Kronopeas

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BUEN GUSTO DEL ENSAYO

Por Leo Castillo*

Más allá de la pretenciosa normatividad académica, estéril corsé de yeso que hoy asfixia la imaginación y vitalidad del ensayo, hubo siempre plumas felices cuyo ilustre vuelo remontó el género a esferas del goce estético, equiparables a la música y la poesía. De una innegociable vocación creativa, estas voces de un resabio claro y vital constituyen el deleite intelectual del lector hedónico, ese otro término de la conspiración de la inteligencia, reacio a los secos ficheros de imposible lectura de las Facultades de educación denominada superior y de posgrado. Yo busco la conversación más civil de Horacio y Rilke. Pues qué otra cosa sino ensayo es lo que degusto en las páginas de Cartas a un joven poeta de este y en las Epístolas del amable romano. Hay una afinidad no muy advertida entre estas dos cumbres. Las cartas de ambos, arte poética; todas, ensayos. ¡Y qué ensayos! Nadie como estos dos poetas ha sabido pensar sobre la creación poética. Horacio, desde luego, excelentísimamente en A los Pisones. Rilke, en cada una de esas diez sonatas que informan el precioso y apretado volumen.

En tiempos de vulgar afán, no me permito ir más allá de un fugaz vistazo a esta antigua costumbre de las mejores mentes de siempre, afición que tan dulce compañía ha hecho a los parias sociales, los gitanos urbanos que, un tomo bajo el brazo, buscamos en la intemperie la sombra del árbol de la ciencia para solazarnos en el más cortés de los goces terrenales.

El año 1571 Michel Eyquen, habiendo renunciado a un destacado escaño en el Parlamento, inopinadamente toma una determinación peligrosamente cercana al desvarío y al suicidio social (y Horacio recuerda cómo Demócrito excluía del Helicón a los poetas que tienen sana la cabeza): decide recluirse en el castillo de Montaigne con el propósito de entregarse ya para siempre a la lectura y la meditación como única posibilidad de encontrarse consigo mismo, prisión voluntaria a lo largo y hondo de una drástica inmersión que se prolongará veintiún años. Luego, en 1572, ese caballero de la Orden de San Miguel, gentilhombre ordinario de la Cámara del Rey, inicia la composición sistemática en una prosa «cuidadosamente descuidada» [1] de una numerosa serie de textos que él mismo dice hechos de «un habla simple e ingenua, tal en el papel cual en la boca; un habla suculenta y nerviosa, corta y apretada; no tanto delicada como vehemente y brusca; más bien difícil que aburridora; alejada de la afectación, desarreglada, descosida y audaz; cada trozo forma un cuerpo; no pedantesco, no frailesco, no abogadesco» y que llamará, para siempre, Ensayos. Que la palabra es nueva, pero vieja la cosa, ya Bacon lo apunta.

Edmund Gosse ha declarado que el ensayo es «un escrito de moderada extensión, generalmente en prosa, que de un modo subjetivo y fácil trata de un asunto cualquiera». Este Proteo de los géneros literarios se caracteriza por la presencia explícita del autor, al punto que Michel, ya sin el apellido paterno Eyquen, sino de Montaigne, en nota del autor al lector advierte que se podrá encontrar con rasgos de su condición y humor «porque es a mí mismo a quien pinto (…) yo mismo soy el asunto de mi libro». Libro personal por excelencia, referido a lo que le complace y a lo que le choca, siendo trasunto fiel de su paladar, libro somático, y así sus ideas «sufren todos los síntomas de los fenómenos alérgicos», donde no se descarta aun el recurso de voces obscenas. Su carácter es incidental, indiferente incluso a todo plan riguroso, así que Guez de Balzac denuncia que en Montaigne cada frase podía ser un principio o un final, sabiendo el autor lo que estaba diciendo, pero no lo que iba a decir, algo como apuntes para un desarrollo ulterior. Semejante informalidad aparentemente superficial, comparada con una conversación junto al fuego, no puede sino ser emprendida por el entendimiento de hombres bien asentados.

Entonces sobreviene el auge de la prensa, acaso ya con los nefastos achaques de hoy, pero el periódico se convierte en un medio ideal para la práctica del ensayo, lo que comporta ciertos mortales riesgos, dado que el autor «en el ardor de la invención prodigará sus pensamientos en un exuberante desorden y el apremio de la publicación no tolerará que el juicio los revise o los modere», según se queja el doctor Johnson. Con «The Tatler» (1709) y «The Spectator» (publicación diaria entre 1711–12), Addison y Steele dan inicio a la gallarda tradición de los ensayistas que publican en los diarios. «The Rambler», de Samuel Johnson (también mantiene el «Idler»), aparece dos veces por semana entre 1750–52.

Relevan grandes firmas a Montaigne: Descartes, Pascal en el XVII; Voltaire, Rousseau en el XVIII. Pero tal vez Francia es la inicial almáciga, y la patria donde se aclimata esta maravillosa planta comportándose, quizá no sin descaro como originaria, sea Inglaterra: así Swift, Coleridge, Hazzlit, De Quincy, Rushkin, Stevenson, Wilde, Woolf, por no fatigar al lector, conformarán una morosa lista que ilustre este aserto.

Habitualmente en Le Monde, The New York Times como en los más grandes diarios contemporáneos, se hallan ensayos que comprometen psicología, sociología, historia, política, todos los saberes.

En Colombia, a falta de escritores comprometidos con el afortunado oficio del elegante prosar razonado e imaginar entretenido (¡días de Luis Tejada, tan prójimo de Disertación sobre un palo de escoba!), no hay más ensayistas en la prensa; que nuestros columnistas domésticos son los tendenciosos llamados de opinión igualmente doméstica, panfletistas, o bien literatos de agotado oficio en sus mezquinas y febles consideraciones capillescas, su chisme gremial, mercenarismo sin cosa honorable que convidar.

NOTA

[1] Sigo a Ezequiel Martínez Estrada: Estudio preliminar a Montaigne, Ensayos, Jackson, 1953.

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*Leo Castillo es un reconocido escritor y cronista colombiano. Ha publicado los libros: Convite (Cuentos), Ediciones Luna y Sol, Barranquilla, 1992 Historia de un hombrecito que vendía palabras (Fábula ilustrada), Ib., Barranquilla, 1993. El otro huésped (Poesía), Editorial Antillas, Barranquilla, 1998. Al alimón Caribe (Cuentos), Cartagena de Indias, 1998. De la acera y sus aceros (Poesía), Ediciones Instituto Distrital de Cultura, Barranquilla, 2007. Labor de taracea (Novela, 2013). Tu vuelo tornasolado (Poesía, 2014). Los malditos amantes (Poesía, publicado por Sanatorio, Perú, 2014). Instrucciones para complicarme la vida (Poesía, 2015). Documental sobre Leo Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=Ec_H6WMsU-c Colaborador de El Magazín El Espectador; El Heraldo y otros diarios del Caribe colombiano. Colaborador revistas Actual, Vía cuarenta (Barranquilla); Viceversa Magazine, Revista Baquiana (USA); copioso material en sitios Web. Correo: leocastillo@yandex.com.

 

2 COMENTARIOS

  1. Excelente disertación… Se muestra hábil conocedor de los realmente buenos ensayistas a través del tiempo..

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