Literatura Cronopio

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SAL

Por Lina María Parra Ochoa*

Las lluvias de sal la dejan seca, como los cadáveres, como las piedras porosas del mar. Se había perdido el primer día de las lluvias en el camino hacia la playa, mas el agua que ahogaba el cielo era tanta que se decidió esperar hasta que escampara para buscarla. Pero las lluvias no pararon en muchos días y llenaron de agua los suelos, los aires y la tierra negra, palpitante, que escurría agua opaca por los poros. Cada vez que pisábamos el patio veíamos cómo los charcos de lluvia blanca nos llegaban hasta los tobillos. Las calles eran ríos en los que nadie quería nadar y la playa azul se había convertido en un pantano sedoso, agua salada sobre agua salada sobre arena y más sal.

La búsqueda de ella se fue ahogando entre las necesidades más mundanas que llegaron con la inundación y el sonido de las olas que salían de las casas huyendo de las escobas, buscando el rio grande de la calle. Y después de muchas aguas caídas, o de dos semanas de estar encerrados con miedo a la gripa y a los hongos en los pies, decidimos salir a la playa, no para huir del agua, lo que sería inútil, sino de las miradas vacías  y de la desolación.

Aún no había nadie buscándola, ni sus padres ni los nuestros, y la playa gris, sin huellas, apenas se distinguía del mar  negro. Su cara, la de ella, sólo recuerdo haberla visto un par de veces y sus detalles se me derramaban de la memoria; finalmente podía ser cualquier cara, aunque estos días no se veía ninguna en las ventanas. La lluvia de sal había secado los matices y los detalles de la gente que, escondida en casas inundadas, ya no salía ni a tomar el sol. Por eso la playa estaba desierta y sólo nosotros la habitábamos ese día, creando huellas nuevas en la arena húmeda, huellas que a los pocos minutos eran consumidas por el agua y la sal.

La tarde la pasamos sentados en las rocas donde revienta el mar, leyendo y tomando fotos, todas azules, blancas y negras donde sólo se veían las olas y la playa salada. Ocasionalmente pensaba en ella y en su ausencia repentina que era lo único suyo que conocía, pero la sal también tenía el efecto de dejarnos sin pensamientos siquiera, quedando todos simplemente con los ojos abiertos, llenándose de agua de mar. Con la noche las olas se veían  brillantes, más blancas que la playa, parecían querer comerse la roca y ese día nuestros pies.

Así, ya sin  nada qué pensar y nada qué ver, sentíamos que se aproximaba el momento en el que finalmente deberíamos volver a nuestras camas con olor a húmedo y olvidar la farsa del día de playa, donde el tiempo no corre, solamente la sal. Levantarnos fue un proceso lento pues nos sentíamos petrificados, rocosos nosotros mismos, reticentes a movernos o tan siquiera a respirar. Nos quedamos de pie sobre las rocas negras, sintiendo los granos de sal entre los dedos y la espuma de las olas en los pies, y entre las miradas despreocupadas la vi, la vimos todos, blanca, tirada entre las rocas a unos metros de nosotros, con los ojos hacia el cielo, perdidos.

Las lluvias de sal la dejaron seca, aunque rodeada de agua, buscando con la mirada la luna sobre el mar; la piel arrugada de su cara reemplazó en mi memoria el rostro borroso de la ausencia y ahora la recuerdo fría, con los ojos abiertos llenos de sal.

La solidez de los estados
(Otro cuento de la Autora)

Se llamaba Camille y todos los días se tomaba fotos contra el muro blanco de su cuarto, a veces apretando levemente los labios, nunca sonriendo porque odiaba sus dientes. Con cada foto y cada flash parecía desvanecerse un poco, desaparecer ante la sobreexposición a la luz de las bombillas, por eso se sacaba fotografías para ver a su cuerpo esfumarse y volverse fantasma y planear el nuevo día de acuerdo a la solidez de sus estados de ánimo.

Era crucial para ella entender cuál era su actitud para con el mundo cada día, pero en esto no contaban los ánimos normales de los hombres; Camille no estaba nunca feliz ni triste, no estaba agobiada ni iracunda ni desesperada, ni alegre ni esperanzada. Para ella las cosas eran diferentes, podía sentirse melancólica con vestido amarillo o nostálgica de los años 60s; podía estar feliz por ver un matrimonio de ancianos, deprimida bajo la lluvia, pensativa con la mejilla en el cristal frío de la ventana o asustada con el pelo húmedo; y todos los estados registraban una cierta solidez única frente a la cámara, así sabia ella qué sentir cada vez y se ahorraba el trabajo de pasarse el día preguntándoselo.

Pero con cada flash la solidez de los estados se hacia más uniforme y menos densa; y distinguir entre ser suicida con hambre de pastel de fresas y apurada con zapatos azules de seda, podía convertirse en el trabajo de un día entero. Con todas las fotografías que tomaba Camille empapelaba cada rincón de su casa, todos menos la pared blanca, a la que le daba una mano de pintura nueva cada mes para preservar el color. Ayer había estado inconmovible junto a una pared de ladrillos, hoy estaba incomprendida sentada al lado de una estatua griega en el jardín, pero ambas fotografías eran casi idénticas y la solidez de los estados parecía evaporarse cada vez más rápido.

Y sentada en el jardín junto a la estatua blanca, con los labios pintados de rojo y la incomprensión sobre los hombros, Camille  finalmente desapareció por completo. Seguía allí pero ya no estaba y sintió ganas de estornudar y el impulso del estornudo le infló el vestido de aire y quedó en embarazo. Inexistente embarazada por un estornudo.
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* Lina Parra estudió filosofia y letras en la Universidad Pontificia Bolivarina. Por muchos años ha participado en los talleres literarios de Yuruparí. Ha publicado cuentos en el suplemento Generación de El Colombiano y en la Revista Odradek.

5 COMENTARIOS

  1. son escritos q merecen ser leidos infinitas veces, cada vez con un nuevo significado… gracias por deleitar esta mente seca

  2. Hola, me referenciaron tus cuentos con el asunto «leer en una pausa activa», pero fue mas bien fuen una refrescante pausa que en 3 minutos logró trasportar mi mente a un espacio mas amable y lejos de las carreras del día. Por ello, gracias.

  3. Maravillosos escritos. Más que cuentos yo los califico como poesía, del mejor sabor de Porfirio Barba Jacob y José Asunción Silva. Felicitaciones.

  4. A esta autora no le pierdan la pista porque viene con mucha fuerza y con un fuerte encanto poético. Seguramente muy pronto sabremos mucho de ella.

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