Cronotipos Cronopio

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Apología en rosa

APOLOGÍA EN ROSA

Por María Isela Sánchez Valadez*

I

—¡Mira mira mira Paul, esa es Ana!
—¿Ana, cuál Ana?
—Ana la loca, la chava de la escuela que dice cosas muy raras.
—¡Pues está bonita eh!.
—Sí pero lo que tiene de bonita lo tiene de loca, vive en un mundo muy pink.
—¿A poco es fresa, es de esas que esperan su príncipe azul?
—No, no es fresa, pero está bien loca, Ito que la conoce desde la primaria, dice que siempre ha sido así.
—Pues ¿qué hace, qué dice?
—Vive enamorada de la pantera rosa. ¡Arrímate, háblale, pregúntale lo que sea y verás!

II

—Oye disculpa, te llamas Ana ¿verdad?
—Sí.
—Mi amigo me dijo que a ti también te gusta la pantera rosa.
—¿También?
—Mis padres se burlan porque a mi edad no me la pierdo, casi salgo de la facultad y… ¿a ti por qué te gusta?
—Para disfrutarla no importa estar viejo. Invéntame una dirección y mi respuesta te llegará.

III

Calle: conocida. Número: único. Colonia: la de tu alma. Código Postal: el de tu corazón.
Estado: el nuestro. País: también. Y para que mi carta siempre sea vigente: día x, del mes que más te gusta del año en que se lea:

¿Que por qué me gusta la Pantera Rosa?

Me gusta por el chofer–niño–real (de carne y hueso), que la baja del auto deportivo para que se meta al teatro de su Pink Panther Show. Se quita el casco y la espera. Siempre quise ser ese niño, ser su dueña y prestársela a los demás, trabajar para ella o con ella.

Me encanta por erguida, por fina, por elegante, por su manera de caminar, acomodando el paso para ir acorde al tarán, tarán, tarán, tarán… Irreverente todo el tiempo, se va dándole la espalda al espectador. Un moño negro al cuello y ya está de frack, elegantísima para cenar. Arrogante, vanidosa. Y si tiene hambre, dobla poco a poco el telón de fondo y de un bolsillo imaginario saca el salero, le pone sabor y se lo come sin miedo a que en la digestión se le desdoble. Y entonces un hipo y plas, plas, plas, la pantalla del televisor nos muestra sus entrañas, rosas también. Y si tiene sed, se conecta a la manguera de agua inflándose como un gordo globo lleno de agua, a punto de reventar; y si quiere volar se autoinfla, se enchufa al aire y se vuelve otra vez globo y se va. Se infla a sí misma, y se va. Es un fabuloso globo rosado que cualquiera puede sostener por la cola.

Me fascina porque tiene en su actitud la serenidad que no tiene mi padre y la tranquilidad que le faltó a mi madre. El buen humor que no veo en mis hermanos y la esperanza e ilusión que no encuentro en mis amigos. Nunca hace juicios de valor, ni siquiera cuando el huevito blanco con ojos, pies y manos que en algunos capítulos a veces se atraviesa para pintar la misma barda, o para comprar sus pastillas energizantes, o para construir la misma casa, o para dormirse en la misma cama, ni siquiera él la hace perder el juicio. Es al revés. Son los demás los desesperados. Todo transcurre sin hablar. Todo mudo, todo en silencio, como en el inicio del cine, y siempre los mensajes recibidos, los espectadores riendo, aplaudiendo, comprendiendo, como en el inicio del cine.

Me atrae porque nunca se complica la existencia, si quiere bañarse se mete a la lavadora y sale esponjada y limpia como un sol rosa palo. Va por la calle con una llanta que se ensarta en el poste de cualquier lugar, o va caminando y levanta una barita mágica que la convierte en hada madrina, panterarosa–hadamadrina de una cenicienta más que quiere amar. Anda con las manos sueltas o en bicicleta resolviendo sus problemas de manera ideal. Y ese capítulo del cucú, pajarillo rebelde que no la deja dormir, más bien le envidia su sueño. Y ella en un arranque de angustia insomne va y tira el reloj al fondo del mar. Los remordimientos la invaden, sueña que el pequeño cucú está muriendo ahogado. Se levanta, corre y se arroja desde un puente, bucea, lo busca, no lo encuentra, vuelve deprimida a casa y el cucú ya está ahí, se sonríen, lo toma en las manos, lo acuesta con ella y se echan a dormir mandando al sótano de un marrotazo a cuanto reloj se atreve a timbrar.

Ágil, presumida, fiel. Siempre supe que era pantera macho y sólo una vez se enamoró de una pantera hembra, rosa también, con grandes pestañas y boca coqueta. Sin miedo. Sin maldad. Sin violencia. Un mundo realmente rosa que por ello animal y no humano. Sin rencor. Sin envidia. Sin juzgados. Le ayudó a Noé con el arca. Y su voz sonó esa única vez para decirnos que desde entonces «el hombre nunca ha entendido nada». Algo así, o más o menos así. ¡Si las panteras hablaran!

Decidí desde que la vi por primera vez que la iba a admirar siempre, abrí el cierre de la ficción que era mi vida y me metí a la realidad de su ficción. Surrealismo puro media hora de lunes a viernes por canal cinco. Caricatura de importación. Sin traducción porque no era necesaria. Y ese narrador preguntón que la alertaba, o la prevenía o la cuestionaba. También quise ser él. Para preguntarle yo, para trabajar para ella o con ella. ¿En la mente de quién nacen de esas panteras rosas? ¿Genial, no? Desde el inicio del mundo hasta la década de los setentas, desde los dinosaurios hasta la evolución de los niños que requerían caricaturas así para reír. Y en mi caso, caricaturas así para vivir, para pasar mi vida en rosa.

Por audaz. Por eficaz. Por sensible. Tal vez me gusta la Pantera Rosa porque me enamora pensar en quién está detrás del telón dirigiendo la orquesta. ¿Quién le dio vida y cómo engendró en rosado a semejante hijo? ¡Qué talento y que pasión por hacer bien las cosas! ¡Qué gusto por vivir en este siglo! ¡Qué amor por la infancia necesaria, nunca tonta, sí inocente, siempre selecta!

Abriendo y cerrando esa posibilidad de vivir en dos planos he crecido. Subiendo y bajando la cortina de la imaginación he soportado las mordidas de la realidad que lastima y busco para mis hijos un padre como el que hizo a la Pantera Rosa, consciente del dolor de ir viviendo, dispuesto a vivir a pesar de todo, dispuesto a tener cincuenta años pero con la infancia recuperada.

Me gusta por eso. Y por ese chofer–niño–real que cuando termina su Pink Panther Show, se pone el casco, le abre la puerta del auto deportivo y se la lleva. La saca de la realidad de la fantasía para llevársela hacia lo fantástico de la realidad acompañado de una canción, creo que en inglés, creo que en francés, no importa. A mujeres niñas como yo nos gusta creer que dice que volverá mañana.

P.D. Qué pena que tus papás se burlen de ti y no se rían contigo. Así también son los míos. ¿Será que el desamor y la despasión se da por generaciones?

IV

—¿Qué te pasa Paul?
—Me dijiste que Ana estaba loca.
—¿Y…?
—Su locura me ha llegado a deslumbrar.

V

—¡Hola, se encuentra Ana?
—¿Quién me busca?
—Soy yo, Paul.
—¿Qué pasó?
—Recibí tu carta y… ¿qué opinas de los Sinsoms?
—Antítesis total: amarillos, puerta cerrada a la imaginación, cierre sin abrir a la ficción, espejos de otro tipo de hombres, creo que para los Sinsoms todavía no tengo edad. Prefiero la vida en rosa, prefiero mi cuento en rosa.

* * *

¿QUE QUÉ CUENTO CUENTO?

La madrastra dice: «Hay que hacer un cuento, ya conocen las características, ya saben la importancia de la intensidad y el peso de la tensión». ¡Uta yo no le entiendo nada!

La negromántica continúa: «Además ya vieron ejemplos. Espero sus trabajos para mañana. ¡A contar ya!» —repitió la bruja que tengo por ticher en clases de español con órdenes como de general a las tres de la tarde y sin comer. Contar es otra cosa: uno, dos, tres. Primero segundo y tercero; esas si son formas de contar; las únicas que sé bien. Pero qué, por qué, cómo. ¿De dónde me invento una historia?—como si me estuviera leyendo el pensamiento—: «¡No inventen, cuenten!».

Mugrosa, mugrosa, mugrosa, ya váyase que me reviento. Reviento, cuento, dos palabras que riman; mínimo empiezo a relacionar ciertas cosas que tienen que ver con las palabras. Y de palabras se hacen los cuentos. Y los cuentos dicen historias. Y las vidas son historias. La vida es más que palabras —todo esto lo pienso mientras que la inquietante se va de mi salón toda llenita de orgullo.

Camino por la calle buscando el cuento. ¡Sí, sí, sí! algo de la vida cotidiana me dará la historia. Eso es, tengo que inventar (digo contar) una historia. Pero, ¿cuál? Ese muchacho de barbita de candado me gusta, puede que lo haga el protagonista de mi cuento. Ese muchacho de barbita de candado me gusta. No lo conozco pero me gusta. Deseo besarlo. ¡Cómo, cómo, cómo¡, no estoy contando nada.

Contar, cuentar, dónde está la diferencia; cuen–to, con–tar, cuen–tar, con–ta, ¡eso es, eso es, eso es!, la diferencia empieza entre la o y la ue, diptongo creo que se llama. Con, coen, cueo, cuen, ¡muy bien!; la o se fue partiendo en dos, le gustó más ser dos, y se convirtió en ue. Bruja, mañana te sorprenderé con mis avances sobre la transformación de las palabras. No pero si no me ha dejado esta tarea. Tengo que escribir, escribir, escribir. Hay que escribir un cuento. Llego a mi casa y sigo clavada en mis pensamientos. «Cuéntame tu vida, cuéntamela toda, dime si estoy vivo, si todavía respiro». Todo me persigue, Caifanes cantándome desde los recuerdos cuentos, cuentándome historias que no sé si servirán para la tarea. ¿Por qué recuerdo esta canción ahora? Acaso cantar y contar también se pare… ¡sí, por supuesto, por supuesto, por supuesto!, es obvio que se parecen. ¡Esos Caifanes, cómo pegaron!, con Saúl al frente poniéndome loquita, llevándome entre el viento y como el viento hasta el nervio del volcán, ¡Oh, oh, oh! Ahora que lo recuerdo, el muchacho de la barbita de candado que me gusta, ese que quiero besar, se parece al caifán que canta (¿por qué ahora se llamarán Jaguares? Nunca me entero de nada). Se parece al jaguar que me gusta. ¡No mente, no, no, no; no mente…! No te alejes, no te vayas, ya casi tenía la trama, eso es, trama, ya me acordé que la pelusa dijo algo sobre la trama, pero ¿qué dijo? Bueno, como sea, ya tengo otro elemento de los cuentos, otra palabra: trama. La trama es la intriga, el enredo. Eso es, eso es, eso es. Te voy a intrigar mañana poca cosa.

Ese muchacho de barbita de candado me gusta. No lo conozco pero me gusta. Deseo besarlo. Porque siento que si lo beso me llevará como el viento hasta el nervio del volcán. Y los volcanes hacen erupción y… ¡Digo, digo, digo!, ¿qué más cuento en esta historia? ¿Qué más le cuento a este cuento? ¿Cómo paso a intrigarte chamana?

Flaca, te fregarás mañana porque ya casi me sale la tarea. Además me acabo de acordar que el protagonista es una categoría de personaje o algo así, lo dijiste anteayer en clase. ¿Cómo era? ¡Ah, sí! Protagonistas son los personajes principales de una obra, y hay también los secundarios y los contrarios, ¿cómo se llaman los malos? ¡Ah sí, ah sí, ah sí! antagonistas, eso es. Entonces mi muchacho de barbita de candado es el protagonista. Me faltan los otros.

Como y me baño sin dejar de pensar en la tarea. El disco compacto de los Caifanes hace mucho que se acabó. ¡Ya te tengo, ya te tengo, ya te tengo continuación de mi cuento!

Ese muchacho de barbita de candado me gusta. No lo conozco pero me gusta. Deseo besarlo. Porque siento que si lo beso… (besarlo y beso, ¡qué repetición!) Porque siento que si lo hago me llevará como el viento hasta el nervio del volcán. Y los volcanes hacen erupción. Pero yo ya tengo una pareja, se llama Saúl, es un famoso cantante de un grupo de rock que ha hecho mucha fama últimamente… (famoso y que ha hecho mucha fama ¡qué absurdo!)… se llama Saúl, es cantante de un famoso grupo de rock. Últimamente me dedica sus canciones y yo siempre le he sido fiel. ¡Eso es, ahí va, ahí va, ahí va!

Tocan a la puerta. Abro. Qué bueno que llegas. La master me dejó una tarea que me trae de cabeza. Tengo que inventar un cuento. Digo, tengo que escribir un cuento. Es mi amigo che argentino que siempre me sorprende en cada charla. Tengo–tango–argentino–amigo, mi cerebro otra vez emparentando palabras.

—¡Qué tal mexicanita!, ¿cómo te va?
—No me digas mexicanita ya sabes que no me gusta nada.
—Está bien. Lo que vos digás. Pero mirá, si vos no sos capaz de hacer la labor, menos me podés contestar esto ¿por qué en mi país no se han encontrado vestigios prehispánicos?
—No lo sé. Y como buen arrogante me sale con sus jaladas:
—Pues porque no nos hicieron falta. Nuestros antepasados están allá. Se llaman griegos, romanos, árabes y egipcios, mexicanita tonta, vos no sabés nada. Taradita que sos, ¡qué se le va a hacer!

Se ríe de mí como siempre y yo para seguirle el juego le digo:

—Y vos que lo sabés todo. Contáme, cuéntame algo de tu patria, (contáme–cuéntame, dime–decíme ¡qué manera de jugar con el idioma!) platícame che, algo que me sirva para mi tarea. Puede que te conviertas en un personaje de relleno de mi tarea.
—¿De relleno? ¡Boluda la mexicanita, eh! Yo aspiro a más, soy grande. Veo que no te puedo sacar de tu rollo, mejor me voy para que te contés esas tonterías que te contás. Recuerda, yo soy más que un personaje de relleno che, yo soy real. Protagonista sin rival. Porque sólo alguien sin miedo me elegiría de protagonista precisamente a mí, ¿entendés? Sólo un valiente y vos estás que te cagás, temblando de miedo. Mexicanita miedosa que no se anima a terminar la labor diciendo ¡«hija de puta»!, pero con tono che, como de duda o adentro del gusto, como alegría sorprendida por el miedo, ¿entendés? Se requiere estilo para decir esas cosas o cualquier otra mala palabra–buena palabra. Palabras nada más che, mexicanita entorpecida ya nada es bueno ni malo, ya nadie mejora ni empeora nada, ¿me oís?, nada…
—¡Vete, vete, vete! Te pones en un plan que me desquicia. Déjame acabar mi tarea y luego te busco okey.
—Okey che, si me necesitás de protagonista, ¡llamáme, llamáme nomás!

Ese amigo que me cargo, siempre me está retando, siempre juega y se burla, se ríe de mí y me toma el pelo pero, tengo que reconocer que a la par dice cosas interesantes. Habla de historias importantes. Cuenta cosas que me gustan: (¡dice–habla–cuenta, eso es, eso es, eso es!) que si los chicos arrojados al mar desde los helicópteros de los milicos, que si las mamás que todavía los reclaman a vuelta y vuelta alrededor de una plaza con pañoletas blancas en la cabeza, (¡tengo ganas de verlas caminar!) Pobrecito, sufre cuando me cuenta esas cosas. Me critica porque tengo miedo. Él, como buen porteño, se siente lo mejor mejorado y andando. No sabe que lo mejor se ha ido igual, se han acabado lo mejor y lo peor en Argentina y en todos lados. Los mejores ahora son menos, muchísimos menos que antes. Allá, acá, en todas partes, todo se ha cambalacheado. Y este tipo diciéndome que él de relleno no; pues ahora, de relleno sí:

Ese muchacho de barbita de candado me gusta. No lo conozco pero me gusta. Deseo besarlo. Porque siento que si lo hago me llevará como el viento hasta el nervio de un volcán. Pero yo tengo pareja, se llama Saúl; es cantante de un famoso grupo de rock. Últimamente me dedica sus canciones y yo siempre le he sido fiel. Son canciones que escribe y que canta para mí. Hay por ahí un amigo de ambos, de Saúl y mío, que siempre nos cuenta cosas de su país, cosas que le sirven a Saúl para reflexionar y escribir sus canciones. Porque somos los opuestos. Nos dice siempre que somos los opuestos y entonces mi Saúl se inspira y toca su guitarra totalmente mexicana mientras él nos cuenta que Argentina tiene la avenida más grande del mundo, nueve carriles para un lado, nueve carriles para el otro, diez y ocho carriles en total. Son muchos para los demás, pero pocos para sus compatriotas. Nos cuenta que de entre los gauchos, a la hora de matear, es de dónde surgen las mejores historias de espantos. Amigo arrogante al que Saúl… Saúl… ¿Saúl qué? ¿Dios mío qué invento? ¿Qué cuento? Ah sí, ah sí, ah sí: al que Saúl le dedicó una canción, una en la que le pide un peine para que le peine el alma, para que no se le olvide que él sí hace bien las cosas.

Esto no es tan fácil como yo pensaba. El protagonista se está quedando sin protagonizar, el relleno está protagonizando, ¿¡qué hago, qué hago, qué hago!? No lo puedo dejar así, no más con su barbita de candado y sin ser besado.

«Afuera, afuera tú no existes, sólo adentro». Eso es, otra vez caifán mayor dándome la pista. Entonces, tengo que dejar ya al amigo mutuo de Saúl y de la narradora (¡órale! ya recordé que el que cuenta la historia es el que la narra) que actúa como otro personaje ¿de relleno también será? (Aijoesú, deso sí que no me acuerdo). Tengo que crear conflicto entre Saúl y ella para que exista la intriga y aparezca el antagonista. Tengo que hacer actuar al de barbita de candado para que se lleve la historia, la protagonice pues…

…al que Saúl le dedicó una canción, la que dice «préstame tu peine y péiname el alma» para que no se le olvide que hace muy bien las cosas. Saúl también es extremadamente bueno en lo que hace y además extremadamente celoso. Dice que me quiere hasta morir aunque casi nunca lo veo, la verdad es que hace mucho que está tan famosísimamente ocupado que no lo veo, ni lo oigo. ¿Será por eso que ese muchacho de barbita de candado me gusta? ¿Cómo haré para hablarle?:
Oye, ¿te importaría si te beso?
—¿Por qué has de besarme?
—Amanecí feliz, lo que es hoy yo regalo besos, ¿por qué no he de hacerlo? Preguntas nunca se responden con preguntas.
—¿Y besos sí se responden con besos?, ¿y si se molesta tu novio?
—No. Eso no pasará. Está tan ocupado con su fama, que no se preocupa de mí. Está tan saturado de éxito que ya no sabe qué hacer con él y pues…
—¿Fama, pues quién es él?
—Un cantante. Se llama Saúl, canta en Jaguares, antes Caifanes.
—Estás mintiendo, cómo alguien así puede fijarse en ti. Eres tan… tan…
—Tan fea, ¿quieres decir eso?
—No, no precisamente. Viéndote bien no eres fea.
—Para tu conocimiento tuvimos una bella relación, hasta que lo dejé, claro está, lo abandoné por la fama. Me fui de casa. No pude más. Pero sé que él me ama. Me lo dice cada que canta.
—Pero no te daba besos.
—No, no me daba besos. Yo tampoco se los daba. Al principio sí, nos besábamos mucho, pero luego ya no. Ahora mismo yo regalo los besos, ¿quieres que te regale uno?, tengo muchos. Tengo todos los que me sobraron. Eran para él pero… y sin decir más, a ese muchacho de barbita de candado, al que me gusta, lo he besado.
—¿Cuántos besos tiraste sin amor?
—Un beso no se contesta con una pregunta, se contesta con un beso.
Y yo he sido besada por él. Saúl ni se enterará siquiera. Graba y graba discos y ya no me llama. Pero el de barbita de candado, el que me gusta, al que besé y me besa le digo:
—¡Rescatémoslos!
—¿Recuperar qué?
—Los besos tirados sin amor.
—¿Cómo?
—¡Amándonos!
—El amor entra por los ojos no por los besos y además tu eres tan, tan…
—Tan rara.
—Sí tan rara, que no sé si pudiera llegar a amarte.
—Intentémoslo. Después de todo a mí sólo me gusta de ti tu barbita de candado.
—¿Y si me la quito?
—Puedes ya no gustarme más. Incluso puedo no amarte. Regresaría con Saúl indudablemente.
—¿El famoso?
—Sí, el famoso.
—¿Y si te bota?
—No puede. Después de todo yo siempre le he sido fiel. Por eso me quiere.
—¿Cómo alguien puede quererte a ti siendo tan, tan…?
—Diferente.
—Si, diferente, oscura.
—Él también me aceptó un beso. Así fue como lo conocí…
—¿Se lo ofreciste?
—Me lo compró.
—¿Se lo vendiste?
—Sí. Pero a ti te lo regalé.
—¿Y eso?
—Tú no vas a dejarme por la fama. Tú te vas a quedar.
—Yo no soy cantante, pero escribo libros.
—¡Libros! ¿Libros de qué?
—De cuentos.
—Pero todavía no eres famoso verdad, ¿cuentos de qué?
—De cosas, de cosas que pasan en la vida cotidiana, que están ahí, pero que nadie las ve. Ahora mismo tramaba una historia donde en este aparador en que me has conocido un hombre se enamoraba de una chica que observa por la ventana todos esos televisores sintonizados en el mismo canal.
—No te creo, no creo que seas tan cursi y que tu protagonista se enamore en un aparador como… ¡cómo cuando yo me enamoré de Saúl!

—¿Cómo, te enamoraste así? ¿Pues no que le habías vendido un beso?
—Sí. Se lo vendí. Pero la primera vez que lo vi fue por la televisión cuando todavía no era tan conocido. Luego lo busqué en un concierto. Luego le pedí un autógrafo y le vendí el beso. Luego me pagó con una canción. Luego se hizo famoso. Y lo demás es historia.
—Entonces yo que sólo tengo mi barbita de candado y escribo libros de cuentos que no deben ser cursis no puedo dejarte.
—Así es, no puedes.
—¿Por qué?
—Porque cuenteando no harás fama.
—¿Cómo lo sabes? Qué tal si te escribo en uno, luego se lee mucho, luego vende muchos libros, luego me hago famoso.
—Dejaré de ser canción y me convertiré en cuento. Volveré a estar sola.
—¿No te gustaría?
—¿Qué?
—¿Ser personaje de un cuento mío?
¡Eso, muy bien! Todo está saliendo muy bien, el protagonista protagonizó; el relleno, anda por ahí, rellenando. El antagonista es la fama. Y ahora ¿cómo acabo este cuento? Brujita, brujita, brujita, mañana tú serás la que me bese a mí del gusto que te dará mi tarea.
—¿Ser personaje de un cuento mío?
—No. No me gustaría.
—¿Ni por la fama?
—Ni por la fama.
—¿Y qué todos te lean?
—Ni aunque todo México te lea a ti. Será tu cuento. ¿No?
—Pero tú sabrás que eres tú. Solo alguien así tan… tan…
—¿Protagónica?
—Sí. Protagónica.
—El protagonista eres tú, de una historia que una mexicanita escribe para una tarea que debe de entregar mañana donde la narradora soy yo. Pero me gustaste tú y tu barbita de candado. Y no sabía cómo besarte. Y me arriesgué a ofrecerte un beso regalado. Tenía que hacerte actuar porque te estabas quedando en relleno. Yo sólo cuento la historia pero a mí no me suceden las cosas. Todo lo demás es puro cuento.
—¿Lo de Saúl también?
—No, lo de Saúl no. Eso sí es cierto, que no ves que hasta le pide al viento que le peine el alma. Debe peinar mi recuerdo de vez en cuando, no sea que me le vaya a embarañar. Ahí es donde me tiene, ahí es donde me lleva. Debajo de la piel hay esmeraldas conquistadas, encima de la piel aguanta el aire que le hace daño, en medio le ando yo, ahí le vivo, en el alma. Por eso me sigue catando, ya vez que si me ama…
—Se dice envarañar no embarañar, ¿y cómo va a acabar esta historia según tú?
—Amándonos también por supuesto, recuperando los besos repartidos sin amor.
—Insistes en eso ¿qué caso tiene el amor ahora?
—El lector espera que digas que sí. Para él si tiene algún caso…
—¿El lector?, ¿qué lector?
—Todos los lectores. Incluyéndome a mí. Cuando lea tu cuento cursi que protagonizaré mirando los televisores en el mismo canal. Espero que digas que me amas. La bruja–madrastrilla lectora del cuento de la mexicanita, la que le pidió la tarea que estás protagonizando. Y el otro lector. El de allá afuera. Donde no somos nada. Acuérdate «afuera tu no existes solo adentro», «afuera no existimos sólo adentro».
—¿Esa es una canción de tu ex novio no?
—Sí. No es mi ex novio, todavía es mi novio, pero bésame ya que tu barbita de candado me sigue gustando. Respóndeme con otro beso.
—Antes dime ¿cómo te llamas?
—Eso qué más da si soy tan, tan, tan… mejor dime tu nombre tú primero.

Bruja, brujita maestrita ¿qué me dirás mañana si te lo entrego así nomás? ¿Que falta el desenlace?, ¿que no se puede quedar enredado el argumento? Ni lo pienses, ni lo pienses, ni lo pienses, mira como lo arreglo.

—Eso qué más da si soy tan, tan… mejor dime tu nombre tú primero.
—Una petición no puede contestarse con otra petición, pero está bien, acepto, sólo porque hoy tienes una ocasión de demostrar que eres una mujer además de una dama…
—Eso me suena.
—Es de unos de mis cuentos, sólo que no conforme con escribirlos yo también los cuento cantando, ese por ejemplo trata de una chica que no sale de su rutina y alguien quiere llevarla a la cama.
—Pero, ¿qué te has creído? sólo dije que quería besarte para intentar rescatar el amor tirado en otros a besos.
—¿Con Joaquín Sabina?
—Si como no, y yo soy tan, tan, tan negra, tan hija de puta, y me llamo Tomasa.

«¿Mande usted, maestra?, ¡que ya revisó mi tarea!, ¿que no le puse título? ¡hiih!»…

* * *

Cronotipos Cronopio es una columna de Maria Isela Sánchez sobre cuentos, ensayos y crónicas.

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*María Isela Sánchez Valadez estudió licenciatura en Letras y Maestría en Historia en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Es correctora de estilo en la Editorial Dosfilos. Colaboradora del suplemento cultural Corre Conejo desde 1999 hasta 2014. Coordinadora de los Talleres de Escrituras Creativas e Iniciación a la narrativa del Instituto Zacatecano de Cultura.

1 COMENTARIO

  1. Interesante, la “pantera rosa” no tiene dueño a la vez que es de todos y al final a la escritora eso le pone de malhumor, le ama y odia al mismo tiempo.
    Se deja llevar por la fascinación materialista ( chico bonito, coche ultramoderno ) cambia sueños reales por la panacea de resultados al momento, la pantera pasa a un segundo, tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo plano o tal vez más aún, ahora bien, la pregunta correcta se la dejo a su imaginacion real o a su real imaginación?

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