Entravista Cronopio

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A LA INTEMPERIE DE JUAN VILLORO

Por Adriana Romero–Nieto*

Son las 16 horas 00 minutos, se asoma a la puerta Juan Villoro, pareciera que carga en los zapatos una gravedad extra, una fuerza de atracción que lo acerca más a la Tierra, pero a la vez le otorga una impetuosidad forastera. Bajo el foco, su barba, ese rasgo que tanto le caracteriza, un saco marrón y una camisa sin corbata.

Saluda, camina con pasos largos y gruesos, pregunta si puede usar el teléfono, hace unas cuantas llamadas para confirmar una cita; una de esas, como la de hoy, que invaden su agenda entre viajes y comidas y que, de saber el dato, obligan a uno a ametrallar con miradas morbosas su rostro en búsqueda de indicios, evidencias, pruebas físicas de tantos desvelos.

Deja descansar el auricular  y pregunta si hacemos la entrevista en el piso de arriba de la oficina, una oficina que intenta esconderse de los ruidos invasores de la colonia Condesa, en la ciudad de México.

Decidimos en el restaurante que, a pesar del frío, se acomoda  mejor para disminuir las formalidades. Ya sentados, al aire libre, pregunta si tomamos algo con esa voz delineada y que se sabe bien dueña, ama y señora del cuerpo que ocupa. Sobre la mesa, a la intemperie, una hoja de preguntas, un viento inmutable, dos tazas aún vacías, una grabadora encendida y las palabras de uno de los escritores vivos más significativos de México.

A.R.N.- Usted ha  mencionado en varias entrevistas y en varios prólogos de sus libros que algunas de sus influencias son Bioy Casares, Onetti, Faulkner, Borges, Cortázar, Nabokov, Hemingway ¿en qué libros están estas influencias?

J.V.- Creo que hay dos tipos de influencias: los autores que uno lee por gusto y que te van formando sin que te des muy bien cuenta en qué te están influyendo. Yo empecé a leer, ya de manera regular y apasionada, como a los quince o dieciséis años, y en aquella época leí mucho a autores tanto del Río de la Plata como de Estados Unidos, fueron los autores que más me marcaron.

Yo no podría tratar de decir de manera muy directa que en este cuento hay —como en las fibras sintéticas— 20% de Cortázar, 10% de Borges, 30% de Hemingway, eso yo se lo deje mejor a la crítica. Sí creo que en mi literatura hay mucho de la exterioridad de la literatura norteamericana, de la acción, que tiene muchos diálogos y que se ocupa además de temas cotidianos y de cultura popular, hay mucho de eso creo en mi literatura. Y por otra parte hay un trabajo del lenguaje que tienen que ver con la relación de umbral entre lo real y lo fantástico, cosas que no sabes muy bien si son realistas o imaginarias, es esa zona donde  no estás muy convencido si las cosas pasaron así o pasaron de otra manera. Esta parte que es más de interioridad psicológica creo que le debe mucho a la literatura del Río de la Plata. No sé, hay un cuento mío «Campeón ligero», que está dedicado a Julio Cortázar, tiene un dispositivo muy parecido en cuanto al tono narrativo a un cuento de él llamado «Las nuevas del diablo» y ahí también exploro la figura del boxeador, el tema del boxeo le gustaba mucho a él.

A.R.N.-¿Qué influencia tuvieron los aforismos de Lichtenberg, en su obra?

J.V.- Mucho. En cuanto a que cuando uno traduce un autor, realmente se mete en su piel. Es la única manera de ir palabra por palabra,  paso por paso, de ver todo lo que él hizo, ver todas las decisiones que tomó, todos los desafíos que enfrentó. En este caso la traducción es una muy buena escuela para estar en los pasos de otro autor. Lichtenberg es un autor con un gran sentido del humor, cosa rara para la literatura alemana que suele ser muy seria. Y al mismo tiempo se interesó en temas muy variados, desde las matemáticas, hasta el erotismo, pasando por los sueños, la revista, la moda de las mujeres, y por supuesto la filosofía de su época, la ciencia, etc. En fin, una persona muy dispersa y yo me identifico mucho por  temperamento con él, porque creo que la ironía y la dispersión  son dos características temperamentales que nos unen.

A.R.N.- A partir de lo ya mencionado acerca de la traducción, sus procesos de escritura y sus influencias, ¿en cuáles de sus libros podríamos decir que es más evidente su poética, si es que la tiene, su postura creativa?

J.V.- Yo creo que todos mis libros cristalizan la misma ambición poética; en mi caso, el elemento conductor. En todo lo que yo hago es la mezcla de lo cotidiano y de la tradición, en ocasiones predomina el aspecto de la tradición. Por ejemplo en mis libros de ensayos, en los personajes, sobre eso se trata, evidentemente porque es un libro sobre otros autores, es muy importante el trabajo con la tradición. Pero trato que todos mis libros de ensayos tengan que ver algo con nuestra cotidianeidad, con nuestro entorno, en tratar de aterrizar estas voces distantes en la azotea de nuestra casa y dialogar con ellos, sino en pantuflas, quizás viendo una película en un entorno de «campechaneo» y confianza, o al menos con relativa amabilidad y cercanía.

En otros es al revés, por ejemplo en mi libro «Dios es redondo», lo cotidiano es más evidente, pero trato de vincularlo con elementos de la tradición: la teología, la política, la mitología. En fin, una serie de saberes que le dan otra dimensión a la crónica inmediata del fútbol. Este diálogo entre lo cotidiano y la tradición se manifiesta de maneras distintas pero siempre está presente.

Yo creo que en todo lo que uno escribe pues hay un riesgo y una apuesta por una poética, yo creo que un escritor digno de su nombre aunque escriba un pequeño artículo de circunstancias para un periódico, debe de escribir las cosas de otro modo, como sólo él puede escribirlas. A mí no me gustan los escritores que escriben como si escribieran un catálogo para armar muebles, que está correcto desde un punto de vista redaccional, pero que no tiene ninguna voz personal ni una apuesta propia.

A.R.N.- En este sentido de lo cotidiano y las mezclas extratextuales, por ejemplo en los ensayos de ‘De eso se trata’ y en ‘Los culpables’, aunque en este último en un contexto mucho más aterrizado, hay muchas referencias a otros autores…

J.V.- Hay muchas referencias culturales en general, la música, música popular, música clásica, periodismo, cine. Digamos que hay mucha iconografía contemporánea. Son cuentos muy cotidianos escritos a partir de voces de gente que no son escritores profesionales: uno es un mariachi, otro es un futbolista a borde del retiro, otro es un ejecutivo que se la pasa perdiendo aviones, otro más es un guionista fracasado. Es decir no son hombres muy cultos, y sin embargo, se relacionan con una circunstancia cultural. A mí me interesa, vuelvo a lo mismo, tratar en una historia de ver algo muy cotidiano pero que tiene que ver no solamente con lo que sucede, sino con la manera en que nosotros nos representamos lo que sucede.

Yo creo que la vida ocurre en dos niveles: como un hecho y como la opinión que tenemos de ese hecho. Yo creo que a todos nos ha pasado que vamos a una fiesta, vemos los hechos de esa fiesta y una persona nos dice «estuvo divertidísima», y otra «estuvo aburridísima». Nosotros también tenemos ante los hechos una interpretación posible. A mí me interesa mucho no solamente captar lo que sucede, sino lo que la gente piensa de lo que sucede, ahí interviene la cultura. Porque muchas veces para conocer una acción o un hecho te ayuda más saber qué película estaban viendo en ese momento, cuál era el disco que querían escuchar, de qué manera se relacionaban  con la prensa… Todas estas formas de circular de los personajes, no sólo a través de las acciones, sino también a través de los signos culturales creo que los pueden definir. En ‘Los culpables’ esto es bastante evidente.

A.R-N.- Tomando la idea que acaba de mencionar acerca del tipo de personajes, de ‘Los culpables’ y de muchos otros de sus libros, que del primero usted mencionaba que son personajes no cultos; pero también son personajes que están en caída ¿Por qué le interesa más narrar personajes en caída que personajes en ascenso o que ya se encuentran en la cumbre?

J.V.- Respecto a que sean personajes incultos, me parece muy interesante que a pesar de que sean así, no pueden ser ajenos a la cultura, hay distintos modos de acercamiento a la cultura, a veces la gente cree que ellos no tiene nada que ver con la cultura, estamos rodeados de música, videos, incluso de lecturas a veces indirectas, cosas que alguien nos dijo. Entonces, yo quería poner en práctica a gente que no está profesionalmente interesada en la cultura, pero que se deja afectar por ella. Por ejemplo en el cuento «Orden suspendido», donde un limpia–ventanas se cautiva por un cuadro abstracto.

Muchas personas piensan que para el arte abstracto hay que tener una vía de acceso muy culta, como es un arte que no tiene figuración y no tiene una representación definida parecería que es sólo para especialistas en artes plásticas y no es así. Yo conozco gente muy humilde que se deja influenciar por el hecho estético, y yo quería dos personas contrapuestas, un «quita–manchas» como es un limpia–vidrios se obsesionara por el trabajo de un «pone–manchas», como es un pintor abstracto, y que hubiera una vía de acceso. Me parece importante que menciones esto de que son personajes incultos; pero no por ello están fuera de la cultura; la cultura es una forma de la experiencia que incluye también  a la gente que no se da cuenta que está inmersa en la cultura.

Eso por un lado. Por otro, respecto a las caídas, siempre son más interesantes los personajes que pierden porque son los que tienen un problema. Los triunfadores primero que nada son muy antipáticos. Su historia, más que historia parece un currículum, son personas que han tenido logros y uno piensa que las historias comienzan con una fisura cuando alguien le falta algo o extraña algo, o ha perdido algo. Entonces para investigar una historia tienes que tener un problema, porque yo creo que toda historia se investiga. No es sólo contar una historia que a ti se te ocurra que pueda ser divertida; a medida que tú la estás pensando, la estás investigando. Para investigarla tiene que tener un enigma, como una propuesta policíaca digámoslo así y ese enigma generalmente es un problema psicológico, algo que le haya pasado al personaje. En ocasiones una caída, moral, social… En general son personajes más atractivos. No todos los personajes sobre los que yo escribo tienen esa característica, en ‘Los culpables’ está más marcado; pero ciertamente sin problemas no hay historia, o hay una historia super aburrida que parece un comercial para promover a una persona, no parece una historia interesante porque no hay conflicto.

A.R.N.- ¿Por qué narrar, como en ‘Los culpables’ o ‘El testigo’, conflictos como la traición, o la mentira que normalmente son problemas muy, muy cotidianos? ¿Cómo se restituyen en una novela? Siguen siendo cotidianos en la novela, pero ¿cómo son «ficcionalizados», por llamarlo de algún modo?

J.V.- Los personajes que son culpables de algo son muy buena materia literaria, no me refiero solamente a la culpa evidente como puede ser la traición, sino a la gente que tiene un sentido de responsabilidad de las cosas y siente que no está a la altura de las cosas. En ocasiones yo me siento culpable de cosas que no son mi responsabilidad y sin embargo me afectan. Por ejemplo si viene un amigo de provincia a la ciudad de México y yo lo llevo a pasear y nos asaltan,  me siento responsable de lo que le pasó porque él es mi huésped, o sea yo soy su anfitrión y de alguna manera me siento responsable de todo lo que pasa en la ciudad. Es una responsabilidad un poco extraña porque yo no soy el alcalde de la ciudad, pero de cualquier forma siento eso.

Yo le pregunté a un periodista yugoslavo que ha cubierto la guerra de Serbia cuál era su mayor lección de lo que había pasado allí y él me dijo: «Mira, para mí lo más asombroso es que Milosevic, quien es un genocida, se siente inocente, porque es un psicópata. Ha matado a miles de personas; pero él cree que lo hizo por una causa justa. En cambio yo que no he matado a nadie me siento culpable de muchas cosas que no hice pero que vi».

Muchas veces ser testigo de la injusticia, del dolor que sufre un niño, de la pérdida de un hogar por parte de una familia, te hacen sentir culpable ante cosas que tú no has hecho, entonces también hay un elemento de responsabilidad y empatía en la culpa que a mí me parece muy interesante.

Narrar desde esta actitud es muy significativo porque son personajes que se hacen cargo de las cosas, que se sienten responsables de ellos, que se sienten en falta con la realidad. Es muy interesante narrar desde un personaje que se siente en falta con la realidad porque siempre quieren hacer algo para cambiarla, para mejorarla, va a provocar una acción y a lo mejor queriendo mejorarla la va a estropear más.  Son personajes que van a disparar acciones.

A.R.N.- ¿Y entonces podemos decir que en este sentido usted cree en el compromiso del intelectual, en el compromiso social?

J.V.- Yo no generalizaría mucho. Yo creo que cada escritor o cada artista tiene toda la libertad de asumir la relación entre su arte y el mundo en el que vive de una manera personal. Yo no creo en una obligación colectiva, gremial para todos los que se dedican a escribir o a hacer arte, creo en compromisos individuales. Por  mi parte, me interesa mucho la realidad en la que estoy y sí me gustaría modificar el mundo defectuoso en el que me muevo. Ahora vengo de una reunión de una ONG a la que pertenezco que se llama Oxfam, que se acaba de fundar en México para el comercio justo de gente desfavorecida socialmente. Pero esa es una actividad que yo hago como ciudadano, no la hago como intelectual.

Por otra parte, como escritor, a veces a través del periodismo sí trato de arrojar estos sentidos sobre algún problema social, tratar de que se entienda de otro modo la confusión que estamos viviendo. Yo creo que hay una responsabilidad moral en el cronista que es la de escribir el sentido común del futuro, es decir lo que ahora nos parece contradictorio, confuso. Los héroes que de pronto nos parecen inamovibles, los villanos que no nos atrevemos a tomar, en el futuro serán vistos de otra manera. Yo creo que una obligación del escritor es poder ver eso y tratar de construir un relato que cree una lectura objetiva en un porvenir. De alguna manera escribir crónica es intervenir en ese porvenir. Pero esa es una faceta de la escritura; yo también respeto al autor que se pone en una torre de marfil a escribir grandes poemas, lo que me interesa es leer su poesía esperando que sea bueno.

A.R.N.- Y ahora que tocó el tema del periodismo, ¿cómo cambia su voz al pasar del quehacer periodístico al quehacer literario?

J.V.- Hay reglas distintas y por supuesto que uno tiene una personalidad y trata de ajustarla. Pero obviamente en el periodismo tienes una obligación de claridad que no tienes en la escritura de ficción. Tú puedes escribir una novela, oponer tus lectores, y decir, tal vez, «esta novela probablemente ahora no se entiende pero se entienda en el futuro». Con el periodismo no puedes hacer algo así, tienes un compromiso con la claridad, con la extensión, con la objetividad. El periodista tiene un contrato con la verdad. La verdad, por supuesto, que es una categoría subjetiva y no puedes estar totalmente seguro de que es la verdad, pero debes tener al menos la responsabilidad de narrar de acuerdo a lo que tú consideras que es la verdad o lo que tus testigos te dijeron que eso es la verdad.

También ahí hay un compromiso de otro orden. Y luego las condiciones en las que se ejerce el periodismo son muy distintas, porque probablemente tú recibes hoy una llamada telefónica en donde te anuncian una noticia y tú tienes que dar mañana la exclusiva, entonces tienes menos de veinticuatro horas para armar un texto, mientras que en la literatura te puedes tardar quince años si así te parece necesario, en la literatura de ficción. Entonces, son condiciones de trabajo distintas, reglas del oficio distintas. Yo creo que tengo una personalidad que pasa de una a otra y que más o menos se reconocen. Pero son apuestas distintas, en ocasiones a alguien que lee mis artículos de periodismo se sorprende de que yo escriba cosas diferentes, más en un ensayo todavía.

A.R.N.- Ingarden, en su teoría literaria, propone que existen tres tipos de lectores, y uno de ellos es el «lector ideal», que es al que está apuntando el autor, al quien le está escribiendo, por decir algo. Entonces, cuando usted está por escribir un libro ¿está pensando en este lector ideal o realmente no está pensando en ningún tipo de lector?

J.V.- Sí tengo consciente un sentido de la legibilidad, o sea sí tengo presente que lo que yo estoy escribiendo debe ser legible para alguien que no soy yo, o sea que no debe de haber tantos valores entendidos o historias en clave para que eso sólo lo pueda entender yo o alguien muy cercano a mí. En esa medida sí presupongo que hay otro y además creo en la claridad como un factor que acrecienta la profundidad e incluso el misterio de la literatura. Me trato de explicar: ser claro no significa que todo esté resuelto sino que quiere decir que eso se entiende de una manera diáfana. Pero la mejor literatura es la que tú entiendes de manera diáfana y sin embargo te inquieta, te hace que te preguntes cosas, tiene contigo un elemento de misterio, eso puede ser interpretado de muchas maneras. Entonces en la escritura te gustaría tener ese compromiso de claridad significante, o sea de claridad en donde hay un remanente de misterio.

Pero no pienso en un lector tipo, no pienso en un lector mexicano, o extranjero, joven, de izquierda, que escuche ‘rock’, para nada, para nada… De pronto me doy cuenta de que algo le puede gustar a cierto tipo de lector, pero luego me equivoco, me doy cuenta de que no es así, en eso te sorprendes en lo que lee la gente. A veces piensas que si escribes de fútbol lo leen los fanáticos del fútbol, te sorprende ver que alguien que detesta el fútbol lo lee justamente por esa razón.

A.R.N.- Estoy pensando en los libros para niños que ha escrito, que en lo personal son mis favoritos, y que creo que está relacionado con esto que menciona…

J.V.- Claro, los buenos libros para niños. No digo que los otros no lo sean, tienen que ver con un tipo de lector universal. Yo creo que un libro como ‘La isla del tesoro’, ‘El principito’, ‘Charlie y La fábrica de chocolate’, le pueden gustar a cualquier lector de cualquier edad. Desde luego que a mí me da mucho gusto que a alguien que no es niño lea un cuento para niños, porque se mete en ese artificio.

A.R.N.- Y en ese sentido, volviendo a los libros para niños y las traducciones, ya había mencionado qué tan difícil es y que tenía que entrar en la piel de otros escritores, pero ¿qué tan difícil es esa penetración?

J.V.- Yo creo que todos los géneros son difíciles. A mí ninguno se me facilita. Todos me resultan inquietantes y por eso me han interesado, porque si fuera una cosa aparentemente fácil, pues no tendría la fascinación del reto. La verdad lo que menos me considero es traductor. Ser traductor para mí fue un aprendizaje que puso en contacto mi idioma con otro idioma y aprendí mucho con ese ejercicio, pero no soy un buen traductor, soy muy distraído y tengo la tendencia a escribir mis propias cosas, entonces cambio con mucha facilidad lo que dijo el autor original.

Soy muy poco literal, yo creo que las malas traducciones siempre son literales; pero las traducciones muy poco literales pueden ser traducciones traidoras y yo tengo esa tendencia, entonces no quise seguir traduciendo, además de que ahora tengo menos tiempo porque escribo más cosas. Pero en los demás géneros sí me siento estimulado con idénticas dosis de temor y de entusiasmo o no. Quizás hay géneros más felices, como las crónicas de fútbol, más festivos si estoy en un ánimo que demande estar en ropa informal, tomando una cerveza y disfrutando, porque es el personaje que tiene que escribir esa crónica. Pero en ocasiones me causa mucho trabajo meterme en ese personaje.

A.R.N.- Cambiado de tema, en el libro de ‘De eso se trata’, en el ensayo sobre Hamlet, usted menciona que «los libros se ocultan a los indignos y se presentan de forma inusual ante quienes los merecen», ¿cree que esta misma idea se puede aplicar a cuando un autor escribe, es decir que una historia se aparece al autor que es digno de ella y a los otros no?

J.V.-
Yo acabo de publicar una novela para chavos que es ‘El libro salvaje’ que trata precisamente de eso, de que son los libros los que se te acercan o se te alejan. A todos nos ha pasado que perdemos un libro y de pronto aparece en el lugar más inesperado y no sabemos cómo llegó ahí, no recordamos sinceramente haberlo puesto en ese lugar y esa es una circunstancia muy especial. Siguiendo con esta idea pensé que podía existir un libro que nunca hubiera querido ser leído que no sólo se oculta una vez, sino que se oculta siempre, que es un libro rebelde, como un animal salvaje que no quiere tener dueño. Y entonces la historia de este libro, de esta novela ‘El libro salvaje’, es justamente la de atrapar el libro, tomarlo, ganar su confianza y ver qué historia contiene.

Ahora bien, esto a mí me interesa mucho, entre otras cosas, porque para un autor todo libro en el momento de ser escrito es un libro salvaje, o sea cuando tú llegas ante un manuscrito o ante una página en blanco no sabes qué libro es, no sabes si lo vas a poder tomar, no sabes si va a ser tuyo, cómo te vas a apropiar de él. Entonces la experiencia de escribir es la de domar esa criatura salvaje que es el libro que se te resiste hasta que se convierte en tuyo. Yo quería escribir un libro en donde leer el libro tuviera que ver con esa misma experiencia porque es algo que está muy cerca de los escritores.

A. R-N.- De hecho, como dicen: si tu lees la primera cuartilla o las primeras páginas de un libro y no te interesa, mejor no lo sigas leyendo porque significa que no es para ti ese libro o no lo es al menos en ese momento.

J.V.- Y a veces eso cambia con los años, luego lo abres y te parece maravilloso.

A. R-N.- En ‘Los culpables’ todos los protagonistas son masculinos, pero veo que los personajes femeninos tienen una cierta excentricidad o misticismo y generalmente no son bien comprendidos por estos protagonistas masculinos. Entonces ¿podríamos decir que hay algo en la psicología femenina que estos protagonistas no terminan de entender?

J.V.- Tanto en ‘La casa pierde’ como en ‘Los culpables’ yo quería hacer un libro donde todos los personajes son masculinos, y todos necesitan a las mujeres, y todos las malinterpretan, las temen, las confunden. Digamos que tienen como un armazón que se tensa equívoca con ellas, lo cual me parece interesante para contar historias. Porque si tú cuentas la historia de un amor feliz pues es aburridísima. Qué bueno que suceda para los protagonistas, pero no tiene ningún sentido de conflicto.

Una de las diferencias entre ‘La casa pierde’ y ‘Los culpables’ es que en ‘Los culpables’ las mujeres son mucho más fuertes. De hecho son mucho más fuertes que los hombres, para los hombres pueden ser incomprensibles, pero una de las cosas que no comprenden es porqué ellas están seguras. Y es que ellas tienen sistemas de conocimiento en cosas como acomodar los muebles de otra manera, es un sistema de conocimiento, puede ser, incluso, tener mucha confianza.

Una de las cosas que le pasa al protagonista de «Amigos mexicanos» que le duele mucho es que su ex mujer confiaba mucho en él, creía que él tenía un talento del que él nunca fue capaz, él se siente culpable respecto a esa esperanza que esta mujer delegó en él y él nunca estuvo a la altura de esa esperanza. Las mujeres suelen saber mejor lo que quieren. Suelen ser más determinadas, probablemente tienen sistemas de investigar el mundo un poco raros, a través de supersticiones. Por ejemplo la protagonista de «El patrón de espera», cree mucho en los gatos, en cómo se comportan los gatos. La protagonista de «Orden suspendido» cree mucho en las señales, es bastante supersticiosa, tiene como un sistema de enlazar, como una teoría del caos muy subjetiva. Pero todas ellas tienen un mundo interior más rico, y son mucho más fuertes, y los personajes masculinos saben que no pueden estar siempre a su altura. Hay una tensión que a mí me parece interesante porque yo creo que es una de las condiciones del anhelo amoroso tratar de estar a la altura del otro.

A.R.N.- Ya para terminar, ¿le interesaría escribir una novela a partir de un personaje femenino? ¿Lo ha pensado?

J.V.- Posiblemente en el futuro, por ahora no. Las mujeres han ido ganando más territorio, tengo una novelita breve que circula, se publicó aquí en ‘Líneas de fuga’,  pero va a circular como libro el año que entra, ahora sólo circula en Argentina, que es ‘Llamadas de Ámsterdam’, que se ubica aquí a unas cuantas cuadras y en esa historia nuevamente la mujer… Es una historia de una relación amorosa, en donde lo dos protagonistas son bastante importantes, y nuevamente ella tiene una fortaleza de la que él carece, es una mujer mucho más incisiva.

Escribí una obra de teatro en donde, digamos, cada personaje, por ser obra de teatro, no es narrado desde una voz externa sino que cada uno se manifiesta a sí mismo y predominan los hombres en esa obra ‘Muerte parcial’. Son cuatro hombres, pero hay una mujer y yo creo que es el personaje más fuerte, tiene un carácter muchísimo más decidido, es una guía de montañistas, es casi como una enviada de Dios que va guiando a los hombres por senderos muy peligrosos, los cuales siempre sobreviven.

Entonces digamos que han ido ganando fuerza lo personajes femeninos, pero no tanto como para escribir desde el mundo femenino. Es algo de lo que no me he sentido capaz, quizá por esta sensación de fascinación y extrañeza ante lo femenino que suelen tener los personajes y que es la mía propia, desde luego, porque hay un poco de autobiográfico en estos personajes.
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* Adriana Romero Nieto estudió Literatura Latinoamericana en la Ciudad de México y en Lyon, Francia Actualmente, es editora de la revista literaria «Líneas de Fuga». Ha publicado los cuentos: «Mnémosine» en la revista ‘Kathautón’ de Salamanca, España, «Hoy sí es hora de la cena» en la revista ‘Errr’, de la Ciudad de México. La entrevista que presenta ahora, también fue publicada por ‘Kathautón’.

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