NARRAR, PENSAR, RESPIRAR ‘ESTA’ EXTRAÑEZA DE SER-EN-EL-MUNDO

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narrar pensar respirar

Por Wilfer Alexis Yepes Muñoz*

¿Pensar «o» respirar? Ahogado. ¿Pensar «y» respirar? Maniqueo. Pensar respirado en el umbral de una caverna. Nuestras verdades son como velas que se van consumiendo. Estoy aprendiendo a guardar, dejo espacio para lo lento, para un viaje a pie inevitable. Conocer no puede significar una luz que ciega; no es posible romper, cortar o ultrajar un velo que se resiste. En muchas ocasiones se torna en violencia, y esto para no exagerar. Lo interesante aquí es reconocer que el enigma sobrepasa a todo intelecto. Mi apertura se manifiesta, así, en el verbo ‘respirar’, porque simboliza un logos de inmersión, una suerte de racionalidad ascética que no petrifica. Ella es visitada, deja que algo le pase, se enferma; no sigue las huellas, habla de lo que la toca, de olores no concebidos; no tiene miedo a ser excesiva con el adjetivo.

Retomemos esa primera llave: respirar («reiteración», «redundancia»). Otros verbos se allegan: ‘aspirar’, ‘espirar’, ‘expirar’, ‘inspirar’, ‘suspirar’, ‘transpirar’. Hay un tono naturalista en este verbo que puede alejarse del epistemólogo. ¿Se da a conocer un proceso de tanta cercanía como el aire enrarecido de un presocrático? El mundo entra y sale como un alma, me conecta y ensancha. Circular, como reiterar, aligera el ímpetu del sujeto cognoscente. Suena un tanto extraño, es la presencia del enigma de verdadero borde que callas, como el auriga de Parménides. Me lo imagino agitado tratando de domar lo indomable, de nombrar lo innombrable, de conducir a una jaula la metáfora de la presencia que no conoce el límite de nuestra necesidad de explicación.

Ahora me dirijo a Juan Pablo Castel. ¿Por qué buscar una salida? La ventanita inexplicable, igual que una nariz, conecta el deseo de un espejo-mundo que trastoca y desmorona este fingimiento de abrazo. Yo prefiero esa respiración insoportable, el vértigo del solitario, ese principio femenino que parece angustiado de este lado, y aquí lo vislumbro pleno. Eso que llamamos angustia es, en el fondo, el deseo de apagar ‘el’ vértigo, de sosegar un poco la tos seca del pensamiento. No puedo dejar de escribir, de respirar.

Luego, Juan Pablo va tras su doble, María Iribarne; no soporta la ‘sapiencia’ que se vela en frases aisladas y dobles. Se expande. Ella circula, respira. Él, el artista que a veces respira, quiere contener, apresar, devorar, aminorar, avasallar, poseer, pararse sobre ella, despellejarla. ¡Me río de esa necesidad de entrar por una ventana! Lo haces a lo lejos y te crees inteligente por lo que ves; explicas una porción, un tramo, y te sientes un héroe, un diferente, un esencial, un fijado, un medidor, un payaso normal. Juan Pablo trata, pero está en los pulmones de alguien, quiere ser expulsado por alguien, liberado, por fuera totalmente, ¿académico? Aquí la respiración no nos deja cabalmente por fuera, sube y baja la marea; el diafragma es como un barco reincidente, mendicante, volcánico.

‘Aspirar’, vuelve la ventana, te trae el extrañamiento del deseo, vuelve el misterio, oxigena tu fe. Tal vez la esperanza sea eso que no tocas y te traspasa; la tormenta te inunda, la saboreas, aspiras una alteridad, la multiplicidad te deshace. ¿Y el tiempo? Hay una memoria en cada regreso ‘ido’, tratas de contar, de comprender, pero fluye constantemente. Abandona tan pronto, que tus textos nunca son totales, los respiran otros en sus mil y una noches de insomnio. ¿Qué es lo que no puede matar Castel cuando cree cruzar la ventana? Este ‘respirar’ sería el principio tácito y epistemocrítico de un conocimiento apócrifo, loco o anormal.

‘Inspirar’ es ya la necesidad consciente del extrañamiento. Me lo imagino a él bajo llave sin remordimiento, guardando con recelo la extrañeza de su canal de flujo por donde se da a luz, y ahora, en el vientre, reincorporado, su túnel lo lleva, lo trae pensando, pintando con sus palabras, queriendo un lapicero inagotable. Hablo aquí del «saber del gerundio», de los conceptos que son presencias. ¡No totalices! Dejaré el lapicero, dormiré en los brazos de esa luna desgarrada que devora mi ventana. Algo la llena y fluye con sus pasos de sonámbula, como un reloj que no va a ningún lado, ¡el espejismo de un tiempo en un centro cansado de sí mismo! No hay nada más loco que la persecución de unas manecillas afiladas… Me imagino a Juan Pablo afanado con el tiempo cronológico de una novela policíaca en cuyas lindes el perseguidor no dejará ser un perseguido. Respirar, sí. ¿El flujo? Sí. No lo ves, lo llevas dentro.

Percibo ‘artificioso’ el lugar de esa naturalidad en el occidental. Oriente no da la espalda a la respiración. El logos no se desliga de todo ese mundo pre-dado, imperio de lo simbólico. Es tan natural, por un lado, que las variantes aporéticas y con matices racionalistas desconocen e incluso excluyen su ‘filosofar’ de nuestro ejercicio académico, que cruza interminablemente del mythos al logos. Se puede decir, en esta perspectiva, que la tendencia de este flujo prometeico se dirige, desde esa dicotomía, a una razón futuriza y humanizada. Este sería un logos de ahogado sin las historias que nunca le cuadran. Así las cosas, es tan complejo comprender el pensamiento por fuera del esquema de la dualidad, que respirar se reduce a un asunto meramente biológico.

Por su parte, ‘respirar’ y ‘yoga’ son ejercicios espirituales que —con el poco conocimiento y la profunda admiración que me despiertan esas tradiciones— trasladan el énfasis a un sujeto de la experiencia, y esto equivale a reclamar la conciencia como un ‘punto no fijado’ por donde respira un universo inquietante. Desde una perspectiva cosmológica, el tiempo y el espacio que creemos conocer un poco, sería un ejercicio de exhalación profunda, una toma de conciencia de la que somos apenas una ínfima expresión. Respirar es, por consiguiente, el verbo por excelencia, la puesta en escena de la circulación a veces matérica; otras, en estado simbólico, gaseoso, que nuestros sentidos no alcanzan con su percepción posesiva.

La respiración no la tenemos, incluso el mundo es respiración. El río que fluye es, en su lecho, producto de esa exhalación silenciosa que abraza, conecta, trae la luz y la sombra, y que está más allá del tiempo, constante, dinámico, furtivo, abrupto, gramatical. Su río de Heráclito es el Ganges donde convergen los suspiros postrimeros, los restos, el polvo y el baño sagrado que equivale a ‘suspirar’. Salir de sí significa que, en el umbral de esa corporeidad sagrada, somos habitados, descritos, admirados, asombrados.

Ahora escribo de rodillas, siento que le debo tanto a ese lenguaje que desconozco por más que leo; me silencio y me adentro, y percibo intimidad, no tanto en aquello que reconozco propio; no estoy seguro de buscar la diferencia. Este ritmo no tendrá a la palabra ‘ley’ por guía, se acompasa y acompaña de un flujo de presencias que se escapan como los occidentales. De hecho, ser occidental es vivir como un perseguido; es tanta la obsesión con el tiempo rectilíneo, que nuestras acciones parecen desafiar a un dios devorador de todo fuego prometeico. Eso que llaman aquí ‘agujeros negros’ se asemeja a un destino de embudo que pone todo en su lugar de nada. El universo occidental se nihiliza, huye de sí mismo. Y es, en este punto, donde cobra importancia una noción grandilocuente, que supone primero una distancia, una negación de sí, acompañada del viaje de reintegración; es nuestra segunda llave: trascendencia (trans: de un lado a otro; scandere: trepar, escalar).

El primer elemento es el movimiento, el ritmo en el que obramos como si respiráramos: nunca son suficientes nuestras acciones. Parece que esta es una manera de reconocer que estamos vivos. Respirar es lo que va de un lado a otro, como el obrar. Es tan natural y sublime ese gran gesto, que lo llamamos ‘universo’, ‘un’ ‘verso’, un ‘nido’. Esta es la gran respiración que participamos, y es necesario ir a la par, seguir un ritmo de la concepción dinámica de aquello que significamos en expresiones como la ciencia, el arte, la ascesis, las técnicas, el ocio, entre muchas otras.

Se trata de percibir la destrucción como una suerte de exhalación, de conjetura irreprimible. Ahora no ‘escalan’ los sujetos de poder, toda vez que el mundo que respiramos y la respiración misma no nos pertenecen. Ciertamente, nada nos pertenece. Las cosas son tan solo la presencia de un cúmulo de acontecimientos que se acompasan y sincronizan al paso que damos —al flujo de ese gran ritmo—, que concebirlas como propiedad es nuestro mayor error. ¿Qué nos queda? La historia de ese flujo de exhalaciones, los aprendizajes que nos abandonarán con su olvido porque no serán la ficción categórica en tanto nos desvanecemos. De este modo, cobra importancia nuestra propia extrañeza, la alteridad que nos habla desde el fondo de ese flujo. Por ello, conocer no es sinónimo de ‘estar en casa’, sino el ‘deshabitarse’, ‘desacomodarse’ dolorosamente, siempre atravesados por un mundo significado que no podemos cerrar. Filosofar es, en definitiva, la capacidad para abrirse y sensibilizarse en la respiración del mundo que nos tras-pasa. Más que pensar —porque no lo excluye— es integrarse en el flujo de la conciencia, a un acontecimiento expropiador; se trata de un pensar meditativo, yóguico, ascético, gutural y, otras tantas veces, escéptico de sus verdades. Finalmente, filósofo es aquel que respira y se despliega en la profundidad itinerante del mundo. ¿Y eso de andar por el mundo como ahogados? La sola presencia, el hecho gratuito de transitar por esta expresión del ritmo enigmático de la vida nos incita a expandirnos en el sentido de abrirnos al ritmo de lo que nos pasa en préstamo.

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*Wilfer Alexis Yepes Muñoz (Medellín, Colombia, 1985). Es Doctor en Filosofía (2015), Magíster en Filosofía (2013), Filósofo (2007) y Licenciado en Filosofía y Letras (2012) por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Se ha desempeñado como docente de cátedra y como director de trabajos de investigación posgradual en la facultad de Filosofía de dicha institución. Áreas de investigación y docencia: filosofía contemporánea, filosofía del arte y estética, hermenéutica, teoría literaria, pensamiento y literatura latinoamericanos, y la relación filosofía-literatura.

De su pasión por la literatura y la filosofía han surgido numerosos artículos para revistas académicas indexadas y entre sus libros destacan Lo humano como ficción. El pensamiento mágico de Ernesto Sábato (2017) y Hacia una estética del conocimiento. El conocimiento como creación en la perspectiva de Nietzsche (2015). También publicó tres poemarios: Reflejos en el agua (2013), Adjetivo de límite (2014) y Un espejo en el centro del mundo (2023).

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