Cronopio Leído

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THEODOR MOMMSEN Y LA ROMA QUE NO DESAPARECE

O de como los latinos son la sombra que nos sostiene.

Por Memo Ánjel*

«Cuando el hombre ya no encuentre
placer en su trabajo y trabaje
sólo para alcanzar sus placeres
lo antes posible, entonces,
sólo será casualidad que no
se convierta en delincuente»
(Theodor Mommsen).

EL PASADO PRESENTE

Roma nos sigue, Roma se nos adelanta, Roma no deja de estar a nuestro lado como una amante que no para de incitarnos para lo bueno y lo malo, las delicias y el desconcierto propios del ejercicio del pecado, que no es solo lo erótico sino la sublimación de este a partir de ejercicios brutales como la conjura y la traición, el miedo a que otros piensen y el tratar de detener al tiempo que nos devora. Basta ver lo que cuentan Robert Graves de Claudio y su esposa Mesalina, Suetonio de los césares previos a Adriano y Tácito de los germanos, que resultaron más morales que los romanos, como bien dice en su libro Germania.

Roma es la civilización y la barbarie, el conocimiento del hacer humano y las codicias que este genera cuando las pasiones de desmesuran, el poder se embrutece y la autoridad se esfuma. De Roma nacieron los ideales totalitarios de Sila, fundamentados en una nobleza campesina y fisiócrata que no admitía la democracia total porque la consideraba un monstruo nacido de la plebe. Y de ahí, en contra de esta ideología, aparecieron también las luchas urbanas de Mario (el tribuno del pueblo), que llevaron a rebelarse (como nunca se había visto) a la clase media dedicada a los oficios y la transformación de las materias primas y, en consecuencia, al nacimiento de la cultura latina. Si Marx y Engels vieron en la historia que esta se construía a partir de una lucha de clases, esta idea salió de la Roma pre imperial, del enfrentamiento entre Sila y Mario.

Pero, si tomamos como ejemplo un crisol y una forja, implementos para fundir y tratar los metales (en Roma dedicados a Vulcano), el mundo latino es abundante en aristas. En la República, que termina en una tiranía (Sila), nacieron las Doce Tablas (la ley escrita), la filosofía del derecho (profundizada por Cicerón en sus discusiones con Catilina), el acueducto y la cloaca, las mujeres que fundaron dinastías (las Julias, que hicieron posible a Julio César), los reyes comerciantes, el Senado y la retícula de Hipodamo de Mileto que hizo posible un plan de ordenamiento territorial capaz de albergar un millón de habitantes, como pasó en la Roma de Augusto, a cuyo nombre hay un arco del triunfo, no por las batallas ganadas sino por la ciudad que construyó y que hoy es la base de las que conocemos.

En la política, en la medicina (Galeno fue el médico de Marco Aurelio), en la arquitectura (Vitruvio sigue siendo un referente necesario para entender un espacio), en las ciencias (Lucrecio es el padre de la física), en la poesía y en la misma mitología práctica porque contiene más enseñanzas que fabulaciones (La Eneida de Virgilio y Las metamorfosis de Ovidio), Roma se construye y, a pesar de haber caído políticamente (el error fue despreciar a los persas y los levantamientos de los judíos), su mentalidad sigue presente. La ciudad está ahí, sus rollos (sus bibliotecas) hicieron posibles a Francia e Inglaterra; la palabra imperio (hasta donde llegan mis ejércitos) creó la geopolítica y el paso de las legiones forjó cinco lenguas (la española, la portuguesa, la rumana, la francesa y la italiana) y permeó a otra, la alemana. Parte de la tarea de Goethe y los hermanos Grimm, fue deslatinizar el alemán buscando palabras equivalentes. Lo lograron en buena medida, pero ahí está y sigue el latín en las palabras alemanas que hablan de civilización. Las formas de declinar, por ejemplo, que son las que hacen posible entendernos.

ALEMANIA Y ROMA

Emil Ludwig, el gran biógrafo judío-alemán y del imperio que nace con Bismarck, en su Historia de Alemania, comienza el relato hablando del encuentro entre el romano Julio César y el germano-suavo Ariovisto. Los dos van a caballo, los dos están rodeados por una corte de diez hombres, los dos han atravesado el río Rin. Entre los dos renuevan sus pactos y a la vez sospechan el uno del otro. Según Ludwig, es su manera de respetarse. Julio César es la civilización, Ariovisto el guerrero de los bosques, reconocido por el Senado romano como Rex Germanorum. Rey de muchos pueblos dispersos, pero unidos por una férrea ley de clanes. Esos pueblos son supersticiosos y guerreros, pero a la vez tienen unas formas políticas que asombran a Tácito, que estuvo entre ellos. Julio César en sus Comentarios a la guerra de las Galias, menciona su encuentro con Ariovisto, que había nacido rey sin poder, pero elegido militar por sus habilidades. Este encuentro, en lo que hoy es la ciudad de Mulhausen, sucedió en el año 58 antes de esta era. Fue un encuentro de miradas y palabras, fundamentado en el derecho al respeto, que es no causarse dolor. Ya en el año 777, Carlo Magno se mirará en los ojos de Abderramán I. El musulmán le regalará un elefante al rey galo-germano, a cambio de crear lo que hoy se llama la marca de España. Hasta dónde llegan unos y otros, respetándose. En el Cantar de Roldán, atribuido al monje Turoido, se dice que Carlo Magno, después de perder la batalla de Roncesvalles, reconoció derechos a los moros igual que Julio Cesar se los admitió a Ariovisto.

Para los alemanes, Roma es una frontera, pero al mismo tiempo un lime (fortaleza que marcaba los límites). Pero ese lime no es un muro infranqueable (como el que pareció ser del de Adriano para detener a los pictos en Escocia), sino un lugar de comercio, mestizaje y contratación de mercenarios germanos, que finalmente se romanizarían. Y esto, que a la postre resultó inevitable, hizo que un hombre como Theodor Mommsen, hijo de un pastor luterano y filólogo, escribiera una historia de Roma que le valió el premio Nobel de literatura de 1902. Una historia de Roma en la que Alemania se inmiscuiría de muchas maneras, escrita de manera científica y con prosa literaria.

Por los días de Christian Matthias Theodor Momsen (nacido en Garding, ducado de Schlewig en 1817 y muerto en Charlottenburg, Berlín, Imperio Alemán, en 1903, como dice Wikipedia), Alemania se estaba construyendo como país (lo logró en 1870) y la historia (que según Borges y su personaje Bustos Domeq es un acto de fe) se manifestaba como la única realidad posible para entender el presente. Y esa historia, que era la de occidente, era la de Roma. Todo estaba ligado a la República y el Imperio romano, a su inteligencia y moral, a su arquitectura e ingeniería. Si todos los caminos conducen a Roma, como dice el refrán, los caminos que salen de ella seriamos nosotros en buena medida. Sus instituciones y su entendimiento del otro, sus desmesuras y controles, sus herencias culturales y continuaciones (el cristianismo en la esfera de lo político, por ejemplo), exigían entenderlas para entendernos nosotros. Y si bien antes que Momnsen, el inglés Edward Gibbon había escrito la Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (un libro de apetencias borgianas), aparecido en 1781, fue Theodor Mommsen quien más profundizó en lo que era Roma, escribiendo una historia en tres tomos, que contienen un quinto y un cuarto que nunca apareció. En esa historia, Momnsen prefiguró lo que debía ser Alemania. Y se cumplió, si bien de manera trágica en su final totalitario.

LA ROMA DE MOMMSEN

Que un hombre dedique toda una vida a estudiar Roma para saber finalmente quién es él como occidental, ya es un hecho asombroso. Y que esto que ha estudiado lo ponga por escrito, siguiendo un método científico y a la vez escribiendo de manera agradable, casi a la manera de la Biblia (evitando adjetivaciones) y usando palabras para que las entienda cualquiera, ya linda con lo maravilloso. Este hombre, que prácticamente vivió todo el siglo 19 (el pos napoleónico, que fue el de los politécnicos y las escuelas públicas, el de las ciencias como hoy las conocemos y el de las ideologías), es Theodor Mommsen. Y su historia, que se considera un monumento de rigor e inteligencia, serán las otras historias de Roma posteriores, que agregan esto y lo otro, pero no superan el espíritu que le puso Mommsen a la suya, que lo contiene todo para que ningún lector se pierda. Fue la historia de su vida misma vista desde los orígenes de la humanidad occidental.

La Historia de Roma (Römische Geschichte) de Theodor Mommsen (que se ha considerado como la primera historia holística), lo contiene todo: etnografía, geografía, cultura, política, filosofía, derecho, lenguaje, creencias, desbordes, limitaciones, sueños. Y a cada párrafo, un dato y una enseñanza.

De esta Historia de Roma, me gusta como empieza, pues la frase es una definición contundente: «Tiene el mar Interior muchos brazos que penetran hasta muy adentro en el continente». Ese mar interior es Roma y el continente, el contenedor que nos contiene. Somos la Roma pasada y el presente que vivimos. Sufrimos el proceso de la romanización que nos permeó de manera inevitable, obligándonos hasta a cortarnos el pelo y tener que afeitarnos, discutir con base en leyes escritas y permitir códigos amplios de inclusión.

Theodor Mommsen, que murió a los 86 años y tuvo 16 hijos, al momento de morir estudiaba y acotaba el Codex Theodosianus, de los Monumenta Germaniae Historica. Mezcló lo intelectual con lo doméstico y su pasión fue el derecho, que, aplicado con justicia, es el ejercicio ético de las gentes de bien. Tenía cara de pájaro estudioso, de esos que vuelan para regresar y darle más seguridad al nido.

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

 

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