Cronopio leído

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LOS COSACOS NO SON PÁJAROS

Por Memo Ánjel*

«En las aguas estancadas flotaban nenúfares amarillos».
(Mijail Sholójov. Lucharon por la patria).

UN COSACO

La mezcla de eslavo y turco, jinete y creyente cristiano ortodoxo, de hombre que tiende a la derecha y se somete a un presente con un pasado que ya no tiene, da como resultado a un cosaco (hablamos de los días de Stalin, llamado el padrecito). Y este cosaco, que en el siglo XX se unió a los ejércitos blancos que luchaban contra los bolcheviques, que hizo parte de la guardia del zar y al fin fue sometido por el ejército rojo, habita en el inicio de lo que llamamos Rusia, cuando se mira hacia el oriente. Y si bien lo reconocemos por su sombrero redondo de piel de oso o de lobo (el papaja) y su abrigo grande rojo, bailando a grandes pasos para lucir sus botas negras y grandes y, con una espada en la mano, lo cierto es que sigue siendo un jinete que asiste a la iglesia armado porque a D’s le gusta ver a sus defensores. Oyendo el evangelio, desenvaina la espada hasta la mitad. Cosaco quiere decir hombre libre y la religión lo libera más.

De los cosacos habló Tolstoi, diciendo que tocaban bien el acordeón, se movían como el mar por las estepas y eran capaces de morder el vaso de vidrio en el que bebían vodka, para escupir después y matar los diablos. También habló Gógol en su pequeña novela Tarás Bulba (que se da en el siglo XVI), mostrándolos como guerreros y gente honorable a su manera (al mando de atamanes), creencias fijas y sangre ardiente. Por ese tiempo que narra Gógol, Rusia todavía se estaba cristianizando y buena parte del territorio era una especie de invención. De las bocas cosacas salían tres palabras: honor, verdad y vida.

Pero además del caballo, que lo liga a las distancias, a un cosaco lo define el Río, sea el Don o el Dniéper. En el río trabaja, pesca, hace poemas, crea música, ve fluir la existencia y también lo que será el final. Y entre el nacer y el morir, procrea con sus mujeres, con el fin de que, si un cosaco muere, haya dos que lo reemplacen. Pero estos cosacos de los que hablo, que están en los libros y las leyendas, en buena parte desaparecieron en las guerras civiles posteriores a la revolución (hicieron parte de los ejércitos blancos o negros zaristas), sea por un tiro en la frente o porque los mandaron presos a Siberia. Solo quedó un reducto que se unió a los bolcheviques y asumieron de mala gana los conceptos revolucionarios. Estos cosacos reeducados, debido a su cultura de hombres libres, siempre fueron sospechosos y, debido a esa marca, tuvieron que demostrar más patriotismo que los demás. El miedo y la conveniencia son masa móvil cuando están revueltos. Uno de esos cosacos fue Mijail Sholójov que, aceptando u obedeciendo los nuevos tiempos, se hizo político y escritor. En la política, se dio a la creación y administración de koljoses (granjas colectivas en las que se mezclaron las energías vivas del caballo con las muertas del tractor). Y en literatura, a que no muriera la cultura básica del cosaco que, si bien los comisarios del régimen despreciaban, sí era importante para quien oía historias y se veía con una espada en la mano y un caballo bajo sus piernas, abrazando a sus antepasados convertidos en viento.

LOS NUEVOS COSACOS

Es claro que los cosacos pudieron desaparecer después de la Revolución Rusa. Zaristas, tildados de traidores y mercenarios, vencidos y casi convertidos en asesinos despiadados por el ejército rojo (hay que ver lo que cuenta Isaac Babel en La caballería roja), de ellos quedaron pocos y con miedo, muchos arrepentidos y otros locos. Pero nunca desaparece un pueblo por completo si entre sus miembros hay un escritor que les devuelva el alma, primero la más primitiva, que tiene que ver con el reconocimiento de los paisajes, los ríos, las plantas, los animales y el trabajo; segundo, con la que lleva a hacerse hombres de nuevo, dentro de otros órdenes, es cierto, pero en disposición de no bajar la cabeza. En las peores condiciones es cuando entendemos la libertad, que es un rehacerse para que la vida tenga sentido.

El escritor que le dio identidad de nuevo a los cosacos fue Sholójov. Y no lo hizo invocando antiguas costumbres ortodoxas (tan abundantes en íconos y popes, en tallas de maderas y banquetes funerarios, en un antisemitismo brutal y bailes de borrachos), sino yéndose al símbolo más primitivo: al río. Al espíritu que fluye y da la vida, que en los veranos calma la sed e invita a las fiestas de la cosecha, y en las otras épocas nutre la tierra y permite trabajarla facilitando las eras para legumbres y frutas, la construcción de pozos y abrevaderos, la búsqueda de sal y el bodegaje de heno y herramientas. Un río siempre fluyendo para que unos y otros se encuentren. Ese rio de Sholójov es el Don (palabra sumeria que traduce río), y quizá fue nombrado así por los primeros cosacos (sangre turca y eslava juntas) y que, en Cuentos del Don, El Don apacible y Tierras Roturadas, vuelve y nace y es narrado dentro de una técnica literaria que se llamó Realismo ruso, que consiste en escribir sobre la vida diaria en medio de un contexto histórico, moral y social. Un espacio narrativo para que el cosaco nuevo admita que la vida ya no es como antes (quizá esto sea el progreso) y hay otra alteridad política; que los tractores ayudan más que los caballos, aunque se hunden en el pantano y hasta se pudren ahí, que la propiedad es común y el trabajo colectivo, y en los planes quinquenales (resultados económicos a 5 años) el fracaso se debe a los muchos intereses y berenjenales interpretativos. Ya no huele a caballo sino a petróleo y aceite, y el run-run que le pertenecía a las chicharras ahora también es de las máquinas. La vida es otra y la que se vive a diario, varía en algunas cosas, por ejemplo, que la mujer ya no está sometida a la voluntad de su marido sino a los criterios que ella tenga, pues políticamente está en condiciones de igualdad. El matrimonio es un asunto de camaradas. Lo demás sigue igual: se come, se duerme, se discute, se fuma. Y la presencia del rio está ahí, diciendo quién es quién.

Nikolai Streltsof, agrónomo y a cargo de las maquinarias y tractores de un koljós, es uno de estos cosacos nuevos y su mujer ha decidido dejarlo para irse con un profesor. En los viejos tiempos cosacos, el Atamán y el pope habrían decidido si esto iba con la moral o no, decidiendo algo terrible. Pero ya los tiempos han cambiado y la que decide es ella. Además, la guerra ha regresado y esta vez es la peor. Nikolai Streltsof, vive dos guerras: la personal y la que, durante cuatro días de intensidad variable, librará contra los alemanes. La guerra contra uno mismo, entre los musulmanes, se llama Jihad. En el judaísmo, Teshuvá. En los dos conceptos la promesa es: ¡No lo vuelvo a hacer!, me lo prometo a mí mismo. Nikolai Streltsof pudo haber servido para un cartel de propaganda o para un sumario de traidor.

LUCHARON POR LA PATRIA

En las guerras hay que crear héroes. Vasili Grossman, el autor de Vida y destino, escribía sobre héroes para los periódicos, pero al mismo tiempo anotaba en sus libretas lo que sucedía en la intimidad al pueblo ruso, que no solo buscaba medallas, sino que también lloraba, rezaba por sus muertos y encendía velas de rabia. Como bien lo define Norman Mailer, toda guerra es un fracaso pues quien la vive, sea vencedor o vencido, de muchas maneras se ha destrozado a sí mismo y la batalla lo sigue.

Lucharon por la patria es una novela bélica y algunos la han acusado de propagandística. Sholójov es un protegido del Partido y no se sale de los cánones de lo políticamente correcto. Dicho de otra manera, escribe con barreras y, si se quiere con miedo. Sin embargo, es un escritor y el escritor siempre es un rebelde, pues la vida para él está por encima de cualquier otra convención. Su tarea antes que hacer propaganda (si bien algo de ella cae en el cuenco) es desnudar al hombre ante la presencia de la muerte. Y para el caso de esta novela, el hombre no solo es Nikolai Streltsof sino la situación emocional que vive. Está en guerra por el desamor que enfrenta y, al tiempo, ha sido enrolado para ir a la batalla. Hay dos furias, entonces, y las dos están en su corazón. Pero también tiene miedo y esperanza, igual que los que lo acompañan, que se quejan por no estar comiendo bien, por la vida que han dejado en el koljós y las caricias que ya no reciben. Hablan de sus mujeres y los hijos, de las gallinas y las viejas avaras, del rio Don y los amores furtivos (uno de los personajes es un enamorador), de los que han muerto (sin alcanzar a fumarse el cigarrillo que pidieron hace un momento) y de las trincheras que todos cavan para verse luego saltando de ellas acosados por los disparos de los aviones.

En las guerras los soldados hablan, hacen humor negro, se igualan y disparan a los uniformes de los hombres que se les vienen encima. Disparando a los uniformes, se liberan del impacto de haber matado a uno como ellos, a alguien que pudo ser su amigo y con el que pudieron beber y reír. Tumbar un uniforme no es matar a un hombre, es crear una baja, es restar. Las medallas las dan por restarle uniformes al enemigo.

Valiéndose del tejido que hace con sus personajes, Mijail Sholójov crea un cuadro de los hombres que van a la guerra para defender su patria, ese lugar donde construyen, trabajan, sueñan, tienen obligaciones y se sienten solos cuando el amor les falta. La novela no es de agresores sino de agredidos, no es de gente que crea monstruos sino de seres simples que se pegan a la tierra pedregosa para escapar a los disparos y a la vez disparar. Son cosacos sin caballo, no son pájaros que pueden huir del huracán sino gente metida en él y con el corazón en la boca. Son nenúfares en el pantano, ganando color o perdiéndolo. Son hombres que luchan por la patria, queriendo regresar a casa para estar seguros, aunque ya nunca lo estarán. Los recuerdos de la guerra no se van, están ahí, los oyen hasta los sordos. Nikolai Streltof ha quedado sordo y recuerda.

Mijail Sholójov nació en 1905 y murió en 1984. Ganó el premio Nobel de Literatura en 1965, siete años después que Boris Pasternak, a quien las autoridades soviéticas obligaron a no recibirlo. Con El Don apacible y Tierras roturadas, Sholójov da cuenta de los nuevos cosacos, de las granjas colectivas, del vivir en lo simple y habitar el corazón. Y con Lucharon por la patria, la vida es como es, sin más pretensiones que vivir. Un contra-cartel de la propaganda.

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

 

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