Literatura Cronopio

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EL REGRESO AL RECUERDO EN «ROSTRO EN LA SOLEDAD» DE HÉCTOR ROJAS HERAZO

Por Diana Marcela Villamizar Abril*

Héctor Rojas Herazo (1920-2002) nace en el municipio de Tolú, Sucre, y deja, sin duda, un amplio legado artístico en la cultura colombiana. No solo es un brillante poeta perteneciente al prestigioso Grupo de Barranquilla, donde comparte tertulias literarias con el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez (1927-2014), entre otros renombrados escritores colombianos, sino que es también un pintor impecable. Asimismo, se desempeña como novelista y periodista. Es decir, un artista íntegro y vehemente, digno de destacarse entre los intelectuales colombianos más importantes del siglo XX. En cuanto a su obra poética, este escritor del Caribe retorna con frecuencia a aquellos recuerdos que alberga su memoria. Así, la casa donde trascurre su infancia es un elemento apreciado por Rojas Herazo, ya que ella guarda celosamente lo más trasparente de una etapa que sobrevive a los confines del tiempo. Por consiguiente, el tema del presente artículo es el retorno al recuerdo en tres poemas pertenecientes a Rostro en la soledad (1952): La casa entre los robles, Segunda estancia y un recuerdo, Palabras para aventar en el olvido y Miramos una estrella desde el muro. Es decir, el presente texto está constituido por tres partes fundamentales. En primer lugar, destaco la importancia del recuerdo para el escritor en cuestión. También en este punto hago alusión al elemento casa y a la infancia, puesto que estas conviven en íntima comunión con los recuerdos. Posteriormente, presento el análisis de los poemas seleccionados, con base en crítica literaria referente a la obra de Rojas Herazo, y algunos apartados de La poética del espacio (1975) del filósofo francés Gaston Bachelard (1884-1962). En tercera instancia, expongo las conclusiones del análisis. A partir de estas se evidencia que el recuerdo es un recurso presente en la obra poética rojasheraciana, específicamente en los tres poemas analizados.

En este orden de ideas, el recuerdo es la columna vertebral de nuestro paso por el mundo, y el ser humano vive cuando vuelve la vista a lo vivido. La vida cobra sentido cuando el baúl de los recuerdos se desempolva. En el caso de Héctor Rojas Herazo, los rincones de la casa, las alcobas, los retratos, las risas lejanas son la reiteración de que el ser humano es una antología de recuerdos. A este respecto, según García Usta (2003), Rojas Herazo «está relleno, como un chorizo sentimental, de patios arruinados llenos de cachivaches podridos, de mugidos de mar, de luces perdidas, de papeles de alcaldía cuya tinta convierte la lluvia en lágrimas moradas» (p.9). Así, pues, los recuerdos están constituidos por experiencias, lugares y personas que, gratas o desagradables, marcan la vida de un individuo: la primera palabra dicha por el hijo primogénito, la profesora que enseña a escribir, la recomendación del ser querido antes de morir. En este sentido, el mismo Rojas Herazo (2003) expresa que «vivimos en la medida en que nuestros recuerdos nos sirven de íntimo paralelo entre lo que hemos transitado, lo que transitamos y lo que nos falta por transitar. Si un hombre quedase, súbitamente, vacío de recuerdos, caería instantáneamente muerto» (p.158). Así pues, el ser humano evoca las vivencias pasadas para que su alma no perezca. La casa de su abuela en Tolú, los aromas, los colores del paisaje son el puerto donde arriba lo más significativo de aquel tiempo pasado.

Con base en la exposición anterior, en la pieza poética La casa entre los robles el yo lírico coexiste con la casa: el espacio íntimo donde se fundan sus recuerdos de infancia. En este sentido, dichos recuerdos son posibles porque hay una serie de acontecimientos de antaño que tienen significativa trascendencia para el yo lírico. De este modo, en el ejercicio de retrospección, el yo lírico rememora las situaciones significativas de su vida. Así, múltiples elementos sensoriales se hacen presentes en el recuerdo evocado en este poema.

A un ruido vago, a una sorpresa en los armarios
Por sobre los objetos era un dulce rumor
El sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el pozo,
Una lluvia invisible mojaba nuestros pasos de tiempo rumoroso,
Pasaba el aire suavemente, buscaba sombras, voces que derramar (pp.34-35).

En este poema es evidente que el elemento casa es la cuna de los recuerdos contundentes de la infancia del yo lírico. A partir de su obra poética, Héctor Rojas Herazo (2003) manifiesta que «la infancia, la casa y la familia son un todo» (p.19), pues, desde esta triada surge la recurrente reproducción de episodios ocurridos a lo largo de la vida. De esta forma, «los ecos de la infancia» (Urriago, 2006, p.20) son los recuerdos que acompañan al yo lírico, y le recuerdan que está con vida: «Todos allí presentes, hermano con hermana, / mi madre y la cosecha, / el vaho de las bestias y el rumor de los frutos» (p.35). Con respecto a la casa, el crítico literario francés Gaston Bachelard (2006) expresa que «la casa es uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre» (p.36). Rojas Herazo se empeña en la evocación de la casa. Así, por medio de la descripción de los detalles, el yo lírico recuerda la estancia donde crece, y que no se disipa con el paso de los años: «La quietud de los muebles, las voces, los caminos, /eran todo el silencio de la noche en el mundo. /Llenando de inaudible presencia las paredes, /habitando las venas de pie frente a las cosas» (p.36). De esta forma, la casa entre los robles, aquel terruño donde Rojas Herazo pasa su niñez, es el cofre de sus recuerdos más sinceros. Asimismo, Blanca Inés Gómez (2002) expresa que «el universo simbólico de Rojas Herazo gira en torno a la memoria de un pasado que se evoca cifrado en el recuerdo de la infancia» (p.45). Por ende, para que el recuerdo exista, la casa y la infancia son cruciales en la creación poética del escritor sucreño, y eso se evidencia a través de las evocaciones del yo lírico presente en este poema.

En contraste, en el poema Segunda estancia y un recuerdo, el yo lírico abandona la primera estancia (casa de la infancia). Ahora los recuerdos que evoca pertenecen a otro espacio y, por ende, a otro momento de su vida. En este poema, el yo lírico no recuerda ya una época pueril, pues la madurez le brinda otras experiencias. Los versos del poema indican que el yo lírico evoca a un tú lírico que está estrechamente relacionado con su época madura: «Tus manos resbalan por otra piel, no mía, /por otra vez más allá de mis venas /como si navegara por mi sangre un cadáver» (p.38). Este tú lírico es su amada, aquella que está lejos de su presencia. Además, el yo lírico recuerda a su amada porque desea su cercanía. De este modo, el recuerdo es, a su vez, evocación y añoranza de los tiempos vagos: «Yo quiero, sí, /tu aire, tu larva lejana, tu acento en el polvo, /tu voz a claro río y nube al nivel de los trigos. /Tu cristal, tu substancia, tu vientre misterioso» (p.38). En cuanto al espacio, la estancia que el yo lírico comparte con su amada es el nido de sus recuerdos: «Recuerdo tu voz en esta aldea curvada por el tiempo /y tus manos, /pájaros y perfumes remando al aire, /delirantes a bordo de las nubes» (p.37). Ahora que la amada ya no está, el yo lírico se entrega a la evocación de aquel tiempo. En este punto, el rol del espacio en los recuerdos del yo lírico es predominante. En un primer momento es su casa de infancia; luego, la casa donde convive con su amada es el asidero de sus momentos anhelados.

El espacio lo es todo porque el tiempo no anima ya la memoria. La memoria no registra la duración, es el eterno pasado que se recuerda. Cada uno de los elementos tienen una función, el tejado protege de la lluvia y del sol, el patio es el centro donde todos confluyen, es la posibilidad de abarcar el universo desde la intimidad. (Gómez, 2002, p.49)

En este orden de ideas, el yo lírico recuerda al tú lírico para que su ausencia no lo incinere cruelmente. A través de la reiteración de momentos e imágenes, el yo lírico se siente vivo, pues rememora lo que le hace bien. Cuanto más se retorna al recuerdo, este se hace más diáfano y consolador. Casalins Pérez (2013) indica que «el hombre debe aferrarse a los recuerdos y a los sueños inconclusos para así soportar la pesada carga de la vida diaria, inmóvil e inmutable» (p.27). Con lo anterior, el yo lírico de los poemas de Rojas Herazo no se ocupa exclusivamente de los recuerdos dichosos, como En la casa entre los robles. Por su parte, también hace gala de su infortunado destino. Para el caso, Una estancia y un recuerdo: «Tu propia vida y muerte me rodean. /Para tu ausencia esta voz mía, este labio, este diente de muerte /que nutren mi ansia y a otro espacio me elevan» (p.38).

El tercer poema objeto de análisis es Palabras para aventar en el olvido. En esta pieza poética, el yo lírico realiza una introspección hacia el tiempo pasado, y trae a colación recuerdos, en busca de un asiento para sus cavilaciones sobre el contraste entre el pasado y el presente: «Estos eran nuestros amados impulsos. /Esta era, en verdad, nuestra llegada. /Nada hemos realizado. /Detrás no pueden justificarnos ni el almendro que creció junto al pozo /ni la ventana abierta para darle /los buenos días a un vecino» (p.48). Por medio del recuerdo, el yo lírico manifiesta la desventurada suerte del presente. Ahora, las experiencias vividas son ecos de lo que ya no existe. Así, con el deseo de que esos recuerdos se conviertan en olvido, paradójicamente, el yo lírico da vida a lo pasado: «Nos tocamos la frente e invocamos los vocablos amados /y recordamos aquella mujer que se aferró a nuestros ojos /desde una acera difusa. /Y nada es nuestro» (p.48).

Los recuerdos reafirman el sentimiento de orfandad del presente. Aquí el yo lírico concibe su paso por el mundo como un itinerario de sucesos esfumados: «Nuestro nombre fue solamente un número /transitando en avenidas innecesarias» (p.49). Pese a esta sensación de pérdida, el yo lírico reconoce que sus momentos, los recuerdos que conserva, le pertenecen y lo constituyen. Aunque estos son solo constantes repeticiones. A este respecto, Emiro Santos (2006) plantea que el hombre es solo un transeúnte, un turista por la vida: «Entonces, ¿qué significa ser hombre? Dolor: no somos nada ya ángeles o estrellas o luces de la noche en el firmamento. Hemos caído. Hemos conocido lo transitorio, hemos quedado presos en la cárcel de las horas y los días» (p.7). Precisamente, es la prisión de los recuerdos donde el yo lírico funda sus preocupaciones actuales. Por tanto, cada presente representa un pasado prematuro donde se asienta su razón de ser.

En este punto del artículo, el cuarto y último poema analizado es Miramos una estrella desde el muro. En este poema, el yo lírico se encuentra ante las ruinas de la estancia donde pasa los mejores años de su vida: «Ahora se derrumba la techumbre/ y la carcoma habita el bostezo del perro/ y la sombra de los armarios» (p.77). Para el yo lírico, la condición de la casa es causante de lamento, pues es allí, en esa casa materna que sufre ahora los estragos del tiempo, donde ocurre su nacimiento: «Porque alzamos el esplendor de nuestros muros/ en lugares que no habíamos santificado —aún—/ con el alarido de una parturienta» (p.78). La evocación de su nacimiento es la forma como el yo lírico renace, aun entre los escombros del lugar sagrado que lo abriga en el primer instante de su vida. Según Roca (2001), el sujeto, el tiempo y el recuerdo son cómplices entrañables. El sujeto —de la forma como lo hace el yo lírico del poema en cuestión— recuerda en el momento en que vuelve la vista a los restos del pasado: «Si logramos hacernos campo entre tantas sombras y fantasmas que nos asedian en la sordera de los días… sabremos del arte de atrapar el tiempo para volvernos cómplices irremediables de su mirada» (p.11). En este orden de ideas, en el cuarto poema analizado, el yo lírico retorna a su casa de la infancia y no encuentra ni un atisbo del lugar donde era su hogar. Contrario a esto, se encuentra con un lugar carcomido por la impiedad del paso de los años, en el que quedan enterrados con crueldad los mejores instantes de su vida: «Y ya es olvido/ este lugar que fue de nuestro gozo/ en un solo día del tiempo» (p.78).

A lo largo de este artículo, evidencio el retorno al recuerdo presente en los tres poemas analizados. En este sentido, Héctor Rojas Herazo nos transporta a una casa materna. En ella se encuentran los recuerdos más transparentes. En La casa entre los robles, la primera estancia del yo lírico, es poseedora de inmenso valor sentimental. La estima que el yo lírico siente por la casa es debida a que su infancia transcurre allí. De esta forma, Rojas Herazo, con cada objeto que describe, humaniza a la casa, y la hace compañera unísona de los recuerdos. Es ella, y a partir de ella, el cimiento de los recuerdos. En el prólogo que Juan Manuel Roca (2001) escribe para la antología Las esquinas del viento, el poeta colombiano hace referencia a la escritura de Rojas Herazo. Inevitablemente, Roca alude a la casa y la infancia del escritor toludeño.

¿Cuál es la magia de sus palabras? El hacernos sentir, asomado como está al mundo desde el hueco de una tapia del patio de su infancia toludeña, los pálpitos y las epifanías de ese pedazo de barro sublevado que es el hombre. (p.11)

Respectivamente, los otros poemas Segunda estancia y un recuerdo y Palabras para aventar en el olvido, conservan la evocación del recuerdo. En el primer poema, los recuerdos tienen lugar en otra estancia, la que el poema denomina como segunda, y que el yo lírico comparte con su amada. En este sentido, en la ausencia, el yo lírico trae a colación sus vivencias con su amada. Así, la familia, núcleo importante de la primera estancia, es ahora conformada por el autor. Con el abandono de la infancia, la madurez sugiere el cambio de estancia y, por ende, nuevos habitantes. Bachelard (2006) hace referencia a esta segunda estancia como «la casa soñada»: «A veces, la casa del porvenir es más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pasado. Frente a la casa natal trabaja la imagen de la casa soñada» (p.93). Es decir, la casa que se construye. Así, en este poema, los recuerdos del yo lírico están ceñidos a la añoranza del tiempo compartido con la amada, en la estancia conformada por los dos. Ya en Palabras para aventar en el olvido, el yo lírico fundamenta sus recuerdos en la relación pasado–presente. De esta forma, barrullos pasados, que dan lugar a cavilaciones presentes, son tomados por Rojas Herazo. Esto para la exaltación, a partir de un yo lírico, de la importancia del recuerdo como parte del hombre y de su reconocimiento como poseedor de vida. En el cuarto poema analizado, Miramos una estrella desde un muro, el escritor toludeño se va de bruces contra la realidad, pues no queda más que destrucción del hogar que lo recibe cuando llega a este mundo. El yo lírico desempolva con nostalgia sus recuerdos y, al evocarlos, nace de nuevo, a pesar de que no son más que ceniza. Según Hromada (2010), Héctor Rojas Herazo reconcilia al hombre con la vida a partir de los recuerdos. Si bien la soledad se apodera del hombre con el paso de los años, Rojas Herazo logra que el yo lírico de sus poemas establezca amistad con su pasado, lo evoque y lo haga parte de su presente.

Renace en su obra el hombre en su intimidad, el hombre desamparado frente a la (su) naturaleza. Su indumentaria consta de la soledad u orfandad expuestas al tiempo que lo destruye, con el Dios que contempla su ruina, encontrando su único aliado en sus recuerdos que lo protegen de la infinidad. (p.25)

REFERENCIAS

Aguilar, I. (2012). La casa, el sí mismo y el mundo: un estudio a partir de Gaston Barchelard. Universidad de Barcelona, Barcelona, España.

Bachelard, G. (2006). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.

Casalins, A. (2013). «Desde de la luz preguntan por nosotros», de Héctor Rojas Herazo: la memoria como encuentro con los otros. Universidad de Cartagena, Cartagena, Colombia.

Gómez, B. (2002). Representaciones del sujeto en Héctor Rojas Herazo. Cuadernos de Literatura, 8(16), 37- 50.

Hromada, J. (2010). Héctor Rojas Herazo y la búsqueda de la totalidad del hombre. Univerzita Palackého V Olomouci, Olomouc, República Checa.

Rojas H. (2001). Las esquinas del viento (antología). Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIN.

Rojas H. (2004). Poesía rescatada. Bogotá: Instituto Cara y cuervo.

Rojas, H. (2003). Obra periodística, 1940- 1970. Tomo II: La magnitud de la ofrenda. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIN.

Santos, E. (2006). Rostro en la soledad: el esplendor de la rebeldía (Aproximación a un poemario germinal de Héctor Rojas Herazo). Revista de estudios literarios Espéculo, (33), 1-12. Recuperado de https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero33/hrojas.html

Urriago, H. (2006). Caligrafías del asombro. Ensayos críticos sobre letras de Colombia y de Latinoamérica. Cali: Programa Editorial Universidad del Valle.

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* Diana Marcela Villamizar Abril es estudiante de Licenciatura en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander (Colombia).

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