ENTRE BRUMAS

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entre brumas

Por Laura Linares Palacio*

En el momento en el que el sol incendia el cielo y los cristales de las ventanas de los rascacielos, Arena entra al departamento de Albo sin llamar; la puerta está entornada debido a que él olvidó cerrarla.

Arena se queda quieta frente al durmiente que yace en su ahuecada cama bajo el edredón; ella empieza a toser; le duelen los pulmones. Antes de verse descubierta, intenta huir pero es demasiado tarde. Albo, que la escuchó entre sueños, le apresa la muñeca.

Ya incorporado, la mira con todo detenimiento; apenas consigue reconocerla. Está tan pálida como los fantasmas y tiene los cabellos enmarañados; viste andrajos. Un velo de polvo cubre sus escuálidos brazos y piernas. Y los descalzos pies están amoratados por el frío de la madrugada.

Al final de un largo silencio, ella susurra su nombre. Apenas oírla, Albo siente inquietud. Una vez que se recupera un poco, le extiende un vaso de agua y la invita a sentarse a su lado en la cama. Luego, sin saber qué más hacer, le besa la frente. Animada por el gesto, ella se atreve y, en memoria de otro tiempo, le pide refugio. Albo, horrorizado por el aspecto que Arena tiene, se lo niega.

Ante el rechazo, después de comenzar a temblar, Arena parte. Él la mira alejarse por las calles a través de la ventana. Mas apenas se pierde de vista, el remordimiento y la culpa afectan con profundidad su espíritu. Entonces se viste a toda prisa y sale a buscarla.

Después de andar y andar sin suerte, regresa. Ya en casa, comprende que no volverá a tener serenidad hasta no encontrarla. Entonces busca en sus cajones la dirección de la madre de Arena. Luego de arrojar al suelo cientos de sus reflexiones, que ahora le parecen fútiles, la encuentra y se dirige hacia allá. En casa de la madre, que sufre extravíos, no tiene éxito: la memoria de la viejecilla y Arena ya no habitan ahí.

Entonces Albo, que recuerda de un modo un tanto desdibujado dónde se encuentra el departamento de Rondo, el único amigo de Arena, se lanza a la tarea de encontrarlo. Al cabo de peregrinar por diversos barrios y avenidas, da con él. Rondo, con la indiferencia cincelada en el rostro, le relata que tuvo un desacuerdo con Arena hace tiempo y que nada sabe de ella.

Como último recurso, Albo va a la pequeña casa que Arena rentó cuando rompieron; quizá la casera tenga alguna información. Albo toca el timbre sin descanso… como única respuesta escucha el eco. La casa está vacía.

A Albo comienza a faltarle el aire y su pulso se acelera; cae sobre el buzón. Después de unos minutos, el latido de la esperanza lo serena poco a poco. Quizá Arena se encuentre donde están los indigentes: en alguna estación de tren, bajo el campanario o cerca de las fuentes.

Albo empieza a caminar y mientras lo hace toma una decisión: recorrer la ciudad en busca de Arena.

Descansa donde puede y come lo que sea en los estanquillos y mercados, hasta una mañana en que un trébol cae a sus pies. Albo lo recoge con cuidado y, contento con esta aparición de buena suerte, se permite entrar a un café, aunque está por agotársele el dinero debido a la búsqueda.

Apenas abre la puerta, ve a Arena bebiendo un expresso en una diminuta mesa. Viste un traje sastre blanco, sus cabellos están recogidos con arte y la línea negra que enmarca sus ojos profundiza su mirada.

Albo, incrédulo y tambaleante, se acerca a ella:

—¿Arena?

Ella se levanta y lo abraza:

—¡Albo!, ¿cómo estás?
—No bien, desde que te fuiste de mi departamento hace un par de meses.  
—He tenido la intención de visitarte pero me ha sido imposible; siempre estoy apurada. Ahora mismo, nada más me termino el café, regreso a mi demandante trabajo.
—Entonces ¿no has ido a mi casa?
Arena responde: «No, desde hace años».

Entonces Albo comprende. La aparición de Arena en su departamento no fue sino una alucinación.

EL ENCUENTRO SIGNIFICATIVO

De tanta soledad, Samira tiene fiebre. Ni tisanas ni paños húmedos consiguen una mejoría. Pero ella, en lugar de preocuparse por la calentura, anhela una compañía. Hace tiempo todos la abandonaron por su falta de prosperidad. Les importó más su permanencia en los grises suburbios a cierta luminosa emanación.

Pero pasado un tiempo, alguien, para estupor de Samira, toca a su puerta. Ella, entre esperanzas, se levanta. Al abrir, encuentra a la pequeña Antil (su amiga imaginaria de la niñez) con la mirada traviesa dentro de un vestido remendado como antaño.

Samira y ella se dan un fuerte y largo abrazo. Luego hacen naranjada y comienzan a pasear por su memoria; encuentran preciosos recuerdos, se los comparten. Entonces, de gozo, el espíritu de la mujer —de un intenso azul y parecido al papel de china— se le desprende y comienza a revolotear. Fascinada por el suceso, Antil propone fabricar con el ánima una cometa y echarla a volar.

Samira encuentra en la cajonera unas delicadas agujas de tejer; y en el ropero, hilo y pegamento. Una vez que terminan de construir la cometa, salen a la calle y la arrojan al cielo. El viento travesea con el juguete.

Cuando las compañeras se agotan, despegan el espíritu de las agujas y Samira aspira con fuerza; su alma retorna a su interior. Después, para descansar, la mujer le narra un cuento a Antil. Mas llega la noche y la niña de despide. Sólo que antes de difuminarse, enuncia: «Siempre que me evoques, acudiré a visitarte».

Al paso de unos momentos, la fiebre de Samira desaparece.

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*Laura Linares Palacios es licenciada en derecho de la Universidad Intercontinental de México. Con diplomado en literatura de la Sociedad General de Escritores de México (SOGM). Con estudios de filosofía de la Universidad Autónoma de México, impartidos por Enrique Dussell. Ha sido correctora de estilo y profesora de redacción. Entre 2008-2009, trabajó con el Instituto Mexicano de la Radio en la redacción de guiones. Ha publicado: Serie de cuentos breves para la sección cultural «Sábado» del periódico Uno más Uno (1998): Cuentos breves para la revista Generación (1998), Serie de narrativa breve para la sección cultural del periódico Voz Pública (1998), El gato que imagina, cuento infantil ilustrado. Editorial Praxis, 1999. Obra de teatro para la revista Punto de Partida (UNAM, 2000), acreedora de mención honorífica por la Escuela de Teatro de la UNAM. «Cuento en blanco». Antología Aliento de Sueños. Asociación de Escritores de México, 2001. Reseñas literarias para la revista La Compañía, publicación oficial de la cadena de librerías Gandhi (2002). Migajas, libro de cuentos poéticos. Editorial Praxis, 2004. Serie de guiones infantiles para el Instituto Mexicano de la Radio (2002, 2009). Serie de cuentos breves para la sección cultural «La Furia del Pez» del periódico El Financiero (2011, 2012). El silbido del pescador, libro de cuentos poéticos, 2020. Cuentos breves para el suplemento cultural «La Jornada Semanal» del periódico La Jornada (2021).

 

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