CUANDO UN POETA MEDIEVAL, GONZALO DE BERCEO, SE LLEVA A LA NOVELA NEGRA

0
28

poeta medieval gonzalo de berceo

Por John Jaime Estrada González*

La cuestión de la autoría y propiedad de una obra literaria o cualquier otro bien cultural, es un asunto legal en el siglo XXI. Como si se tratara de una regla, una novela es también su autor, sin embargo, aunque parezca extraño, así no era en la Edad Media; nadie pensaba que una obra artística fuera propiedad privada y mucho menos que saber los pormenores de la vida de un autor de poesía fuera importante. Que el autor se declare hoy muerto (según alguna teoría literaria) porque lo importante es el texto, estruja a muchos dedicados a los estudios literarios. Como siempre, las teorías en el campo de las artes se formulan mucho después que las obras han entrado en circulación y en el caso de las novelas, estas se van cargando de lectores que las actualizan en el aquí y ahora de la lectura, lo que se denomina la recepción del texto.

Los pocos que leían en la Edad Media, con lo exiguo que había para leer o la ínfima necesidad de leer, ignoraban, por no decir que no les interesaban, los pormenores biográficos de los escritores o poetas, incluso si pertenecían a la llamada Antigüedad clásica o tardía. Como era así, abundaba, para sorpresa de muchos hoy, la falsificación de obras atribuidas a autores conocidos. Circulaban obras teológicas, filosóficas y hasta documentos eclesiásticos, engañosamente escritas por autores bien conocidos.

La propiedad legal e intelectual de los textos y los derechos hereditarios del autor son relativamente recientes y se han venido complicando ante el surgimiento de las redes sociales que exigen actualizar incesantemente las regulaciones sobre derechos de autoría. Situados en ese contexto nos cuesta admitir que también en la Antigüedad se falsificaran documentos de autores eclesiásticos y hasta padres de la Iglesia. ¿Cuándo no ha sido así?

El poeta Gonzalo de Berceo se ha destacado en la literatura medieval castellana por sus obras: Los milagros de nuestra Señora, La vida de Santo Domingo de Silos, San Millán de la Cogolla, himnos y textos doctrinales. Como un supuesto literario, un día fue invitado al monasterio de Silos para que escribiera la vida de su fundador, Santo Domingo de Silos.  Su reputación de escritor hizo que fuera llamado a ese monasterio; pero una vez allí, su vida de poeta tomó un rumbo impensado como lo leemos en la novela, La taberna de Silos.  

En los avatares políticos del siglo XIX, en toda Europa los filólogos y estudiosos de la literatura se dieron a trazar las literaturas llamadas “nacionales”.  Berceo era perfecto para moldearlo en los parámetros de la historiografía literaria española por su devoción mariana. Se llegó a pensar que lindaba con la mística de los siglos posteriores al XII, justo cuando María era predicada sin pausa. La voz cantora de Bernardo de Claraval hizo de la madre de Jesús el tema artístico predilecto de la época, lo que equivalió a entronizarla en las actividades diarias, amén de animar la primera cruzada.

En la segunda mitad del siglo XX, Berceo encontró su camino de vuelta, esta vez se estudió en la veta del poeta culto que escribía al ritmo intelectual de su época. Egresado del estudio de Palencia, quizá la primera universidad de Castilla, estuvo siempre rodeado de los intelectuales que frecuentaron aquel estudio. En el crecimiento demográfico, Palencia atrajo mercaderes, frailes mendicantes e hijos de nobles que necesitaban formarse; obispos y reyes pusieron los ojos en quienes egresaban de aquel primer Studium para darles oficio en sus cortes. Los obispos, también señores feudales, tenían lo suficiente para sostener aquel centro educativo; tanto poder en manos de jerarcas eclesiásticos (era la ciudad más rica en el reino de Castilla) despertó temores en los reyes; ese fue el contexto histórico de no pocas y desagradables disputas; sin otra alternativa, los obispos se vieron obligados a ceñir la espada y darle buen uso.

Aunque desconozcamos mucho de la vida de Berceo, lo que se conserva de sus escritos habla por cuenta propia; fue un poeta partícipe del Movimiento Mariano (en los reinos de Castilla y León) que se venía extendiendo desde el siglo XII por Europa.  Si su vida fue inicialmente concebida como la de un asceta devoto de la virgen, hoy en el siglo XXI ya no se estudia sustraída de la mundanidad que circulaba entre trovadores y cantores de historias. No es solo por tratarse de él, son todos los artistas, poetas y escritores de la Edad Media los que se estudian bajo nuevos marcos del acontecer social y las costumbres artísticas de su mundo.

El escritor Lorenzo G. Acebedo, vuelve sobre Berceo con dos novelas negras: La taberna de Silos (2023) y La santa compaña (2024).  Como se suele esperar de la novela de tema medieval, las ha vendido por decenas de millares. Si juzgamos dentro los estrechos límites mercantiles, los mejores escritores no son los que mejor escriben, sino los que más venden. Con todo lo falsa que nos resulte esa afirmación, en ella subyace un elemento incontrovertible, una buena novela cautiva lectores y ¡por supuesto!, con poder adquisitivo; el criterio más utilizado en el análisis económico actual: el consumo. Así nos duela a los puristas, los libros se tasan como otro bien de consumo no básico, justo en los renglones de la diversión y el entretenimiento.

Las novelas de tema medieval se venden y traducen por toda Europa; es válido preguntarse: ¿qué vacío estarán llenando?, tal vez, ¿no uno, sino muchos?  Por eso escribimos estas reflexiones históricas y literarias sobre la Edad Media en temas hoy bastante sensibles. No nos ocupa una crítica literaria o un análisis de estas dos novelas que con seguridad serán llevadas al cine. Preferimos esbozar un marco histórico y cultural que actúe como correlato, siempre discutible, y ojalá lo sea, de lo que en ellas encontremos. Cuando un lector sin una buena formación sobre el Medioevo, acomete estas obras, “traga entero” y resulta confrontando el momento actual de nuestras culturas con lo poco o nada (también tergiversado) que sepa de la Edad Media. En cambio, el lector con mayor formación podrá encontrar muchos anacronismos en este par de novelas y señalarlos como guiños. Se trata de literatura y es un principio que esta pueda tratar todos los temas más serios y profundos sin dejar de ser literatura. Estas novelas son literatura, muy poco y mucho al mismo tiempo; de lo que en ellas leemos  “hay grande prosa”, nada menos que los componentes culturales de la Edad Media.

Como es sabido, a partir del siglo XII, María se predicó como la intercesora definitiva ante a Dios en el momento en que uno de sus devotos agonizaba. Hasta entonces la fe cristiana encaraba el final de la vida de manera bifronte: el castigo eterno o el cielo.  Sin medias tintas, esa radicalidad oprimía con espanto el cerebro de los vivos; no había un intersticio para quien moría, la temporalidad divina estaba trazada una vez acabada la cuenta de los días y el espanto de ir al infierno era inevitable.

Por muchas razones, en el siglo XIII, la mayoría de los papas fueron abogados utroque iure, la Iglesia empezaba a regirse exclusivamente por el derecho canónico, no por las escrituras como lo fue por siglos y causó tantos problemas. El magisterio de la Iglesia, que se formulaba copiosamente, sería el material escrito legalmente bajo el cual se seguiría rigiendo dicha institución, esto no ha dejado de ser así. De ser una iglesia carismática pasó a una legal y obviamente, desató otros conflictos que fueron dirimidos en derecho. Atrás quedaron los orígenes del cristianismo como referente, ¡lo que muchos deploraron! Desde entonces (siglo XIII) se constituyeron los pilares fundamentalistas de la Iglesia Católica: el celibato sacerdotal y religioso, y la autoridad omnímoda del Papa.

Como un rincón de esperanza social empezó a existir legalmente, en derecho, el purgatorio; se necesitaba, aunque desde siglos atrás había la creencia de que existía, sin embargo, carecía de la legislación que lo sustentara.  Era un sitio no material, carente de espacio pero hecho de tiempo;  justamente los intersticios entre las abrazadoras llamas del infierno y la gloria del cielo. Al comienzo se predicó por todos los rincones ya que los mejores oficios para difundir doctrina los prestaban las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos; gracias a ellos la nueva esperanza salió de los límites parroquiales y llegó a rincones nunca evangelizados.  

Es posible sopesar a partir de los textos devocionales y lo que posteriormente se denominó, incluso por Foucault, el movimiento penitencial de los siglos XII al XIV (justo los que involucraron la vida de Berceo) la importancia de aquel lugar de leve castigo.  Muy pronto se constituyó en el alivio para los vivos, aunque paradójicamente, estaba destinado a los muertos. Desde entonces (esto no ha cambiado nada) estando en la tierra era posible acortar el tiempo que las almas de los seres queridos pasaran en el purgatorio; ¿quién podía tener un corazón tan duro que quisiera dejarlos en suspenso hasta el juicio final?, Nadie, particularmente porque del purgatorio se pasa derecho al cielo; hasta los más pobres podían hacerlo a costa de su haber y poseer.

¿Quién ignora que los muertos nunca han estado a salvo de los más vivos?, estos han sabido hacer todo tipo de acciones (no siempre con mala intención) para ejercer sobre los fallecidos, acciones salvíficas. Pero hay algo más, tanto en la Edad Media cuanto hoy, si el que agoniza es un fiel devoto de la virgen, tiene el garante de conseguir la confesión final, ser absuelto e ir al purgatorio. Desde entonces fue mejor el destino de las almas; fuera quien fuere, la devoción a María empezó a ser el aval de la salvación y la literatura en diversas lenguas la reinstauró. Ahora bien, el hecho de utilizar un lenguaje financiero como el de la “economía de la salvación”, sigue siendo válido hoy; en esos términos continuó desenvolviéndose ese teologúmeno nunca modificado; otro asunto es que no se hable mucho de las llamadas indulgencias, pero existen, en algunos lugares más que en otros.

En el cristianismo, acorde con la época, los pecados han tenido un peso moral diferente, así se trate de los inventarios mortales o veniales, estos han ido cambiando según las costumbres.  Resulta entendible, en perspectiva histórica, que la Iglesia azuzada por los movimientos políticos y sociales del siglo XX que prometían acabar con las religiones, posesionaran los órganos genitales como la fuerza centrífuga de todos los pecados; nunca fue así en la Edad Media. Pongamos por caso que el pecado más grave en la Edad Medía llegó a ser en un momento traicionar la amistad; el traidor se equiparaba a Judas Iscariote; también era muy grave el perjurio (poner a Dios como testigo) y de la más alta gravedad faltar a la palabra dada. Las penitencias a estos pecados eran las más altas, pero en el mundo civil, esas faltas se pagaban con la pena de muerte. Hoy parece una broma que eso fuera más grave que un pecado con los órganos genitales.  Acostumbrados a la genitalización como el lugar del pecado más grave, un lector de novela medieval sin estas consideraciones se perderá en la sin salida del anacronismo.

 Si hoy en día las mal llamadas prácticas eróticas acontecen entre religiosos y miembros del clero eclesiástico, más les valdría no haber nacido; la barahúnda, atizada por la facilidad del mundo mediático recorre el orbe. Entonces se escucha decir que “la gente pierde la fe”. ¿En qué está sustentada entonces esa fe: en el clérigo, el religioso, la religiosa, o en Dios?    Eso es otro problema, pero sí es importante considerar que en el cristianismo desde sus orígenes, obispos, presbíteros, diaconisas y hasta sacerdotisas, que las hubo, tenían sus parejas y para nadie era “raro” o fuera de lugar que tuvieran vida sexual activa, aunque también voluntariamente hubo quienes renunciaron a ella y hasta se castraron para prevenirla, una práctica muy común.

A lo largo de la Edad Media, los creyentes no consideraban al presbítero, al párroco o el obispo como el fundamento de su fe; ellos eran seres humanos con las mismas necesidades de los demás y ejercían para lo divino; no hacían las veces de Cristo en la misa, como lo declaró en el siglo XX Escrivá de Balaguer. Solo pensar en que el sacerdote hiciera las veces de Jesús, constituía en la Edad Media un exabrupto inadmisible. Para un creyente era extraño que el sacerdote fuera célibe y casto, no era algo normal, aunque los hubo castos y célibes, no era un asunto sobre la vida sexual del clero religioso o secular que los creyentes fundamentaban su fe.  Esta digresión ayudará en el momento en que leamos cualquier novela de tema medieval  ya que por complacer a muchos lectores sin formación sólida sobre la historia del Medioevo, los autores enfatizan estos tópicos que fácilmente y de manera ingenua se leen desde los parámetros del siglo XXI; con lo cual llenan un hueco con otro hueco, y aunados a los prejuicios de oscurantismo que han pesado sobre la llamada Edad Media, se diluye la lectura con la proyección de nuestro siglo sobre aquellos, y eso vende, ¿este par de novelas lo prueban?

En pleno siglo XXI, tan motejado de postmoderno, el tópico novelesco de la pulsión sexual, tratada como libido, impulso de vida o sujeto del deseo, amén de otras taxonomías, está al orden del día en todos los estratos sociales. “El sexo vende”, me dijo una vez un colega que se sintió humillado en un congreso en el que leyó sobre “El Quijote y los Austria”;  nadie, siquiera por cortesía, le hizo una pregunta; en cambio me dispararon todo tipo de cuestiones en los veinte minutos que se suelen conceder al público; claro, leí sobre La Lozana andaluza, las historias de una prostituta del siglo XVI que  se enriquecía (caso nunca visto en la literatura de aquellos siglos) en la Roma española plagada de clérigos de toda Europa, obispos, cardenales, patricios y nobles empobrecidos, fueron parte de su clientela.

 No olvido las palabras de mi colega al final de la mesa: “mi ponencia tiene más investigación histórica que la tuya y se presta más para el debate serio, pero la gente es estúpida y se deja llevar por lo que está de moda”. Estaba encolerizado porque el auditorio, según él, lo despreció. Guardé silencio frente a sus palabras porque sabía que venían de un estudioso serio catapultado por la novela, de Francisco Delicado, donde la sífilis era un lugar común entre las altas esferas eclesiásticas.  Ese tema, bien sea en Los Estados Unidos (como lo fue en Nueva York) o cualquier país, es irresistible. ¿Los asistentes a un congreso de estudiantes graduados, son estúpidos?  Ahí reside el gozo que se debe estar dando Lorenzo G. Acebedo con sus novelas: La taberna de Silos y La santa Compaña.

La taberna de Silos o La santa compaña son obras que se pueden leer por separado, pero son hermanas en la continuidad de su protagonista, Gonzalo de Berceo, el clérigo del que incluso se llegó a dudar que hubiera sido el autor de los textos que escribió según la historiografía literaria. Las investigaciones históricas acerca del Estudio de Palencia han arrojado un trabajo de creación colectiva, tal es el caso de la obra El libro de Alexandre que también se estudia como una variación del texto escrito originalmente en francés. La cacería tras Berceo empezó a partir de los textos en los que se alude como sacerdote secular, nacido posiblemente a finales del siglo XII y quien parece que vivió largamente durante el siglo XIII, una época marcada por: a) el IV Concilio de Letrán, b) La cruzada Albigense, y c) el nacimiento de las universidades.

Hoy ante tanta incertidumbre, (la mal llamada postverdad) la gente exige certezas, (como dice el dicho, “nadie come de cuento”) al igual que en la Edad Media, la duda repele; de ahí que en los últimos cincuenta años se ha despertado en España un movimiento de novelistas y ensayistas que apunta a llenar los vacíos informativos del Medioevo. Han cambiado los lectores y las conjeturas, los sentidos dados por ciertos de una obra literaria, así fuera que los exégetas las hubieran estudiado exhaustivamente, vuelven al escenario evaluados como anecdóticos.  Hoy nadie piensa que todo este dicho sobre una obra medieval e incluso moderna, entre otras cosas porque hoy las obras literarias son concebidas como textos abiertos, obras históricas y la historia, aunque inicialmente parezca sobre el pasado es un asunto del presente.

 El texto hoy en día, al decir de los críticos, se “entronizó” desde otras perspectivas válidas, no filológicas; con ello los escritores han acometido ese material arrojado por la historiografía para escribir novelas de lo que el futuro encuentra en el pasado. El resultado es el creciente número de obras de tema medieval en España (también en el resto de Europa) algo impensable en Latinoamérica donde no hubo Edad Media. Lo acontecido parece confirmar lo que el profesor Ottavio di Camillo afirmó alguna vez: “todo está por hacer”. Para quien lleva una vida estudiando estos temas, no para el diletante, es fácil comprobar que gran parte de los estudios sobre la Edad Media en investigaciones recientes, se dirigen a defenestrar la manera como se ha estudiado y las deficiencias en los estudios medievales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Las vetas para los escritores están abiertas, la fantasía que complace a los lectores del siglo XXI, fue la apuesta que le sigue dando réditos a Lorenzo G. Acebedo con estas novelas.

En el siglo XIII en Castilla y León, los autores se ajustaban a los parámetros silábicos para componer versos, se sentían orgullosos de dominar esa técnica formal llamada Cuaderna vía. Es importante considerar que también había pocos lectores a quienes los autores hacían guiños; aquella literatura nunca estuvo exenta de elitismos. Berceo, por ejemplo, contemporiza con los suyos, les pide que no se cansen y les promete que va a abreviar; les manifestaba su actitud comunicativa y su interés informativo: la materia poética o para otros estudiosos, el llamado “propósito de componer”.  

Las hagiografías encargadas a Berceo en la temática de las novelas de Acebedo se cuentan como bien pagas, bien fuera la vida de Santo Domingo de Silos o la de San Millán de la Cogolla, eran el trabajo del clérigo intelectual egresado del Estudio de Palencia. Pero en este par de novelas, el impacto novelístico está en hacer de Berceo  un personaje de novela negra, con el proceder de un detective contemporáneo: observación del lugar del crimen, pesquisas, cotejos, investigación, conjeturas, seguimientos, ilación, probación, verificación y cierre certero del caso; tal como lo hacen los sabuesos actuales que atraen millones de lectores.

 Con ese paso avezado, consiguió cautivar al público con poder adquisitivo y explayarse sobre la cultura material de la Edad Media: gastronomía, vestido, oficios, entretenimiento, estratos sociales, el vocabulario castellano, la vivienda, el mundo de los consagrados, los juegos de poder, las miserias, las riquezas cotidianas, las prácticas higiénicas, religiosas, la superchería, etc.   Pienso, al juzgar por las ventas, que llegó al lector con temas que fatigan libros y que solo han tenido interés para los dedicados a estudiar la Edad Media. El autor ha puesto la biblioteca medieval frente a la calle; mientras entretiene al lector y este consulta el diccionario, recibe una ilustración necesaria pero no suficiente de la cultura medieval, y para complacer hoy, le añade el componente que deleita: “sexo” y vino, tabernas, prostíbulos y chulos por todas partes.

Berceo, el poeta fino y delicado, se transforma en una suerte de investigador que va tras el esclarecimiento de crímenes (sin experiencia alguna según se coteja en la narración) y con sus dotes intelectuales, recorrerá secretos laberintos y se va inoculando capítulo tras capítulo en las prácticas cotidianas de los clérigos. Abre los vórtices que los estudiosos del Medioevo (hablo por mi caso) han tratado siempre con mucha mojigatería: la vida sexual de mujeres y hombres de iglesia bien sea en el cenáculo, en la parroquia o el palacio arzobispal.  Esto fluye como el río en estas novelas, es la vida cotidiana de seres humanos llenos de la materia que nos hace, empujados por pasiones de la carne, hoy en día pecados de alta gravedad, acaso los únicos que un creyente deba confesar.

Recordemos que San Gregorio Magno (540-604) tomó del monje egipcio Evagrio Póntico los pecados capitales y los inventarió en siete; con ellos constituyó un objeto retórico de ilustración para las prédicas de los presbíteros. Las obras literarias de diferente tesitura desparramaron los siete pecados a lo largo de los siglos; la combinatoria de aquel listado llegó a constituir el material literario para la edificación y la diversión. Sin duda, para quien no ha leído nunca algo sobre la Edad Media o para quien esté lleno de prejuicios sobre el tema, que es lo mismo, estas novelas de Acebedo son una provocación que inunda los escaparates de las librerías españolas.

 Si leemos este par de novelas no conoceremos nada de la obra de Berceo, estaremos ante una invención de los pormenores de su vida que lo acercan más a un escritor como Edgar Allan Poe. Berceo en estas obras es un alcohólico, tal como el bostoniano, pero no todos los alcohólicos son Poe, Baudelaire, Gómez Jattin. El poeta resulta ser un personaje más atractivo porque se ha pensado para la diversión del lector del siglo XXI: la literatura también entretiene. Este Berceo está bastante lejos de las historias de la literatura medieval castellana que lo han dibujado incapaz de un pecadillo. En estas narraciones, Berceo disfruta de las mujeres y hasta del enamoramiento de sus antiguos compañeros del estudio Palentino. Pero no solo él, los personajes, sin miramientos, juegan, beben, enamoran y disfrutan el roce de otros cuerpos sin reparos, esto quiere decir que la llamada bisexualidad de la que tanto se especula hoy también encuentra aquí su acomodo. El autor no ha inventado nada; ya en un sermón del siglo XI, Pedro Damián discurrió sobre el mal de la llamada “sodomía” entre los clérigos.

Las “pasiones humanas” ¿tienen lugar o fecha de caducidad? En el llamado Renacimiento fue común encontrar, de manera probada, a los papas yaciendo con sus amantes, hombres o mujeres según fuera el gusto de los pontífices;  hay quienes creen que los defienden cuando afirman: “pero ellos nunca tocaron el dogma”; se les olvida que no necesitan ser defendidos, era muy claro para todos en la época que en la Iglesia el cargo no eliminaba los gustos, talentos y saberes personales;  muchos de ellos fueron eruditos humanistas en artes, lenguas, derecho, saberes astrológicos, esotéricos y cultores de las ciencias, hasta  las ocultas.

Lorenzo G. Acebedo ha abierto las puertas para que sub angelo luci entre el demonio de la Edad Media en la vida cotidiana del lector del siglo XXI.  El Lucifer de estas novelas sigue siendo el mismo (es muy pobre la imaginación para reinventarlo) aunque es posible que sea un poco más astuto,  en eso no parece que hubieran pasado los siglos, la superstición y la fe en el diablo sigue intacta, solo hay que saberla encontrar en el momento en que las personas (por muy educadas que sean) se les hable sobre el tema o se les haga una broma que les recuerde su existencia, como lo escribió Bertrand Russell en su drama Satán en los suburbios.  Esta esfera de las creencias personales, protegidas por algunas constituciones republicanas, gravita en la educación religiosa que se transmite desde la cuna, así esta hubiera sido de oro.  

 En La santa compaña, Berceo es un hombre viejo a quien nunca le faltan su mujer y el delicioso vino español del que tantas desgracias políticas, sociales, económicas y particularmente eclesiásticas surgieron. No porque fuera cuestión de borrachos, que abundan en estas dos obras, sino porque era una bebida saludable, contraria al agua contaminada que mataba en pocos días. El vino animaba los pasos de todas las acciones; también estaba destinado al comercio que produce copiosas ganancias o arruina a quien no logra posesionar la calidad de su producto. El poeta es también un experto catador de vinos. Pero hay aún más, fueron los obispos y arzobispos, impelidos por el Papa, quienes lucharon arduamente por el diezmo del vino que el Sumo Pontífice esperaba con necesidad en Roma. Aún hoy los aranceles marcan la diferencia al comprar un buen vino de La Rioja o Rivera del Duero; el precio en España será inferior al que pagamos en una ciudad como Nueva York; qué no decir cuando lo compramos en Sur o Centro América; no todo eran diezmos, refutan algunos estudiosos: es verdad, el transporte también encarece el producto, de acuerdo con Adam Smith.

El licor en las tabernas, las prostitutas, el juego y las pendencias, son acciones encriptadas en el vino que “inventa la alegría”. Los personajes narrados llevaban sus vidas entre las tabernas y los círculos eclesiásticos. No se trataba de hipocresía, tal como se comenta hoy con ligereza, puesto que era la cultura de la época. Los amigos intelectuales de Berceo pasan sus noches emborrachándose hasta perder sus sentidos, tal y como lo leemos en estas obras.  Es frecuente que, en La santa compaña, al comienzo de un capítulo, Berceo despierte en una habitación que no reconoce; sin saber cómo y quién lo dejó allí. Ese era el tenor de sus borracheras; esa constante es como la del quejumbroso de una ranchera: “no consigo dormir más de dos noches en la misma cama”.

Ya viejo, el poeta recuerda lo vivido como si hubieran sido aventuras; él es un sobreviviente de un mundo en el que muchas veces intentaron matarlo, bien fuera por envenenamiento, golpes, trampas y celadas y consiguió sobrevivir como los detectives de las novelas negras. Casi todo es excesivo en estas dos novelas; si tuviéramos que enumerar las peripecias contadas, la sumatoria de acciones resulta excesiva.  Cuando una obra literaria adquiere ese matiz, mucha acción sin drama, se cae en el melodrama: llantos, gritos, susurros, vociferías, chillidos, bramidos, berreos, disputas, reyertas, puñetazos, insultos, maldiciones, amenazas, quejas, carreras, espantos, apariciones, algarabía, bullicio infernal, turbas, carreras, empujones, apariciones, fantasmas, ruidos extraños, etc., nos encontramos leyendo un melodrama; en eso confluyen muchas obras de tema medieval, no sólo estas.

Haciendo justicia, también el lector, desconocedor del Medioevo habrá ganado no poca curiosidad por conocer el mundo medieval, posiblemente (es nuestro deseo) estará lleno de preguntas, quizá las más superficiales, pero entonces con la pregunta se allana el camino cognoscitivo. Ese fue el comienzo de la filosofía: la devoción a la pregunta.

Finalmente, conviene pensar en el anacronismo de casi todas estas novelas. Para quien haya leído ya por lo menos algunas, se encontrará que sus protagonistas han perdido la fe, no son ateos como se podría decir en el mundo contemporáneo. Son personajes que descreen de las verdades de la fe, actúan frente a lo religioso como si fueran seres del siglo XXI. ¿Es una necesidad de los escritores darle gusto al lector del siglo XXI? Históricamente no era la época para este tipo de dudas, entre otras cosas porque las creencias religiosas al desocuparse se deben llenar con otras; es anacrónica esa presentación del Berceo escéptico.  Siendo un personaje literario de conjetura, es verdad que no estamos tratando con el poeta Gonzalo de Berceo de la historiografía medieval castellana, pero son ciertas “las circunstancias y dos o tres nombres propios”.

____________

*John Jaime Estrada. Nacido en Medellín, Colombia. Graduado en filosofía en la Universidad Javeriana, Bogotá. Estudios de teología y literatura en la misma universidad. Maestría en literatura medieval en The Graduate Center (City University of New York, CUNY). Es PhD. en literatura medieval castellana en la misma institución. Actualmente es profesor asistente de español y literatura en Medgar Evers College y Hunter College (CUNY). Columnista de la revista literaria Revista Cronopio. Miembro honorario del CESCLAM–GSP, Medellín. Miembro del comité de la revista Hybrido e investigador de filosofía y literatura medieval. Su disertación doctoral abordó el periodo histórico de las relaciones entre el islam, judaísmo y cristianismo en Castilla durante los siglos XI–XIV. Investigador personal de tales interrelaciones a través de la literatura medieval castellana, en particular en la obra el «Libro de buen amor». Es autor de la tetralogía «De la antigüedad a la Edad Media».

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.