Invitado Cronopio

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NO SOY DIRECTOR, SOY EXPLORADOR: SANTIAGO GARCÍA

Por Laura Juliana Muñoz*

Santiago García, fundador y director del Teatro La Candelaria le ha dedicado cincuenta y cuatro años al arte dramatúrgico. Fuerte crítico de Fanny Mickey y amante de las ciencias, la cocina, la astronomía y otra baraja de aficiones en medio de toda una vida consagrada a las tablas.

«Ahora sí, empecemos al calor de un café. Usted haga las preguntas ¿o las puedo hacer yo también?». Como buen dramaturgo suele romper el hielo con creatividad. Nunca le gusta llevarse el crédito. Tiene una curiosidad insaciable para cuestionarlo todo y por eso aclara: «Yo diría que mi profesión es ser explorador».

En un espacio al aire libre —que hace cuarenta años era un patio para colgar la ropa— Santiago se toma un tinto caliente, no muy oscuro para evitar los nervios, y convierte una entrevista en una charla amena en la que sustenta su máxima profesional: el teatro por el arte, no por el entretenimiento. Un enfoque muy diferente al que se consagró Fanny Mickey: «Sin llegar a ser su enemigo, nunca trabajé con Fanny. Ella creía en el arte como empresa de la cultura del entretenimiento. Algo que le funcionó muy bien. Pero para mí, la mayor ganancia es la artística».

¿Entonces cómo hace para mantener el Teatro La Candelaria?
Sonríe y contesta: «Eso mismo me pregunto cada mañana».

No tiene celular ni carro. Tampoco le interesa obtenerlos algún día. Es un hombre sencillo que camina de la casa al teatro, ubicado en la calle doce con carrera segunda en el centro de la capital. Aprovecha los ratos libres para escapar de nuevo a su hogar y dedicarse a los tres libros que lee al tiempo: «Siempre estoy repasando algo de teatro, ciencia —la física cuántica es mi favorita— y una novela».

Ahí en su pequeño apartamento, la cocina es otro de sus refugios. «Cada vez que llego a un país nuevo, lo primero que busco es conocer sus platos», cuenta. En Italia aprendió a preparar pastas de todos los estilos; en Francia, las carnes y pescados; y en Colombia se deleita con las sopas, sobre todo si son de cuchuco.

No son pocos los viajes que ha realizado en su vida. Unos para dirigir, otros para aprender, como cuando fue a la Universidad de Praga a ilustrarse en estudios de escenografía y dirección teatral. Eso sí, «yo siempre me voy para volver», asegura.

La terraza de Galileo

Quienes trabajan con Santiago García lo describen como un «mamador de gallo», un juguetón. César Badillo, quien lo conoció en la Escuela Nacional de Arte Dramático y lleva treinta y un años trabajando en el Teatro La Candelaria, asegura que «es riguroso, desacralizador, a veces un tanto arrogante intelectualmente. Pero sobre todo es una persona que le gusta jugar, ni siquiera se toma el papel de maestro en serio».

También es un hombre solitario. Ese carácter explica su pasión por la astronomía, uno de sus hobbies favoritos por ser la forma de sentir el universo donde la tierra es un ínfimo grano de arena. Por eso en su casa tiene una azotea a la que llama ‘Terraza Galileo Galilei’, en donde observa las estrellas con su telescopio. Así es como fijó para siempre en su memoria los nombres de las constelaciones y galaxias.

Galileo Galilei, de Bertolt Brecht, también fue el nombre de la obra que lo marcó como un hombre polémico en el mundo artístico y que, por tanto, significó su expulsión del grupo de teatro de la Universidad Nacional. La Embajada de Estados Unidos se quejó a tal punto que el Alma Mater retiró su ayuda económica a la institución educativa. El choque de ‘Galileo’ se dio por ser una denuncia y una posición del intelectual frente a la historia.

Desde eso Santiago buscó vencer la dependencia de cualquier institución para hacer su trabajo. Así nació el Teatro Casa de la Cultura a las seis de la tarde del sexto día del mes seis del año sesenta y seis. Dos años más tarde se convirtió en el Teatro La Candelaria, una fundación cultural sin ánimo de lucro. «Pon esa última frase bien resaltada», bromea. Y es que basarse en los principios ‘experimental’, ‘creativo’ y ‘artístico’ no es lucrativo. Mucho menos cuando la mayoría de las funciones son de entrada libre, ya que uno de los sueños de Santiago es llegar a un público joven, no encorbatado, de mentalidad abierta… popular finalmente.

La Candelaria ha logrado mantenerse por cuarenta y un años gracias a las invitaciones que hacen de otros países y a una ayuda ínfima que le da el Estado a las salas independientes.

Los otros amores del maestro

«Mi vida privada no ha sido agitada», asegura el maestro. La única relación que se le conoce es la que compartió durante veintiún años con Patricia Ariza, también directora del teatro. Según él, no podría tener una pareja que no esté en el teatro ya que desde que se levanta hasta que se acuesta está trabajando en él.

¿Cómo reavivaba el amor? «Al igual que en el teatro: reinventándo y siendo creativo día a día».  El final de su idilio llegó, al igual que en la teoría del caos, de un momento a otro y ahora son grandes amigos. «Además, he sido un mal padre», pues no le queda mucho tiempo para compartir con su hija Catalina y con su nieto Simón.

De hecho, es mayor el tiempo en el que se refugia entre pinceles. «Si no fuera director de teatro sería pintor sin duda alguna».

«Pensad que si estas calamidades no me acontecieran, no sería tan famoso (…) Que la virtud es tan buena por sí sola que, a pesar de toda la maldad y nigromancia que me acechan, saldrá vencedora y dará de sí su luz en el mundo como la da el sol en el cielo». Fragmento de «El Quijote» de Santiago García.
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* Cuentista y periodista de la Casa Editorial El Tiempo.

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