Cronopio leído

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SOBRE MUHAMMAD ALI Y EL LIBRO DE LOS LIMERICKS (O de cómo plantear algo y salir con otra cosa, al estilo de Edward Lear).

Por Memo Ánjel*

«Había un caballero en las Malvinas/que observaba a su esposa en la cocina/ la que sin darse cuenta/ le espolvoreó pimienta/ y cocinó al señor de las Malvinas».
(
Edward Lear. Book of Non Sense).

LOS LIMERICKS

En la época victoriana, donde todo estaba tan en orden, un dibujante irlandés, Edward Lear[1], escribe y dibuja Book of Non Sense (el libro del no sentido), una serie de rimas que contienen talento, imaginación y asuntos que parecerían infantiles, pero no lo son, y que contienen a los Limericks, que no son seres ni frases sino acciones inesperadas en lexicografías absurdas que tienen un principio y un fin que es el mismo principio, algo así como una cuerda que se hace un nudo con ella misma, yendo de lo inocente a lo terrible y regresando a la inocencia como si nada hubiera pasado, zafando el nudo.

Por los mismos días de los Limericks, Lewis Carrol escribía la absurda y deliciosa historia de Alicia (con base en las matemáticas) y ya Conan Doyle (el autor de Sherlock Holmes) comenzaba a darle una vuelta de tuerca a la novela policiaca, a la par que Oscar Wilde ya insinuaba con sus obras de teatro cómo poner patas arriba la moral. Y todo como consecuencia de los Limericks, que le pusieron un tanto de pimienta a ese victorianismo tan ordenado, puritano y con mecanismo de reloj, tan cuadrado y de té a las cinco en punto.


[1]                     Nacido en Irlanda en 1812 y el menor de veintiún hijos, criado entre mujeres y gran viajero. Murió en 1888, en San Remo, Italia, dejando una buena cría de sin sentidos. 

En Berlín, en el barrio turco de Kreuzberg, existe un bar con el nombre de Max und Moritz, personajes infantiles decimonónicos que, como los Limericks, funcionaban con rimas absurdas haciendo reír a todo tipo de gentes, desde las más listas hasta las peores, que en esto consistía la gracia: que pudiera subir y bajar como la espuma de la cerveza. Este bar sobrevivió al nazismo y allí, hoy y en un ambiente semi-oscuro, cualquier cosa con duendes o dibbukcs es posible, como se dice en el mostrador del local, ya que estos seres son burlones, esconden las cosas, ponen otras donde no deben y atan los cordones de los comensales después de dos o tres cervezas de cebada. Y todo porque la estirpe de los Limericks, que nacen bajo el gobierno de la Reina Victoria y Benjamin D’Israelí, se extendieron hacia Europa y crearon los absurdos, el desbarajuste y lo inesperado. Basta ver los cuadernos de dibujos de Alfred Kubin (que dicen que influenciaron a Kafka) y los de Bruno Shulz, el autor de La calle de las tiendas color canela, que se conoce también como La calle de los cocodrilos.

Dibujar y escribir distinto, soltar lo inesperado, legitimar el absurdo, hacer reír y al tiempo asombrarse, estos son los Limericks, los personajes preferidos por Cassius Clay, llamado Muhammad Alí, cuando se hizo musulmán. Y un Limerick completo.

EL BOXEO Y LOS LIMERICKS

Albert Camus, en Verano, describe una pelea de boxeo en Orán. Un estadio lleno, un ring, dos hombres que se pegan, una campana que suena. Camus no entiende mucho de box, pero le parece interesante que la gente se vuelva otra, que grite, se ponga de pie, sude y al final admita que un buen golpe fue ese que al otro le sacó el aire, le rompió la nariz o casi le saca un ojo. El mundo es distinto allí, el calor no se siente, las emociones entran y salen como jabs y enclinches, los asistentes casi K.O cuando ven volar sus apuestas, en fin, Camus no comprende bien que dos que se peguen en un ring causen tanto impacto. Y la magia, ¿dónde está la magia? En lo inesperado de un golpe, en lo absurdo de romperse la cara, en el calor de los asistentes. Un buen caldo de cultivo para los Limericks, que se crían en las emociones.

Ernest Hemingway, en su primera novela, Fiesta (The sun also rises), incluye un boxeador, Robert Cohn, que además de judío, tiene una madre con dinero y está obsesionado con Suramérica. Y este boxeador, que se pasa más conversando con sus amigos que en el ring (al menos en la novela), sabe dónde está su magia boxística: en darle la pelea a quienes lo quieren excluir, en no ser un mero estudiante o un hombre de una sola mujer. Y esto, que se lo cuenta a un periodista con el que no para de viajar por España (el periodista Jake Barnes lo convenció de hacerlo), lo traslada a un Limerick: el boxeo es un asunto de emociones, un acercarse a la muerte y salir de ahí vivo. Algo como los toros, un querer morir y salir matando al otro, como le pasa a los héroes. Un absurdo parecido a ir a Suramérica para conocer suramericanos que no son los mismos que ha conocido en Paris. En ese París de la generación perdida (los que estuvieron en la primera guerra mundial y salieron de ahí como pudieron, como dice Miss Stein), que come variado y a precios diversos según el bolsillo, que lee para aprender cómo se escribe y que al fin, como en la película de Woddy Allen (Paris a la media noche), se convierten en Limericks.

CASSIUS CLAY Y SUS LIMERICKS

Metodista y luego converso al Islam (a ese que ya estaba permitido como asociación en los Estados Unidos desde 1913), Cassius Clay es un muchacho negro al que no le gusta lo que pasa. No entiende que los dioses oficiales sean blancos, que los ángeles sean blancos, que la belleza sea blanca. Y como no entiende, se da al boxeo, para sacudirse a golpes con los demás. Y en este oficio de darle a un saco de arena y a una pera inflada, de saltar sobre la lona y jugar contra las cuerdas, se hace grande, derrumba famosos, aparece en los medios, tiene voz en una sociedad que lo excluye, se niega a ir a Vietnam y lee. Lee mucho: el Corán, el libro de las Hadits[2], seguramente la Mil noches y una Noche y, entre sus libros preferidos, el de Edwrad Lean, Book of Non-Sense, lo que lo lleva a familiarizarse con las historias de los Limericks y a convertirse en uno de ellos en el ring y en las entrevistas, al igual que Charlie Parker, Birdie, lo hizo en los escenarios de Jazz con sus solos de saxofón.

Ser un Limerick, alguien que logra el sin sentido, o el sentido real cuando la palabra aparece y crea lo que nombra, lleva a una doble fama a Casius Clay (que tiene ya otro nombre: Muhammad Alí): es un gran boxeador y es un gran bocón, pero no vulgar sino demasiado inteligente. Es el más grande, el más hermoso, el más libre, dice. Es un Limerick resuelto, que se burla de los blancos (con la anuencia de ellos) diciéndoles lo que no quieren oír, lo que no está en el manual social, eso que se mantenía al escondido. Y Muhammad Alí, que se convierte en un ser literario, en un Limerick que enloquece en el ring a sus contendores y a sus entrevistadores en el escenario televisivo o de los periódicos. Es la mariposa que se mueve ágil, es la trompada con la fuerza de un cañonazo. Y como buen Limerick, siempre la risa y ese halo de hombre mágico que los niños entienden bien: de lo que se espera, lo mejor es lo inesperado.

Jack London, autor de un cuento de boxeo (Por un Bistec), habría cambiado la trama viendo a Muhammad Alí. Pero no lo vio, así como tampoco pudo verlo Edward Lear, lo que habría sido maravilloso, pues ya sus Limericks no serían un sinsentido sino un boxeador que se burló y acabó ganando. Estas cosas pasan, son la esencia de lo inesperado.

___________

* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Lieb.


[2]                     Historias que corresponden al nacimiento del Islam

 

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