Escritor invitado

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LAS MEMORIAS DE JULIO ORTEGA

Por Juan José Barrientos*

Julio Ortega es profesor en Brown University desde 1989 y uno de los más destacados hispanoamericanistas, condecorado por los gobiernos de Venezuela y México, que le otorgó el Águila azteca. Ha tratado de cerca a los principales escritores y editores de América Latina y España, por lo que es obvio que tiene mucho que contar, y sabe hacerlo.

De José Emilio Pacheco recuerda, por ejemplo, que se reunieron por última vez en San Angel Inn y que los comensales reconocieron y saludaron a Cristina, no a él. «José Emilio la seguía, apoyándose en su bastón… Tenía el paso inseguro y había que ayudarlo a sentarse. Levantarlo para pasar al comedor fue más laborioso, hubo que tirar de él, no podía sostenerse en sus piernas. El sobrepeso y la fragilidad lo hacían desvalido, casi sin capacidad motriz. Pero su ánimo era el de siempre, aunque más pausado no menos ameno». Al final, anota que «dio cuenta prolija de una comida suculenta» y que «era un deleite ver el goce de esa ceremonia de saber gastronómico». No hace más comentarios, pero en otro lugar anota que, cuando viajaba invitado, Pacheco exigía un asiento en clase business «porque no cabía en una silla de clase turista».

Recuerda que Pacheco «llegó a Austin en el otoño de 1981 con un cargamento de libros para sus dos cursos, uno de ellos dedicado a Alfonso Reyes, por lo cual se sintió obligado a cargar con los veinte tomos de las obras completas de nuestro admiradísimo polígrafo». Ortega le consiguió un departamento en el mismo edificio donde vivía, el Lantana Apartments, «ideal para ciudadanos de a pie, que no conducen», pero casi se arrepintió, porque su invitado poco después cerró la puerta de su apartamento dejando la llave adentro y pronto se hizo famoso como cliente del cerrajero. Tuvo que pedirle a «una brigada de estudiantes» que se encargara de que no se extraviara en el campus, y Pacheco «se dejaba proteger con graciosa cortesía y desamparo exquisito».

Se trata de un retrato afectuoso en el que Ortega maneja el eufemismo de un modo magistral.

Algo parecido cuenta de Enrique Lihn, quien, «como todos los escritores de nuestros tiempos, era incapaz de situarse en la llamada vida cotidiana», pues «carecía de horarios, agendas y de cualquier sentido práctico para vivir independientemente», por lo cual tuvo que asignarle a alguien la tarea de llevarlo de vuelta a su piso, pues erraba el trayecto aunque vivía a solo tres o cuatro cuadras. Alguien, además, debía recogerlo y llevarlo a su clase para que no la perdiera. La noche que lo invitó a cenar se encontró con su sala atiborrada de basura, perdón «bolsas del supermercado». El poeta insistió en cocinar para los dos, pero no sabía que las piezas de pollo se debían descongelar antes de echarlas a la olla de aceite; no se inmutó por el chisporroteo, y tapó la olla; después, descorchó la botella de vino que Ortega le llevó y derramó una buena parte. De la comida, mejor no dice nada, y así la omisión complementa sus eufemismos, muy cercanos a la litote o understatement, con que expresa un sentido del humor refinado.

Incluso hay algunos pasajes de humor blanco, como cuando Vargas Llosa no lo reconoció.

—Tú antes usabas bigote.

—No, Mario, el que usaba bigote eras tú.

O la primera vez que vio a Pacheco, a quien se parecía cuando ambos eran jóvenes.

Llegué un poco antes que él, y la chica de servicio me pidió que lo esperara, que el señor no tardaba. Me senté en un sillón de la sala, hasta que la puerta se abrió y entró alguien que era yo mismo, y me miraba desorbitado, creyendo que él me estaba esperando.

A veces se permite comentarios agudos, como en el caso de Bryce, quien le anunció que pasaría por Brown para presentarle a Anita Chávez, su esposa, que había sido la novia de Ribeyro.

«Compré una botella de buen whisky y los esperé. Llegaron tarde, agotados del tren de dos horas… Ella era un encanto. Vivaz y entrañable. A la hora de una conversación inspirada por los monólogos de Alfredo, reparé que habían dado cuenta de la botella. Alf ha encontrado, me dije, la horma de su zapato».

El libro es en parte una colección de retratos o bocetos, testimonios, elogios críticos y obituarios de nuestros escritores y algunos de otras lenguas que Ortega conoció, pero a veces la anécdota sirve de introducción a una breve crónica. «¡Severo! Tú eres un gran escritor —le dijo García Márquez a Sarduy— pero tienes que contar algo», y «todos los narradores habidos y por haber se dieron a la tarea incruenta de contar algo, cualquier cosa, casi todo, porque contar cuenta». Y así «La saga regional o familiar exploró el horizonte histórico y social como una comedia nacional en la cual una pareja, una familia, un linaje acontecían plenamente en el fervor del recuento y su despliegue crítico».

En otro momento, anota que «Sylvia Molloy tuvo la genial idea —y la necesaria autoridad— de iniciar un programa de escritura creativa en el que los estudiantes en dos años de escribir y reescribir saldrían con una maestría» y emprende una crónica del desarrollo de los Writing centers en Estados Unidos.

De su carrera, menciona algunos detalles como la idea de publicar en un volumen con las «casillas» de Morelli, «como una poética de la lectura», que Cortázar aprobó e insistió en darle crédito, o como cuando menciona que Rodolfo Cardona lo contrató como lector en la Universidad de Pittsburgh en el 69 y lo volvió a contratar en el 76 como profesor visitante en la Universidad de Texas, en Austin, o que a fines de los setenta Rodríguez Monegal lo invitó a pasar en Yale un año como research fellow del Centro de Estudios Latinoamericanos y al año siguiente a enseñar en el Departamento de Español. Ortega ya tenía preparado un curso sobre la narrativa de la Revolución cubana, pues había escrito un largo ensayo sobre Paradiso de Lezama Lima, que apareció en su primer libro, La contemplación y la fiesta, y se reprodujo en revistas y compilaciones.

Ortega destaca, por otra parte, que en Brown, dictaba cada dos años un curso sobre las nuevas escritoras solo para poder leerlas a gusto, y, cuando era posible, invitarlas a su clase, como hizo con Rosario Ferré, cuyo feminismo le resulto muy instructivo, porque «más que militante o aguerrida, fue metódica y crítica»; también tenía sus excentricidades, pues para una estancia de 3 días llevó «un maletón pesadísimo que apenas pudimos meter en un taxi».

De Elena Poniatowska menciona que le pidió que formara parte del jurado del Premio Rómulo Gallegos, y ella le dijo con franqueza que le gustaría concursar, no ser jurado, pero aceptó y «fue a Caracas, y premiamos a Javier Marías; y fue, después, candidata y obtuvo el premio» y más adelante obtuvo el Cervantes.

En lo que se refiere a su propia vida, Ortega es muy reservado, pues menciona a sus hijos, e incluso se jacta de su habilidad para cambiarles pañales que impresionó a Ribeyro, por cierto; sin embargo, no dice nada de sus mujeres, aunque su primera esposa era Cecilia Bustamante, una poeta, parienta de la esposa de Arguedas y miembro de una familia prominente en Perú.

De Ribeyro, anota que «nunca estuvo de acuerdo con nada de lo que se escribió sobre él. Y, bien visto, con muy poco de lo que se escribió sobre literatura contemporánea. Casi en todo vio el extravío, la pérdida del sentido común, cuando no la complicidad y la indulgencia». Con él nunca estaba de acuerdo, y después de que él habló en un congreso, Ribeyro intervino para decir: «Sí, pero…» «De eso no estoy seguro», y cosas por el estilo.

Ortega hubiera querido obtener su aprobación, y curiosamente sus memorias la hubieran merecido porque Ribeyro lamentaba que los escritores hispanoamericanos no se interesaran en los géneros «ancilares» o marginales, que le dan «espesor» a otras literaturas, es decir los diarios y la correspondencia, las memorias y testimonios. Sus memorias son una importante aportación al desarrollo de los géneros marginales en nuestras letras y sobre todo una lectura placentera.

REFERENCIA:

Ortega, Julio. La comedia de la literatura : Memoria global de la literatura iberoamericana. TEC de Monterrey y Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 2019; 533 pp.

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*Juan José Barrientos. Nació en Xalapa, Veracruz, el 27 de mayo de 1944. Ensayista, crítico literario, narrador y traductor. Obtuvo la Maestría en Lengua y Literatura Española en la Universidad Veracruzana y el doctorado en Lingüística y Literatura Hispánicas en El Colegio de México (1978); además estudió en la Universidad de Heidelberg, Alemania, becado por el Servicio alemán de intercambio académico. Ha impartido cursos de literatura hispanoamericana en la Universidad de Toulouse-le Mirail y en la Sorbonne, donde estuvo como «lecteur» durante cuatro años (1972-76), así como en la Universidad de Nancy (ahora de Lorena), durante un semestre como «Professeur associé» (2004). También fue docente en la Universidad Veracruzana, donde trabaja como investigador. Ha participado como ponente en numerosos congresos y coloquios nacionales e internacionales sobre literatura. Colaborador de la Revista Universidad de México, Casa del Tiempo, Tierra Adentro, Biblioteca de México, La Jornada Semanal, Cuadernos Americanos y Voices of Mexico, así como de las desaparecidas revistas Vuelta, Plural, México en el Arte, La orquesta, Textual, Nitrato de plata y Ciencia y desarrollo, Thesis y Omnia, además de «Sábado» del diario Unomásuno, el «Semanario» de Novedades y otros suplementos de provincia. También ha publicado en la Revista de Crítica literaria latinoamericana y en la Hispanic Review, en los Estados Unidos, y en las revistas españolas Cuadernos hispanoamericanos, La balsa de la medusa y Quimera. Además ha reseñado libros en la televisión. Estudioso del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, prologó y anotó el epistolario entre Rybeiro y su editor alemán, Wolfgang A. Luchting, Cartas a Luchting (Xalapa, UV, 2016). Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 1985 por Borges y la imaginación. Tradujo algunos cuentos, ensayos y entrevistas de Michel Tournier, así como un capítulo de Las promesas del alba de Romain Gary. Ha publicado en varias revistas algunos minicuentos, de los cuales uno apareció en la antología Flash Fiction International. También ha dado a conocer, en el Diario de Xalapa y otros periódicos, una serie de relatos autobiográficos que luego reunió en su blog heuresdevol.blogspot.com.

 

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