Vida Cronopia

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LA POESÍA COMO UNA BALSA

Por Catalina Franco Restrepo*

«La poesía, como la música, la pintura,
la danza, le permite expresar al ser humano
lo que el lenguaje corriente no alcanza a expresar:
las reflexiones y las emociones que nos causan lo bello
y lo triste, el amor y la muerte, lo confuso
y complejo del alma humana. Eso que llamamos lo inefable».
(Piedad Bonnett).

Últimamente recurro a la poesía con urgencia, como quien nada con sus últimos alientos hasta un tablón que flota en mar abierto. Ese tablón no me garantiza una orilla, no me cubre del sol ni de la lluvia, no me alimenta, pero me mantiene a flote en esa búsqueda, me permite mirar con más calma el horizonte.

A veces, mientras trabajo, me detengo a respirar. Me sumerjo en la prensa internacional y permito que me duela el mundo, que es también una manera de sentir para escribir cuando uno, en tantos sentidos, pasa sus días dentro de una burbuja. Pero, entonces, cuando transcurren los minutos mirando la página antes de poner la primera frase, dudo de lograrlo, me inundo de banalidad y recuerdo las palabras de Doris Lessing en El cuaderno dorado: «¿Cómo no comprende —he inquirido, con intención sincera de hacérselo entender— que me resulta imposible leer un periódico sin que cuanto en él se dice me parezca tan horrible que a nada, ni a una sola línea que yo pueda escribir, le reconozco la menor importancia?»

Ante los bosques y sus nidos convertidos en cenizas, convertidas a su vez en números grises en las páginas de los diarios, parece banal contemplar la belleza de los árboles y el vuelo de los pájaros. Ante hogares y cultivos destruidos, y el hambre y la sed de los niños, los viejos y los animales, convertidos en números grises en las páginas de los diarios, degustar un chocolate o una copa de vino se siente banal. Ante las barbaridades con las que ilustran el mundo que desean los nuevos líderes extremistas que se declaran antisistema y por eso parecen creerse con la facultad de arrasar con la racionalidad —y, por ahí derecho, con cualquier rastro de humanidad—, agigantados a su vez en las páginas de los diarios y las redes sociales, acudir a las urnas y expresar ideas en defensa de lo que no suena poderoso se siente banal.

Pero, entonces, ¿le gana el dolor del mundo a la belleza? ¿Nos adormecemos en ese mar abierto hasta hundirnos lentamente? Es ahí donde la poesía se convierte en una balsa. Cuando, tras repasar hechos que nublan la vista y que la humanidad parece empeñada en no detener —cuando a los días se les acaba la poesía—, miro la hoja en blanco, rodeada de árboles y del canto de los pájaros, que me rehúso a que pierdan su poder, abro las páginas en las que otros descargaron brillantemente el caos que les generaba dentro toda la belleza y el dolor, y entonces mis uñas se clavan en la madera y una bocanada de aire llena mis pulmones.

Describe Leila Guerriero a Idea Vilariño como una «bestia terrible de la poesía» y yo corro a ella y me encuentro con cosas así:

Este dolor, raíz, esencia de este
pobre cuerpo que habito, que soy,
que me hace ser,
este dolor sin ecos,
de pétalo arrancado,
que a veces totalmente se vacía en mi forma,
que es como una ventana cerrada al infinito.
Este dolor oscuro, rasgado, delirante,
este dolor que a veces tiene mi misma forma,
que me hace creer que soy,
sin cuerpo, sin sentidos, sin dolor,
sólo un grito en la sombra.
Este dolor de fuego quemando mis paredes,
consumiendo mis noches en su llama amarilla,
este dolor de grito desgarrado,
de luna destrozada.
Este dolor, mi vida, esta agonía.
Este dolor, mi cuerpo.

(Idea Vilariño).

¿Cómo no va a convencerme la garra de la poesía de romper el blanco de la página y poner la primera letra? ¿Cómo no va a hacerme sentir que tengo que escribir por el resto de mis días, hasta el último aliento, a ver si siembro alguna semilla? La poesía es la posibilidad de compartir heridas de la forma más honda, más bella. Nos permite identificar nuevas luces, recordar que no estamos solos, que no fuimos los únicos, que de esa herida común es que nace buena parte de la belleza, y se convierte en esperanza.

___________

* Catalina Franco Restrepo es periodista e internacionalista. Tiene una columna semanal y presenta el podcast del portal No Apto, el blog OjosdelAlma y es la autora de la novela distópica El valle de nadie (Amazon, 2018). Nació en Medellín, Colombia, en 1984 y ha vivido en Montreal, Atlanta y Madrid, en donde estudió un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación en la Universidad Complutense. Ha trabajado en medios como CNN y W Radio Colombia, y asesora a empresas en comunicaciones estratégicas, reputación y storytelling. Es una viajera y lectora que ha recorrido cerca de 50 países, su gran inspiración para contar historias. Es una soñadora, apasionada por la naturaleza y los animales, que le impiden perder la esperanza.

Twitter e Instagram: @catalinafrancor
Blog: https://www.catalinafrancor.com
Columna en No Apto: https://noapto.co/catalina-franco-r/
El valle de nadie en Amazon: https://www.amazon.com/valle-Spanish-Catalina-Franco-Restrepo-ebook/dp/B07GY158N7

1 COMENTARIO

  1. Excelente incluir a Piedad Bonnett en el encabezado del artículo, es una escritora sin igual.
    Ahora bien el artículo y la poesía se refieren al dolor, para mi conmueve sin duda e invita con buen tratamiento a compartir el dolor para sobrellevarlo.
    incluyo para terminar mi comentario una breve concepción del dolor de parte de F. Nietzsche :

    El dolor tendría este sentido fundamental : ser parte necesaria, ineludible, de la existencia del hombre superior , que es superior en tanto se impone y llega a dominar a los demás a través de la destrucción y la crueldad.

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