Literatura Cronopio

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CALEIDOSCOPIO

Por Andrés Carlos Mora Callerizo*

Esa noche en el Bacilón la vio devuelta. No sabía si lo podría soportar como lo había hecho el fin de semana anterior. La vio bajarse del taxi y ni bien dio dos pasos en la calle empezó todo: desapareció en el espeso aire rodeado de humo de cigarrillo.

De repente una cabeza se asomó de adelante en la fila. Era ella; sin embargo, tenía puesta otra ropa, tenía otro corte de pelo y parecía bastante menor que la del taxi.

Respiró hondo, se pasó las yemas de sus dedos por sus párpados, se acomodó el vaquero, miró hacia atrás y contempló la idea de irse de la fila. Miró a sus alrededores para determinar si alguien más podía ver lo que él veía; aparentemente él era el único.

Una vez adentro se acomodó en la barra y no demoró en encontrarla en la pista, bailando cerca de los parlantes, con la reserva y timidez de alguien que va al boliche por primera vez. Un rostro con luz propia, delicado en sus micro-movimientos pero generoso con lo que sus ojos y labios transmitían, con una elegante y ligera vulnerabilidad. Le pareció que la vio sonrojarse mientras lo miraba. Llevaba un vaquero apretado y un saco sobre un vestido con colores y diseño con influencia asiática.

Segundos después se le apareció en la punta opuesta, bailando y saltando, con un par de años más, el pelo más largo, conservando la misma figura, vestida como si hubiera ido antes a una fiesta de vestimenta formal.

Ropas de estación, ropas de modas viejas y futuras eran la cortina de teatro que la revelaban en cada uno de los actos enfrente suyo. No importaban los cambios de edad o de ropa; siempre lograba identificarla.

Al acercarse a ella notó que lo reconoció. Y todas las veces que desapareció y apareció a su alrededor, sin importar la edad con la que se mostraba, sentía siempre que lo miraba directamente a sus ojos. Unas veces con intriga, otras con resentimiento, otras con tristeza, otras con alegría. Él por su parte ni siquiera sabía su nombre.

En un momento que la tuvo cerca le agarró la mano. Ambos sonrieron. La falta de linealidad de su mirada le hacía difícil decidir cómo empezar la conversación. Optó por presentarse primero.

—Hola —dijo.

—Hola —respondió ella, con el sonar de un «hola» a un extraño y a un conocido de toda la vida al mismo tiempo.

Mientras le hablaba notó cómo el contenido del vaso que ella tenía en la otra mano subía y bajaba solo, como olas que se estrellaban espumeantes contra el vidrio, cambiando de color cada vez. La piel de sus manos parecía mostrarle o contarle con el tacto lo que se siente el pasar del tiempo, erosionándose y alisándose en milésimas de segundo como un dibujante que, luego de trazar un par de líneas, las borra y empieza de nuevo.

Le hacía cosquillas.

Siguiendo con los ojos sus manos y brazos notó cómo su ropa cambiaba con mayor velocidad, creando una imagen psicodélica de luces como si las telas estuvieran entrelazadas con el material de las lámparas de lava. Su pelo cambiaba de largo como el ir y venir de la marea, sin embargo nunca traía consigo algas ni canas. Por otra parte no parecía haber pegado muchos estirones en su vida, permitiéndoles bailar sin diferencias de altura muy grandes.

De a ratos entre las luces y los intermitentes movimientos, podría jurar que la veía en reversa. Como un libro de dibujos que al tirar de una punta muestra una animación con el aletear de las hojas y viceversa. Se dio cuenta que la cumbia bailada al revés era igual a la cumbia, solo que ella marcaba el ritmo.

Se preguntaba qué estarían viendo los demás, aunque no le importó mucho. Sospechó que de pronto todo lo que él estaba viendo estaba pasando en algo distinto al tiempo o al contrario, en la representación más pura del tiempo; el tiempo en todas sus formas superpuestas, sin discriminar ni hacer ojos ciegos ni oídos sordos a partes en particular y sin fantasear con vivir en el pasado o en el futuro con el pasar de cada segundo.

Sentía como si estuviera destinado a vivir una fugaz eternidad bajo esas luces y al lado de esos parlantes, hasta quedar sordo y ciego, sin poder tomar más agua de la que tienen los hielos del fernet. Una vida que se lleva a cabo en el espacio entre dos notas del bajo de los Chili Peppers o de una canción de IKV.

Le daba la impresión que cuanto más se divertía ella, más rápido cambiaba de forma y de ropa. Se le ocurrió que hacerle pasar un mal rato o aburrirla podría hacer que se mantenga en un estado solo, permitiéndole ver en qué presente estaba viviendo, pero con eso no iba a conseguir nada. Además le había gustado particularmente su risa en reversa.

Un hombre pasó a su lado y le pidió permiso a ella para pasar; en ese momento él respiró hondo ya que tenía evidencia que no estaba loco. Alguien la estaba viendo y ella estaba parada ahí, y él también estaba parado ahí, y había estado parado e iba a estarlo, y ella también había estado, y preferiblemente iba a seguir estándolo en el futuro cercano y en el futuro lejano.

Se dio cuenta que el hombre al pasar por su lado debía haber podido ver su versión presente entre todas las formas y colores que tenía enfrente mientras que a él se le había escapado entre todo lo que veía. Sentía que la única diferencia entre él y los demás era que los demás parecían estar viendo un poster mientras él una proyección.

Fijó la mirada en sus ojos y ella en los suyos mientras sus cuerpos se movían al mismo ritmo. Lo miraba con ojos que pedían perdón. Ojos que perdonaban. Ojos que querían hacer cosas. Ojos que no querían hacer nada. Ojos que reflejaban únicamente emociones viejas y ojos que solo reflejaban sensaciones nuevas.

Se le ocurrió que si pudiera ver en orden sus ojos de principio a fin ahí mismo vería toda su vida, entre las estrellas que se crean y destruyen constantemente, nadando ahogadas en sus iris. Vidas pasadas y futuras parecían poder contarse con cada pestañeo.

Lentamente comenzaba a sumergirse con su mirada en esas aguas multicolor, preguntándose hasta qué punto esa marea no era un espejo de su propia mirada.

 

 

Esto lo hacía pensar mucho, pero más que nada lo que hacía era complicarlo en su intento de bailar, ya que no tenía un feedback en tiempo real de sus mareados pasos.

Se fueron acercando con su bailar desprolijo a una pared, y notó en la misma manchas milenarias. Manchas que habían sido creadas por algo en el pasado. Manchas que en el presente se veían, y manchas que en el futuro seguirían estando; sin embargo, había cuatro paredes en el boliche y las otras tres estaban limpias.

Se miraba las manos cada tanto con miedo a que de alguna forma él ahora estuviera viviendo en todos sus tiempos a la vez pero la mancha de cerveza en la manga de su camisa floreada seguía igual que horas atrás. Se preguntó si no le gustaría de todas formas poder vivir el también, toda su vida al mismo tiempo. Creía que no.

Las demás mujeres del presente se iban retrayendo más en el fondo como la oscuridad con el prender de una luz.

Agarrada de la mano en pleno baile le dio una vuelta y mientras la veía moverse, a medio camino de completar el giro la vio vestida de novia en plena boda, también de jardinera y de Halloween. Se preguntaba quién era el novio, o había sido, o sería y dónde era su jardín, o había sido, o sería, o si alguna vez había dado miedo Cleopatra, o si lo daba o lo daría, sin siquiera tener claro todavía cómo se llamaba.

Sentía que aprendía tanto de tan solo verla desfilar toda su vida enfrente suyo que las preguntas básicas lo eludían. Siempre que la veía mal quería reconfortarla; aunque se fue dando cuenta que concentrarse en momentos puntuales no le iba a ser de mucha ayuda. Lo importante era la película, no la foto.

En pleno baile comenzó a darse cuenta de que avanzar en sus intentos iba a ser imposible; si bien se estaban riendo hacía rato, no veía posible la interacción, ni entendía cómo había arrancado, ni mucho menos se imaginaba cómo podía perdurar. El presente lo abrumó y absorbió.

Le soltó la mano y bajó la mirada indicando que no quería bailar más, sin embargo, invadido por una rebeldía anónima, la acercó hacia él con un agarre por la cintura y le dio un beso. Un beso a todas las que habían sido, a todas las que eran y a todas las que serían.

Si bien no podía verla mientras le daba el beso, estaba convencido de que en ese momento la ropa había parado de cambiarse, y que el vaso que tenía en la mano había dejado de cambiar; era un cuba libre.

En ese instante se dio cuenta que todo era posible, al ver fusionados el pasado, presente y futuro en un solo momento, mientras todas las cosas buenas y malas convergían en una, perdiéndose todas juntas en la marea multicolor como un único torrente.

El calor le hacía pegar la camisa y el olor a encierro le daba ganas de salir. Se preguntaba cómo el calentamiento global era algo tan malo si sintiendo tanto calor se encontraba tan bien.

En la barra compartieron un agua y sintió como si ese buche lo conectara con el primer buche de agua de un arroyo que tomó algún ancestro suyo, millones de años y segundos atrás, y el último buche que tomaría algún descendiente suyo, millones de años y segundos después.

Le pidió a ella su número de celular, a lo que ella comenzó a escribírselo en el suyo. El mismo era ilegible. Consistía de una serie de números superpuestos, flotando unos sobre otros. Varios ya tenían el servicio cancelado y varios todavía no habían sido creados. En su otra mano también había sacado su celular y notó como el mismo parecía latir, haciéndose más grande y más chico, cambiando de color entre blanco, negro y rosado.

Horas después trataría de describir ese momento como el momento en el que sintió que tocaba el cielo con las manos mientras las nubes se le escapaban entre los dedos.

La siguiente nota del solo de bajo de los Chili Peppers sonó y los elementos a su alrededor parecieron cobrar más forma, como si se despertara por segunda vez en el día, solo que en vez de estar acostado estaba parado.

De repente ella desapareció.

Salió a la calle rendido. Necesitaba aire. A pocos metros se detuvo en las escaleras de un edificio y sacó de su vaquero la abollada caja de cigarrillos. Sentado con sus pies en el último escalón miraba a la gente pasar. Gente que iba a hacer fila y gente que se iba. Planes, ganas y expectativas completamente distintas, solo diferenciadas por el sentido en el que apuntaban sus pies.

—Permiso —escuchó a sus espaldas.

Una señora mayor bajaba por las escaleras con su perro agarrado de la correa, un bulldog francés mientras en la otra mano llevaba una bolsa de supermercado plegada.

La siguió con la vista a ella y su can, notando en la forma en la que se movía algo familiar, hasta que dio la vuelta en la esquina, mientras el tráfico de gente a su lado se reducía notoriamente y comenzaba a salir el sol.

Una niña en la esquina opuesta rompió el relativo silencio con su canto mientras saltaba sobre una rayuela pintada en la vereda.

La niña desapareció al mismo tiempo que la cabeza de una muchacha de unos veintitantos se le apoyaba en su hombro sin decir nada. Se mantuvieron en una pausa mirando a la vereda. Una pausa con la misma sensación y duración que el momento en el que se confirma que existe una relación o que se confirma que la misma termina.

Intentó estar congelado, sin hacer nada para prolongar el momento pero fue en vano: desapareció una vez más. Rendido se levantó y caminó derecho a un taxi que pasaba libre y se subió.

Ocasionalmente miraba a su lado en el asiento para ver si había aparecido alguien solo para confirmar que estaba solo.

Una vez en su apartamento, mientras el sol comenzaba a entrar por la ventana, iluminando el desorden que habían dejado él y sus amigos la noche anterior durante la cena, se preguntaba si no prefería estar rodeado del otro tipo de desorden temporal que había sentido toda la noche, y noches anteriores y noches futuras.

El silencio era sepultural.

Mientras se quedaba dormido en la cama sintió cómo alguien le hacía cosquillas en la espalda, trazando surcos con sus uñas como si estuvieran escribiendo palabras que describían toda una vida, vivida y por vivir.

 

__________

* Andrés Carlos Mora Callerizo nació en Montevideo en 1989. Cursó estudios de Contador Público y de Sistemas, profesiones que ejerce en un banco desde 2012. Publicó un compilado de cuentos formato ebook en Amazon en 2016 (Las venas de Tristán Narvaja) y ha contribuido desde entonces con diversas revistas online, entre ellas: Resonancias (Francia), Baquiana (Miami), Letralia (Venezuela) y revistas impresas de México (Pretextos literarios por escrito).

 

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