Literatura Cronopio

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LO QUE QUEDA DEL DÍA

Por Andrés Johnson*

Estaba podrida. Así que con rigor de cirujano, retiró la parte descompuesta de la manzana. A través de ella, podía ver un gusano largo y viscoso. Se aseguró de que estuviera con vida y de manera lenta y reflexiva lo sustrajo, lo llevó a su boca, lo saboreó, y pudo darse cuenta de que comer un insecto que había estado por tanto tiempo sumergido en un ambiente rancio y putrefacto, era lo más parecido al amor. El estado en descomposición de la fruta le dejó un permanente sabor a cobre en la boca. Carraspeó durante todo el día. De modo que la mañana de aquel dos de agosto no produjo acontecimiento mayor.

Incapaz de hacer otra cosa más que maldecir su propio destino, Natanael se encontró inmerso en un estado de aparente delirio. Sabía perfectamente que estaba solo. La alacena estaba atiborrada de larvas de insectos. Olores nauseabundos contaminaban el equilibrio de su soledad. En un movimiento repentino, como si quisiera demostrar algún tipo de habilidad innata, se apresuró a rodar la gigantesca y destartalada estufa con la idea de hallar alguna larva, sabandija, un animal que sus intestinos pudieran digerir. Pero en mitad de aquellas cuatro paredes solo pudo encontrar soledad. Y la soledad, en ocasiones, es lo más parecido a la locura.

Tenía el rostro alterado. Su piel teñida vislumbraba un extraño color azabache. Llevaba días sin dormir; así que la noche suponía una aventura de su propio inconsciente. Era necesario ahora hurgar en lo más profundo de su ser para darle sentido a este lóbrego sentimiento; cuerpos descuartizados, pedazos de carne regada en tierra húmeda: no era aquel un conflicto interno, era el eco de la desdicha, era el sonido desgarrador del tiempo, una resonante desventura que había querido olvidar sin éxito, obligándose quizás a permanecer en un insomnio perpetuo.

«¿Esther? ¿Esther? Y pareciera que el sonido en su interior no era más que recuerdos, y los recuerdos, la voz inclemente de su abandono».

Poseído por la extraña fuerza que todo lo rodea, y que todo lo sabe, y que todo lo ignora, se detuvo frente al retrato de aquella mujer de cara iluminada. Era la primera vez, en tantos años, que volvía sobre el recuerdo ya gastado del rostro de Esther. Sostuvo el retrato entre sus manos mientras escuchaba el paso del tiempo en sus intestinos taladrados por el hambre. Trataba de aspirar, con los suspiros del alma, los resquicios de su memoria. En un desesperado intento por no morir en aquel preciso instante, apartó de inmediato sus ojos del retrato, dio vuelta y permaneció inmóvil. Estuvo por un largo tiempo así. Luego, en un aparente estado de inercia, pudo ver con claridad la imagen. Extendió suavemente su mano tratando de hallar el rostro frío e incierto de un fantasma. Pero la verdad era otra. Ya no podía sentir el tiempo. Y se habían agotado sus ambiciones de realidad.

«¿Esther? ¿Esther? Ya no me esperas. Pero, ¿aún me sigues?»

Habiendo reconocido el hecho innegable de su soledad, Natanael cruzó el zaguán atestado de inmundicia y excremento para poder llegar al armario del cuarto principal, ubicado en la planta baja de la vieja casona. De ahí sustrajo un cuadernillo manchado en el cual depositó información importante a través de todos esos años y que ahora le resultaba útil. Después de leer de manera minuciosa las anotaciones y encontrar lo que necesitaba, sacó de su bolsillo izquierdo una caja de cerillos, acercó la lámpara de queroseno, encendió la mecha con la poca benzina que aún quedaba almacenada y de inmediato prosiguió a quemar los restos de aquel malogrado librillo.

«Ahora que estamos en silencio los dos, por fin te puedo escuchar».

Acto seguido y con la información aún fresca en su cabeza, adornó la mesa principal: extendió el mantel roído por la mordedura de las ratas, acomodó en el centro los dos candelabros destartalados y oxidados que aún conservaba y sacudió el polvo espeso de las frutas artificiales. Luego, y como parte de lo que parecía un ritual, se sentó en una de las esquinas de la mesa. Con el aliento gastado, empezó a recitar el verso que había leído antes, en compañía del fuego:

Quiero que te des la vuelta

para que mires lo que fue de mi

sin nosotros.

Dieron tres golpes a la puerta. Seguro de que había despertado para volver a soñar.

___________

[RESEÑA PENDIENTE]

*Andrés Johnson

 

 

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