AMADEO PÉREZ PÉREZ, UN ANTIOQUEÑO QUE NACIÓ EN ESPAÑA

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amadeo perez perez un antioqueño que naco en espana

«¡Oh inhesiones cósmicas que inducen al hombre
a querer estar donde echó raíces
y formó su tálamo la pasión de andar!»

«Cuando en una nación faltan
los caudillos, la acaudillan los poetas»
(E Malaniuk. Poeta Ucraniano)

Amadeo Pérez Pérez nació en 1903 en Fresnedo, pequeño poblado español de la región del Bierzo, en la provincia de León. Transcurridos los primeros años de primaria, ingresó al seminario de Astorga donde permaneció por seis años, retirándose al comprobar que su pensamiento iba en contraposición con los argumentos y la vocación religiosa.

Al retirarse del seminario de Astorga, viaja a Madrid con el propósito de encaminar sus pasos en el estudio de alguna profesión. Trabaja por lo pronto como oficinista y asiste a cuanto evento literario se realiza.

En Madrid, ingresó al Ateneo e inició estudios de periodismo. Un año después, su espíritu trashumante lo hace embarcarse de polizón hacia América, haciendo de esta su tierra para siempre.

Amadeo Pérez Calvo, padre del poeta, era secretario del ayuntamiento. Su madre, doña Emilia Pérez Mendoza era la maestra de la escuela mixta de la aldea. Llegó a Nueva York en 1921, y permaneció allí por dos días antes de emprender viaje a Cuba.

Trabajó en Cuba como periodista y obrero. Dirigió el periódico «Semanario» y el «Progreso». Salió de Cuba en 1927 y recorrió Centroamérica radicándose finalmente en México, donde contrajo matrimonio con Julia Hernández Selley, con quien tuvo tres hijos: Daniel, Julio y Luis Amadeo; este último nació en Medellín. Vivió y trabajó en ciudad de México hasta el año de 1950. Viajó a París y luego a España. En diciembre de 1952 se traslada a Colombia y se radica en Medellín donde instala la Librería La Anticuaria y escribe sus libros. Muere el 9 de febrero de 2000 a la edad de 97 años.

* * *

DE REGRESO DEL VÉRTIGO
(Medellín, Colombia, julio de 1973)

Por la esclerosis de las venas;
por el zumbido de los tímpanos;
por los calambres de las redes musculares;
por la asfixia, por la taquicardia,
por el clamor de fármacos en todos los canales biofílicos.

Por el desfile de ojos escapados
a través de la humaza alucinógena;
por todas las patías sicosomáticas
que son la escala lúgubre de las generaciones
actuales hacia el faro del Siglo Veintiuno,
se regresa —si hay suerte— del viaje angustioso
a desplegar de nuevo las alas optimistas
bajo un sol que ilumina bitácoras futuras.

Ya estoy otra vez calmo sobre las plataformas
visionarias del hombre que habrá de sucederme;
a un lado tengo el mapa cruel del egoísmo
y al otro los decálogos de la humanidad cósmica.

No hay arriba ni abajo… El cielo es una recta
sucesión de distancias y de mundos recónditos
que se ven frente a frente, libres de encrucijadas
y trampas demagógicas en su amplitud sidérea.

¿Quién dicta desde cruces sobre su pecho heroico?
¿Quién llora bajo el yugo de las conculcaciones
burlantes de la simple victoria pionera?
¿Quién muestra la carroña como signo de vida?
¿Quién me presenta al cerdo como cisne liróforo?
¿Quién dice: ya no canta la alondra en los trigales?
¿Quién pone a los caínes vestiduras de justo?
¿Quién conduce a Heliogábalo repartiendo despensas
y cantando en ayunas mientras los pobres comen?

El cielo de hoy es cúbica presencia de fenómenos
golpeantes en las puertas de la conducta humana;
turba el aldabonazo lo mismo al residente
joven que a los ancianos moradores agónicos.

El uno empuña roja piqueta iconoclasta,
v los otros: nostálgicos palustres constructivos.

Para el asta desnuda de cada contendiente
aún no se vislumbran las banderas signíferas
de la verdad futura. Solamente rencores
oriflaman los mástiles confusos;
nada más decadencias bullen en los desiertos
de la humanidad puesta en canales de cambio
por los que corre indigna la orgiástica humareda
de la industria inventora de procaces consumos
y de parasitismos burócratas que asfixian
al hombre de los surcos y de las maquinarias.

Salgo de esa tormenta en mi corcel de esperanzas
y entro en la playa ilímite de mi fe en los pegasos
que llevarán al hombre a claras entropías
de convivencia justa en nacientes cosmópolis.

Descanso en los Tabores del movimiento autógeno
que se darán los pueblos; y canto a la floresta
de buenas intenciones que brotará del lodo
y de la sangre
de este final de siglo pendenciero y simbiótico.

No pasarán los falsos por la nueva portada de la vida
ni llorarán los héroes pioneros en el radar futuro
a causa del olvido en que los deje la lengua panegírica
del nuevo anthropos híbrido de la corteza astral;
su corazón mutado, generoso y ecuánime,
sentirá complacencia con cada rostro nuestro
que se asome a cortarle pasos arduos
de los pies precursores por la estepa del cambio.

El vértigo me oprime con alas de la fuga
del mundo de perfidias que se está despidiendo.

¡Necesito más aire para esta boca mía
Inclinada a reproches e implorante de céfiros!

EL ADIÓS
(Medellín, Colombia, junio de 1966)

El tren llegaba soplando
su aliento sobre las piedras;
y el padre bañaba en llanto
su fina barba trigueña.
El hijo quemaba sueños.

Y la madre se quedaba
sola, solita en la aldea
con un tápalo de cirios
sobre la túnica negra.

El tren se paró bufando,
como para alejar penas.

En el cielo se jugaba
un fútbol de luna llena;
y en el corazón del niño
un ajedrez de impaciencias.

El padre quería parar
la marcha de aquella fiera
que soplaba y resoplaba
para retener su presa.

En la cabeza del hijo
había un carrusel de estrellas.

Y la madre susurraba
sola, solita en la aldea
con un sembrado de cruces
sobre la túnica negra.

A su redor cientos de ojos
de la niñez compañera
seguían al héroe remoto
capaz de irse de su vera.

La madre giró unos pasos
sobre la callada tierra
poniendo en alas del viento
su relicario de penas.

El padre gritó un ¡adiós!
A la infantil cabellera.

Y se fue haciendo pucheros
a su caballo en espera
de devolverle a la madre
el relicario de penas.

DÁDIVAS
(Fresnedo, Leon, España, marzo de 1952)

Amadeo fue mi padre…
y Amadeo he sido yo.

Si algo le sobra a mi nombre
¡a él se lo dono yo…!

De manera que…, ¡señores!,
a Fresnedo llamo yo…
tierra de dos Amadeos
por alta gracia de un Dios…
que a mí no pudo gustarme.

Mas, claro que esa razón
no me impide que a él yo
(lo mismo que a mi madre)
quiera que les dé su Dios…
lo que a mi no habrá de darme…,
porque regalo mejor
no podría yo desearles…
respetando su fervor.

QUEJA
(Mazatlán, Méjico, diciembre de 1927)

Aunque sea mentira, dime que me quieres,
suéltame al oído palabras de amor;
puede que me ría, pero mi alma siente
deseo infinito de oír la canción
que empieza a con ¡Te amo! en el eco que deja la voz.

Aunque sea mentira dame una hora breve
de estar escuchando tan dulce rumor;
que un azul ensueño de sentirlo siempre
convertirá en siglos su instante veloz.

Aunque sean fingidos dame besos largos
que tapen mi boca con voraz presión;
por fríos que lleguen sabrá calentarlos
la estial espera de mi corazón.

Por sólo un momento sosiega tus pasos
en el pretil fresco de mi bodegón;
son tiernos los vinos que hay en mis barricas,
Y los he escondido para ti por años
a cuanta sed ebria me los suplicó.

Deja que esta noche vengan tus pupilas
a pedir posada dentro de mis ojos;
ardores de espera calientan mis párpados,
y un musical eco dará mi sordina
a las encendidas frases de ¡te quiero!
que siendo mentira repitan tus labios.

Y cuando te sientas incapaz de todo
de en dulces engaños seguir envolviendo
la esperanza inútil con que te he anhelado,
¡Sígueme mintiendo cuando te despidas!

Y dime que pronto volverán tus besos
a refrescar ansias en que me devoro
aún a sabiendas de que estoy palpando
un calor piadoso de llama fingida.

IMANACIÓN
(Medellín. Colombia, mayo de 1967)

Hay veces en que el numen es nada más que un médium
receptor de las ondas geniales de otro ser
que el prodigio ejecuta con los finos armoniums
de las sombras que al irse del humano dintel
con un cuerpo difunto, reverberaron de él
las músicas famosas que vibran in eternum.

Hay veces en que el aire convierte en hilos de oro
cantarino los miasmas de un cuerpo en su ataúd,
y nos pone en las manos un nuevo clavicordio
que a nuestra voz infunde mayor excelsitud.

Hay veces que las lenguas piadosas de la muerte
levantan del silencio anodino a un cantor,
y le entregan el arpa empolvada que un Bécquer
o Darío, Beethoven, Chopin, Barba–Jacob,
dejaron bien colmada de músicas éteres
que el tiempo en veloz marcha cantar no les dejó.

Y hay veces que no es genio, ni numen, ni esplendor
reflejo lo que inunda de excelsa magnitud:
es un alma sencilla que percute en tensión
de viejo amor que rompe las sombras de la luz
y al ser amado lleva la perenne canción
del recuerdo que el arte ritmará en el laúd.

* * *

El presente texto hace parte del libro «Homenaje a Amadeo Pérez Pérez», publicado en el año 2000 por la Litografía Microcopias. Agradecemos a su hija Mónica Pérez Mejía por cedernos el material.

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