Vidas de artistos

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ENTRE LA CIUDAD Y EL INFINITO

Por Gustavo Arango*

«De abajo subía el ruido de la ciudad;
de arriba caía el silencio del infinito».
(Efrén Hernández)

Cuando Efrén Hernández murió, el 28 de enero de 1958, su esposa y un par de amigos intentaban dar orden a su obra dispersa en revistas y periódicos, así como a numerosos textos inéditos. Pero su viuda estaba apurada con la crianza de sus siete hijos, y el par de amigos pronto se vieron arrastrados por otras ocupaciones. La tarea tomaría más de medio siglo, hasta cuando el Fondo de Cultura Económica de México publicó los dos volúmenes de sus obras completas, con sus cuentos, sus poemas, sus artículos de prensa, sus libretos teatrales y hasta el guion de una película de Cantinflas que nunca fue filmada.

Hernández había nacido Guanajuanto, el primero de septiembre de 1904, y había ejercido oficios varios: dependiente de una tienda de ropas, zapatero y platero. En 1928 abandonó sus estudios de derecho para dedicarse a la literatura. Ese año publicó «Tachas», su primer y quizá el más extraño de sus cuentos. Cuatro años más tarde publicó «El señor de palo», un cuento fantástico que consolidó su reputación en el ámbito de la literatura mexicana. Su obra de cara a los abismos fue heredera de la prosa juguetona y elusiva de Lawrence Sterne.

Pero como el realismo casi siempre se roba el show, la presencia de Hernández en el panorama literario mexicano fue discreta. Su situación económica siempre fue precaria. Sobrevivió con su trabajo como subdirector de la revista América, de la Secretaría de Educación Pública. A través de esa revista promovió y alentó la obra de jóvenes escritores entre quienes estaban Juan Rulfo y Rosario Castellanos.

Según Octavio Paz, «Hernández asomaba entre los papeles y libros de su escritorio una sonriente cara de roedor asustado. Detrás de los espejuelos acechaban unos ojos vivos, irónicos. Vestía como un escribiente de notaría. Tenía una vocecita cascada y que de pronto se volvía aguda y metálica, como el chirrido de un tren de juguete al dar la vuelta en una curva».

El mismo Paz nos cuenta que Hernández «era el personaje de sus cuentos: inteligente, tímido, reticente, perdido en circunloquios que desembocaban en paradojas, falsamente modesto, extravagante y, más que distraído, abstraído, girando en torno a una evidencia escondida pero cuya aparición era inminente».

En la obra de Hernández los personajes son como fantasmas cuya vida interior es más importante que lo que les ocurre y el monólogo predomina sobre el diálogo. En muchos de los textos las digresiones abundan y desplazan la anécdota. No es de extrañar, entonces, que la vida de Hernández sea poco generosa en anécdotas, mientras su obra se lee tan fresca como cuando la tinta acababa de derramarse en el papel.

A menudo se le compara con Felisberto Hernández, con quien compartió el destino marginal y la inclinación a la rareza. Algunos lo describen como el cuentista más extraño del siglo 20. Según Rulfo, su literatura era «como su rostro fue algún día: profunda, exacta, nerviosa, única». Según el mismo Hernández, «su afición a la literatura le fue heredada y su formación fue más bien autodidacta». La desnutrición y la fragilidad de salud lo acompañaron desde la infancia. Murió por una falla renal. Pasó un mes de agonía dando indicaciones sobre lo que debía hacerse con su obra. Según Alejandro Toledo, el editor de sus obras completas, «si alguna herencia dejó, fue su pobreza».

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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena. Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

 

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