AUTORRETRATO: UNA ALEGORÍA DEL PERIODISMO

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autorretrato una alegoria al periodismo

Por Ana Cristina Restrepo Jiménez*
Ilustraciones de Sara Serna Loaiza**

SER NIÑA EN ANTIOQUIA

Mirás alrededor la imponencia de los Andes, y evocás la travesía de tus tatarabuelas a lomo de mula, sometidas a golpe de espuela: en la mujer buena, el silencio es virtud.

Vos, habitante del «burdel más grande del mundo», en la calle y en el comedor, sos protagonista desprevenida del refranero popular: «Mujer que no sabe cocinar es como hombre que no sabe trabajar», «lo que no se exhibe no se vende», «la mujer casada, en la casa y preñada». Oís hablar más de «Marta Pintuco» que de Sofía Ospina de Navarro.

«Antioqueñita / del jardín de Colombia / la más bonita». Así crecen las flores cuando las podan con frecuencia…

No tenés ni idea de qué son los estudios Escia (Explotación Sexual Comercial Infantil y Adolescente), ni mucho menos qué hacen esas muchachitas entre 10 y 13 años deambulando por el viaducto Prado Centro, el Parque Bolívar, Barbacoas, la plaza Rojas Pinilla, El Raudal, La Veracruz, el parque Berrío y San Diego. En San Lorenzo y Juanambú desfloran los «capullitos».

Te acostumbraste al desfile de niñas, como vos, venidas de pueblos que no registran los mapas, para trabajar «en casas de familia» y servir como medida de la virilidad de sus patroncitos.

«Antioqueña / que vives cerca a los montes / donde son más inmensos los horizontes». A esta hora, con disciplina y maña, recorre tu geografía una cazadora de votos, defensora de los valores tradicionales del paisa de pura cepa. Niega a las mujeres la posibilidad de elegir sobre su propio cuerpo (¡flor perfecta para la Procuraduría!). Siendo senadora, taladró sobre piedra: «Si [a ella] le pegan, algo habrá hecho». Su bandera: «Soy femenina, no feminista». Liliana Rendón, nuestra Sarah Palin de carriel y collar de arepas.

«Antioqueñita / por ti se calma la tempestad / que ruge dentro del alma». Aunque ocupás la mayoría de los pupitres de las universidades locales, sabés que solo una es liderada por una mujer: Luz Mariela Sorza (Instituto Tecnológico Metropolitano). En 214 años de historia, la Universidad de Antioquia, por ejemplo, jamás ha tenido una rectora en propiedad. Solo encargadas, en dos ocasiones. Sara Fernández, coordinadora del Grupo de Investigación en Género, Subjetividad y Sociedad de la alma máter, afirma que una vez en el mercado laboral, el salario de las antioqueñas es entre 25 % y 30 % inferior al de los hombres.

Lamentás la suerte de la niña Premio Nobel, baleada en la calle por atreverse a ir a estudiar; pero entonces te sacudís, recordás que las estadísticas de violencia señalan que en Antioquia el lugar más peligroso para las mujeres es su propio hogar.

Alcanzás a pensar que, aquí y allá, la cultura puede ser una cárcel… pero hasta la prisión Gorgona —rodeada de tiburones— tuvo fugas…

Justo cuando te componés del desencanto, se te sienta al lado en el metro una cincuentona disfrazada de veinteañera. El anhelo irreprimible de seguir siendo niña en Antioquia.

El Espectador, 7 de noviembre de 2014

ACOSO PÚBLICO

De frente y sin vergüenza: ¿por qué acosar mujeres a escondidas si en Colombia se puede hacer en público, ante micrófonos y cámaras?

Daniela Montoya, la primera integrante de la selección Colombia que denunció irregularidades en el fútbol femenino, fue vetada. Ante testimonios como los de la fisioterapeuta Carolina Rozo y las jugadoras Isabella Echeverri y Melissa Ortiz, Álvaro González Alzate, presidente de la Difútbol, anunció que «no cree posible la realización de una liga profesional».

Para completar el cuadro, González se ha referido reiteradamente al «hecho grave de que tres grandes empresas que habían presentado a la Federación propuestas comerciales para patrocinar la Liga Profesional Colombiana dijeron que no. Y lo hicieron a raíz de estas denuncias y el escándalo público que las mismas motivaron». En #ColombiaEstáAlAire de Blu Radio, Jorge Enrique Vélez, presidente de la Dimayor, también lamentó la fuga de patrocinio.

No hay que ser abogado para entender que sin acosos las denuncias («el escándalo») jamás hubieran existido.

Cuando los dirigentes deportivos vinculan públicamente las denuncias de acoso con el retiro de patrocinios hacen un llamado tácito al silencio, al imperio de la lógica de «calladitas se ven más lindas» para evitar la pérdida de dinero. No se atrevieron a desvelar el problema de modo correcto, real y justo: sin acosos, el patrocinio hubiera permanecido.

También en Blu Radio, fue evidente la incomodidad de Ramón Jesurún, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF), ante la pregunta por las tablas de salarios: de inmediato —y con razón, lo entiendo— defendió el carácter privado de la institución, pero es que lo que interesa no es la cantidad de dinero sino los porcentajes que marcan la inequidad entre hombres y mujeres en salarios, viáticos, hoteles, uniformes. Ni hablar de las relaciones humanas. La historia y dinámica comercial del fútbol masculino deben propender por el equilibrio.

Es tal el poder de estos señores que no hay vicepresidenta Ramírez que llame al orden ni presidente Duque que valga. Aquello del «Pacto por la Transparencia y la Protección de los Niños y las Mujeres en el Deporte» y la posibilidad de ser sede del Mundial Femenino 2023 parecen chistes que necesitan explicación.

Colombia es el actual escenario de un #MeToo invertido: el poder económico y social es la coraza de los acosadores, con el soporte incondicional de silencios selectivos y, cómo no, la asquerosa solidaridad de cuerpo, tan propia del machismo cuando se siente atrapado. La historia se repite. En nuestro país, la mujer que denuncia abusos termina siendo castigada: «Borrachas», «chismosas», «escandalosas», sin liga profesional.

(Acepto mi responsabilidad como periodista y mujer —mamá de una niña disciplinada que entrena un deporte— por no haber advertido esta situación a tiempo).

La dirigencia tuvo una oportunidad invaluable para cambiar la historia del fútbol femenino en el país, pudo marcar un hito a nivel internacional en la historia de #MeToo. Pero no, prefirieron seguir los pasos de Donald Trump: divas mediáticas que usan su poder para pasar del acoso privado al público.

El Espectador, 9 de marzo de 2019

LA CASA DE LAS DOS PALMAS

Esta es una casa campesina construida hace 130 años, de chambrana, ventanas arrodilladas y patio florecido.

Cuentan que su dueño original, don Felipe Jaramillo, era un tipo bebedor y dicharachero que fue herido de muerte en una noche de juerga. Con el último aliento montó su mula, que lo llevó, ya sin vida, hasta la puerta de su casa, hoy conocida como Ziruma («El lugar de los dioses. Más allá del cielo»).

Esa es la casa de Manuel.

A Manuel le gustaba escribir, en especial cartas a su madre. Cuando subió al poder Rojas Pinilla, se exilió en Venezuela y luego, en Centroamérica, siguió el rastro de su poeta predilecto, Porfirio Barba Jacob. Entonces ganó varios premios literarios y, cuando recibía el dinero, le enviaba la mitad a su madre (que a su vez le guardaba una parte para su regreso a Colombia).

Con esos ahorros compró Ziruma, en un paraje de El Retiro, al oriente de Antioquia. Aunque había nacido en Jericó, al suroeste, la parábola del retorno devolvió a Manuel a la tierra de sus ancestros Mejía.

Escribía y escribía. Después de su primera novela, La tierra éramos nosotros (1945), jamás dejó de hacerlo: los anocheceres le llegaban colmados de palabras. Apuntaba en libretas, cuyas páginas tachaba con una «W» tan pronto las pasaba «en limpio», leía sin cesar (León de Greiff, Elkin Restrepo, Thomas Mann…), e interrumpía para conversar con sus hijos o jugar solitario sobre una toalla.

Los miércoles bajaba a Medellín al taller de escritores en la Biblioteca Pública Piloto, y con un vaso de «Ron Medellín Vallejo» sobre la mesa, solía hablar de la muerte: «Lo importante no es durar», decía. Los fines de semana, eso sí, eran para los amigos, para conversar, reírse, y tirarse durísimo.

Manuel le escribió al colonizador y a la montaña, pero también a la ciudad y su bohemia. Este año cumpliría 90. Hace 15 que murió.

La puerta de Ziruma la corona un festón de flores amarillas de chirlobirlo (guayacán montañero, pariente del carbonero). En el patio trasero, adornado con hortensias y begonias, la casa tiene dos palmas —de corozo— que una tarde llevó de regalo Fernando González, hijo.

Bajo las raíces de un roble están las cenizas de Manuel. Su epitafio, que tanto lo hacía reír en las farras, no está inscrito sobre la piedra sino en los recuerdos de la casa: «No me traigan más trago que ya estoy muerto».

«¡El Polvo reina, el Polvo, el Iracundo! / ¡Alegría! ¡Alegría! ¡Alegría!», silba el viento en esa tumba. Es la voz de El hombre que parecía un fantasma, su poeta, Barba Jacob.

Cuando la luna asoma en Ziruma, espanta el paso lento de una bestia con su amo a cuestas. El sonido de sus herraduras contra el cascajo se confunde con el vertiginoso tas-tas-tás de la Olivetti en la que se escribió un capítulo fundamental de la literatura colombiana del siglo XX.

El Espectador, 2 de agosto de 2013


* * *

Las presentes columnas hacen parte del libro «Autorretrato: Una alegoría del periodismo», antología de columnas de Ana Cristina Restrepo, publicado por Sílaba Editores en 2022.

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* Ana Cristina Restrepo Jiménez (Medellín, 1970). Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Periodismo Urbano (UPB). Magíster en Estudios Humanísticos Universidad Eafit. Premio Simón Bolívar categoría mejor entrevista 2015. Premio de periodismo CPB categoría mejor columna 2020. Autora de «El Hereje Carlos Gaviria» (Planeta, 2020), «Autorretrato» (Sílaba editores, 2022), «Página en blanco» (Sílaba editores, 2012). Panelista de Blu Radio. Columnista del periódico El Espectador. Periodista de la Revista Cambio.

** Sara Serna Loaiza es estudiante de arquitectura en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, ilustradora y diseñadora gráfica por afición. Como lectora, se inclina hacia el realismo mágico latinoamericano, la fantasía heroica y la novela psicológica rusa. Como creativa, tiene por hábito buscar patrones, composiciones y referencias en la realidad tanto como en la ficción. En ilustraciones ajenas y fotografías tan casuales como maestras publicadas en redes. En las pequeñas exposiciones y galerías que el transeúnte, si es curioso y observador, puede encontrarse al recorrer las calles de su ciudad, y en esas escenas coincidentes, accidentales, y perfectas, en las que la cotidianidad encuentra el ángulo, la iluminación, el balance correcto de composición, que encuadrados por el ojo fisgón adecuado, capturan un cuadro cinematográfico espontáneo bastante impresionante.

Es la administradora del perfil de Instagram de la revista ( @revista.cronopio ) y también aporta sus ilustraciones para algunos artículos de la misma.

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