Literatura Cronopio

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NOCHE EN EL CEMENTERIO

Por Pablo Concha*

¿Por qué mató a su esposa?
No lo sé. No lo recuerdo.
¿No recuerda haberla decapitado?
Recuerdo eso, pero no por qué lo hice.
¿Le era infiel?
No que yo sepa.
¿Malgastaba acaso todo su dinero?
No. Siempre fue práctica en ese aspecto.
Entonces, usted simplemente bajó al sótano, cogió el hacha, volvió a subir y le cortó la cabeza en la sala. Sin ningún motivo.
No exactamente.
¿No exactamente?
No recuerdo haber estado en el sótano.
¿Qué es lo que recuerda?
Verla sentada en la sala, leyendo un libro enorme, viejo; y después el hacha, cruzando el vacío y cercenando su cuello.
¿Toma usted algún tipo de medicamento?
No.
¿Consume drogas?
No.
¿Nunca las ha consumido?
Nunca.
Entonces, señor, ¿podría usted explicarme por qué no recuerda el motivo por el que mató a su esposa?
No lo sé. Es un misterio también para mí.
Uno no coge un hacha y decapita a alguien porque sí.
Supongo que no.
Tengo aquí su historia clínica, y dice que no sufre de ninguna enfermedad ni trastorno mental. Ni nadie de su familia.
Correcto.
¿Entonces…?
Ella cambió.
¿Cómo?
Ya no era ella misma.
Explíquese por favor.
Creo que estaba poseída.
¿Poseída?
Sí.
¿Cómo en las películas de terror?
No. Esas películas son estúpidas. Esto era real.
¿Así que usted la mató para…?
Era lo único que podía hacer.
¿Cómo puede estar seguro de que estaba poseída? ¿Es usted alguna clase de experto?
No. Y ya le dije, no era ella misma. Había cambiado.
Quiero detalles. ¿Cómo cambió?
No había vuelto a dormir bien, casi no me hablaba, se quedaba largo rato contemplando el vacío y después se halaba el cabello y rompía a llorar. Casi no comía.
¿Solo eso?
No dejaba que me le acercara. Cuando lograba dormir tenía pesadillas, gritaba por cualquier cosa… Tenía extraños cortes en los brazos. Moretones.
Señor, nada de eso indica que estuviera poseída.
Es difícil enumerar todos los detalles.
Haga el esfuerzo.
Se negaba a entrar en nuestro dormitorio. Ni siquiera se acercaba a la puerta. Una vez la cogí del brazo y la iba a obligar a entrar pero se puso a gritar como loca y me golpeó varias veces. Sus ojos… sus ojos eran diferentes.
¿Diferentes?, ¿cómo?
El color era distinto. Tenían un brillo raro.
¿Qué quiere decir eso?
Quiere decir que observaba todo de otra manera.
Si de verdad creía que estaba poseída, ¿por qué no buscó ayuda?
No había nadie que pudiera ayudarme en esto.
¿Cómo lo sabe si no lo intentó?
Simplemente lo sé.
Entonces, resumiendo lo que me ha dicho, su esposa fue poseída por un demonio y usted tuvo que…
Yo no dije que la hubiera poseído un demonio.
¿Entonces, quién la poseyó? ¿Un ángel?
No, tampoco fue un ángel. Fue otra cosa. Algo… malo.
Algo malo. Muy bien. ¿Y cuándo cree usted que ocurrió esta posesión? ¿Lo sabe?
Hace dos semanas.
¿Y por casualidad sabe dónde tuvo lugar?
Sí. En el cementerio.
¿Y su esposa se encontraba allí por…?
Nos encontrábamos.
¿Usted estaba con ella?
Sí.
¿En el momento de la “posesión”?
Sí.
¿En qué cementerio estaban?
El Cementerio del Norte.
¿O sea que esto ocurrió a plena luz del día?
No. Era pasada la medianoche.
¿Y puede explicarme que hacían usted y su esposa en un cementerio pasada la medianoche?

* * *

Samantha quería hacerlo. Llevaba días hablando de ello. Iba a ser una especie de aventura. Nos vestimos de negro, nos pusimos guantes de cuero, pasamontañas y fuimos hasta el cementerio. Desplegamos la escalera portátil y la colocamos contra el muro. Sammy subió primero, dio un pequeño salto y se descolgó por el otro lado. Hice lo mismo, pero antes de saltar cogí la escalera, la plegué y se la pasé a Sammy. La dejamos escondida detrás de un árbol y avanzamos agachados, medio trotando entre las tumbas, hacia la zona central del cementerio. Sammy nunca había estado allí antes (ni yo,) pero había leído mucho al respecto; al fin y al cabo, se trataba de la sepultura de uno de sus escritores favoritos. La idea era tomarnos algunas fotos junto a su lápida, recitar algunos pasajes de sus libros que Sammy había anotado en una libreta y dejar una pequeña ofrenda. Algo simple, la figurita en cerámica de un monstruo que había aparecido en una de sus novelas. Avanzamos durante unos quince minutos, agachados, examinando los nombres de cada tumba y atentos al menor ruido o señal de que se aproximaba algún vigilante. La luz de nuestras linternas finalmente enfocó su nombre y nos acercamos. Había raíces y lo que me parecieron rosarios colgados de la lápida. Mi única preocupación en ese momento era que los guardias del cementerio no nos fueran a descubrir, por otro lado, poco me importaba ver la tumba del escritor o el hecho de que fuera el tercer aniversario de su muerte. Nunca había leído un libro suyo en mi vida. Hacía todo eso solo para satisfacer a Sammy. Para ella era muy importante y a mí me gustaba complacerla en sus pequeñas locuras. Ya casi habíamos llegado cuando Sammy se detuvo de pronto y con el brazo me indicó que me detuviera también. Se volvió a mirarme, con el ceño fruncido me señaló el pasto frente a la tumba. Había un agujero de unos, no sé, cuarenta centímetros de diámetro, con tierra apilada a un lado y una sustancia oscura alrededor. Un tubo blanco sobresalía del agujero. Enfoqué con la linterna y pude ver que lo que había tomado por rosarios o raíces eran en realidad collares de cuero con extrañas formas y figuras colgando de ellos. Sammy se cubrió la boca al ver los collares y se puso pálida.

—¿Qué pasa? —le dije en un susurro— ¿Qué son esas cosas?

Sammy se acercó un poco más y examinó el agujero y la sustancia que lo rodeaba.

—No puede ser —dijo.

—¿Qué, Sammy?

—Esto estaba en uno de sus libros —dijo y dirigió el haz de luz hacia la lápida. Seguí su mirada y me di cuenta de que a los lados de la losa había más rastros de esa sustancia oscura. Me incorporé y miré a mí alrededor. No se veía nadie ni se escuchaba nada aparte del viento. La sustancia del suelo podía o no ser sangre pero lo que no me gustaba era lo que veía en los ojos de Sammy. Estaba asustada.

—Espera un momento —Le dije—. No te muevas de aquí.

Empecé a alejarme en dirección contraria a donde habíamos venido. Solo quería cerciorarme de que no fuera a haber nadie más escondido por ahí observándonos. Alguien, o, más probablemente, varios álguienes, habían estado antes por aquí y habían hecho lo que sea que fuera en la sepultura del escritor. Todo podía ser parte de una broma pesada pero… no me gustaba el miedo en los ojos de Sammy. No era una mujer que se asustara con facilidad. Yo solo quería comprobar que esas personas ya se hubieran ido. Había avanzado tal vez unos diez metros cuando vi un par de piernas sobresaliendo de un gran arreglo floral dejado en el suelo. Me detuve y lo iluminé con la linterna. No se veía nada más fuera de lugar en el terreno. Mierda, pensé y me giré a mirar a Sammy. Estaba al lado de la lápida y tenía uno de esos collares de cuero en la mano. Lo examinaba. Demonios Sammy, no deberías tocar ninguna de esas cosas, no importa que tengas guantes, pensé. Apagué la linterna y empecé a describir un amplio arco hacia la izquierda. Pasado un momento me detuve de nuevo y enfoqué el cuerpo al que pertenecían las piernas. Era un hombre adulto que vestía un overol azul y una chaqueta de lana gris. Me acerqué despacio, unos pasos más, para ver su rostro. Tenía un agujero en medio de la frente y sangre seca en las mejillas. Mierda, pensé otra vez y volví a mirar a mi alrededor, esta vez lentamente, tratando de abarcar toda la extensión del amplio cementerio. Sentí frío. Todo seguía en silencio y estaba oscuro. Ni la luna brillaba. Volví con Sammy y la encontré inclinada sobre el agujero, con la linterna casi adentro y tratando de mirar el fondo.

—Tenemos que irnos —dije—. Ahora mismo.

Me miró.

—¿Por qué?

—Hay un vigilante muerto unos metros más allá. Si no nos vamos ya podríamos acabar en la cárcel.
Sammy se incorporó y se mordió los labios.

—¿Qué?

—Necesito ver si lo que hicieron funcionó —dijo.

—¿De qué hablas, amor? Por Dios, esto es la escena de un crimen y nosotros hemos irrumpido ilegalmente, si nos descubren no nos va a ir bien. Tenemos que irnos ya.

La cogí de la mano y empecé a caminar.

—Espera —dijo y se soltó de un tirón.

—¡Sammy!

—Tengo que saberlo.

—¿Qué, por Dios? ¿Qué tienes que saber?

—Si lo resucitaron.

* * *

Usted sabe que todo lo que le estoy diciendo es verdad. Es policía, puede comprobarlo.

Los dos vigilantes del cementerio del norte fueron encontrados muertos hace una semana. Un disparo en la cabeza. Eso es cierto. Pero no hubo ningún reporte sobre profanación de tumbas ni nada más.

¿Y el agujero en el suelo? ¿La sangre?

Ni los vigilantes de día que descubrieron los cuerpos ni la policía al investigar después encontraron nada más fuera de lugar.

¿Y el mausoleo? ¿Lo que había en la cripta?

Que yo sepa nadie ha investigado el interior de ninguno de los mausoleos del cementerio ni encontrado nada anormal.

Pero pueden comprobarlo. Pueden ir a investigar.

Eso haremos. Tan pronto como acabe con usted iré a investigarlo yo mismo. No se preocupe por eso.

Está bien.

Continúe.

Tal vez debería ordenar una exhumación del cuerpo del escritor.

Eso tiene que ordenarlo un juez y hasta el momento no tenemos evidencia ni razones para sugerir algo así. No se precipite. Continúe con su relato.

Está bien.

¿Recuerda qué pasó después?

Es lo último que recuerdo con claridad. Lo único de lo que estoy seguro.

¿Qué quiere decir?

Después de lo que vi en esa cripta comencé a olvidar cosas. Los días siguientes no fueron iguales. Algo, cambió.

Dígame qué pasó.

* * *

Agarré a Sammy de los hombros.

—¡¿De qué diablos estás hablando?!

—Todo esto está detallado en uno de sus libros, ¿no lo entiendes? Un libro que luego fue retirado del mercado, descatalogado y prohibido por contener verdaderos rituales de magia oscura. Todo esto —dijo y señaló hacia atrás de mi cabeza—, está escrito exactamente como lo estás viendo. Detalle por detalle.

—Con mayor razón debemos irnos. ¡Ya!

Dijo que no con la cabeza y retiró mis manos de sus hombros. Había una dura determinación en sus ojos. No pensaba irse y yo no podía dejarla ahí sola, no podía abandonarla.

—Necesito verlo con mis propios ojos —dijo.

—¿Por qué? —Le pregunté aunque ya intuía la respuesta.

—Tengo que hacerlo, tengo que saber.

Suspiré y cerré los ojos un instante. ¡Dios, sácanos de esta pesadilla!, pensé.

—Está bien —dije—. Dime lo que tenemos que hacer y larguémonos de aquí.

Sammy señaló hacia unos mausoleos que se veían a nuestra espalda.

—Uno de esos debe estar abierto. Debemos buscar en el fondo.

No puedo negar que sentí miedo y que mi pulso se había acelerado. Le seguía la idea a Sammy porque era la forma más rápida de irnos de allí. No me paré a pensar en lo que implicaba la situación ni en si tenía sentido o no lo que decía. Lo único que me importaba era largarme cuanto antes de allí y si eso significaba que debía mirar primero en el fondo de un mausoleo… pues no podía hacer nada al respecto. Había dos mausoleos en esa parte del cementerio, a unos ocho metros de la tumba del escritor. No tuvimos que dudar entre a cuál de los dos entrar primero porque en el de la derecha había más collares de cuero con esos símbolos extraños colgando de la puerta de hierro. En el escalón superior había una palabra escrita con sangre, en mayúsculas. No pude entender qué decía.

—Es el nombre de él, escrito al revés.

Asentí y miré a nuestra espalda. Nada. Quietud, silencio y oscuridad. Sammy acabó de abrir la reja y entró sin tocar el escalón manchado de sangre. Hice lo mismo. Había dos estatuas de piedra adentro, cubiertas por sábanas negras. Había otro símbolo, mucho más grande que todos los otros, dibujado en el suelo, antes de las escaleras que descendían a la cripta interior. Tratamos de no tocarlo mientras bajábamos. Sammy abría la marcha.

Hacía frío abajo, más que en el exterior. Lo que me preocupaba en ese momento eran las personas que habían hecho esto, ¿dónde estaban? ¿Seguían aquí, en algún lado? Al final de las escaleras había otra puerta de hierro que también estaba abierta. Sammy la empujó hasta abrirla del todo, dio un par de pasos y se detuvo.

—Dios mío —dijo en voz baja.

Pasé a su lado y miré lo que ella estaba viendo. Escombros, tierra y un hueco enorme en la pared de casi un metro de ancho. En el suelo, frente al hueco, en el techo y a los lados estaba escrito de nuevo el nombre del escritor al revés, rodeado de más figuras y símbolos. Números también. Pero lo que la había alarmado era otra cosa. El ataúd cubierto de grumos de tierra en la mitad de la estancia.

—¡Oh, mierda!

Había más sangre sobre el ataúd y a los lados, en el suelo.

—¿De quién es toda esa sangre?

—De varias niñas.

Tragué saliva y dirigí la linterna hacia el enorme hueco.

—Tuvieron que usar algún tipo de maquinaria, martillos neumáticos o algo así para abrir esto —dije—. ¿Cómo es posible que nadie se haya dado cuenta?

La respuesta era obvia. Nadie se había dado cuenta porque todas las personas que trabajaban de noche en el cementerio estaban muertas. Yo había encontrado una pero tal vez eran más. Sammy se aproximó al ataúd y dejó la linterna en el suelo. Estaba muy pálida y las manos le temblaban.

—Tenemos que abrirlo.

Lo último que quería era tocar esa cosa y mucho menos abrirla.

—Sammy…

Me miró.

—Los que hicieron esto, ¿quiénes son? ¿Lo dice en el libro?

Sammy negó con la cabeza.

—Ayúdame a abrirlo.

Dejé mi linterna también en el suelo y me acerqué. No pude evitar pisar la sangre. Había mucha. Sammy sujetó el ataúd por la parte de arriba y yo por la de abajo. Aun teniendo guantes, tratamos de cogerla por las partes que no tenían sangre. Nos miramos. Sentía la cabeza caliente y el estómago frío.

—A la cuenta de tres —dije—. Uno, dos, tres.

Levantamos la tapa y de inmediato nos echamos hacia atrás. Puro instinto, supongo. Un hedor nos obligó a cubrirnos la nariz. El ataúd estaba vacío. Sammy se arrodilló y todavía tapándose la nariz me miró aterrada.

—¡Dios Santo, lo hicieron! Los muy malditos lo hicieron.

Corrí por mi linterna y le dije:

—Vámonos de aquí, Sammy. ¡Larguémonos!

Sammy lloraba.

—No puedo creer que alguien haya hecho esto.

La necesidad de salir de allí se estaba volviendo en extremo acuciante. Me esforzaba al máximo para no perder el control.

—Vámonos, amor. Es peligroso quedarnos. Si la gente que hizo…

Sammy se inclinó y vomitó.

—Sammy…

Me tendió la mano para que la ayudara a levantarse. Temblaba más fuerte. La cogí de la cintura y la ayudé a incorporarse. Recogí su linterna y comencé a guiarla hacia las escaleras.

—Salgamos de aquí.

Ella se detuvo otra vez, me quitó la linterna e iluminó el hueco.

—¿Amor? Vámonos, ¿qué pasa?

—Me pareció ver algo.

Suspiré y la cogí del brazo.

—No importa. Vámonos ya.

Pero Sammy no se movía. Seguía mirando hacia el hueco.

—Siento que me observan.

¡Por Dios bendito!, pensé y la hice a un lado y caminé hacia el gran agujero cavado en la pared. Moví la linterna de un lado a otro e iba a decirle que no había nada, que nos fuéramos ya cuando vi un ligero destello en el fondo. Algo parecido al brillo de los ojos de un felino. Dejé de mover la linterna y me quedé quieto. El fulgor estaba casi a ras del suelo. Abrí la boca pero el destello comenzó a aproximarse a una velocidad inusitada hasta que algo grande y oscuro me golpeó en el pecho y me hizo salir despedido hacia atrás. Mi cabeza dio contra el borde del ataúd y caí al suelo encima de toda la sangre. Un olor inmundo me envolvió y un grito de Sammy llenó la cripta. Luego la oscuridad me devoró.

* * *

¿Y después?
Desperté en mi cama, solo y con un horrible dolor de cabeza.
¿Cómo salieron de la cripta?
No lo sé.
¿No se lo preguntó a su esposa?
No. Las cosas ya eran… diferentes.
Explíquese.
Mi esposa estaba distante y yo…, no sé, parecía interesado en otros asuntos.
¿Qué asuntos?
El libro. El libro en el que estaba todo lo que había pasado.
Después de que cayó al suelo encima de la sangre, ¿qué sucedió?
No lo recuerdo.
¿No volvieron a hablar de lo que pasó esa noche?
No.
Porque su esposa era diferente y había cambiado.
Correcto.
¿Fue ésa la única razón?
No. No la única.
¿Qué más?
El tiempo.
¿Qué pasa con el tiempo?
El tiempo comenzó a fragmentarse. Había lagunas.
¿Lagunas?
Me disponía a hacer algo… cualquier cosa, y de pronto me encontraba en nuestra habitación, frente al closet, mirando el fondo oscuro…
¿Y…?
A veces veía un destello, parecido al brillo de los ojos de un felino… otras veces creía oír una voz.
¿Una voz?
Sí.
¿De quién?
No estoy seguro pero cuando pasaba eso perdía pedazos de tiempo, me encontraba en otro lugar haciendo cosas que no entendía.
¿Qué cosas?
Escribiendo un correo electrónico en francés y enviándoselo a alguien que no conocía. Espiando a mí esposa. Atento a lo que hablaba por teléfono y acercándome por detrás de ella sin que se diera cuenta para ver qué leía…
¿Qué más?
Encerrado en el baño, sentado en la ducha y leyendo unos libros raros que estaban en no sé qué idioma. El sótano. Muchas veces me encontraba en el sótano.
¿Qué hacía allí?

¿Señor? ¿Qué hacía allí?
Miraba el hacha.
¿Por qué?
No lo sé. La mayoría de las veces ni siquiera recordaba haber bajado.
¿Me está diciendo la verdad sobre todo esto?
Por supuesto.
Usted dice que mató a su esposa porque estaba “poseída”, pero, por su relato, lo que puedo deducir es que estaba asustada; muy asustada. De usted.
Es posible.
No había nada mal con ella.
Probablemente… no.
¿Está jugando conmigo? No le conviene hacerlo, señor.
Nunca se me ocurriría jugar con usted.
Quiero la verdad. ¿Por qué la mató?
No lo sé. Tal vez… tal vez ella trataba de revertir lo que pasó. O… detenerlo.
¿Detenerlo?
Es posible.
¿Detenerlo a usted?
¿A mí? Yo no había hecho nada. Pero ella… quizá pensó que… era lo más lógico. No sé.
¿Por eso la espiaba?
No podría afirmarlo con seguridad.
Está enfermo.
No creo que ése sea el término adecuado.
Voy a asegurarme de que pase el resto de su vida tras las rejas.
En ese caso, sugiero que deje las llaves de las esposas sobre la mesa, abandone la habitación en este mismo instante y no cierre la puerta.
¿Está loco? ¿De qué está hablando?
Es por su propio bienestar. También debería olvidar este caso.
¿Qué demonios hace? ¡Bájese de la mesa ahora mismo! ¡Se lo advierto, señor!
Por favor, haga lo que acabo de decirle. No quiero que termine como ella.
Si no baja ahora mismo voy a hacer que le pongan grilletes, ¿me oye?
En realidad no. La Voz… siento que el tiempo…
¡¿Qué pasa con las luces?! ¡No se me acerque señor! ¡Se lo advierto! ¡No quiero tener que herirlo!
Ya es muy tarde para eso. Ya es muy tarde para usted.

 

* * *

Los presentes relatos hacen parte del libro «Otra luz», ganador de la Convocatoria de Estímulos Cali 2017, publicado por la Alcaldía de Cali en el mismo año.

___________

* Pablo Concha es escritor caleño, nacido el 17 de octubre de 1980. Estudió lenguas extranjeras en la Universidad Nacional. Actualmente trabaja en la Secretaría de Bienestar Social y Desarrollo comunitario de Buga.

 

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