Testigo urbano Cronopio

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TESTIGO URBANO (1)

Por Saúl Álvarez Lara*

INTRODUCCIÓN

Somos personajes de una historia. También somos testigos de las historias de otros. Somos lo que parecemos pero aun más, somos la historia que llevamos a cuestas todos los días. Somos ficciones en movimiento y quizá no lo hemos advertido. Historias y ficciones que el Testigo Urbano narrará.

HORA DEL ALMUERZO EN EL LABERINTO

Un pasillo azaroso. Un personaje con camiseta blanca y pantalón corto color naranja aparece al final, que también puede ser el comienzo del pasillo. Una mujer con caras estampadas en el cuerpo no mira para ningún lado, solo está por allí. Un hombre taimado, que no parece ni merengue ni salsa, da vueltas alrededor del sillón circular donde los que se pueden sentar se sientan.

Dio las tres vueltas habituales, se sentó y esperó como todos los que pasan. La mujer con caras estampadas en el cuerpo a quien no he visto la cara se mide ropa frente a un espejo. Espero al lado del hombre que la acompaña y come y al mismo tiempo habla por celular y no mira a la mujer. Come a mordiscos cortos, mientras mastica escucha, quien le habla solo alcanza a decir monosílabos que él responde también con monosílabos porque sus bocados son pequeños. El hombre come y habla al tiempo. La mujer se mide ropa. En ocasiones se la mide por encima de su cuerpo, en ocasiones desaparece por un resquicio de la pared y reaparece con la ropa puesta. El hombre come y habla. La mujer se mide ropa. Yo espero, aunque no sé qué espero.

Un cierto fragor en el estómago me recuerda que es hora de almuerzo. Almorzar en un lugar ruidoso e incómodo es difícil; sin embargo, los presentes parecen estar en su salsa. Debo esperar. Un señor gordo y sentado como un Buda, espera y cuida una mesa para sus parientes. No sé por qué pienso que está con parientes. Tal vez porque comer solo es poco provechoso, sobre todo para un Buda como el señor.

Con frecuencia por este pasillo incómodo y estrecho, pasan personajes, mujeres y hombres con mucho brazo y mucho pecho pero con poca pierna o al contrario, todos tatuados, claro está. Viéndolo bien pasa de todo: mujeres que arrastran carros; hombres que llevan guitarras al hombro; hombres y mujeres que hablan solos; niños que lloran. La mayoría chatea o habla por celular, ninguno ni siquiera yo, está aislado, todos vivimos conectados. Me pregunto cómo serán estos lugares multitudinarios de consumo desenfrenado en veinte años. ¿En veinte años, cómo vestiremos?, ¿qué comeremos?, ¿hasta dónde habrán llegado las comunicaciones y cómo nos pondremos en contacto?, ¿y qué habrá sido de los tatuajes?, quizá como los de «El hombre ilustrado» de Ray Bradbury, ¿con movimiento? Una mujer intenta sentarse en un espacio estrecho, entre dos mesas, se da cuenta de que no cabe donde pretende alojar sus nalgas pero insiste, tira al piso lo que tiene cerca; no se disculpa, insiste y aun estrecha, incrusta sus nalgas en allí donde las quería incrustar.

Por mi parte, al otro lado del salón ocupo una porción de sofá, si así se puede llamar la banca con cojines y espaldar, apenas proyectado, que está libre. Estoy cansado y mis ojos se cierran. Otra mujer con una docena de confites tatuados en el brazo pasa cerca. El hombre que chateaba en la esquina opuesta del banco, sofá, con cojines para las nalgas se fue sin prevenir, una mujer vestida de negro vino por él y se lo llevó. Esta parte del laberinto, es, digamos, un recodo. Hay quienes hacen cita en él, es normal, el laberinto, quizá todo es laberinto, es el único lugar posible: plazas, calles, avenidas, centros comerciales, cines, locales, casas, habitaciones, automóviles, buses y hasta el metro, todo hace parte del laberinto.

Dos parejas se encuentran justo frente a mi puesto en el sofá, ellas se abrazan, ellos también, intercambian besos y lugares; ellos hablan mientras ellas escuchan, se observan y se miran con disimulo de arriba abajo; cuando deciden qué hacer ellos van adelante conversando o poniéndose de acuerdo y ellas van detrás, en silencio. Me mezclo entre dos grupos que ocupan la banca, sofá, con cojines y sin espaldar a donde he pasado las últimas horas, ¿últimas horas? Los de la derecha chatean y cuidan ocho bolsas de compras; el de la izquierda, mira su celular y no hace nada más, fue él quien me empujó hasta el lugar donde me encuentro ahora.

Un moreno en la banca, sofá sin espaldar, del frente, lleva en la muñeca izquierda un reloj grande con varios cuadrantes. Me pregunto para qué sirven los cuadrantes, alguno, con seguridad da la hora, otro debe cronometrar cuántas palabras dice en su celular por minuto; otro seguramente mide su presión arterial y otro activa un timbre cuando llega la hora de la pastilla.

El moreno del reloj no tiene pelo en la cabeza y como al interior del laberinto no hay sol, las gafas oscuras las lleva en la mitad de la cabeza con los lentes hacia arriba y como está ocupado en el celular y además agachado, lo que veo de él cuando lo miro, aparte, claro está, del reloj enorme, es una bola con unas gafas o la simulación de una cabeza, como un coco, que mira al frente, que me mira y me deja ver en el reflejo.

Entre la multitud veo una mujer; lleva quince minutos en la misma pose, la vi por primera vez cuando las dos parejas se encontraron pero alguien pasó, la borró de mi vista y la olvidé. ¿La olvidé? Es posible. Desde el primer momento, lo recuerdo ahora, sus brazos estaban cruzados a la altura del pecho, las piernas estiradas, los pies uno sobre el otro, la espalda derecha y la cabeza alta, inmóvil; en posición estatua. Está quieta, desde el primer momento la mujer está quieta. Lo único que mueve son los ojos a derecha y a izquierda. Por instantes los cierra y parece dormir, entonces se mece con delicadeza, seguramente sueña. Sueña, como yo, que está en otro sector del laberinto. Es hora de almorzar y el almuerzo no ha llegado todavía…

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*Saúl Alvarez Lara es escritor, editor, pintor, ilustrador, diseñador. En 2001 publicó el libro de cuentos «Recuentos», el cual fue primer premio del Concurso de la Cámara de Comercio de Medellín. En 2002 publicó «El Teatro Leve», cuentos, publicado por el periódico Vivir en El Poblado de Medellín en coedición con la Editorial Universidad de Antioquia, narraciones a partir de ilustraciones realizadas por el pintor colombiano Humberto Pérez Tobón. En 2003 publicó «El sótano del cielo», cuentos, publicado por la Editorial Universidad Eafit de Medellín. En 2005, «La silla del otro», novela, publicada por la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. El mismo año recibió la beca de la III Convocatoria de Proyectos Culturales de la Alcaldía de Medellín por la novela «¡Otra vez!», publicada en 2007 por la Editorial Hombre Nuevo de Medellín. En 2011, «Las musas del teatro leve», narraciones a partir de ilustraciones del artista catalán Sergio Mora, publicación digital de BCN Base de Barcelona. En 2013, «Tres cuadernos: 1. Testigos urbanos. 2. Pasajeros de bus. 3. Signos de ciudad», ficciones y fotografías, publicados por La Fundación Arte y Ciencia de Medellín. En 2014, «Sensibilidad nómada. Lo inesperado va por mi cuenta», exposición de ficciones y fotografías en la Galería Banasta. Complex de Llanogrande. Rionegro. En 2015, «Con los ojos bien abiertos» cuentos, coincidencias y serendipias. Publicado por Ficción La Editorial de Medellín. En 2015, «Sin título. Técnica mixta» Ficciones con pintores. Textos cortos. Publicado por Ficción La Editorial de Medellín. En 2015 fue finalista del Concurso de Novela Cámara de Comercio de Medellín con la novela «Fisuras». La historia de Urbano Jota y su relación con Dolly, ambos personajes sin nada más para contar que sus propios fracasos. La historia de su relación, accidental, se enmarca en hechos de la historia contemporánea.

En 2015 realizó la exposición en el Museo Maja de Jericó, Antioquia, de los textos que componen el libro: «Sin título. Técnica mixta». Actualmente trabaja en investigación, edición y diseño editorial de contenidos para publicaciones. La Marginalia, el blog, https://www.lamarginalia.com, narra una vez a la semana, los sábados, los avatares de la ficción en el mundo llamado real.

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