Acronopismos y otras delicatesen Cronopio

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LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO

Por Manuel Cortés Castañeda*

La papaya y el papayazo

Me lo dijeron muchas veces, me lo susurraron y me lo martillaron en los sueños, me lo gritaron en el aire que respiro, me lo quemaron en la piel como si estuvieran marcando ganado…

La culpa no es del asesino, -me dijeron-, sino de la víctima por no andar con los ojos bien abiertos, por quedarse dormido, por no cuidarse… me lo dijeron de mil maneras y mil veces…. el culpable es el que confía, el que ve en el otro un pedazo de si mismo, del que es capaz de mirarse mas allá de su propio espejo, -me dijeron…

La culpa me dijeron en un lenguaje más cierto, más objetivo, más puntual, más poético, es del que “da papaya”. “Nadie que se tenga en aprecio de si mismo, pasa por alto un buen papayazo,” fue la segunda premisa que me dibujaron a golpes de sevicia en mis pupilas…

Y entonces, luego de haber sido el blanco de un buen papayazo, una, dos, tres y hasta cuatro y más veces el mismo día, -por no decir a toda hora-, y el día siguiente y el de antes y el antes de ayer y el de nunca… busqué por todas partes el origen de esta expresión popular tan de moda, tan querida, tan a flor de boca, tan sustancia y esencia… Busqué por todas partes, y escribí muchas cartas a gente y expertos que sabe de estas cosas pidiendo ayuda, solicitando al menos una pista que me pusiera por buen camino, pero nada que pudiera iluminarme y me ayudase a comprender lo más íntimo de lo que en este pueblo me dijeron… busqué por todas partes sin encontrar ni huellas, ni residuos, ni nada parecido a tal acertijo…

Desde muy niño las papayas para mi fueron, y todavía lo son, mi fruta favorita… Recuerdo que iba con mis hermanos y a veces algunas amigas a contar todos los días las papayas que empezaban a madurarse en el papayal… a ver las papayas que parecían reventarse a cada instante de tanta delicia acumulada, una vez el sol había depositado en su intimidad la semilla de sus sueños y sus deseos…

Y las que se caían me las comía, nos las comíamos, como una maquina que ha perdido el control y lo único que puede hacer es seguir comiéndoselas sin poder dejar de comérselas… y me las untaba en el delirio, y se las untaba a mis amigas y hermanos, y nos las untábamos antes de regresar a mi cuerpo desnudo, su cuerpo desnudo, el cuerpo desnudo, también picoteado y agujereado de tantos pájaros que también se agolpaban en el papayal a contar las papayas más maduras… y a esperar que se cayeran de tanto sol para hastiarse y untarse como nosotros..

De todas las cartas que escribí preguntando sobre el origen de tal expresión, solo me llegó una respuesta, aunque no precisamente la respuesta que esperaba según mi pregunta…: “papaya, -me decía el remitente-, también se le llama al culo bien proporcionado, redondo y jugoso que tienen algunas mujeres… y que no podemos evitar mirar y disfrutar cuando caminan”…

Cuento de tontos

En este pueblo, me dijeron con mucho cariño, con suma devoción, con un amor inusitado, tatuado de besos, vestido de novia… me lo dijeron con simpleza, con extrema sinceridad, y con una inocencia que se parecía a la intemperie, a los ojos que miran cuando se enamoran… en este pueblo, -me dijeron- todos roban y se roban todo y a todos y entre todos, como si todos hubieran firmado un documento de fidelidad, de entrega total… un maridazgo sin par… como si todos hubiesen firmado un pacto secreto con una devoción infinita y sin un tiempo determinado, donde lo único que estaba permitido o escrito era agarrarse, y robarse y llevarse y arrastrarse lo que no es suyo, ni mío, ni de nadie…

Y roban tanto –me dijeron- que incluso algunos ya se han robado lo que todavía no existe, y lo que nunca existió, adelantándose a la materia y a la forma que le da vida a la sustancia y al objeto que define el deseo y su delirio… incluso lo que ya no queda por existir – me dijeron- se lo roban en un parpadeo, un relámpago, un tropezón que apenas se insinúa… como cuando se nos entra una mosca en la boca y no nos damos cuenta… y nos la tragamos y no nos damos cuenta … y la digerimos y la cagamos y no nos damos cuenta…

Roban a manotadas, a puñetazos, cuchillazos, a manos llenas… pero solo en este pueblo, a diferencia de todos los demás, donde también roban y mucho mas, se puede ver que los ladrones hacen cosas, invierten, generan fuentes de empleo, le dan existencia a lo robado y materia y formas y espíritu y divinidad… que aquí en este pueblo, -me dijeron- los ladrones son capaces de volver a crear con lo que se roban… a diferencia de otros pueblos donde se roban todo y nada se ve de lo robado, o de lo que se piensan robar… es que hay ladrones y ladrones , -me dijeron…

Y no importa, -también me dijeron-, que sea solamente para volver a robarse lo que hacen, con lo que ya se robaron y se vuelven a robar, porque este es el único pueblo, -a diferencia de tantos otros-, donde se ve que los ladrones hacen cosas, invierten, se preocupan por los demás… cada vez mas cosas y no importa que su apetito por volver a robar crezca de forma des-proporcional a lo ya robado porque cada vez invierten mas, aunque sea solo para volver a robar… y hay que reconocer y celebrar, -igualmente me dijeron-, que sigan robando, ya que el apetito de robar es cada vez más perfecto, más grande, más sutil, más poético, tatuado de besos, vestido de novia, siempre dispuesto a volvernos a amar , -me dijeron- …
(Continua siguiente página – link más abajo)

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