Por Mónica Quintero Restrepo*
En diciembre empiezan las listas de cuál es el mejor (libro, pódcast, canción, persona, comida, mascota, etcétera) del año, o de la última década o los últimos veinte años. Cuáles son, me preguntaron, los mejores 25 libros de autores colombianos desde el 1 de enero de 2000 hasta diciembre de 2024.
No soy buena para las listas. Se me olvida lo que leo. Me gusta pensar que cuando uno lee un libro se junta con el resto de libros leídos y por eso algún personaje de una historia termina en otra. Me gusta más lo que le pasa a mi mente: la sensación de haber leído. Pienso, por ejemplo, cuando leí Pitchipoî de Jacqueline Goldberg. Lo publicó Tragaluz Editores y es bellísimo: es un triángulo negro que se abre y se vuelve un cuadrado. Las ilustraciones te hacen sentir en casa, y eso es muy importante porque la historia es triste. Recuerdo que es sobre un padre y un viaje. Quería vivir en ese libro. Todo era bello ahí.
Por eso tengo tantas dudas sobre la palabra mejor. Podría hacerse una lista de características para buscar cierta objetividad, pero con los libros me parece que hay algo más allá de lo técnico o de la belleza. Hay libros que uno sabe que son buenos, que su calidad es inobjetable, pero que pueden no gustarme. El gusto es otra cosa. Un libro también es mejor que otro —para alguien— según las circunstancias lectoras, el cómo uno se conecta con él. Uno lee con todos sus fantasmas, sus aprendizajes, su momento. La primera vez que intenté leer La Metamorfosis de Kafka tenía 15 años. No fui capaz. Volví a intentarlos tres o cuatro años después: me encantó. Empezó mi época de descubrimiento kafkiano. El proceso me noqueó: qué libro. Cuando iba a nombrar a mi gato, hubo un empate entre Rulfo y Kafka. Ganó Rulfo porque mi gato no tenía cara de Kafka. Solo por eso. El empate en mi corazón entre esos dos escritores es imposible de resolver, quizá porque no son comparables.
Me gustó pensar en esos 25 libros, sobre todo por la conversación con un amigo. Cuál debería estar y por qué. Mi amigo dijo, por ejemplo: ese debe estar porque ha conectado mucho con los lectores, pero a mí no me parece un gran libro.
Y sí. Un libro es más que letras juntas. Es también lo que hace sentir: cuando leí Lo que no tiene nombre o El olvido que seremos lloré un montón, me hicieron sentir que no estaba sola en el dolor de no tener un papá. Para mí son de los mejores libros que me han acompañado en la tristeza.
Las listas siempre son también todo lo que no cabe en ellas. Siempre son injustas: afuera se quedan un montón de buenos libros. Pero sí que son necesarias para la conversación: para ir a leer lo que no hemos leído y para decir «ay, faltó este que para mí debería estar ahí». Y conversar de literatura (o de música o de canciones o de arte) vale la pena.
Escribo esto como si estuviera saltando de piedra en piedra, quizá como fue la conversación con mi amigo. Quizá estoy escribiendo sobre todo una conversación casual. Esta semana terminé de leer el libro de James Rhodes, Instrumental. La historia es tremenda: cuenta cómo su profesor de escuela lo violó durante varios ellos desde que él tenía cinco, y cómo eso le cambió la vida. Lo modificó como ser humano. Cómo lo hundió, y todo el camino que ha trasegado para no naufragar. Leerlo es sentir rabia, terror, odio. Hay esperanza, también, y hay descubrimientos musicales. La música ha sido fundamental para Rhodes. El piano y su hijo, sobre todo, lo han sostenido. Pero me quedé pensando si es un buen libro. Mi conclusión es que hay libros importantes por la historia. Este es uno. Aquí lo importante es lo que sientes, lo que te hace reflexionar, lo que debe ser contado. Esta historia debía ser contada: muestra un terrible problema como sociedad, abre caminos para las víctimas y nos interpela como personas: qué hay que hacer para cambiar este mundo que no es seguro para tantos. Porque es una historia que se repite, y que el silencio ha ayudado a que muchos más sufran. Y más. Es muy bello lo que hace con la música: te arma una playlist y además te cuenta cosas de los compositores que seguramente muchos no sabíamos. Todo eso hace que haya que leerlo. Ni siquiera me parece importante revisar si es, literariamente hablando, bueno o no.
Se nos hizo difícil, a mi amigo y a mí, pensar en libros de poesía. No es raro, supongo, aunque yo siento que en los últimos años en Colombia se han publicado muchos libros más. Frailejón, Sílaba Editores, Tragaluz, Luna Libros y Angosta han publicado varios, muy buenos. Y como en toda lista voy a ser injusta por no nombrar más, pero son varias las editoriales independientes colombianas que le abren las puertas a los poetas. De ahí mi pregunta: dónde se han guardado esos libros en mi memoria, porque quería nombrarlos y la lista me quedó muy corta y quedé con esa sensación de que hay varios muy importantes que se me están olvidando: El cuerpo y otras cosas y Gatos de Darío Jaramillo Agudelo; Los habitados, de Piedad Bonnett; Tocar lo que no se ve, de Horacio Benavides; Puerto Calcinado, de Andrea Cote; Dios también es una perra, de María Paz Guerrero; La Hora de los Satélites, de Manuela Gómez y Pan Piedra, de Laura Garzón. Y pensé que en mi memoria también se guardan las sensaciones de los poemas, así: ¿cuál es que es ese poema de Horacio Benavides que me gustó tanto? Menos mal existe internet. Del libro Tocar lo que no se ve, publicado por Frailejón:
Bajo Una Lluvia Que No Moja
La noche era oscura en las habitaciones cerradas de la casa.
Escuchaba caer la lluvia los goterones espaciados
los densos cortinajes movidos por el viento.
Veía los caballos de pie, durmiendo,
sus flancos espejeando por el agua.
En el paréntesis de la lluvia, venido del ramaje negro, el canto de la lechuza nunca vista.
Y a la luz de un relámpago el espinazo de la cordillera
surgiendo
y borrándose en la noche.
Lo veía con los ojos cerrados como ahora lo veo
donde no está.
Las conversaciones pocas veces se terminan. Se abandonan. Voy a abandonar esta pensando en un libro que me gustó mucho, Las noches todas de Tomás González. Se publicó en 2018, y entonces lo entrevisté. Fue una entrevista silenciosa (El jardín que escribió Tomás en una novela), por email. Tenía una sensación de esa entrevista, de que dijo muchas cosas que me dejaron pensando. Esto, por ejemplo:
¿Qué es el tiempo para Tomás?
«Es el movimiento de las cosas. Cualquier cosa que esté en movimiento serviría para medir el tiempo. El ternero que crece dentro de la vaca, como en La historia de Horacio, o la alternancia de temporada seca y de lluvias, en Primero estaba el mar. Tiempo y movimiento son la misma cosa, ya se sabe. Por eso pienso que el tiempo es la materia prima de mis novelas, que son la creación o la recreación de un conjunto de circunstancias humanas en movimiento. Y como no hay nada que no esté en movimiento, todo en este mundo humano es novelable».
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Sobre «Gatos y Cronopios»: Soy Mónica Quintero Restrepo, también Camila Avril. Depende del día y de lo que escriba. En esta columna aparecerán libros, relatos, gatos, recetas.
Bienvenidos a esta cocina de letras.
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*Mónica Quintero Restrepo. Tiene un alter ego que es Camila Avril. Le gusta ser cualquiera de las dos. Es periodista cultural, máster en Hermenéutica Literaria y aprendiz de pastelera. Escribe poemas, a veces relatos y ahora un libro fragmentario sobre el papá muerto. Publicó el libro de poemas «Tal vez a las cinco» con Sílaba Editores en 2022. Actualmente estudia la maestría en Escrituras Creativas de la Universidad de Iowa, en EE. UU.