Diario de un Cronopio salvaje

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Enero 6

Por Santiago Andrés Gómez Sánchez*

Obviamente, mi indiferencia es motivada por el dolor. Es voluntaria. No es real ni falsa, es una actitud. Una sana costumbre.

6:19 pm. Leo en Desde abajo: «La sesión especial del Congreso de Estados Unidos para validar la victoria electoral de Joe Biden se transformó en una batalla campal de la policía con seguidores del presidente Donald Trump, algunos de ellos lograron ingresar al Capitolio».

Enero 7

Trump está diciendo que nunca concederá la derrota. Todo indica la guerra civil en Estados Unidos de América.

Enero 11

Estuve pensando qué es lo importante en la vida y se lo pregunté a Adriana, solo para iniciar una conversación, y nos tomó tiempo. Ella misma dijo, jm, eso no se responde con una sola respuesta, y yo le dije, pues a ver. Entonces dijo que son muchas cosas, dijo que es importante apreciar la vida, agradecer por ella. Añadió que también es importante valorarse, quererse. Dijo que es igualmente importante asumir los compromisos que uno adquiere y ser coherente con ellos. Entendí que allí hablaba un poco de trabajar día a día por la pervivencia del amor y, en últimas, del hogar. Eso querría decir que implica asumir también, de algún modo, los cambios, y le dije que yo creía que era importante que pensáramos un nuevo plan de vida, unos objetivos actualizados de vida, ahora que tantas cosas son distintas a como lo han sido durante un periodo importante de nuestro matrimonio. Entonces me preguntó que para mí qué era lo importante. Yo dije mirar al lado. Darse cuenta de lo que uno está viviendo. Eso es percibir el color como algo nuevo, siempre. Todo como una especie de onda, y uno como un fondo de un pozo sin fondo. Lo resumí en la palabra recibir, lo que tiene que ver con la cábala, y con el contrapunto lezamiano, por supuesto. Entonces cambiamos de tema.

Enero 13

Confía en tu intelecto. Si eres consciente de tus límites, sabrás guiarte. Incluso por salud mental. En esa quietud del ser no ser, la elección es propia del ser. Nunca más te juzgues ni descalifiques a nadie. Sé compasivo. Tu poder es la música del cuerpo y la gloria de los sentidos. No lo olvides, tú cuentas. Respiras desde el fondo del sueño. Estás en contacto con el orden generoso del tiempo. Sabes de la suficiencia del silencio eventual y veraz. Disfrutas de la humildad de ser simplemente humano.

Enero 16

El lugar verídico de mi entereza pasa desde luego por mi muerte.

Enero 18

He pasado por días un poco alucinantes debido a la película de Mercedes Gaviria. Escribir sobre cine es para mí una cosa no fácil, nunca, en ningún sentido. Ni siquiera cuando tengo la comodidad de los esquemas, mucho menos cuando no la tengo. Siempre es, al fin, una responsabilidad con la película, por lo menos con ella, la cual es algo activo en mí, una especie de sustancia temporal sensible a la que hago preguntas y que se adelanta hacia la página. No sé qué sentido tiene todo esto. Un buen consejero es el decidir, cruelmente, no complicarme la vida. En cierto sentido, esto implica riesgos bravos a veces. Por ejemplo, le he dicho a Adriana que de ahora en adelante tendré más en cuenta lo que yo quiero profesionalmente que lo que ella espera de mí, porque buena parte de nuestra relación se ha basado hasta el día de hoy, o sea: desde hace más de doce años, en el hecho de que yo soy un pensador y creador del cine. Decirle que se haga a la idea de que a mí me gusta más la literatura, porque de ahora en adelante la priviliegiaré por encima de todo, no ha sido fácil. De hecho, le he dicho otras cosas, y primero he debido hacerme cargo ante mí mismo de esa decisión. Por supuesto, ella no implica que yo renuncie a ser profesor de cine, pero sí que preferiría no hacerlo. También le dije, en cualquier caso, que si quiere comprar un carro deberá encargarse de todo el negocio ella, y yo no moveré un dedo. Hablábamos de seguir juntos o no. Separarnos sería duro y ninguno quiere, pero para seguir juntos hay que considerar esa posibilidad y tomar una decisión que nos sea realmente conveniente. Si no habláramos de eso y siguiéramos como si no hubiera problema, sería eludir una incomodidad tenaz para seguir viviendo yo un tanto incómodo. Prefiero correr el riesgo con tal de ser fiel a una sencillez difícil de asumir, porque somos siempre muy idealistas, pero que sin duda es más práctica y, me parece a mí, más benigna.

La compasión es la única respuesta. Caminar despacio y sin presiones.

Enero 29

En cuestión de unos pocos días, mi padre adquirió la Covid-19 y ya no está con nosotros. Son solo unas cuantas palabras, parece el arranque de El extranjero. En cambio, mamá no ha muerto ayer. Sigue en pie, con una majestad impalpable pero subyugante.

Enero 31

En unos cuantos días he publicado escritos que me parecen una barbaridad, que describen lo que soy o lo entonan, más allá de cualquier claridad explicativa de algo bien definido, lo cual, sencillamente, no es mi asunto.

El jueves, al día siguiente de la muerte de papá, en mi recóndito perfil de Viejo Roble en Facebook, en el que suelto cosas al aire para los que allí llegan, puse lo siguiente:

«Hace cinco años, más o menos, cuando papá salió del quirófano luego de una delicada cirugía de vértebras cervicales, lo primero que dijo para comprobarnos que estaba bien mientras la anestesia apenas dejaba de hacer su efecto, fue la palabra ‘Lucy’. Estaba pidiendo que le cantáramos esa canción de los Beatles.

»Hace poco, en sus últimos días, cuando ya estaba prácticamente desahuciado por efectos de la Covid-19 en su cuerpo, en medio de su sedación, durante una llamada colectiva de la familia para despedirnos todos de él, era casi nada lo que podíamos entender de sus palabras, hasta que dijo: ‘Lucy, Lucy’… De nuevo estaba pidiendo esa canción en un momento álgido.

»La música era no una debilidad de papá, sino más bien el encuentro con la fibra más sensible de su ser. Era un modo de entendernos sin demasiado énfasis. Pero yo se lo hacía ver, y sé que él fácilmente se dio cuenta en los estados límite de lo que realmente significa estar vivo y ser consciente de ello. Ser una trenza de líneas de colores en el tiempo y un arroyo que se va…

»La respuesta de todo era Lucy in the Sky with Diamonds.

»Vuela alto, magistrado. Estamos contigo».

A los pocos minutos, añadí:

«Esta [la canción Coming Down Again] de los Stones es otra que le gustaba a mi padre. A veces yo estaba oyendo, podía ser en el comedor de la casita de La Ceja, por ejemplo, o en la sala de televisión del apartamento de Medellín, y él pasaba y de pronto me daba alguna opinión. En esta ocasión oyó el comienzo de la canción y dijo: ‘Ese es un pianista fino’. Nada menos que el gran Nicky Hopkins, en uno de los temas más dulces de mi maestro de vida, el no muy predecible Keith Richards».

Al otro día, en la mañana, publiqué la canción Serenata de amor, del gran Jaime R. Echavarría, y comenté esto:

«Una de las canciones clave en la vida de mis padres, que le llevara papá, joven estudiante de derecho, a la adolescente Amparo, a mediados de los años cincuenta, en su primera serenata para ella, y sin duda una de las grandes canciones de la música colombiana. Vengo de aquí».

En la tarde de ese viernes fue la misa de las cenizas, por la ermita aquella de El Retiro donde se casó Olguita Umaña. En el momento del sermón yo me fui a andar, a cantar a voz en pecho al viento. Miré y rocé las ramas de los pinos en un camino a medio pavimentar, contemplé la flor robusta de un San Joaquín, el sol, los paramilitares que me daban consejos sapientísimos para que acepte la devastación de todo. Luego volví a oír las bellas palabras que escribieron mi hermano Gabriel y mi sobrino Juan Camilo para la ocasión. En la noche solo puse en mi perfil de Viejo Roble la música para un funeral masónico, de Mozart, y exclamé, sin mucho sentido, pero con pleno sentido:

«Y todo fue asombro en este mundo de maravillas, y un saber que nunca habría muerte, y no creer, y descubrir que por ventura aquella seguridad, que era un temor, era sobre todo un error, y que la falsa fe, que era más bien un anhelo, era la verdad convertida en descreencia, en el tímido esfuerzo por ver más allá en todo lugar, y encontrarlo».

Ya en la madrugada, con tres cervezas en la cabeza, publiqué No Surprises, de Radiohead, que yo sé que mi papá supo valorar, y canté esto:

«Tú sabías que yo estaba en busca de algo, papá. Espero lo hayas encontrado. Me voy a dormir. Ya te veré solo donde antes no te veía. Yo sé. Las telarañas se hacen de luna aplastada. Presencias quedan donde no había nadie. La casa está sola para ti, pero la puerta está abierta, padre. La noche te espera, es tan fresca. La noche siempre estuvo iluminada. Mira las habitaciones comunicadas por ventanas abiertas. Eso es el afuera, es un día pleno de lecciones que da el viento, que dan las voces que alguien grabó para que tú oigas, y están aquí para que tú te detengas y escuches mejor. Es la anciana madre, es la anciana madre, la anciana madre, diciéndote que la vida hay que vivirla aunque no encuentres la salida, vivirla aunque la salida esté adentro, aunque esté en la quietud, en la quietud final, en la muerte, en la huerta, en la paz del alcanfor, de la compra de la yerba, ese amarillo hecho taxi, esa voz femenina que te canta a ti y no le canta a nadie, que no es nada y es todo, ese balcón que te invita a caer, ese hijo que te oye y al que le matas el ojo, tú no serías capaz de matarte, te dice, te falta valor, y le das una palmada en la espalda, te veré. La coca no da inteligencia, me decías. Eso es un engaño. Todos los lugares envían sus hilos, son pasillos claros por donde te veo, sin dolor, con alegría infinita, la carcajada es la misma, yo escribo aquí por escribir, nada más ya. Sí. En el 97, en el 98, me oías oír, y sabías que estaba en busca de algo, y sabías que allí estaba siempre, que no había que buscarlo, que tal vez no lo veíamos, pero que lo sentíamos… Espero lo hayas encontrado, sin sorpresas, padre, cosa de todos los días, cosa de siempre, la muerte, como en el primer día».

Entonces me fui a acostar. Yo me había dado cuenta en las meditaciones que lo que quiero es oír a papá. Y como Fernando Restrepo me recomendó que aprovechara para pedirle ahora, que es el momento, dijo él, solo le dije a mi padre que, justamente, siguiéramos conversando. En la noche, un gatico, no sé cuál, cuando yo ya me había encerrado con Adri en el cuarto donde estamos durmiendo mientras mi suegra ocupa la alcoba matrimonial por unos días mientras se recupera de una enfermedad, me llevó una almohadita de las que Adri les compró con una caja de juguetes para mascotas, y la dejó en el umbral de la puerta, como si fuera una cartica para que yo recogiera al salir. En efecto, al levantarme y salir para ir al baño, descubrí sorprendido esa especie de casual mensaje, con la más pura apariencia de una misiva, veteada como una zebra. Yo entendí que el modo del encuentro exigía entenderlo de una cierta manera. Por supuesto era un mensaje. Y estaba muy en sintonía con lo que habían dicho Gabriel y Juan Camilo sobre los valores que privilegiaba padre. Me fui a sentar en el sofá con los gaticos, eran las cuatro de la mañana. Recordé que mi papá siempre preguntaba por ellos, que a veces los llamaba los perritos y en su último mensaje nos envió bendiciones a nosotros, a Isabel (mi suegra) y los nietecitos. Esos nietecitos eran nuestros hijos adoptivos, por supuesto, los gaticos, que ya van siendo gatos, que ya están grandes. Que ya toman decisiones —así sean influidos tal vez por mi padre, como yo en el pasado—.

Al otro día, ayer mismo, recordando tantas cosas sin querer, simplemente me puse a escribir lo que se me vino a la mente cuando oí una canción que le fascina a mi suegra Isabel: El preso, de Fruko y sus Tesos. Lo que publiqué es una muestra del tipo de pensamiento que tengo en estos días, cuando ando en otra parte, cuando ando ido.

«El día en que mataron a Pablo Escobar todos sentimos un descanso en casa. Poco a poco se levantó la leyenda del forajido en algunas regiones del mundo, y también en Medellín muchos crecieron y prosperaron con la idea de que gracias a Pablo habían podido ser. Ya tan solo en casa un hermano y yo nos resistimos a celebrar, pese a que sabíamos que había muerto un enemigo. Ese hermano mío, abogado, investigador riguroso, le había dicho alguna vez a mi padre sin miramientos que la mafia también cumpliría con un papel histórico. El otro, mayor, economista, me había pronosticado la muerte de Escobar como algo inapelable, desde hacía varios años, en un almuerzo, ‘porque la gente así no puede terminar de otra manera’. Pero frente a las palabras del abogado nadie supo qué responder. En casa no nos ahorrábamos nunca, no lo hemos hecho jamás, el decirnos las cosas de frente, aunque todo tiene un límite. Cuando sucedieron los hechos del Proceso 8000 las discusiones llegaron a un punto extremo. Papá, que ahora era delegado de la Procuraduría en las audiencias, defendía la versión de Samper, y en casa y en Medellín muchos se extrañaban de la actitud de quien llegara a llamar rata a Escobar en una entrevista para Teleantioquia, se había atrevido a decir que lo iban a aplastar y a rechazar un cheque que el Patrón le mandó para que le pusiera los ceros que quisiera. Yo siempre me mantuve apartado de lo que sabía eran conceptos jurídicos puramente técnicos, aunque también —y sin excepción, en el caso de papá—, conceptos atentos a las circunstancias especiales de cada caso. Yo no era nadie para venir a decirle a él qué debía hacer. Cuando la revista Semana puso a papá en su sección de los ‘quemados’, o sea, los desprestigiados del momento, mi hermano abogado lanzó la revista furioso hasta el fondo de un rincón. Sin embargo, nuestro padre ya había pasado en los sesenta por campañas periodísticas en su contra, y resistía impávido todas las presiones. Hasta el sol de hoy, nada se ha podido probar legalmente contra Samper, aunque, desde luego, el juicio político a ese y otros presidentes —a todos ellos— es una deuda de Colombia consigo misma. Mi padre volvió a Medellín poco después de nuestro intenso y breve paso por Bogotá, a descansar. Yo estaba lejos, viviendo solo, desbocado, gracias a un premio millonario por mi cine de mentiras. Su jubilación se dio poco después. Unos años más tarde, cuando yo había regresado a casa, devastado, perdido en la adicción a los viajes sicotrópicos, el ejército norteamericano invadió Irak, Sadam Huseín fue detenido y la televisión mostraba mundialmente al dictador reducido a ser un simple individuo examinado por los médicos invasores. Uno de ellos le iluminaba los ojos con una linterna pequeña, delgada. Le daba órdenes, mire para arriba, abra la boca, el otro no entendía, era regañado, saque la lengua, Huseín la sacaba, como el emperador Adriano a donde el médico en la novela de Yourcenar, uno como tantos. El comentario de papá solo fue: ‘ay, la dignidad humana’.

»Yo no dije nada. Mi extraviado ser estaba en la pantaloneta raída negra, o grisosa, que llevé puesta varios años casi sin quitármela, andaba un poco ido, tratando de escribir guiones que me explicaran ciertas cosas, me fumaba nueve baretos al día, llevaba meses sin lavarme los dientes, oía mucha música, sin afeitarme, y así duraría mucho, no hacía nada más sino preparar fábulas sobre la valentía del amor. Resonaban muchas noticias de muerte, demasiadas, en mi cabeza, aterradoras todas, y mi corazón de cineasta en bruto me hacía ver las muertes sin verlas. Un casete de VHS de la Fiscalía había llegado a mis manos. Eran grabaciones sin editar de un periodista de la televisión que entró a un pueblo que se acababa de tomar la guerrilla en los Llanos Orientales. Cuadras enteras de casas caídas, todas las paredes abaleadas, niños rostizados por el estallido de una pipeta de gas. El camarógrafo de pronto se queda en la expresión final del cuerpo muerto del niño, no mayor de diez años. Sigue con su cámara el gotear que mana de la cabeza abierta en dos. Acerca la imagen con la lente, asombrado él del reposo de la mente y del alma vidente de gloriosos cantos de pájaros al amanecer al fin en un sórdido gotear por el pelo apelmazado, un gotear espeso, amarillento, lento, lento. Las gotas amarillas de los sesos caen y resurgen ocupando y desocupando toda la pantalla, la imagen se aleja de golpe, como hacía la lente de Jorge Silva con la imagen del niño acribillado en Campesinos. Yo apagaba el cigarro de marihuana viendo la imagen, pensando cómo editar eso con un audio de publicidades de Conavi quiere a la gente y la música de los Stones —el final de Sway— que quizá podía oír el camarógrafo esa noche, cerca de su familia, un poco afectado, mientras contemplaba cómo el noticiero evitaba mostrar algo tan elocuente. En las noches, solo en mi pieza, me quería morir de verdad y en las madrugadas, a veces, me moría varias veces, rayaba en la oscuridad encima de páginas de libros que no veía para cotejar al otro día los pasajes impresos con mis clamores a oscuras. Al amanecer, papá me saludaba haciendo muecas, payasadas, bromas pesadas. Entre tanto, un hermano estudiaba sobre procesos sociales de liberación en Estados Unidos y el otro trabajaba aquí con los empresarios antioqueños, todos empecinados en ayudar a avanzar a mi querido país. Mi madre me decía que yo algún día me liberaría, ‘algún día te vas a reír de la vida’. Yo afrontaba el día con lo que podía, creyendo aún en lo que me había enseñado un engañado maestro, que la poesía era importante, que el arte era una ocupación noble. No lo eran. No lo son. Y mientras menos lo sean, mejor. Sin embargo, porque no importaba, justo por eso, porque solo de resistir se trata, la frase de papá, ‘ay, la dignidad humana’, frente a la imagen de un Huseín rebajado, resonaba con insistencia y resonará en mi corazón para todo lo que me quede de vida».

En el aire ha sonado varias veces: «Solo… ¡con mi pena! Solo… ¡con mi condena!».

Febrero 2

Todo consiste nada más que en aprender a soportarme. Convivir conmigo mismo. Exactamente el modo de morir es este. Sí, disfrutando, pero muriendo. Digamos, despidiéndonos, en muy buena parte. Saludándome, siempre. Dando y recibiendo de los que te acompañan, que no son muchos. De lo que me doy cuenta es de que estoy enfrentando una situación pavorosa. Es la sensación y el vacío de la inexistencia. Ahora mismo lo que es importante para mí se ha disuelto. No sé qué es lo que estoy viviendo. Me resbala. De este pozo solo salen cosas, sin control, y ya no recibo nada, o no sé, ni siquiera sé.

Febrero 14

No te dejes convertir en mártir por ti mismo, y trata de saber qué dices y qué callas. Tienes un lugar. Lo mejor es hoy reservarse comentarios, actitudes, reacciones, respuestas… La tragedia es inimaginable. El grado de indolencia suele ser insospechado e insoportable. El peligro es indeterminable.

Febrero 19

Es un momento decisivo, realmente, un instante en el que digo: hago una raya. Oigo el quinteto en do de Schubert op. 163, D. 956, con Stern y Casals en el grupo, oigo el scherzo, o mejor, el tercer movimiento, un movimiento diverso, en un segmento lento, ha de ser ya el andante sostenuto, no sé. Pienso poner en Facebook: la perfección de Bach, la chispa de Mozart, la extrañeza de Beethoven, la visión plena de Schubert. Podrá pensar alguien que en cada una de estas letras hay solo letras, incluso repetidas, cosas, manchas y ya. Lo que hay es una correspondencia, palabra tan cara para el romanticismo francés, para Rimbaud, en especial, de manera que sería interesante para la antroposofía… Sí, algo así como resonancias. ¿Pero uno ha de resonar con qué? El bueno de Jorge Vega me ha dicho que estar en consonancia con los cambios de la sociedad, o de ese conglomerado humano que llamamos de tantas maneras —porque sin duda es muchas cosas— es saber resonar con el mundo. Yo no creo del todo, qué lástima, hombre, no coincidir con el médico, el chamán del que habla María Helena… Y claro que sí, un hombre lleno de sabiduría.

El mundo me ha demostrado con sobradas razones no solo lo engañado que está con respecto a todo, sino también con respecto a mí. Aunque aquí hablo de una parcela del mundo que es, más bien, el cúmulo social. No juzgues a la humanidad por la belleza de la naturaleza. Júzgala, tal vez, por su vanidad, tan dolorosamente hermosa, o bien, tan conmovedora y peligrosa. Entre tanto, yo sé que lo humano es un cumplimiento —palabra que me ayudó a valorar mejor el propio Jorge— en parámetros distintos a los de la sola practicidad. Como sabe Lezama, y lo dice en su ensayo sobre el taoísmo, La biblioteca como dragón, por supuesto la practicidad engendra una imagen muy poderosa dentro del Tao, altamente poderosa. Pero esa imagen, en mi caso, es como la de los solitarios de La expresión americana, y como la del propio Lezama en su entorno y Cemí o Fronesis en La Habana de Paradiso. Así de simple. Ahora temerariamente me giro hacia ese maestro mío de otro tiempo y encuentro al maestro de lo eterno, cuyos nombres no diré. Ya lo sé.

Hay un sustrato no solo indestructible sino eterno, lo cual es una misma cualidad para dos momentos distintos. El sustrato del que hablo no es únicamente el piso que hizo mi padre para este hogar y lo que yo he labrado sobre él. Hay otro sustrato, o ese mismo del que acabo de hablar, proyectado en un plano hipotético del que nunca estará ausente. Y si digo que es exactamente el suelo labrado por la experiencia, en términos prácticos, de resonancia con la empresa humana, si digo que es un sustrato o preexistencia que tiene que ver con el lenguaje que empleo por herencia, con el modo en que escribo y estructuro mi concepto de acuerdo con lo leído y vivido desde la germinación de mi ser hasta este instante forjado entre todos, todos, todos, incluyendo a Franz Schubert, pero presente justo en donde no se haya, con un alcance que lo hace centro de la nada, origen liberado de sí mismo, estoy hablando de una esencia irrompible de la que puedo estar del todo distante, ser independiente, otra cosa, y que aún me toca, permanece, me nutre. Déjate ser perdido de la falsa necesidad que te impone el falso amo. No te preocupes más por quienes no pueden ver más allá de sus propias narices.

Marzo 15

Hoy ha comenzado una fase nueva en la vida de Humanidades Virtuales, que es el nombre que le hemos dado a un grupo de trabajo Rafa París, Juan Manuel Zuluaga, Adri y yo. Me he dado cuenta de que me gusta y quiero ser como una especie de monje. Estar muy atento de todo, en el sentido de alerta, pero sobre todo recibir lo que vayamos viviendo. Me siento inusitadamente comprometido con los gaticos. Con la misma Adriana. Hace poco me llegó la primera evaluación de la tesis doctoral. El comentario es alentador. El profesor Sarría, de la Universidad de La Habana, termina su comentario diciendo que Medianoche con Dios debería ser publicada o participar en cualquier concurso de ensayo importante de Hispanoamérica. Piensa en eso, Santito. Estás terminando todavía dos libros más de cine, eso es bárbaro, pero no quisieras dar clases de cine, y mucho menos en Medellín. Ojalá fuera, en unos años, clases de literatura en Bogotá.

Marzo 16

Una de las cosas clave es entender que soy profesor, y punto. No más. Que a eso se reducen mis tareas. Actualmente, calificar y leer el libro de Yuval Noah Harari. Concentrarme en optimizar las clases. La novela, el libro de cine antioqueño, otras cosas como el artículo para Medrado Malquisto, son ancilares y es cierto que no las debo dejar de lado, pero con ellas la clave es la constancia, no necesariamente el rigor en los tiempos. Igualmente, otra clave es entender que lo básico es atender bien al hogar.

Marzo 21

No te creas ningún cuento (ni siquiera los veraces), y descansa.

Marzo 23

Comienzo a manejar cierto poder en clase. Algunos alumnos, y tal vez no son solo los alumnos, buscan a veces —eso se siente— sabotear tiernamente. No disimuladamente, ingenuamente. Chao. No hay mucho más que decirles. Y a los que no participan, exigirles incluso que lo hagan.

Marzo 25

Avanza lentamente el libro de cine antioqueño. Solo haz lo que debas y espera un mes (hasta el 25 de abril). Es decir, no hagas entrevistas ni artículos de modo que excedan tus simples posibilidades. En general, no te afanes con nada.

Marzo 26

Tal vez no haya nada más gracioso y a la vez más peligroso que la idea de un sentido recto de las palabras. Y sin embargo, ese desorden mental o cognitivo que se llama, creo, síndrome de Asperger, llega a ser deseable en todo el mundo, en lo que tiene que ver con la interpretación literal de fórmulas retóricas. Quiero decir que la gente suele asumir las cosas creyendo que hacen lecturas literales o de mensajes indirectos pero supuestamente obvios allí donde no hay nada de lo que creen entender de modo claro e indiscutible. He podido hacer acopio de algunos ejemplos tremendos. Uno de ellos fue hace unos años, cuando en una reunión de amigos con sus parejas pregunté por un personaje de la televisión del que se habló pero que yo no conocía, y la gente pensó que estaba aludiendo directamente a uno de los que estaba sentado con nosotros solo porque se parecía mucho a ese personaje. Ese individuo mismo también se sintió aludido y desde ese instante su actitud cambió para conmigo, y la velada se volvió para mí algo extraño e indescifrable, un poco incómodo para todos los asistentes. Al otro día, cuando yo le confesé a uno de ellos, viejo amigo mío, que no entendía para nada el comportamiento que había tenido toda la noche aquel otro sujeto, el amigo me dijo que al fin y al cabo al otro yo también lo había provocado. De inmediato le exigí con toda sinceridad que me explicara dónde había estado mi provocación, pero él se quedó callado. No dijo nada. Yo solo al tiempo vi por casualidad al tal personaje de televisión que todos conocían y por cuya identidad yo había preguntado en esa noche, y al darme cuenta de que realmente es idéntico al sujeto ofendido, me di cuenta de que todos casi naturalmente ataron cabos que no existían. Creyeron además que uno debe saber cuál es toda la cornucopia del entretenimiento popular. A eso se reducía el sentido recto de mis palabras. Por eso su asunción fue absolutamente convencida de que yo estaba significando algo de manera casi literal: una burla de alguien por preguntar lo que en verdad no sabía. Otro ejemplo tremendo fue cuando publiqué en Facebook un comentario sobre la evaluación que me habían hecho los alumnos del Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Ese día puse: “Que tus alumnos te califiquen bien no tiene precio”. Lo que no sabía es que minutos antes un crítico de cine había publicado en Facebook un artículo mío elogiándolo. Toda la comunidad nuestros conocidos comunes en Facebook entendió casi de modo inapelable que yo me estaba burlando de él. Lo que no se podían imaginar es que yo ni siquiera había visto la publicación suya, y que él y yo tampoco teníamos ya ningún contacto por medio de Facebook. Un tercer ejemplo: años después publiqué una serie de artículos con el nombre “Veinte horas no es nada”, refiriéndome a la duración de los materiales originales de un documental mío. Luego pude darme cuenta de que muchos suponían que yo estaba enviando un mensaje relativo a la necesidad de trabajo como profesor universitario. Y lo suponían haciendo chistes y demás comentarios parecidos a un chiste pero que yo solo entendí en retrospectiva. Ahora lo más gracioso parece ser que cuando digo con frecuencia que la clave de la vida es disfrutar de los colores, la gente piensa que uno está hablando de otra cosa. No tienen idea de las claves que nos aportó gente como Jimi Hendrix o el propio Malcolm Leary, por no hablar de Van Gogh. Estoy seguro de que todavía leyendo esto se les hará difícil comprender que uno está hablando de saborear la presencia inmediata y sucesiva del color, algo que un buen viaje de hongos parece revelarle a algunos pero solo momentáneamente. Mencionar lo que según más de una experiencia entraña la plena salud de la glándula pineal, o la realidad que busca comunicar la palabra sinestesia, o los principios de la antroposofía, puede sonarles una rareza interesante, pero nada más. Decir que al señalar aquello se está aludiendo de modo parecido a oír despojando de significación a los sonidos les resultaría incomprensible. No tienen que bailarte las letras para saber que aquí no estoy diciendo nada, sino oyendo un tipo de silencio. En YouTube suena If This Is It, de Huey Lewis and the News. Cómo quiero esta canción.

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La presente columna, Diario de un cronopio salvaje, son tajadas de vida, como llamaba el gran cineasta Louis Feuillade al cine, son estas páginas extraídas del diario de un crítico solitario, narrador alucinado, estudiante eterno de literatura, cine y música.

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Recientemente Santiago Gómez ha publicado la novela «Argumentos de poder: El silencio nos mantenía despiertos, parte 1». Pulse aquí para ver un avance.

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* Santiago Andrés Gómez Sánchez (Medellín, 1973) es periodista de la Universidad del Valle, magíster y doctor en literatura de la Universidad de Antioquia. Ha publicado los volúmenes Madera Salvaje (novela, Ediciones B, 2009), El cine en busca de sentido (crítica, Universidad de Antioquia, 2010), Los deberes (cuentos, Universidad de Antioquia, 2012), Todas las huellas. Tres novelas breves (novela, Universidad de Antioquia, 2013), La caminata (cuentos, EAFIT, 2015), El cuarto asesino (novela, Universidad de Antioquia, 2016), Certeza de lo imborrable. El cine en busca de sentido, vol. 2 (crítica, Universidad de Antioquia, 2017), La Musa asesinada. ‘Conversación en la Catedral’, de Vargas Llosa: novela marxista (crítica, Universidad de Antioquia, 2018), Régimen de criterios. Cines y cineastas colombianos (crítica, Editorial Deliberar, 2019), Diálogo de raíces (cuentos, EAFIT, 2019) y Sabedores del cine colombiano. Régimen de criterios, vol. 2 (crítica, Pluriverso Narrativo, 2020). Entre 1992 y 2011 fue crítico de la revista Kinetoscopio y del diario El Colombiano, de Medellín. En 1994 fundó la Corporación Cultural de Video Independiente Madera Salvaje, con la cual ha realizado 28 obras audiovisuales de corto y largometraje en los géneros de documental, ficción y experimental. En 1996 recibió el Premio Nacional de Video Documental por Diario de viaje, considerada una obra pionera en el cine de ensayo en Colombia. En 2014 fue merecedor de una beca a la creación del Municipio de Medellín para la escritura de su libro La caminata. Ha sido profesor de historia del cine, apreciación cinematográfica, lenguaje audiovisual y teoría del cine en EAFIT, la Universidad de Antioquia y el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. También ha sido jurado en la convocatorias del Ministerio de Cultura, el Fondo para el Desarrollo Cinematográfico, IBERMEDIA y la selección de la película colombiana para los premios Oscar, Goya y Ariel. Como músico, grabó el disco Savia con el grupo Los Dados y persiste en ser rockero de tiempo completo.

 

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