alinsky (1909-1972), un marxista redomado, autor de un libro llamado “Reglas para radicales”.

La segunda razón que explica la pobre gestión de Obama en el primer año de su mandato presidencial, es su terco y torpe empeño de seguir profesando ideas equivocadas. En el frente interno quiere transformar a Estados Unidos en una socialdemocracia con menos libertad económica y más Estado; con menos autonomía personal y más control estatal sobre la salud y la educación; con menos libertad individual y más impuestos y regulaciones.

Por eso, desde su llegada a la Casa Blanca, ha puesto en marcha políticas intervencionistas, como la estatización de parte de la banca y la industria automovilística, al tiempo que ha ordenado, con el apoyo del Congreso, controlado por su partido Demócrata, una verdadera orgía de gasto, endeudamiento y burocracia. Esas no son las ideas ni los principios que han hecho de Estados Unidos la nación libre y próspera que todavía es.

Con sus políticas y sus propuestas, Obama le está dando la espalda a los admirables valores y principios tradicionales estadounidenses de gobierno limitado, mercados libres, libertad individual, pasión empresarial y responsabilidad personal. Obama quiere ser el banquero, el transportista, el médico y hasta el educador de sus compatriotas.

Se equivoca, porque la experiencia enseña que el Estado paternalista y empresario es un costoso disparate que obstaculiza el libre funcionamiento del mercado y por ende, eleva los precios, enreda los negocios, desanima la iniciativa privada y la toma de riesgos, dificulta la competencia, hace perder competitividad e inversiones y reduce el crecimiento económico, empobreciendo más al conjunto de la sociedad.
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Por supuesto que al Estado le corresponde un papel importantísimo que es el de proporcionar el marco jurídico, la seguridad y las reglas del juego claras, estables y efectivas para que el mercado, es decir los productores, los comerciantes, los consumidores y los empresarios realicen sus negocios libremente y dentro de la ley, pero nada más.

Hay que entender que el Estado no crea riqueza. Si así fuera, Cuba sería riquísima o la URSS sería hoy un ejemplo de prosperidad o América Latina sería la región más rica del planeta. ¿Por qué Suecia está abandonado el Estado del bienestar que acabó con buena parte de la riqueza que había construido con un capitalismo ortodoxo?

Pero el giro estatista y socialista de Obama va más allá. A pesar de la oposición popular, el presidente y sus congresistas se empeñan en que el gobierno tome el control y se involucre en la gestión del sistema de salud de Estados Unidos. Esta reforma, en sus diferentes versiones, no sólo costaría miles de millones adicionales, sino que le restaría libertad de elección a los ciudadanos, haciéndolos más dependientes del Estado. Para pagar parte de este plan y sus otros muchos gastos, el presidente propone incrementarles los impuestos a los “ricos”, o sea a las personas (naturales o jurídicas) que ganen más de 250 mil dólares al año, es decir a los empresarios (incluyendo a los pequeños), los únicos que verdaderamente crean empleo productivo y riqueza. El problema es que ellos van a trasladar ese aumento en sus impuestos a los productos que compran los consumidores.
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Ahora bien, en el frente externo Obama alberga una visión no menos equivocada. En su primer año como presidente, ha optado por mostrarse blando, conciliador y débil con los más enconados enemigos y rivales de su país (Irán, Corea del Norte, China, Rusia, Cuba, Venezuela), mientras adopta una línea dura con los amigos y aliados tradicionales de Estados Unidos (Israel, Polonia, República Checa, Honduras, Colombia). Se resiste a apoyar la ratificación del TLC con Colombia, para contentar a su base radical; canceló el programa de misiles defensivos en Polonia y República Checa, para darle gusto a Moscú; se negó a recibir al Dalai Lama, para no fastidiar a China. Se resiste a reconocer que el mundo libre y democrático necesita más liderazgo estadounidense, no menos.

Obama desconfía de la hegemonía global de Estados Unidos y por ello quiere reducir y compartir su protagonismo y sus responsabilidades mundiales. Su idea es convertir a Estados Unidos en una nación estilo europeo, más común, menos excepcional, más modesta, menos ambiciosa, menos comprometida con lo que sucede fuera de sus fronteras y allende los mares, ensimismada en la construcción de un idílico Estado del bienestar, mientras otros se hacen cargo de la seguridad internacional.

Cree, al igual que una parte importante de la opinión pública y de las élites políticas e intelectuales de su país, que Estados Unidos no tiene por qué seguir soportando la costosa e impopular carga de defender a sus aliados, al mismo tiempo que pone el grueso de los muertos y el dinero en la guerra contra los terroristas islamistas. Piensa que va a apaciguar a los enemigos de Estados Unidos culpando a Bush de todos los males y ofreciendo públicas y reiteradas disculpas por la política de su país en el mundo, mientras pronuncia discursos amables, promueve el desarme unilateral y pregona a los cuatro vientos retiradas de tropas en Irak y Afganistán.

Sin embargo, la realidad internacional no es como Obama y sus seguidores quieren que sea. El alcance y la dimensión global de los compromisos, los intereses, las alianzas y el poder de Estados Unidos, le impiden convertirse en un país común. Estados Unidos no es la única superpotencia mundial porque así lo haya decidido, sino porque de hecho lo es. Se trata de una inevitable realidad objetiva. Negarlo o pretender ignorarlo mirando para otro lado, no va a cambiar las cosas. Pensar que los enemigos y rivales de Estados Unidos van a dejar de ser hostiles, porque Obama les hable suave o porque ceda a algunas de sus demandas o porque retire tropas o porque realice desarmes, es una ensoñación, una ilusoria e ingenua esperanza que siempre será frustrada por la cruda realidad.
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Los islamistas extremistas, los terroristas y los dictadores antinorteamericanos van a seguir considerando a Estados Unidos su enemigo, esté quien esté en la Casa Blanca. Ellos interpretan, con razón, las palabras y las acciones de Obama como muestras de decadencia, de debilidad y de vulnerabilidad. Huir de la realidad, como quiere Obama, no traerá paz y tranquilidad, sino más inestabilidad y más terrorismo.

¿Rectificará Obama? Probablemente no. La mezcla peligrosa de inexperiencia, ideología radical y narcisismo, hacen casi imposible que una persona como Obama cambie el rumbo. La impopularidad de sus políticas puede ser un fenómeno pasajero, habida cuenta de lo cambiante que es la opinión pública y de lo arbitrarias que son las mayorías. Obama sigue gozando de una buena imagen pública. Es un gran comunicador y una persona inteligente. Si continúa por el camino actual del intervencionismo económico y la debilidad ante los enemigos de la libertad.

Si sigue creyendo que la libertad es gratis y que no hay que defenderla ni promoverla para seguirla disfrutando. Si piensa que el diálogo, el desarme unilateral, el apaciguamiento y la diplomacia son y único camino a la paz y la seguridad. Si sigue empeñado en repetir los pasos del malhadado y lamentable gobierno de Carter. Si esa continúa siendo su actitud, el fracaso de su gestión y el consiguiente daño a Estados Unidos y a la causa de la libertad será tan seguro como desafortunado.
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* Juan David García Vidal es abogado de la Universidad Pontificia Bolivariana y magíster en asuntos internacionales de la Universidad Externado de Colombia en convenio con la Universidad de Columbia en Nueva York.

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