Vida Cronopia

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Soledades

SOLEDADES

Por Catalina Franco Restrepo*

«Se está solo en una casa.
Y no fuera, sino dentro.
En el jardín hay pájaros, gatos.
Pero, también, en una ocasión,
una ardilla, un hurón.
En un jardín no se está solo.
Pero, en una casa,
se está tan solo que
a veces se está perdido».

(Escribir. Marguerite Duras).

Un hombre que enviudó hace veinticuatro años anuncia su apartamento para la venta, ubicado en un lugar que él describe como el cielo, porque sus tres hijos se van a vivir a otros países y entonces debe trasladarse a donde tenga cerca a quien acudir en caso de emergencia. Había alcanzado el cielo en la tierra, pero debe abandonarlo voluntariamente. Durante la conversación para ofrecernos el apartamento insiste tres veces en que vayamos a tomarnos un café con él.

*

Las gotas de sudor ruedan por la frente de un hombre grande y gordo que carga una mochila demasiado pesada durante demasiadas horas al día bajo el sol. Más de veinte años después de la guerra, este joven que la vivió siendo niño sobrevive dando «tours de guerra» por Sarajevo y las montañas desde las que sitiaron la ciudad. Entre campos marcados con peligro de minas cuenta una y otra vez los horrores, se seca el sudor, apoya la mochila en el suelo cuando puede. Saca de allí los aperitivos que él mismo prepara para sus clientes. Sale a la madrugada y llega a casa tarde en la noche. Todos los días de su vida.

*

En Udaipur, la Venecia de la India, la ciudad de los lagos, una mujer menuda nos recibe en su casa para darnos una clase de cocina, de esa comida india que es una de las más sabrosas del mundo. Mientras repite los pasos de las recetas nos cuenta que hace años, cuando quedó viuda, no hacía sino llorar en una esquina de la casa de frente a la pared, hasta que decidió empezar a dar clases y ahora ese rostro al que le cuesta sonreír aparece en la portada de un pequeño libro de recetas.

*

La relación con Eliécer no empezó bien. Llegar desde Colombia hasta los Altos del Golán en Israel es una aventura que uno quiere aprovechar al máximo y que no se da todos los días. Así que encontrarse con un guía tosco que hace chistes pesados mientras notifica cambios en el itinerario es una decepción. Pasamos un par de días casi sin hablarnos, yo haciendo un esfuerzo para preguntarle detalles cuando me dominaba la necesidad de entender el lugar y él con sus bromas para provocarme.

Pero nos fuimos adentrando en el campo del norte de Israel, descubriendo, por ejemplo, los nacimientos del río Jordán; yo maravillada con los paisajes —y con sus historias—, y él dándose cuenta de que yo era una apasionada por aquella región. Entonces se empezó a revelar una amistad. Un par de sonrisas forzadas primero, otras irreprimibles después, hasta que percibí la soledad y la fortaleza de este hombre enorme y colorado que, llegando a la vejez, seguía guiando recorridos, manejando muchas horas y caminando bajo un sol descomunal.

Tras varias conversaciones supe que una vez se partió la columna en un accidente en un bus —que hoy lo paraliza de dolor al manejar y al caminar— y también que hace años ganó un pleito ante la justicia cuando quisieron meterlo a la cárcel por coger aguacates que estaban caídos de los árboles, pues tenía hambre y no tenía qué comer, y él supo demostrar su derecho según la ley.

Nos leyó poesía bajo un árbol y se agarró el corazón para dramatizar una escena, en un momento que jamás olvidaré. Lo vi sudar y respirar aceleradamente mientras nos explicaba algunos datos en el tope de un cerro entre ruinas de sombra inexistente. Pensé que no llegaríamos vivos mientras regresábamos a toda velocidad a Tel Aviv. Y sentí un enorme vacío cuando me despedí de él.

Después, durante la pandemia, hablamos en un par de ocasiones y me contó sobre lo duro de la vida sin el turismo. Él, que era terco y no acostumbraba quejarse o dejar ver ningún asomo de debilidad. Hace ya meses que no sé más. Eliécer. La soledad.

Soledades

*

Un grupo de personas mayores en una residencia juega a decir palabras que empiecen por la letra que les dicen. Les piden que digan animales con la M y un hombre grita «mamutttt». Después les piden que respondan cómo se llaman los hijos de los animales que les van nombrando: gallina, pollito; vaca, ternero; ballena, ballenato. Entonces una mujer que no había participado dice emocionada «¿Síii? ¿Así se llama?», como descubriendo aquella maravilla demasiado tarde. Después les piden a cada uno que se presente, continúan la ronda hasta llegar a otra mujer que no habla, entonces la enfermera le dice: tú te llamas Anita, ¿cierto? Y Anita mueve suavemente la cabeza intentando afirmar su identidad.

*

Estamos solos. La soledad nos persigue sin remedio. Le huimos en ocupaciones y viajes y sueños e historias. Pero siempre nos alcanza. Habrá que cultivar esa amistad que empieza difícil, como lo hizo la mía con Eliécer, para encontrar que el fondo es profundo y bello si se sabe mirar.

Y saber, también, que hay menos soledad en el jardín.

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* Catalina Franco Restrepo es periodista e internacionalista. Tiene una columna semanal y presenta el podcast del portal No Apto, el blog OjosdelAlma y es la autora de la novela distópica El valle de nadie (Amazon, 2018). Nació en Medellín, Colombia, en 1984 y ha vivido en Montreal, Atlanta y Madrid, en donde estudió un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense. Ha trabajado en medios como CNN y W Radio Colombia, y asesora a empresas en comunicaciones estratégicas, reputación y storytelling. Es una viajera y lectora que ha recorrido cerca de 50 países, su gran inspiración para contar historias. Es una soñadora, apasionada por la naturaleza y los animales, que le impiden perder la esperanza.

Twitter e Instagram: @catalinafrancor

Blog: https://www.catalinafrancor.com

Columna en No Apto: https://noapto.co/catalina-franco-r/

El valle de nadie en Amazon: https://www.amazon.com/valle-Spanish-Catalina-Franco-Restrepo-ebook/dp/B07GY158N7

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