Por Alma Guadalupe Corona Pérez*
Un estudio de género parece ser la fórmula más adecuada para aplicar a la escritura de una autora, por lo menos en la actualidad, cuando se menciona el discurso empleado por una mujer, de inmediato sale a la palestra la posibilidad de formular una aproximación desde los Estudios de Género; sin embargo, los caminos se multiplican, sobre todo si nos enfrentamos a una autora de matices y registros amplios, como es el caso de la poblana Elena Garro Navarro. Cabe remarcar que no se busca formular y ofrecer, a través de este análisis introductorio, un estudio especialmente basado en el género, no por considerarlo como poco atractivo o recurrente, simplemente resulta interesarse explorar otras posibilidades dentro del discurso garroniano, alejándolo de lo que se encuentra tan en boga y ubicando esta lectura, a cambio, desde la trinchera de la literariedad, observando con detenimiento la construcción de una propuesta narrativa femenina de vanguardia, en su tiempo, dotada de dispositivos literarios inesperados, considerando las particularidades bajo las cuales fue publicada la que es considerada como la última de las novelas de Garro, mientras lo contrario no pueda ser probado.
La minuciosidad descriptiva, sumada al trabajo literario que da pie a la presentación de personajes femeninos en permanente contraste y hasta contradicción, colocan a la escritora poblana Elena Garro como referente importante dentro del canon de la literatura escrita por mujeres en el México del siglo XX. Su expresión literaria se ubica en una época en la que empezaron a ser recurrentes los estudios y análisis aplicados al discurso femenino, contrastándolo con el discurso masculino predominante. Caben algunos interrogantes inmediatas que obligan a detener la reflexión y nos llevan a considerar, por más de dos veces, la literatura escrita por mujeres y el discurso femenino, propiamente dicho, enfatizando que pueden ser, ambos, objetos de estudio diferentes.
La literatura escrita por mujeres puede adoptar la forma del discurso masculino, o por lo menos emularlo, o con muestras de apropiación, mientras que el discurso femenino está encaminado a perfilar la plena expresión de la mujer en su cotidianidad.
Sin la intención de formular una apología a ultranza, ni mucho menos de menospreciar a ninguna autora u obra, cuando se piensa en escritoras mexicanas son pocos los nombres que acuden rápidamente a la memoria de las mayorías: Sor Juana Inés de la Cruz, Rosario Castellanos y Elena Garro ocupan un buen número de páginas y han requerido de un caudal de tinta para acercarnos a sus obras desde diversas perspectivas. Pueden considerarse aún poco estudiadas escritoras como Amparo Dávila, Rosa Beltrán e incluso Inés Arredondo, estudios cada vez más recurrentes son aplicados a Cristina Rivera Garza o Elena Poniatowska. Es un hecho que en la Historia de la Literatura Mexicana Femenina aún faltan páginas por escribir y analizar desde una perspectiva de recuperación crítica, sea cual sea la metodología de análisis a seguir.
Por el lado de Elena Garro, se encuentra una obra que plantea diversos retos y frecuentes lecturas, derivadas de la riqueza estética concentrada en el manejo de una explosión de imágenes, descripción magnificada y recursos que algunos estudiosos le han atribuido desde una trinchera inserta en el llamado Realismo Mágico, bosquejado por Garro antes de la llegada de García Márquez con sus Cien años de soledad (1967), a quien el teórico norteamericano Seymour Menton le otorga la potestad del movimiento casi de manera exclusiva.
La expresión literaria de Elena es cercana y cotidiana ya que su discurso está construido con calidez, complicidad y sencillez para con sus virtuales lectoras. No obstante, el reto central frente a su obra se encuentra, precisamente, en esa aparente sencillez, en las temáticas que emplea, en el juego y variedad de sus personajes femeninos, que por momentos parecen ser proyecciones infinitas, fractales de un solo paradigma, así como sucede con las imágenes estéticas y la gama de recursos literarios que frecuentan sus páginas e historias.
Otro aspecto de sumo interés estriba en el estudio de las relaciones establecidas entre sus personajes masculinos y todas sus protagonistas.
De acuerdo con una de sus últimas entrevistas, citada por Christopher Domínguez Michael en su Diccionario crítico de la literatura mexicana (2007), su enemigo más próximo fue el propio Octavio Paz: «En la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz» (180), un exmarido distante, famoso y, por lo mismo, capaz de arrojar sobre ella una sombra densa muy poco benéfica. Domínguez apunta, antes: «La vida y la obra de Garro encarnan la leyenda más asombrosa y problemática del tiempo literario mexicano» (180).
Objeto de una impopularidad malentendida por muchos, llevada al extremo y, probablemente magnificada por ella misma, al adjudicarle al propio Paz el maltrato, sobre todo a partir y durante el Movimiento del 68 en México, su propuesta fue deslizándose ignorada por algunos y preferida por otros. Sin embargo, cabe remarcar que esta controversia constituye un dato más del anecdotario de una pareja malograda de dos importantes escritores, elementos que no pueden ser la columna vertebral de ningún trabajo centrado en lo más importante que ocupa un análisis literario, incluso la posición personal y militancia de una autora es un punto y aparte. La posición política de un autor constituye un fino entramado en la vida de los hombres y las mujeres, inobjetable, y a todas luces respetable e insobornable, posible materia de un estudio diametralmente opuesto a este.
Referir a Elena Garro, para bien o para mal, a partir de Paz sería ocioso y hasta maniqueo. Cada uno ocupa un lugar, suficientemente ganado por su trabajo intelectual y creador, por su posición frente al arte, es decir, por su propuesta estética y su discurso literario. Sin dejar de reconocer que el discurso femenino de Elena mantiene en diversos momentos una posición política, misma que transmite una militancia silenciosa y, peligrosamente, puede ser sólo interpretada como un rencor hacia Paz.
Lo realmente interesante que se deriva de su posición política y su vínculo con Paz es el autoexilio que vivió por un tiempo extenso, y que hizo más difícil su vida en el extranjero junto con su hija, Elena Paz Garro, sobre todo cuando el tiempo fue pasando y tuvo que dejar atrás su ocupación de modelo de grandes casas de moda francesas, situación que la llevó a escribir con mucha más dedicación y hasta desde la miseria. Todos estos acontecimientos, vinculados con carencias económicas extremas, convivieron directamente con el espacio que ocupa la escritura de buena parte de su obra. Otra anécdota que podría ocupar un buen rato de lectura sería la manera como tuvo que volver a México y lo que publicó, desalentada, en ese periodo convulso de su vida.
Por mucho tiempo los especialistas y legos se preguntaban «¿y quién es Elena Garro?» ofreciendo una respuesta fácil: una dama muy bella, que vive con muchos gatos, exesposa de Octavio Paz. De esta manera se sigue envolviendo, en anécdotas personales, una obra autónoma y vasta, capaz de reclamar y obtener su espacio en la historia de la literatura y el arte. Garro murió en 1998, prácticamente sumida en la miseria y el dolor, con escaso reconocimiento porque éste llegaría con los años, un buen número de años después.
Dramas, guiones, novelas, cuentos, en suma: una creación literaria inclasificable constituye una obra que presumiblemente aún no es conocida de manera integral, tomando en cuenta la leyenda negra de las bolsas desaparecidas, llenas de escritos inéditos y fondo epistolar. Bolsas hurtadas por alguien cercano, de acuerdo con sus herederos.
Los recuerdos del porvenir (1963), Premio «Xavier Villaurrutia», es una de sus novelas más comentadas y estudiadas hasta la fecha, dotada de claras reminiscencias de Iguala, Guerrero, localidad y estado en donde Elena pasó su infancia. Los recuerdos, cuya publicación estuvo rodeada de anécdotas que van desde lo curioso hasta lo asombroso, como el hecho de que su autora declaró que no deseaba publicarla guardándola en un baúl, así como que antes de esconderla, la colocó en la estufa con la intención de quemarla, cosa que casi sucedió porque los folios originales, notoriamente deteriorados, quedaron destinados al remiendo para ser publicados diez años después de haber sido escritos. Jean Franco acota: «Cuando Elena Garro escribió Los recuerdos del porvenir estaba casada con Octavio Paz» (173). Y continúa con una idea relevante: «En esa época, El laberinto de la soledad ya se había convertido en un ensayo clásico en el cual Paz señalaba el machismo defensivo del mexicano y la necesidad de reprimir la parte ‘femenina’ existente en él y en los demás» (173-174). Evidentemente sus caminos seguirían entrecruzados, pese a ellos mismos.
Al siguiente año fue publicado el cuento «La culpa es de los tlaxcaltecas» y con tan sugestivo título seguro es que pudo acarrear más de una antipatía entre los aludidos, sin considerar que no hay nada de extraño y que forma parte de uno de los libros más sorprendentes y simbólicos de Elena titulado La semana de colores (1964), trece cuentos de suma importancia a través de los cuales Garro se suma a la constelación de cuentos más relevantes del siglo XX. Pero Garro cuenta con otros géneros como nouvelles y obras de teatro, que conservan rasgos de importancia considerable, que se han ido re-descubriendo con el paso del tiempo y que trascienden por fortuna, con mucho, a los comentarios y estudios de sus biógrafos y especialistas. Tal es el caso de una novela cuya primera edición quedó en manos de una editorial de escaso alcance.
Mi hermanita Magdalena (1998), de doscientas sesenta y tres páginas, pasa a la historia de la literatura mexicana como la última novela de Elena, por lo menos, la última en ser editada y publicada. En la portada de la primera edición se anota: «La única novela inédita de la gran narradora mexicana». No hay claridad si esta ‘anotación’ la hizo la editorial por encargo, es decir, Ediciones Castillo, o quien hizo sin firmar la presentación —el texto de la contraportada y lo que contienen ambas solapas del libro—; este aspecto tampoco es quehacer del presente trabajo, aunque sí da pie a una compleja y necesaria investigación futura en la que se tomen en cuenta los rasgos de los parágrafos como parte de la información extra de apoyo en esta y otras novelas.
En Mi hermanita Magdalena no hay personajes que permanezcan ajenos a la trama. Todos, hasta el de más efímero paso, cumplen con roles complementarios, engarzados al eje central de la historia, misma que cuenta con ciertos altibajos que revelan un desgaste paulatino por parte de su autora.
En este relato son las mujeres, con diferentes grados de protagonismo, de acuerdo con sus acciones, quienes se perfilan como ejes fundamentales con una orfebrería literaria plástica y detallada. Los personajes masculinos, si bien siempre están presentes, guardan la distancia correspondiente a los personajes secundarios que no dejan de ser importantes, ya que consiguen hacer más relevante la presencia de las protagonistas. Los hombres de esta novela mantienen en su interior cicatrices sórdidas, rasgos que tienden a lo negativo y a la casi ausencia de una «buena entraña», salvo la figura paterna a quien sí le otorga ciertos matices amorosos sin abandonar una rígida conducta decimonónica.
En efecto, Garro ‘castiga’ a sus personajes masculinos en más de una ocasión y por más de un motivo, a todos les imprime improntas que van desde la maldad más profunda hasta el morboso y abúlico «dejarse llevar»; desde la indiferencia hasta el egoísmo, desde la debilidad hasta el abuso de la fuerza física y psicológica. Es posible localizar, a lo largo del relato, atisbos de una expresión femenina en la que la mujer sufrirá de separaciones permanentes. Jean Franco señala un eje a seguir: «En cambio, la novela de Elena Garro incluye a las mujeres entre los marginados y les da una importancia capital en la conspiración contra el Estado» (174). En efecto, por encima de la separación, hay expresión clara del dolor, la preocupación y la reafirmación del yo femenino, con un respectivo reconocimiento del otro como referencia, ya sea positiva o negativa.
En una suerte de configuración simbólica del personaje, la protagonista lleva el nombre bíblico de la mujer pecadora y transgresora, pero amada al fin y al cabo: Magdalena. Cabe remarcar que hay un atributo que pocas veces se pondera por encima de los mencionados, Magdalena es una mujer amada por sus propias imperfecciones y equiparada no sólo con otras mujeres, sino también con los hombres que pretenden juzgarla y dilapidarla.
Los hombres de Mi hermanita Magdalena tienen ocupaciones que, curiosamente, están relacionadas con habilidades manuales, oscilan desde intrigantes joyeros y sastres, hasta traficantes, golpeadores de mujeres y asesinos: «El pobre Gilles es un timorato y un débil. La bondad lo convierte en un ser vulnerable. En la vida hay que tener más audacia» (102). Anteriormente: «¡Pobre Gilles, es tan insignificante! (90), y cabe remarcar que se está describiendo a un buen amigo de Magdalena, quien no se priva de lanzar comentarios fríos sobre la compleja psicología de quienes la rodean: «—Gilles es el único amigo en el que puedo confiar —me confesó» (74). De Bruno señala: «A la luz del día parecía muy viejo, muy derrotado. Magdalena y yo lo miramos con pena» (87). En cuanto al marido de Magdalena: «¿Por qué mi hermanita no fue capaz de impedir lo sucedido con el descalzonado Enrique?» (19). Otro de ellos, Luis María, es un tipo violento, golpeador de mujeres y asesino, permanentemente acechado por las hermanas de Magdalena y de quien se murmura su calidad de asesino: «¿qué no saben que la mataron hoy hace ocho días?, ¿Quién la mató?, preguntamos. Pues su asesino pasó a degollarla y nadie, nadie oyó nada. ¡Pobre doña Raquel! Parecía que veía venir su triste fin. Se quedaba agachadita pensando» (93). Era un secreto a voces que la propia Raquel sabía y esperaba morir a manos de su marido: «La encontramos con el pescuezo rebanado en tamaño charcazo de sangre, que corría hasta afuera. Vino la policía y recogió el cuerpo, hicieron las investigaciones y sellaron la puerta» (93). Antes de asesinarla, ya la había dejado inválida al saber que tenía amistad con las hermanas de Magdalena: «—¿Baldada…? ¿No puede caminar? ¡Qué horror…! ¿Cómo lo hizo? —gritó Rosa reculando. —A fuerza de palizas. En una de ellas me rompió la espina dorsal. —¡Hay que ir a la policía! Es un criminal» (52). Pero Raquel nunca fue a denunciarlo y en silencio vivió y esperó una muerte que sabía que llegaría tarde o temprano.
Inexorable destino de la mujer que permanece en silencio frente a las agresiones cotidianas, en silencio, sin denuncias de por medio, en la total invisibilidad, aunque todos saben lo que sucede en las cuatro paredes de una casa.
El discurso de Garro, a través de sus personajes como las hermanas, la madre, la propia Magdalena y el resto de mujeres presentes en la novela es un discurso construido desde el ámbito de lo femenino dotado de fuerza, osadía e inteligencia, sin abandonar la delicadeza, belleza y gentileza. Magdalena es rebelde, temeraria, aunque le llegue el momento en el que va a caer en la red de un marido que se consiguió sin buscarlo y la encaminó al más extraño y desventajoso matrimonio. Es un matrimonio–jaula que la aparta totalmente de sus afectos y lugares comunes.
Las mujeres de la novela Mi hermanita Magdalena, son fuertes, contundentes pero incapaces de decir una majadería, su esmerada educación victoriana se los impide. En el discurso de Garro no hay asperezas injustificadas, ni ausencia de un cuidado maternal extremo, de una formación decimonónica, tal y como corresponde a las niñas y jóvenes de buena familia de principios de siglo XX. Hay una fragilidad que se separa de lo romántico porque es el vector desde el cual se sostiene la inteligencia que permite a Magdalena sortear los peligros y desdichas que la llevaron a terreno inseguro, lejos del hogar paterno arrojándola en brazos del peligro y de lo más lastimoso que resulta ser la incertidumbre y la eterna duda al lado de un hampón del que sabe muy poco pese a ser su marido. Magdalena cayó en la red de un desconocido, tal y como sucedía con las jóvenes cuyos matrimonios concertados, a ciegas, eran convenidos durante el siglo XIX.
Algo de lo más notable e insólito es la circunstancia bajo la cual Magdalena contrae nupcias: en un domingo de feria y jugando, sin saber, ni conocer a Enrique. El arrojo, la audacia que la caracteriza, le impide analizar las repercusiones que reportaría, más tarde, tan apresurada decisión. El asunto, que en un inicio parece tan romántico, pronto se transfigura y adquiere proporciones de pesadilla y tragedia para la familia de Magdalena. Aún así, ella conserva la calma y hasta la emociona la incertidumbre de esta aventura estando bajo la presión y la incomunicación de su familia.
Magdalena, por su juventud y carácter, no es capaz de darse cuenta de sus errores y se dedica a vivir como una niña que juega a policías y ladrones, lejos de su hogar, entre personas y países desconocidos, desplazándose sin explicaciones junto con un criminal del que no sabe, bien a bien, a qué se dedica, pese a que no deja de llamarle la atención. La inconsciencia se suma a su sed de aventuras y tarde se da cuenta de lo comprometido y peligroso de su situación.
En el medio de estas circunstancias se conforma un discurso femenino de resistencia y supervivencia, una estética de la insolencia femenina lejos de México, dentro de una atmósfera extranjera y ajena a su terreno seguro: su recámara, su jardín, su casa. Al lado de sus referentes familiares, en la mesa que cotidianamente reúne a la familia, y que una vez desaparecida Magdalena, no vuelve a ser la misma, tal y como si el sol se hubiera marchado atrás de ella para nunca más volver a asomarse a esa casa. Por lo menos así lo declaran sus hermanas, su madre y hasta las criadas que empiezan a sufrir de delirios de persecución, hasta que se marchan de esa casa segura, huyendo por causa de una bestial golpiza que sufre una de ellas por orden de la supuesta madre de Enrique, el sui generis y peligroso marido de Magdalena.
La violencia se presenta, en más de una ocasión, incluso sin aparente justificación, ya que entre más violento y absurdo sea el comportamiento de los hombres, más brillarán las mujeres que forman parte de esta historia. Hombres delincuentes, capaces de romperle el cuello a una mujer para ir tras el dinero de la amante, amenazantes y ruines pero al final torpes, junto a mujeres con determinación y osadía, aunque ingenuas, conforman una extraña novela de revancha, un relato de vendetta que tiene la capacidad de sostener el interés de sus lectores para de pronto permitir que estos se desplomen por algunas páginas, posteriormente, serán recuperados y como arcilla entre las manos, Garro tensa el hilo de la trama junto con el ánimo de quien la lee. De alguna manera el lector vive su propio exilio al tomar por su cuenta la novela, ya que el hilo de su trama lo aproxima, lo aleja y, posteriormente, lo recupera obligándolo a concluir la lectura con el mismo interés inicial.
El lector se encuentra frente a un relato con vigencia al tratarse de un discurso que retrata la violencia de género y toca el lacerante terreno del feminicidio. Garro otorgó muy pocas concesiones a los hombres de esta novela, salvo al padre, dentro de su flaqueza y hasta indiferencia, éste representa un leve rayo de luz esperanzador a la construcción de lo masculino con sutil dedicatoria desde lo femenino.
Mi hermanita Magdalena es una novela que poco o nada se parece a Los recuerdos del porvenir o a Andamos huyendo, Lola (1980) o a La casa junto al río (1983) y menos aún a Testimonios sobre Mariana (1981). Su argumento, insólita e inesperadamente, hace reír y emociona, para pasar abruptamente, de un párrafo a otro, a la reflexión de lo que sucede dentro de la trama y, al mismo tiempo, en la periferia, el relato corresponde a una Elena Garro muy probablemente harta, lastimada y exiliada que se autodepositó en Magdalena, la protagonista, y en el resto de mujeres que integran esta historia.
La estética del exilio se presenta llena de sobresaltos y peligros ya que se trata de una separación femenina multiplicada. Magdalena es prácticamente arrancada del hogar paterno tan sólo por una decisión precipitada, sin abandonar algunas notas de fondo aromadas por la ironía y el humor negro. Todas las mujeres de Mi hermanita escriben distintos tipos de separaciones o exilios.
Es una novela propietaria de altibajos, de claroscuros, similar a la vida misma; por ello, no está cerca de Los recuerdos, en Mi hermanita, contrario a lo que podría analizarse de manera simplista, hay una narradora madura, interesada en describir la vida con sus intervalos de calma y preocupaciones, con descripciones arrancadas de las páginas de una crónica contemporánea. En este relato se deslizan situaciones complejas matizadas de incertidumbre, dudas y temor al futuro, como en la vida de cualquier ser humano, cotidiano y normal.
El propio discurso empleado permite al lector involucrarse en una atmósfera de suspense mezclado con añoranza, tanto Magdalena como Estefanía, mientras viven en Europa, se ven impregnadas por el sentimiento que provoca la distancia con el hogar, esa saudade aderezada con los matices de una educación femenina emparentada con el arraigo: «Se quedaron solos Rosa y Alvarito. Hermelinda estará en la cocina observando a mi mamá. Tenía que volver pronto a la casa acompañada de Magdalena para reestablecer el orden familiar. El avión no debía caerse» (64).
Hay un discurso del deseo que es comparable con una cascada en la que cada uno mantiene sus propios anhelos, cada personaje femenino es portavoz de su deseo, mientras que las voces masculinas sostienen el de dominar por sobre todas las ideas. Se advierte cierta estrechez relacionada con el deseo que tiene la facultad de multiplicarse bajo la palabra femenina, mientras que el discurso masculino tendrá siempre el mismo objetivo: la adquisición, preservación y ejercicio del poder.
Mención aparte merece la permanente red establecida con el cine y con algunos de los más importantes narradores del siglo XIX, como Dostoievski, quien prefigura, en parte, la estructura policíaca del relato, formulando una reminiscencia latente en las protagonistas que se queda como parte de una memoria colectiva de la separación violenta. Se conforma una malla muy fina y cercana, de relaciones secretas con otros relatos y autores, con el cine y la Historiografía. En el momento en el que se lleva a cabo la lectura de Mi hermanita, el lector se va involucrando, camina las calles, se sube a los autos, se sienta a la mesa junto con los personajes de la novela, es decir, va tras ellas y ellos a cada paso, haciendo de este trayecto diegético un mapa de recorrido en compañía con Magdalena, su hermana y sus lectores. Este es un periplo por la vida, revelando a una Elena Garro renovada, diferente a todo su trabajo escriturario anterior y a lo que se estaba escribiendo en esos momentos desde la pluma femenina mexicana.
Considerada como una novela póstuma, Mi hermanita Magdalena transporta a quien se aproxima a ella por una de las lecturas más amenas, coloquiales, intrigantes e interesantes, en permanente tensión planteada por una Elena Garro lejana, pero siempre arraigada a un México que está registrando cambios de suma relevancia, en una permanente evolución del discurso femenino. Jean Franco sostuvo en 1989 que: «Mucho de lo escrito por Elena Garro hasta el momento se ocupa del exilio, el desamparo y el desarraigo de los pueblos marginados y de los que han sido vencidos» (179).
Deja, además, con una reflexión en torno a la desaparición y peligro que siempre han corrido las mujeres en una sociedad que poco a poco ha ido cambiando hasta convertirse en lo que hoy se tiene, lugar en el que se ha dolorosamente convertido en costumbre la desaparición de personas y el feminicidio. Seguro es que Elena Garro nunca imaginó que días así le llegaran al calendario mexicano. Uno de los aportes más importantes de la obra de Garro es la de dar voz al marginado, al débil.
En esta novela Garro perfila un discurso femenino, sólo en apariencia sencillo. Este se muestra perfectamente amalgamado con una sociedad de pliegues y recovecos. Se mantiene un discurso interrelacionado con el pasado que deviene en una estructura híbrida, palimpséstica, inesperada. Se propone un acercamiento a una novela extraña, híbrida —como nuestra sociedad— que marca los últimos pasos de una Elena Garro, nunca suficientemente analizada, siempre nueva e invitadora.
Hace más de cuarenta años los estudiantes del Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, mediante un escrito firmado, buscaron que esta institución le otorgara el Doctorado Honoris Causa, cuando ella estaba viva. El escrito quedó dormido en algún escritorio institucional. No fue hasta 1999 que el Consejo Universitario de la BUAP le otorgó tal distinción en su ciudad natal. Desgraciadamente ella ya había partido.
René Avilés Fabila se pronunció públicamente a favor de homenajearla con el otorgamiento de la Cédula Real y las llaves de la ciudad de Puebla, esa fue probablemente la última vez que Elena Delfina Garro Navarro estuvo en su ciudad acompañada de Héctor Azar Barbar. Ella, bella, porque la belleza no tiene edad, aunque visiblemente frágil, con severos problemas respiratorios, llegó y Puebla la vio pasar. El oxígeno escapó de su cuerpo el 22 de agosto de 1998 para impregnarse, para siempre, entre las páginas de sus relatos.
BIBLIOGRAFÍA
Domínguez Michael, Christopher (2007): Diccionario crítico de la literatura mexicana (1955-2005). México. Fondo de Cultura Económica.
Franco, Jean (1993): Las conspiradoras. La representación de la mujer en México. México. Fondo de Cultura Económica.
Garro, Elena (1998) Mi hermanita Magdalena. México. Ed. Castillo.
Menton, Seymour (1998): Historia verdadera del realismo mágico. México. Fondo de Cultura Económica.
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* Alma Guadalupe Corona Pérez es Doctora en Literatura Hispanoamericana. Becaria CONACYT. Maestra en Literatura Mexicana. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Diplomada en Estética Contemporánea y en El cine de Pedro Almodóvar. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI I). Perfil Deseable PRODEP. Miembro del Padrón de Investigadores BUAP. Profesora Investigadora Tiempo Completo Titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP. Coordinadora del Área de Literatura en el Colegio de Lingüística y Literatura Hispánica. Líder del Cuerpo Académico Consolidado «Márgenes al canon literario hispanoamericano». Autora del libro El manuscrito de doña Joana de Irazoki editado por Fomento editorial BUAP y el Instituto Poblano de las Mujeres del Gobierno del Estado de Puebla. Coordinadora del libro Configuraciones y reconfiguraciones de lo femenino en las artes editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Co-editora del libro Informe del Recuerdo: reflexiones críticas sobre la narrativa y poesía de Mario Benedetti Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP y la Facultad de Humanidades de la UAMEX. Co-editora del libro Historia, ficción e ideología. Una relectura de Mario Vargas Llosa. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP/ Facultad de Humanidades de la UAEMEX. Co-editora del libro Ensayos críticos sobre literatura femenina. Miradas al margen. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Co-editora del libro Representaciones de las mujeres en la literatura y el arte. Editado por la Facultad de Filosofía y Letras BUAP. Con artículos de investigación sobre análisis literario y la relación entre la literatura y el cine publicados en libros y revistas indexadas y ponente en congresos internacionales y nacionales. Sus Líneas de investigación son: 1.- Teoría y vanguardia literaria, 2.-Literatura novohispana, 3.-Discursos híbridos en los siglos XIX, XX y XX. 4.-Intertextualidad literaria, cine y música.