Literatura Cronopio

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LA FUERZA DE LA SANGRE DE CERVANTES: UN DELITO IMPUNE CONTRA LA LIBERTAD SEXUAL

Por Mercedes Carreras*

I. AUTORÍA Y GRADO DE PARTICIPACIÓN EN EL DELITO

Cervantes escribe este relato como si se tratara de un caso jurídico real [1]. Incluso protege el anonimato de los personajes principales para respetar su intimidad. La víctima (alias) Leocadia es una joven doncella perteneciente a la baja nobleza toledana, con dieciséis años de edad y por lo tanto menor. Los testigos presenciales son sus padres, su hermano pequeño y una criada.

El autor o ejecutor esencial del delito es (alias) Rodolfo, caballero de la alta nobleza, con 22 años de edad, «a quien la riqueza, la sangre ilustre, la inclinación torcida, la libertad demasiada y las compañías libres le hacían hacer cosas y tener atrevimientos que desdecían su calidad» (Cervantes:304).

Los cómplices y encubridores, quienes participan con actos simultáneos y posteriores a la comisión del delito son los cuatro amigos de Rodolfo «todos mozos, todos alegres y todos insolentes» (Cervantes:304).

La primera escena tiene lugar en el paseo junto a la ribera del Tajo donde se produce el encuentro de

«los dos escuadrones: el de las ovejas con el de los lobos» (Cervantes:304). Cervantes relata con gran precisión los hechos.

Eran las 11 de la noche en verano, en un lugar público junto a la plácida ribera del Tajo. La familia de la joven regresa a casa con tranquilidad sin ningún temor.

De repente, por sorpresa, de forma inesperada en semejante lugar, aparece Rodolfo con el rostro cubierto, señal de cobardía o circunstancia agravante de disfraz para ocultar su identidad. Se queda prendado de la hermosura de Leocadia y decide mitigar su concupiscencia de la manera más vil. Tras consultar con sus amigos procede a raptarla, «robarla», a punta de espada. Hay alevosía pues Leocadia es menor de edad y Rodolfo toma todas la medidas necesarias para ejecutar su delito sin que haya riesgo para su persona.

Rodolfo se la lleva en brazos en la grupa de su caballo y ella se desmaya.

Los testigos gritan y piden auxilio en vano. Concurren dos circunstancias agravantes adicionales de la responsabilidad criminal: nocturnidad y descampado. Al tiempo que hay una gran desproporción entre los medios que se emplean para realizar el ataque y los que poseen quienes se defienden.

«Alegres se fueron los unos, y tristes se quedaron los otros» (Cervantes:305).

Se plantea ahora el primer dilema ético, social y jurídico de la novela. Los testigos no saben cómo proceder. Denunciar el delito a las autoridades competentes equivale a hacer vox populi la deshonra de la víctima. A esto hay que añadir el componente socioeconómico, son hidalgos castellanos pobres. No pueden permitirse el enfrentamiento a una clase superior sin estimar las consecuencias desfavorables que ello entrañaría (Castillo:113)

Recordemos que los delitos contra la honestidad en el siglo XVII tenían aparejada una responsabilidad colectiva. No sólo afectaban a la víctima sino a toda su familia (Aren Janeiro:348).

II. EL DELITO: COMPORTAMIENTO JURÍDICAMENTE RELEVANTE DEPENDIENTE DE LA VOLUNTAD HUMANA

Rodolfo y sus esbirros consiguen su propósito y él lleva clandestinamente a su víctima hasta su propio dormitorio. Se trata de un ataque real, directo, imprevisto, injusto e inmotivado.

Se aprecia dolo o mala fe porque el autor sabe lo que hace y quiere hacerlo. No hay culpa o imprudencia ni preterintencionalidad.

Rodolfo considera a Leocadia una mujer vulnerable a quien como hombre y como noble puede dominar, agredir y violar.

Es especialmente vanguardista la definición del Dr. Cooper «Rape is the carnal knowledge of a woman by force against her will» (Cooper: 53).

No deja de sorprendernos la forma de actuar de nuestra víctima. Por un lado, está sumida en un estado de plena inconsciencia que se prolonga hasta la consumación del delito.

Por otro, una vez que se da cuenta que ha perdido la virginidad, su primera reacción es pedirle a Rodolfo que la mate, luego que guarde silencio. Como ahora veremos, muestra una gran fortaleza de ánimo al defenderse de una posible reincidencia apelando a la buena voluntad de su agresor.

La mala intención del autor también se manifiesta al cubrirle los ojos con un pañuelo. De esta forma Leocadia desconoce quién es él, y en principio tampoco sabe donde se ha ejecutado el delito.

Una vez logrado su propósito, el primer impulso de Rodolfo es deshacerse de su víctima y dejarla tirada en plena calle. Es un ejemplo del proverbio latino post coitum omne animalium triste est.

No obstante, la desgana le dura poco pues tras otro ataque de lujuria pretende reincidir y aquí es cuando sorprende como la presunta doncella en apuros se defiende con «los pies, las manos, los dientes y la lengua» (Cervantes:308) y logra evitar una segunda agresión de Rodolfo.

Cervantes pone de manifiesto como la víctima no ha prestado su consentimiento ni cuando estaba en estado de plena inconsciencia ni cuando la recupera (Clamurro:124). El agresor sale de su aposento con la intención de pedir consejo a sus amigos. Desiste porque en el fondo él mismo se avergüenza de lo que ha hecho y no les quiere hacer partícipes de lo ocurrido. Prueba de ello es que les miente al decirles que «arrepentido del mal hecho y movido de sus lágrimas, la había dejado en mitad del camino» (Cervantes:309).

Durante este intervalo, Leocadia, brevemente puede tantear y entrever el lugar donde se encuentra gracias a la luz de la luna en la semioscuridad. Tiene la astucia de llevarse como prueba de su estancia un crucifijo de plata (González Echevarría:192). El autor esencial, que si bien antes ha actuado con mala fe, demuestra un cierto arrepentimiento y es a la vez «cruel y piadoso» (Cervantes:306).

Leocadia ha razonado convincentemente e incluso le perdona sub conditione: «yo te perdono la ofensa que me has hecho con sólo que me prometas y jures que […] la cubrirás con perpetuo silencio» (Leocadia:307) produce en parte el efecto deseado y al final consigue que éste la abandone en la plaza del ayuntamiento.

Rodolfo tampoco está interesado en que se conozcan ni los hechos ni su identidad y libera a su presa «en voz troncada y en legua medio portuguesa y castellana» (Cervantes:309).

III. EL REGRESO AL HOGAR. ENCUENTRO CON SUS PADRES

Leocadia tras asegurarse que nadie la ve, recordemos la importancia del «qué dirán» en una ciudad de provincias, vuelve a su casa a través de otra, por un camino distinto. La reacción de sus padres es admirable dadas las costumbres de la época. En lugar de despreciar a la hija deshonrada escuchan con atención el relato de los hechos. Leocadia plantea la posibilidad de utilizar el crucifijo para identificar al ejecutor material de los hechos. Los sacristanes de todas las parroquias podrían preguntar si alguien lo había perdido.

Su padre con un gran sentido de la realidad no considera que esta estrategia vaya a producir necesariamente el efecto deseado. Especula que posiblemente el dueño podría enviar a otra persona que lo reclamara como suyo. De esta forma se sabría quien había sido la víctima pero el autor quedaría protegido por el anonimato. Es mejor por lo tanto dejar las cosas como están y esperar, «pues ella (la cruz) fue testigo de tu desgracia, permitirá que haya juez que vuelva por tu justicia» (Cervantes: 311).

La opción más favorable era sufrir la deshonra en secreto y así lo hace Leocadia con el beneplácito y el amor de su familia (Burke:164). Reitero que esta forma de proceder no era la habitual. Aquí Cervantes defiende la dignidad, la inocencia y la pureza de la mujer que ha sido agredida de esta forma tan despreciable.

«Tente por honrada, que yo por tal te tendré, sin que jamás te mire sino como verdadero padre tuyo» (Cervantes:311) (Parker Aronson:76). El concepto de honra es complejo pues abarca muchos otros como: la buena reputación, la autoestima, el respeto, la decencia, la modestia y la virtud (Clamurro:112).

Rodolfo sí que actúa como era de esperar dado su carácter. Se olvida totalmente de lo ocurrido, no siente el menor remordimiento (Margalit:195). Se da cuenta de la falta del crucifijo, se imagina quién lo tiene pero, como para un joven rico es una minucia, no dice nada.

«Él se fue con tan poca memoria de lo que con Leocadia le había sucedido como si nunca hubiera pasado» (Cervantes:312). Sigue el consejo paterno de nobleza obliga y decide ser caballero también en el extranjero como lo fue su padre. Al tercer día parte a los tercios de Italia con dos de sus amigos. Su noble padre financia el viaje mediante «cédulas de pago» y se embarcan en Barcelona vía Roma hasta llegar a Nápoles.

No es la gloria del guerrero o el amor a la patria lo que le anima a tomar esta decisión, sino los rumores sobre el buen comer y el buen vivir en tierras italianas. «Sónabale bien Eco li buoni polastri, picioni, presuto e salcicie» (Cervantes:312).

IV. PERIODO DE GESTACIÓN DE LEOCADIA: OSTRACISMO SOCIAL, MADRE COMADRONA, LUIS SOBRINO.

Leocadia como ya no es virgen se resigna a vivir en el puro ostracismo social amparada por el amor de sus padres. Está tan traumatizada que se encierra: «sin dejar verse por persona alguna, temerosa que su desgracia se la había de leer en la frente» (Cervantes:312).

No obstante, su precariedad se agrava cuando se da cuenta de que está embarazada. Ello obliga a la familia a desplazarse a una aldea y otra vez sorprende la actitud de sus padres. La protegen hasta el punto que para que todo permanezca en secreto la madre de Leocadia hace de comadrona. Nace Luis y permanecen en ese lugar durante cuatro años.

Cervantes se deshace en elogios hacia este niño que había heredado lo mejor de sus progenitores: «de rostro hermoso, de condición mansa, de ingenio agudo…» (Cervantes:312). Los abuelos nunca reprocharon a su hija «por haberles dado tal nieto»(Cervantes:312), otra singularidad.

Al cabo de cuatro años deciden volver a Toledo donde Luis figura como el sobrino de sus abuelos. Sin ser ricos le proporcionan una buena formación intelectual y espiritual: «a la edad de siete años […] ya sabía leer latín y romance, y escribir formada y muy buena letra» (Cervantes:313).

No parece que el pequeño tuviera amigos de su edad pero todo indica que era un niño feliz y muy querido por conocidos y desconocidos.

V. UNA CARRERA DE CABALLOS, UN ACCIDENTE FATÍDICO Y LA FUERZA DE LA SANGRE.

Se dio la coincidencia de que un día donde Luisico tenía que hacer un recado para su abuela, había una carrera de caballeros. Al enterarse es lógico que quisiera verla, y al intentar cambiarse de sitio para tener mejor visibilidad, le atropella un caballo. Al jinete no le da tiempo a detenerse y seguramente ni siquiera le habría visto.

Luis queda tendido en el suelo, inconsciente, herido con una hemorragia en la cabeza y es la fuerza de la sangre la que determina todo lo que sigue.

Llamémosle fatalismo, determinismo… yo me inclino por la conexión afectiva entre ese niño indefenso y un caballero de la alta nobleza toledana, que no duda en desmontar y llevárselo en brazos a su casa. De la misma forma que su hijo lo hizo con Leocadia, pero con otras intenciones.

El mismo salvador reconoce que «cuando vio al niño caído y atropellado, le pareció que había visto el rostro de un hijo suyo, a quien él quería tiernamente, y que esto le movió a tomarle en sus brazos y traerle a su casa» (Cervantes:314).

El niño va a recuperarse y no está en peligro de muerte. Enseguida acuden a esa casa de gran alcurnia los familiares de Luis que son muy bien recibidos por los dueños de la casa. Además, insisten en que el niño se quede durante todo el tiempo que haga falta para su convalecencia.

Otro rasgo peculiar contra la costumbre de la época, donde no se accedía tan fácilmente a una casa principal ni se recibía de esta forma tan cordial a los desconocidos. Luis recupera la conciencia y dice que le «duele mucho el cuerpo y la cabeza» (Cervantes:314). Luisico recibe los mejores cuidados del cirujano y el médico recomienda reposo absoluto.

Todos se quedan impresionados de «tanta cristiandad» (Cervantes:314), pero Leocadia descubre que el lecho donde descansa su hijo es el mismo donde fue concebido. Reconoce lo que apenas pudo ver hacía siete años, y se lo cuenta a su madre. Tras hacer unas pesquisas la señora verifica que el caballero tenía un hijo que llevaba siete años en Italia, hizo los cálculos y empezó a atar cabos.

Durante el mes y medio que tardó en recuperarse Luis, recibió la visita diaria de su madre y su abuela. En la casa le trataban como si fuera un hijo más, y doña Estefanía, la mujer del caballero, confiesa a Leocadia «que aquel niño parecía tanto a un hijo suyo que estaba en Italia, que ninguna vez le miraba que no le pareciese ver a su hijo delante» (Cervantes:315).

Con el beneplácito de sus padres, dada la disposición favorable de la señora, Leocadia le cuenta todo a Dª Estefanía. Es curioso porque en este momento Cervantes habla de «la travesura» de Rodolfo frente a la «deshonra» de la joven que aporta el crucifijo de plata como prueba.

Aquí se aprecia un claro non sequitur que si sería motivo de desconcierto para el lector. Calificar la pérdida del bien más preciado como una travesura es el gran desliz de Cervantes.

Las dos mujeres se abrazan llorando y Leocadia vuelve a desmayarse «apenas vio el desmayo de Leocadia, cuando juntó su rostro con el suyo derramando sobre él tantas lágrimas que no fue menester esparcirle otra agua encima para que Leocadia en sí volviese» (Cervantes:316).

Doña Estefanía no duda en comunicar lo sucedido a su marido y ambos deciden que Leocadia y Luis se queden a vivir con ellos sin dudar de su palabra (Clamurro:113). Cada desmayo, hay un total de tres, es indicativo de un cambio de la personalidad o de una metamorfosis en Leocadia.

A partir de este momento vuelve a ser una joven sumisa y discreta. Es la madre de Rodolfo la que tomas las riendas y planea toda una estrategia para conseguir que su hijo vuelva a Toledo. Y como todo lobo necesita una presa… Envían «un correo a Nápoles y Rodolfo con la golosina de gozar tan hermosa mujer que su padre le significaba» (Cervantes:317).

VI. EL REGRESO DE RODOLFO, UNA ESTRATAGEMA Y AMOR A PRIMERA VISTA.

A partir de ahora la novela se centra en la belleza de los protagonistas y en las dudas que deben superar para que su amor venza todas las dificultades.

A los dos días de haber recibido la carta Rodolfo se embarca hacia España con sus dos camaradas.

Los tres llegan a Toledo por la noche. Los padres de Rodolfo se alegran pero Leocadia lo ve a escondidas y se asusta.

«Suspendiose Leocadia que de parte escondida le miraba» (Cervantes:317). Mientras se preparaba la cena Doña Estefanía logra que los compinches de Rodolfo confiesen el rapto de Leocadia: «Estefanía […] con grandes ruegos les pidió le dijesen si se acordaban que su hijo había robado a una mujer tal noche, tantos años había; porque el saber la verdad desto importaba la honra y el sosiego de todos sus parientes […] les asegurar que de descubrir este robo no les podía suceder daño alguno» (Cervantes:317).

Tras verificar de forma definitiva la comisión de los hechos, madre e hijo entran en una habitación. Doña Estefanía le enseña el retrato de su prometida que era muy virtuosa, noble, discreta y medianamente rica pero no bella.

«Y pues tu padre y yo la hemos escogido, asegúrate que es la que te conviene» (318). Como era previsible a Rodolfo no le conviene (convence) nada lo que ve, y Cervantes lo expresa con su sentido del humor característico (Aylward:123). «Si los pintores que ordinariamente suelen ser pródigos de la hermosura con los rostros que retratan lo han sido también con este, sin duda creo que el original debe ser de la misma fealdad» (Cervantes:318).

Rodolfo reconoce que la obediencia a los padres es deber de todo buen hijo. Al tiempo que reclama su libertad de elegir esposa. Argumenta que el matrimonio es para toda la vida y todos los atributos de la joven del cuadro no compensan el sacrificio pues «que la fealdad della alegre los ojos del esposo paréceme imposible» (Cervantes:318). En la misma línea de cada oveja con su pareja de forma cuerda añade que tales virtudes pueden bastarle a otro «esposo que sea de diferente humor que el mío» (Cervantes:319).

De todos los atributos que puede tener una mujer, «nobleza, discreción […] dineros […] y hermosura» (Cervantes:319), Rodolfo se decanta por este último pues él ya tiene los otros. Luego añade: «la hermosura busco, la belleza quiero, no con otra dote que la honestidad y buenas costumbres» (Cervantes:319). Él mismo que había deshonrado a otras, por principio nunca se casaría con ninguna de ellas.

Su madre se pone contentísima porque Leocadia parece ser el tipo de mujer ideal para él. No es rica, pertenece a la baja nobleza, pero es muy hermosa. En este momento, Cervantes ignora algunos de sus otros atributos como su elocuencia, inteligencia y valores morales. La belleza de Leocadia es a la vez la raíz de su desgracia y de su redención.

Cuando Rodolfo ve por primera vez a Leocadia en su casa como invitada de la familia se queda deslumbrado. Cervantes se asegura que: «poco tardó en salir Leocadia y dar de sí la improvisa y más hermosa muestra que pudo dar jamás compuesta y natural hermosura» (Cervantes:319). Tras describir su atuendo con detalle indica que la joven iba de la mano de su hijo precedida de dos doncellas con sendas velas. Como si se tratara de una procesión de una mártir no virgen.

Rodolfo se queda prendado de tanta hermosura, sobre todo después de haber visto el retrato de su ex-prometida. Leocadia también se impresiona favorablemente: «Viendo también cerca de sí al que ya quería más que a la luz de sus ojos […] comenzó revolver en su imaginación lo que con Rodolfo había pasado» (Cervantes:320). Incluso teme que Doña Estefanía se arrepienta y no quiera que se casen.

Es tal su incertidumbre, inseguridad y temor a perder al ser antes tan odiado y ahora tan querido que sufre el tercer desmayo en los brazos de su futura suegra. Rodolfo fue el que más se apresuró a ayudarla, de tal modo que tropezó y se cayó dos veces. No había manera de despertarla y casi todos la daban ya por muerta, incluso el sacerdote que estaba escondido con sus padres sale para administrarle los últimos sacramentos (González Echevarría:190). «Y donde pensó hallar a un desmayado halló dos, porque ya estaba Rodolfo puesto el rostro sobre el pecho de Leocadia» (Carvantes:321).

El joven recupera el sentido pero se siente avergonzado, y su madre le tranquiliza al decirle: «Has de saber hijo de mi alma que esa desmayada que en los brazos tengo es tu verdadera esposa […] porque yo y tu padre te la teníamos escogida, que la del retrato es falsa» (Cervantes:321). Leocadia se despierta en brazos de Rodolfo «de aquel que os tiene en el alma» (Cervantes:322).

El sacerdote los casa «por haber sucedido este caso en tiempo cuando con la sola voluntad de los contrayentes […] quedaba hecho el matrimonio, no hubo dificultad que impidiese el desposorio» (Cervantes:322). Anteriormente al Concilio de Trento, no era necesaria la publicación de los esponsales, se trata de una ficción jurídica para facilitar esta boda tan rápida.

Cervantes atribuye el final feliz a la Providencia y a la fuerza de la sangre «que vio derramada en el suelo el valeroso, ilustre y cristiano abuelo de Luisico» (Cervantes:232).

Es obvio que Cervantes sabía que esta novela iba a provocar estragos. Describe con detalle las escenas que más le interesan aunque omite los pormenores de la agresión sexual. No obstante, trata los delitos contra la libertad sexual de una forma directa mientras insiste en las repercusiones que suponen para la víctima y toda su familia.

Juega con el personaje de Leocadia, sus desmayos, sus resurrecciones. Reivindica la inteligencia y fortaleza de una mujer que es capaz de enfrentarse con valentía a las convenciones sociales.

Leocadia es la verdadera heroína de la novela (Welles:241) y una fuente de inspiración para muchas mujeres de hoy en día, entre las que me encuentro.

VII. EL DESENLACE: LIBRE ALBEDRÍO O DETERMINISMO MORAL

Este final no es del agrado de muchos, que consideran inverosímil que Leocadia se case con su agresor (El Saffar:128). Coincido con Cervantes y creo que no tenía otra opción para recuperar la honra perdida. También se advierte un cambio en su percepción de Rodolfo del que se enamora. Hay que tener en cuenta que nunca ha visto bien su rostro, y él tampoco.

Tal vez tras el tercer desmayo conscientemente considere que el matrimonio supone una liberación (Clamurro:152). Ya no tiene nada que ocultar, legitima la situación de su hijo, le proporciona un padre y le otorga el estatus social que le correspondía. Puede ser ella misma sin miedo. Rodolfo también sale ganando, pues se casa con una señorita que le atrae físicamente al tiempo que siente afecto por Luis (Friedman:133) (Ife y Darby:175).

La boda supone que se ha hecho justicia al resarcir a las víctimas, liberarlas de todos los prejuicios sociales y devolverles la honra violentamente arrebatada.

Cabe señalar, finalmente, que el abuso sexual es un delito en el que la Justicia sólo puede intervenir en caso de que haya denuncia de la víctima, a instancia de parte, para evitar que la difusión del hecho afecte al agraviado si éste quiere mantenerlo en reserva. Empero, esto cede cuando se trata de un menor de dieciocho años o de una persona declarada incapaz; en esos casos, los tribunales pueden actuar de oficio, es decir, sin necesidad de que la víctima promueva expresamente la denuncia penal.

NOTA:

[1] El Prof. González Echevarría, mi maestro, me animó a que escribiera sobre esta novela como jurista.

REFERENCIAS

Aren Janeiro, Isidoro (2016), «Leocadia’s paradox: Moral and ethical demands in La fuerza de la sangre», El Humanista, 33, 348-356.

Aylward, E. T. (1999) The Crucible Concept: Thematic and Narrative Paterns in Cervante’s Novelas ejemplares. Madison: Associated University Press,123.

Burke, Peter (1998) Popular Culture in Early Modern Europe, Hampshire, Scholar Pres.

Castillo, David (2008) «Exemplary Gone Awry in Baroque Fantasy: The Case of Cervantes», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 33.1, 105-120.

Cervantes, Miguel de (1613) Novela de la Fuerza de la Sangre. En J. García López (ed.) (2013) Novelas Ejemplares, Madrid, Real Academia Española, 303-323.

Clamurro. William H. (2014) «The Justice of Forgiveness in la Fuerza de la Sangre», Romance Quarterly, 61:2, 111-124.

Cooper, T.H.(1843) «What Constitutes Rape» The Lancet, 40:8, ( 53-54).

Ife, Barry W y Darby, Trudy L.(2005) «Remorse, Retribution and Redemption in La fuerza de la sangre: Spanish and English Perspectives» en A Companion to Cervantes’ Novelas ejemplares. Stephen Boyd (ed.). London, Tamesis, 172-190.

El Safar, Ruth (1974), Novel to Romance: A Study of Cervantes’s Novelas Ejemplares. Baltimore, Johns Hopkins University Press, 128.

Friedman, Edward H. (1989) «Cervantes’s La fuerza de la sangre and the Rhetoric of Power» en Michael Nerlich and Nicholas Spadaccini (eds) Cervantes’s Exemplary Novels and the Adventure of Writing, Minneapolis, Prisma Institute,125-156.

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Margalit, Avishai (2002) The Ethics of Memory. Cambridge. Cambridge University Press,195.

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Welles, Marcia L. (1989) «Violence Disguised: Representation of Rape in Cervantes» La fuerza de la sangre», Journal of Hispanic Philology.3, 240-251.

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* Mercedes Carreras, Ph.D. 1990 (Universidad de Valencia) es profesora titular adjunta de Jurisprudencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia. Profesora titular de Español y de Ética Aplicada en la Escuela de Ingeniería y Ciencia de Materiales y del Programa de Ética, Política y Economía de la Universidad de Yale (desde 1997). Es autora de dos libros: Aproximación a la Jurisprudencia Feminista (1995, Premio de Investigación María Isidra de Guzmán) y Vilfredo Pareto: Una Teoría de la Libertad Económica y del Elitismo Político (1991). Es autora de 30 artículos y colaboraciones en varios libros sobre diversas áreas legales. Actualmente enseña: Ética profesional, español jurídico (una introducción a la cultura jurídica española y latinoamericana); español médico (principalmente para estudiantes de Pre-Medicina).

 

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