Periodismo Cronopio

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UNA ACOMPAÑANTE CON CLASE

Por Maru Ludueña*

Eran tres o cuatro tanguitas. Una roja, otra con strass, todas colaless. Colgaban del ténder, tan diminutas como el balcón del típico departamento de estudiante en La Plata. Milagros había ido a estudiar a lo de una compañera de facultad. También le llamaron la atención los zapatos de taco aguja en el dormitorio.

—¿Vas a bailar con esos tacos?

—Son de una amiga —respondió la anfitriona.

Milagros guardó el detalle con el silencio con que se guardan las buenas cartas y dio por cierto el rumor: su compañera trabajaba en un cabaret, le quedó la duda ¿sólo bailaba? Lo importante, cuenta otra tarde —quince años después, tomando un cortado en jarrito en un café del shopping Alto Palermo— es que esa compañera la inspiró. «Gracias a esa chica de la facu me avivé de que se podía trabajar de esto», dice. Milagros trabaja de escort, anglicismo que significa «acompañante». Sus clientes pueden gastar en una noche con ella el equivalente a un salario mínimo.

Los datos claves están en una página web. Barrio Norte. 100, 65, 95/ 1,65/ Viajes: Sí. Inglés/español. En las fotos tiene un aire a las Trillizas de Oro en clave porno soft. Pelo lacio, dorado, con flequillo. Está en babydoll floreado. Con portaligas y corset, aprieta sus lolas. La boca en un mohín idéntico al de modelos en publicidades de lencería. Tendrá más de 30 y menos de 35, lo que la posiciona entre las «maduritas».

El portal a través del cual cualquiera —así como hizo esta cronista— puede dar con Milagros es el más exclusivo, por los 800 pesos mensuales que paga cada escort por cargar datos y fotos. La página «no funciona como agencia, su actividad se limita a la fotografía y a la publicidad», advierte el sitio. «Fui de las primeras en publicar ahí, hace nueve años, cuando abrió y éramos pocas» —contó con orgullo Milagros por teléfono. «Tengo otro trabajo, normal. En esto hay mucho engaño, corazón. Hay que ser cuidadosa, la competencia es feroz.»

Este mes Milagros compite con 65 colegas del mismo portal web. Compite con cuerpos tuneados en otras miles de páginas de escorts, foros y blogs; en avisos del rubro 59 de diarios respetables. Compite con prostitutas VIP que trabajan en «departamentos» —donde amigas comparten gastos tipo cooperativa—. Compite con «privados», con chicas regenteadas por alguien que se queda con parte. Compite con alternadoras y bailarinas de boliches y pubs. Esas son las más caras. En teoría, las más codiciadas son las «amateurs», que desarrollan otra actividad: universitarias, promotoras, vedettes, «artistas» de la televisión.

«Las escorts amateurs parecen chicas normales sin pinta de gato» —explica en un foro de expertos un tal «CATador». Otros disienten: «Si cobra no es amateur». Ahí se recomiendan o no a las acompañantes, consultan gifts (tarifas), sortean «citas» con escorts, arman club de fans de sus favoritas. Los foristas son muy exigentes. Tienden al chiste, a contar a través de un zoom sus intimidades y a celebrarse («felicitaciones por el reencuentro anal con la morocha»).

«En el ‘83 todas eran amateur y se las comenzó a llamar ‘gatos’ o ‘escorts’. La mayoría se profesionalizó y largó a otros trabajos, excepto las del espectáculo», es la historia que se escribe en las tertulias virtuales con olor a hombre. Nadie sabe cuántas son. Hay quien dice tres mil escorts en Buenos Aires. Milagros es una y, según los foros, su departamento es tan coqueto como el de otra escort histórica de Recoleta, Delfina.

Llamé a Milagros al número de la página, me pasó otro. «Tengo un gran sentido de las voces. Vienen jueces, abogados. Hice dos carreras. Viajé por el mundo. Me gusta la adrenalina. Tomo mis recaudos. ¿Querés charlar en el shopping?»

Lunes en la tarde en una de las cafeterías del Alto Palermo. Llegó de negro: pollera corta, abrigo largo. Sólo había mujeres. Ella era la más elegante. Maxicartera, aros dorados, uñas de manicure con barniz marfil. Dos celulares. Jugaba con una pulsera dorada hecha de caballitos engarzados. Controlaba el reloj. «Es un Armani, un regalo, me regalan mucho. Mirá este anillo: oro blanco. Esto es un diamante. Para mi cumpleaños enviaron tantas flores que les dije: basta plis, mi living parece una sala de velatorio.»

Soy la mujer ideal de muchos hombres

«Siempre fui ambiciosa. De adolescente me llevaron a una escuela de modelos, no me gustó el ambiente. El sexo toda la vida me resultó muy placentero. Un día busqué en los avisos del diario. Decía ‘trabajo cómodo, tanta plata, buena presencia’. Llamé y corté, hasta que me animé. La voz de una señora dijo ‘te tengo que ver’. Era en Boedo. Ella atendía el teléfono y el marido era taxista. Al principio sentía curiosidad. No ganaba tanto. Seguí estudiando. Alguien me contó que en una agencia podía hacer más. Así fue. Después, pasé a un privado. Eramos dos chicas, perro y gato. Las relaciones son difíciles. Publiqué en la web, me independicé.»

La familia de Milagros ignora esto. Ella no quiere que se publique nada sobre padres o hermanos. En algún momento estuvo en pareja. Mientras duró la relación, dejó de trabajar de escort.

«Volvés por la plata, por vicio, por clientes que llaman. Siempre hay una incitación a empezar de nuevo. Tendría que estar jubilada: la edad es la primera competencia. Cada una tiene su público: mi target es de 25 a 50 años. El 80 por ciento casados, muchos con hijos chicos, dicen que ellas no dan bola. El resto, los enamoradizos. A los hombres los veo terriblemente necesitados. Se quejan del maltrato de las mujeres.»

Suena su celular: «Hola. Sí, a las siete, dale». Milagros corta y dice: «¿Vamos a mi casa? Es a cuatro cuadras». Camina rápido, martilla la vereda con sus tacos aguja. La miran. Ella no mira a nadie. Saluda al encargado, recoge un sobre. Cuenta: «Trabajo en una consultora, sin horario, por objetivos. Si alguien dice: ¿puede ser que te haya visto en Internet? Niego todo. Me parás en la calle y no te doy mi teléfono.»

El departamento es nuevo. Vidrio/metal/blanco/madera. Tres ambientes a la calle. Palier privado: cuadritos + pátinas + flores.

—Tenemos un sexto sentido. Me impresiona: ellas siempre los llaman cuando están entrando. Jamás te van a engañar un sábado a la noche. Te engañan un lunes al mediodía. Te tratan como una amigovia. No los llamo por el nombre: podría confundirlos. Tampoco digo «mi amor», suena falso.

Flota un silencio escenográfico en el living. Hay un acuario con peces grises y naranjas. Aparece un gato siamés «¡Hola Johnny!». Barra de madera, bodega, copas. En una vitrina la luz se proyecta desde abajo una tarántula embalsamada junto a unas piedras semipreciosas. Giran sábanas cuadrillé en el lavarropas. En una habitación está la computadora, en la silla bolsos deportivos. «Amo los caballos, son mi cable a tierra. Practico salto hípico. Montar te saca de cualquier bajón. Exige ir al gimnasio, cuidarte.»

El dormitorio es tan normal: una cama, una foto de caballos, una tele.

—Sólo miro Valientes.

¿Disfrutás el sexo siempre?

—Lo disfrutás con algunos. Si no tengo ganas, no puedo poner cara de culo. El cuerpo humano es una máquina, te acostumbrás. Me ha tocado gente desagradable. Ahí está tu profesionalismo. Es dinero rápido, pero no es plata fácil.

Milagros no sale de su casa por menos de 500 pesos y sólo si conoce al cliente. «No me pasó, pero hay tipos que dicen ‘no sos como la de las fotos’ y pum: te cierran la puerta en la cara. No trabajo de noche, salvo que sea de confianza, o vayamos al cine y a cenar. Así puedo ganar 1600 pesos.» Las mejores ecuaciones tiempo–beneficio están donde confluyen altas cantidades de testosterona y metálico. «Una concentración de futbolistas en un hotel cinco estrellas se paga bien. Dos mil dólares. No me gusta, no te podés mover del hotel. Los aguanto una o dos horas. Por eso hago menos viajes. Debo sacar 5000 dólares al mes. Tengo mi departamento, una propiedad afuera, un auto y caballos. No infrinjo la ley. Si viajo por la consultora, busco una agencia afuera. Me doy mis gustos. En el verano alquilé casa en Los Troncos. Laburé, invité gente, pagué las vacaciones. Soy la mujer ideal para muchos hombres: cariñosa, independiente.»

«Pago mi cobertura médica. Me hago el test de VIH. Gasto en preservativos, óvulos, geles. Doy un servicio completo con protección. Una vez vino un juez, muy mayor, me había llamado su terapeuta para explicarme que le diera tiempo. Cayó con custodios. Se había olvidado de tomar el Viagra. Estuvieron afuera esperando. Le pedí que no los trajera, por mis vecinos. No me da vergüenza. Pero te privás de tener pareja, de hijos. Hay muchas chicas con nenes, dicen que trabajan en otra cosa. Estoy tan plena de sexo, que voy a bailar y no pienso en tipos. Ser escort levanta el ego. Si a todos les dijeran tantas cosas lindas como a mí, habría paz en el mundo. Mis tías y sobrinas me consideran un ejemplo. Mi progreso no es por estudiar, y eso, en algún lugar, me duele.»

Sobre el sofá hay un cuadro de los 80: mansión, palmeras, autos deportivos, atardecer a orillas del mar. El título es ‘Justification of Higher Education’. Milagros dice que se refiere a «las cosas que podés conseguir con educación”. Son las siete, el timbre.

El valor de una buena educación

En los noventa, Jorgelina Sosa se sentó a las mesas del Exedra, aquel bar extinto donde tantas chicas pasaron décadas tomando café y esperando por políticos, abogados, artistas y cultores del ‘Garch & Go’. Las trabajadoras sexuales del Exedra eran un mito, lo mismo las relaciones entre ellas.

Un día Jorgelina dijo «suficiente» y volvió a las calles de Flores. Convertida en la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) Capital, dice: «Lo que hace que una trabajadora sea VIP es un nivel más alto de educación. La mayoría tiene secundaria, estudios universitarios. Lo ejerce más por status. Cobran otras tarifas, se mueven en otro nivel, lo eligieron. No padecen el maltrato policial. Está arreglado, la policía no va a ciertos lugares para no molestar a dueños o clientes. Es una complicidad muy grande. Las que trabajamos en la calle llevamos el manguito para la olla. No hay muchas chances de elegir cuando no tenés acceso a una buena educación».

¿Qué diferencia hay entre «escort» y «puta»?, pregunta en su blog Marien, desde Barcelona, licenciada en Ciencias Políticas y trabajadora sexual de lujo. «El contexto. Las ‘putas’ están, son, las de la calle. Ofrecen servicios más económicos. Las ‘escorts’ tienen estudios superiores, hablan idiomas, visten de marca. Suelen decir que son modelos, estilistas, azafatas y algunas reniegan no sólo de la palabra puta sino de la palabra prostitución. Este punto me indigna. Denota una falta de sensibilidad y de solidaridad de las ‘escorts’ hacia las ‘prostitutas’ que tienen que estar en la calle, muchas veces por desconocimiento», dispara Marien en su blog.

Jorgelina Sosa estuvo en este otro bar del microcentro al que se mudaron muchas al cerrar Exedra. Tras las cortinas rosadas de la ventana están las Galerías Pacífico. Jorgelina no vino a sentarse, sino a contar a las compañeras acerca de la organización Ammar. Ofreció abogados, estrategias de prevención y especialistas en salud. «A veces les interesaba el asesoramiento legal. Ellas pagan su plan de salud privado. Se sienten damas de compañía o gatitas. No nos aceptaban los preservativos. Trabajan puertas adentro, sin que las vean. Históricamente el poder enmascara el consumo de los poderosos.»

Muy cada tanto, esta ecuación se invierte. Eliot Spitzer, gobernador de Nueva York, luchador contra el tráfico sexual, renunció cuando el New York Times difundió que era el «cliente 9» de Emperors Club VIP, agencia de escorts donde gastó 80 mil dólares.

—Esperame en la cama grande —le dijo Silvio Berlusconi a Patricia D’Addario, la escort del año, después de cenar en el Palazzo Grazioli. Cuando entró al dormitorio, dos chicas acariciaban a Il Cavaliere. Patricia se abstuvo: «No me gustan las orgías». Después, aportó data. El escándalo tuvo su capítulo argentino: el primer ministro había invitado a su palacio a Gabriela Figueroa, bailarina y maestra de la danza del caño en Bailando por un Sueño. Bailaba en un boliche, donde recibió la propuesta y la rechazó, en Recoleta. Ese barrio es el tour más obvio de los que buscan chicas caras. Fabián trabaja con empresas de tecnología.

«A los clientes extranjeros los acompaño a Madaho’s. Es sólo para turistas: 90 pesos la entrada. Para irte con una chica tenés que pagarle una o dos copas a 150 mangos. Ellas piden 600 pesos por el servicio, sumale el telo. Las que bailan son más caras. Salir en la tele o revistas multiplica el número. ¿Por qué pensás que algunos mediáticos tienen tantas novias? Un amigo pagó 8000 pesos por una noche con una conocida.»

Federico y amigos eligen in situ, en otros pubs. «Si vamos a Pinamar, cargamos las tablas de surf y buscamos a las chicas. Madaho’s es un cazabobos. Preferimos Cocodrilo o Pampita. Ellas la pasan bien, somos sanos, deportistas». Federico y amigos tienen 40 y pico, empresas, mujeres, hijos. «No queremos que nos rompan las pelotas —dice uno—. Hugh Grant podría conseguir cualquier mujer pero le gustan las prostitutas, ellas tienen vedado el romper las pelotas.»

Tarde de bar

Úrsula tiene 28, parece menos. Será por su cara de nena, su voz adolescente, su metro cincuenta, su pelo rubio, pajizo y leve. La contacté por conocidos. Primero conversamos horas en un bar en Lavalle y Esmeralda, su territorio. Úrsula es simple, enérgica como el viento. Habla rápido, ríe a carcajadas y a cada rato se huele el pelo. Propone que vayamos a conocer el bar donde empezó hace diez años: el de las cortinas rosas frente a Galerías Pacífico.

No es un bar como cualquiera, pero sólo se percibe adentro. Una miniconvención de la ONU: mujeres de todas las etnias, edades y estilos. Una atmósfera de peluquería. Chica robusta, acento colombiano, lee en la Cosmopolitan: «Diez cosas que debe mostrarte antes de comprometerse». Rubia preciosa, mucho rímel, musculosa, tacos, jeans, cuchichea con amiga. Se pasan brillo en los labios. Hay una negra flaca, bella, con un foulard y un Ipod, a punto de dormirse. «¿Tiene 50, podés creer?», dice Úrsula y pide una coca.

En la barra, dominicana morena, de tailleur, susurra cada vez más cerca a la oreja de un señor rollizo cada vez más sonriente. Las demás esperan, conversan como cuando se teje —con la mente en otra parte—. Tienen jarras de agua y enroscan un mechón de pelo en el dedo. «Para sentarte pagás un ticket de 70 pesos diarios. A la noche, lo canjeás por comida, cocinan riquísimo y te llevás a tu casa.» Úrsula aclara al mozo: «Tenemos que hacer tiempo y vinimos de civil nomás, no a trabajar.»

Úrsula vive y nació en Vicente López. Primaria en un colegio inglés, («tenía beca», «sé algo de inglés y de alemán»), secundaria en un público de Belgrano. Su papá falleció cuando tenía 18 («era distribuidor de productos de granja»). Su mamá, celadora escolar. Tiene una media hermana, casi no la ve. Úrsula era vendedora de un local de ropa infantil en un shopping de la zona Norte.

«Un martes de franco vine con una amiga al bar, ella me explicó. A las 11 de la mañana llegó un viejo. Lo veías y no dabas dos mangos. Me miró, fui, me senté. ‘Si te querés quedar una hora son 200 pesos.’ ‘¿Sos completa?’ ‘Sí, vamos’. Estaba nerviosa. Me acordé de las películas porno. Hasta hoy actúo como en una porno. Me dio 700 pesos, más de la mitad del sueldo del shopping.»

«Al principio venía los francos. Hasta que uno se me enamoró. Pequé de buena: le conté la verdad. Quería que viviera con él. Yo no. Llamó al shopping, contó todo. No le creyeron.» A Úrsula le dio tanta vergüenza que no fue más. Empezó a trabajar en el bar de lunes a viernes, de 10 a 16. A ganar 600, 800 pesos diarios. «Llegué a hacer diez clientes en 24 horas. Se me inflamaba la herramienta de trabajo. Me mudé al departamento de una amiga. Un día le dije: ‘Todo bien linda, te adoro, pero no me rinde, me vuelvo a laburar sola’. El novio me amenazó. Volví acá y empecé con Internet, un recurso más. Al ser completa podía organizar muchas citas.»

En los foros morían por ella. «Pequeño huracán». «Chiquita. Recomendable si cuando te traen el pollo, te comés el ala». «No está pirucha». Se felicitaban por pasar su teléfono. «Me encantó: estudia, no toma ni fuma». «Rubia platino. Hermosa charla». La evaluaban: «Besos. PT sin. Mimosa». Un día Úrsula hizo mutis por el foro.

Relaciones peligrosas

«Algunos son unos enfermos. Hay uno que trata mal a las chicas, lástima. Algunas lloran, quieren devolver la plata, irse. Es un bruto, no lo sabe hacer. Yo debería escribir un libro: la técnica de la cola. Si lo hacés bien, no duele, hasta es mejor. Propuse un foro donde las escorts contáramos nuestras experiencias. El tipo me bardeó, me salí de la web. Deberíamos agruparnos, tener obra social.»

¿Tenés contacto con la organización de meretrices?

—No, ni idea. Aporto como monotributista. Hay un tipo que nos hace recibos de sueldo para sacar tarjeta de crédito. Hice un curso de uñas y maquilladora. Todo es plata: la pelu, el personal trainer. Tengo un amigo cirujano, se lo pasé a varias chicas, no me decidí a agrandar las lolas.

¿Cómo son las relaciones entre ustedes?

—Ásperas. Tengo pocas amigas. A veces pasás un cliente porque a ellos les gusta variar, pero algunas se zarpan. Amenazan con contar en tu casa. Con eso no me pueden presionar. A mi mamá le tuve que blanquear, pero es chapada a la antigua. Sabe, tiene miedo por mí.

¿Te protegés?

—Sólo hago sexo oral «sin». Me explicó un amigo que tendría que tragar mil litros de semen para contagiarme. Si dejo de hacer sin, pierdo la mitad de los clientes.

¿Te excita el sexo por trabajo?

—Trato de pasarla bien. No acabo con todos, elijo. Si tenés muchos orgasmos, te cansás. Si estoy agotada, una coca y aspirina. Algunas resisten con droga y se gastan la plata.

¿Te enamoraste?

—Eso no se cuenta. Tengo novio y cree que trabajo en ropa infantil.

Apoya tres celulares en la mesa. Suena uno, mira la pantalla. La invitan a navegar. Suena otro. «Sí, tengo un par de amigas para juntarnos», «por el lugar no te preocupes». Suena otra vez, frunce la boca: «No respondo llamados sin identificación».

«Pasé malas experiencias. Una vez fui con un viejito. Llegamos al hotel, tenía un olor repugnante. Le dije: ‘Gordi, ¿nos bañamos?’ No tienen idea de cómo se lavan los genitales. Voy a escribir otro libro para enseñarles. Le pedí la plata. Le dije: ‘No arreglamos ese precio’. Dice: ‘Tu amiga dijo eso’. Le propuse: ‘Te vestís y vamos con mi amiga’. Dijo que iba a denunciarme por maltrato. ‘Y yo te voy a denunciar por sucio’. Voy maquillada, peinada, higienizada, depilada, termino, me baño, me cambio la ropa interior. Exijo lo mínimo. Otra mala fue con uno que al terminar pidió que lo acompañe a un cajero y salió corriendo. Ojo: este laburo no tiene el dramatismo que pintan las películas, es tranqui, sobre todo de día.»

Hay quienes piensan que la prostitución es una clase de opresión.

—Lo escuché, no me siento víctima. Sé que hay chicas explotadas y me preocupa, pero es otro rollo, mafias y delincuentes. Lo mío es independiente. Lo elijo. Si volviera a nacer lo elegiría otra vez. Lo único que no volvería a hacer es trabajar en el shopping.

Habla bajo. En el bar todos susurran. Las miradas pesan. El panzón se va por la puerta. A los tres minutos se va la dominicana. Se encontrarán en el hotel. «En una época el hotel nos pagaba un porcentaje del consumo. Yo pedía todo: juguetitos, comida. Cada mes retiraba mi sobre. Ya no pagan. La crisis afecta. Lo que me liquidó fue la gripe A.»

«Cada día salgo de casa con cien pesos. La tarifa de escort depende de la edad, físico y servicio. Cobro de 400 a 1000, depende de la cara. O digo: ‘lo dejo a tu criterio, si te parece que valgo menos’. Derroché mucho. Quiero terminar de pagar el auto, comprar un departamento. Después una Toyota SW4. Mirá». La foto de la camioneta es su tapiz de celular. «Abro el teléfono y me recuerda no gastar. Sé que no la ganaría en otra cosa. A veces te toca alguien que no te gusta. Le pongo onda. Peor el pico y la pala.»

«Estudié medicina, ciencias políticas y ahora me anoté para contadora. Soy cambiante. Trabajo sólo de día en el centro. Lunes y viernes se labura mucho. Me gusta el ambiente de casados, gente con responsabilidades. Prefiero a los mayores. Los pendejos maltratan, te dejan de cama. Soy puntual. Si me piden un servicio de quince minutos en una oficina, no me puedo demorar. Hay uno que me dice: ‘Sos idéntica a mi esposa cuando era joven’. Yo pienso ‘y vos sos un enfermo’. De noche no trabajo. Salvo si voy a bailar a Esperanto o Ink, y se da. Me gusta un pub como Black, frente al Alvear, pero trabajás si sos morocha: los gringos en sus países tienen rubias a lo loco».

En el bar esta tarde hay dos turistas de camisa planchada. Toman cerveza. Analizan la oferta. A uno se le cae el vaso y se le rompe. Las chicas ríen. Úrsula paga. Nos desean suerte. Afuera anochece y la rubia se va a encontrarse con alguien.

¿Existe el famoso book de los hoteles cinco estrellas? «Es un mito. En quince años no vi uno. Hay argentinos que lo piden, se ponen pesados: mostrámelo. Quizás existen en departamentos o agencias de modelos. Antes las chicas dejaban la tarjeta. Con Internet cambió. Ahora fotocopiamos el DNI de las escorts que ingresan. Al que pide chicas, lo mandamos al pub —cuenta el conserje de uno de los mejores hoteles porteños.

Hay sitios donde una mujer no puede entrar sola, salvo que vaya a trabajar: Madaho’s es uno. Tras varios llamados, doy con la persona. No termino de explicar. El tipo se enoja, grita: ‘Acá no trabajan chicas’. ‘¿Perdón, no hay bailarinas? Lo dice su web’. ‘No me interesa, se distorsiona todo. Tomamos a las chicas por la Asociación Argentina de Actores. Al que te dio mi nombre mañana lo echo’, grita. (¿Cómo tratará a las chicas y por qué el gobierno de la ciudad de Buenos Aires lo incluye en su web?) En foros donde se habla sólo inglés, extranjeros se solidarizan: ‘Una chica de Madaho’s fue echada por transar por menos plata’».

Madaho’s queda frente al cementerio de Recoleta. Tiene un frente de lápida: negro y marmolado. Desde la puerta se ven las alas de los ángeles que adornan las tumbas. Sobran hombres, autos relucientes y personal de seguridad. Adentro: butacas rojas, barra, luces verdes, streapers, table dancers. Afuera, en la vereda corren una decena de hermanitos venidos de Wilde. Venden rosas a medianoche. «Acá está la plata», dice una nena de 12 años. Cada vez que un señor y una mujer salen y paran un taxi, ella se acerca, les ofrece una rosa. Todos le compran.
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* Maru Ludueña vive en la ciudad de Buenos Aires. Es periodista y colabora con la revista dominical La Nación, la publicación Hecho en Buenos Aires y el suplemento Las Doce del diario Página/12, donde apareció esta crónica.

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