Literatura Cronopio

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¿HEMOS LEIDO A MITO?

Por Juan Gustavo Cobo Borda*

En su primer número —abril, mayo de 1955— MITO se presentaba como una revista de poesía. Tres futuros premios Nobel —Saint-John Perse (1960), Vicente Aleixandre (1977) y Octavio Paz (1990)— aparecieron allí, con textos inéditos o traducciones, en el caso de Perse, debidas a otro poeta : Fernando Arbeláez.
Dos de los poetas se referían al amor y al deseo:

«Yo no he sabido lo que era el amor hasta que llegaste», escribe Aleixandre.

Y Octavio Paz recalca:

«No hay nada sino dos seres desnudos y abrazados,
Un surtidor en el centro de la pieza,
Manantiales que duermen con los ojos abiertos».

El cuarto premio Nobel debería esperar a los números 4, de 1955, 19 de 1958 y 31 y 32 de 1960 donde aparecieron «Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo», «El coronel no tiene quien le escriba» y «En este pueblo no hay ladrones» respectivamente.

El director–fundador de MITO era Jorge Gaitán Durán, devoto lector de Octavio Paz, reseñista de su libro de reflexión sobre la poesía: El arco y la lira ( 1956) y a quien, al dedicarle su pequeño libro sobre el Marqués de Sade lo pondrá como incitador y referencia de su tarea: un poeta que escribe poesía, reflexiona sobre ella, y participa en la vida del mundo, desde su posición de intelectual libre, ajenos ambos a dogmas y partidos.

Esa música de la poesía, donde se conjugan deseo, amor y texto, llegará en el No. 2 a España, donde Gerardo Diego, en tres sonetos, pedirá:

«Bésame con tu dulce beso oriundo
del paraiso en que jamás creíste,
tu amargo beso o pulpa que ofreciste
a este pozo de sed en que me hundo».

Más tarde, en el No. 3 —agosto, septiembre 1955— Hernando Valencia Goelkel, el critico nacido en Bucaramanga y co–fundador de MITO con Gaitán Durán, traducirá un canto de William Blake de El libro de Thel:

«Por qué el tenue velo de carne en nuestro lecho de deseo».

En el mismo número Eduardo Cote Lamus, en «Algo pasa bajo la lluvia», nos advierte sobre

«Un amor denso que impulsa a los amantes a beber
sus propios cuerpos».

En su No. 5, al terminar 1955 y comenzar 1956, Juan Liscano, el poeta venezolano, quien sería corresponsal de MITO desde París, al traducir artículos y comentar obras de teatro como la versión de Jean Louis Barrault de la Orestiada de Esquilo inspirada curiosamente en la macumba y el candomble brasileño, nos da, con «Rito de sombra», una muestra de su trabajo poetico:

En el No. XII escribe :

« En la noche primaria, cuando tu me recibes,
soy el grito de espuma, soy tan solo una ola
que de muy lejos viene, recorriendo su vida,
a romperse en la arena de tu cuerpo desnudo».

Mito se iniciaba al nombrar el cuerpo y exaltarlo sacándolo a la luz. Creaba, así, una antología de la lengua erótica, del cuerpo suprimido y borrado o camuflado bajo los disfraces del pudor y el decoro, como lo experimentaremos luego en el diario de Jorge Gaitán Durán y en sus poemas, aparecidos ambos en la revista, como en su célebre secuencia Amantes, publicada en los Nos. 22–23 de MITO, noviembre 1958, febrero 1959.

«Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo el deseo».

Si la vanguardia en la poesía latinoamericana ya se veía entonces como «una previa gimnasia hacia la libertad», como precisó José Olivio Jiménez, la poesía de las décadas 1940–1950 se fijaba en «las inquietudes de carácter existencial entrañable», ligadas a «los grandes temas del existencialismo contemporáneo». Se dejaba atrás la ruptura de las metáforas arbitrarias, tan fecunda en figuras como Vicente Huidobro y Oliverio Girondo, dos paradigmas de la vanguardia, y se buscaba un retorno a un cierto rigor compositivo y a afianzar los pies en una realidad convulsa pero que se consideraba, ya, un paso adelante en la expresión del ser humano, de sus secretas pulsiones. Lo razonó así uno de sus abanderados, Pablo Neruda, cuando dijo : «Hablo de cosas que existen. Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando». Pero también los sueños, visiones, alucinaciones y pesadillas existen.

Por ello debemos matizar esta veta expresiva con la vertiente de exploración psíquica del surrealismo y su exaltación del lado oscuro de la mente, cartografiado por Sigmund Freud y los poetas malditos, al cual se sumaría Antonin Artaud presentado por un miembro ilustre del «Comité patrocinador» de MITO desde su primer número, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien como diplomático había residido en Colombia en el aciago año de 1948. En el numero IX, agosto–septiembre 1956, mantiene vivas las palabras de Artaud cuando viajó a Mexico en pos del peyote y los indígenas Tarahumaras:

«Participé en el movimiento surrealista de 1924 a 1926, y lo acompañé en su violencia. Mucho mas que un movimiento literario, fue una revuelta moral, el grito orgánico del hombre, las precipitaciones tumultuosas del ser contra la coerción. ¿Se burla Artaud de la revolución? se me preguntó. Me burlo de la vuestra, no de la mía, respondí al dejar el surrealismo, puesto que el surrealismo habíase convertido en partido».

El partido surrealista, el partido comunista, al cual intentó sumarse sin éxito el surrealismo al servicio de la revolución. En todo caso, en Mito predominaba la tendencia existencialista —Heidegger y Sartre, Simone de Beauvoir y Merleau Ponty— cuyos cursos había seguido Gaitán Durán en París. Las menudas, o decisivas, según se mire, polémicas parisinas que enfrentaron a Sartre con Camus, al comprometido con el justo. El callar ante los crímenes de Stalin y el gulag con la justificación de un socialismo en marcha, o el intentar decir la verdad, aunque ella nos desgarre, como fue el caso de Albert Camus con el drama de la colonizacion francesa en su tierra de origen , Argelia, y el proceso de descolonizacion, que ya se presagiaba irreversible. Africa, el Tercer Mundo y más tarde Cuba, como lo vivió MITO.

Pero en sus comienzos el interes provinciano por la metrópoli proverbial de las letras, hasta entonces, París, incluía el fenómeno juvenil de Francoise Sagan: 18 años, 200.000 ejemplares, Bonjour Tristesse.  Y la fijación de Gaitán Durán con el Marqués de Sade. Ese ser equívoco, que había redescubierto un poeta, Apollinaire, exaltado otro, Andre Breton, quien le dedicó un poema y del cual incluiría textos suyos en su Antología del humor negro. Que estudiaria Camus en El hombre rebelde y al cual Simone de Beauvoir había dedicado un panfleto: ¿Debemos quemar a Sade?. Pero en la clerical y conservadora Colombia de entonces todos ellos eran bandera y proclama. Armas para combatir el aislamiento y reivindicar la libertad expresiva. Solo que la aburrida, prolija y a la larga congelada escritura del Marques sado-masoquista terminaría por no escandalizar a nadie. Pero MITO en este, como en muchos otros casos, fue pionera indudable.

Al redondear el tema de la poesía y el deseo en los 42 números de MITO dos poetas colombianos, publicados con asiduidad en sus páginas, nos desconciertan: Leon de Greiff y Álvaro Mutis. Nos hablan desde otro territorio: el pasado y la muerte.

Una sonatina medieval del primero, con su vocablo añejo y su arcaica musicalidad de ofires y aljofar desemboca también en el canto exaltado del cuerpo y el deseo, siempre dentro de la estructura clásica (y burlona) de la composición. La forma es para de Greiff un pretexto más para que esa Nadería llamada poesía demuestre su astucia y se retuerza en sus guiños, bromas y travesuras eruditas. Todas sus Musas, aun las urbanas, pueden identificarse con heroínas de la historia o figuras de la mitología, de Medea a Maria Estuardo.

«o ya, en sus muslos, halle
lauto refugio… —amor, más fuerte obliga,
si desdén manda y aunque orgullo talle-;
se me da toda si Eros la fustiga
y en extasis, jadeante y al ventalle
tibio, en reposo, tras de la fatiga…».

Todo un erudito anacronismo para transformar un coito actual en una unión legendaria.

Medieval, lector de Dn. Luis de Góngora y Argote, modernista, sin lugar a dudas «a esa mujer en cuya boca/guste —otoñal— la primavera», pero ante todo poeta —juglar incorregible—, «de beber y soñar pero nunca en jamás le saciar», que no cesa, que no ceja, en su afán de seguir e irrumpir, y con lo efímero erigir «perenne monumento». Asi lo logra en su «Variación No. 13», en los números 22 y 23, noviembre 1958 —febrero 1959—, de MITO, a partir del tema «Venias de tan lejos que ya olvide tu nombre». El nombre quizas, pero no el perfume:

« De tan lejos venías, venías de tan cerca,
que olvidé tu medúsea caballera selvática!
Mas no tu selvuda aromática:
nunca tu vellocino, tu toisón, mi trofeo,
donde aspirara todo la esencia del Deseo:
—yodos , sales, oceánicos, y el mador de Afrodita».

Debemos apelar al Diccionario de la Academia, el de 1970, donde aprenderemos que lauto, es un adjetivo poco usado, que se define como «rico, espléndido, opulento»; que toisón, viene del francés vellón , y es una insignia de una orden de caballería, «pieza en forma de eslabón, al que va unido un pedernal echando llamas, del cual pende el vellón de un carnero; se pone con una cinta roja, y tiene un collar compuesto de eslabones y pedernales».

¿Es posible desatar una más febril cadena de asociaciones eróticas, para designar el cuerpo femenino y el sexo de la mujer?. Difícilmente. Mientras Gaitán Durán, via Octavio Paz, o Hector Rojas Herazo, via Pablo Neruda, buscaban con sus textos en MITO desnudar lo camuflado, y rescatar lo reprimido, León de Greiff se reía y creaba, en el asumido anacronismo, un enlace con lo mejor de la tradición en lengua española. La que va del Arcipreste de Hita a San Juan de la Cruz y Garcilaso. La voz de La Celestina, que Gaitán Durán estudia en un trabajo suyo publicado en MITO.

El reconocimiento es aun mayor cuando nos preguntamos qué es «mador», y vemos, sentimos, palpamos y aspiramos lo que Leon de Greiff señaló, de modo indirecto, como debe operar la poesía. «Mador: ligera humedad que cubre la superficie del cuerpo, sin llegar a ser verdadero sudor». Ese rocío, al alba o en la noche, que alivia o exalta el fatigado cuerpo humano. Aljófar, del árabe, la perla: «Perla de figura irregular y , comunmente, pequeña. Cosa parecida al aljófar, como las gotas de rocío».

También Álvaro Mutis tiene algo que decirnos, original, imprevisto, pero ligado quizás a otra tradición —la que va de lo medieval, el Bosco y las danzas de la muerte a Quevedo y Baudelaire— sobre ese mismo cuerpo. Y su estadía en hospitales de ultramar. El escenario puede ser nauseabundo y recargado pero excitante. Quien agoniza ansía una última cópula, una final urgencia entre la devoradora naturaleza tropical. La frialdad aséptica de las clínicas se reduce a pústulas y llagas pero todo aquello que Gaitán, Sade y Georges Bataille exploraban acerca de como la muerte mas deslumbrante es la del ahorcado, con el orgasmo postrero del último estertor (de ahí la mandrágora, flor que nace del semen, eyaculado al pie del patíbulo) pasaba de ser teoría intelectual y se convertía, en Mutis, en imagen renovada y eficaz.

«Al mediodia era frecuente el espectáculo de una mujer de carnes secas, ya sin pechos ni caderas, comida por el clima y el hambre, soportando el peso desordenado de un enfermo que rugía tiernamente como quien duerme una criatura. Entonces, los olores giraban enloquecidos y siempre extraños al aroma almidonado y dulce de la cópula».

En el mismo texto, «EL hospital de la bahía», incluido en el No. 2 de MITO, Álvaro Mutis concluye así:

«Solía el enfermero —nunca le supimos el nombre y siempre lo llamábamos por el de su oficio— bautizar nuestros males con nombres de muchachas. Y mientras sus manos pacientes y amables cambiaban las sábanas, preguntaba por nuestra enfermedad como por una doncella que nos hubiera acompañado amorosa durante el largo y trabajoso trance de nuestras noches.

¡Ah esos nombres dichos de lecho en lecho como una letanía de lejanas memorias detenidas en el ebrio dintel de la infancia!»

El mundo que MITO nunca soslayó, el de la aberración jurídica y la desigualdad social, el de la prostitución y el desprecio machista al homosexual, el del atraso mas que medieval, con que un campesino boyacense cerraba la vagina de su mujer con alambre de púas, el mundo de los guerrilleros liberales de los Llanos, traicionados, el mundo del padre Camilo Torres Restrepo, jovencicísimo no llegaba a los treinta, entrevistado —y que apareció en cada uno de los documentos y testimonios que MITO publicó número tras número—, podía encontrar un piadoso consuelo que alivia y enaltece toda tragedia, en la voz memoriosa de la poesía. Hasta su postrer número estarán presentes en MITO Jorge Guillén y Luis Cernuda, Jaime García Terres y Tomás Segovia, Guillermo Sucre y José Manuel Caballero Bonald, Eduardo Carranza y Rogelio Echavarría juntos con los que hasta ahora hemos glosado. Quizás así haya que leer a MITO: una revista de poesía donde colaboraron narradores llamados Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y Pedro Gómez Valderrama y Alejo Carpentier al proclamar que el futuro de América sería socialista en el primer congreso de intelectuales cubanos al incicio de la revolución, junto con Jorge Zalamea de quien MITO publicaría poemas, traducciones y sus «Antecedentes Históricos de la Revolución Cubana». Sí, una memorable revista de poesía.

Hemos visto así, desde la poesía, desde el cine, la inteligencia renovadora con que MITO desabrozó un espacio propicio. Igual que sucedía con la novela. Desde el No. 1, en una reseña sin firma sobre La hojarasca de García Márquez y que quisiera atribuir a Hernando Valencia, ya se habla de cómo el tiempo desmenuzado de la novela, en los tres personajes que la componen, «dentro del tiempo novelesco, el autor ha ido deshaciendo simultáneamente, con encarnizamiento, el tiempo humano».

Se recalca tambien la atmosfera «sofocante y acre, candente y viscosa», propia del trópico americano, y del acierto para mantener el equilibrio entre la visión individual y lo social. Concluye con un acertado diagnostico: «La Hojarasca nos ofrece el ejemplo de cómo una sensibilidad específicamente colombiana puede manifestarse a través de formas universales de expresión».

En el No. 7 se da noticia de una novela de Alejo Carpentier, Los pasos perdidos, traducida al francés y comentada por Alain Bosquet. Y en el No. 8, junio–julio 1956, Carlos Fuentes reseña y elogia a Pedro Páramo de Juan Rulfo ¿Se necesita algo mas? No creo. En todo caso, la «versión para adultos de la historia de Caperucita», como llama con agudeza Pedro Gómez Valderrama a los dos capítulos de Lolita de Vladimir Nabokov que traduce y comenta, con erudición, en el No. 24 (1959).

Y en el No. 25, Hernando Valencia Goelkel traduce y prologa, admirablemente, fragmentos de los tres volúmenes aparecidos hasta entonces de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel, al cual, luego de reconocer la dicha de Justine, y esa feliz mezcla de razón y fatalidad, de atmósfera y rescate del recuerdo, le reprocha que, comillas, «Durrel no ha podido escapar a dos deformaciones profesionales. Como diplomático, la afición por la intriga y los secretos; como escritor inglés, la debilidad por una trama policial». El cuarteto de Alejandría se va poblando de revelaciones extrínsecas al meollo del asunto «hechos nuevos, circunstancias que el novelista se había escondido en la manga».

Pero no solo ellos, Nabokov y Durrel, también John Updike y Juan Goytisolo aparecen en la revista como novelistas. Y Genet, Adamov, Ghelderode y Bertolt Brecht, presentado por Enrique Buenaventura, en el teatro.

El 26 de febrero de 1962, 65 ilustres colombianos, de Carlos Lleras a Lopez Michelsen, firman una convocatoria para un homenaje a Jorge Gaitán Durán en el restaurante Breogan (Carrera 7 No. 20–15, 2 ° piso). De ellos solo subsisten Belisario Betancur, Jorge Eliecer Ruiz, Gloria Valencia de Castaño, Antonio Montaño, Santiago García y Álvaro Castaño Castillo.

El 21 de junio de 1962, moriría Jorge Gaitán Durán.
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* Juan Gustavo Cobo Borda es escritor colombiano, periodista, poeta y crítico. Fue subdirector de la Biblioteca Nacional y director de las revistas Eco y Gaceta. Pertenece al grupo de la «Generación sin nombre». Ganó el concurso de poesía Quimantú, organizado por la embajada de Chile, con la obra Consejos para sobrevivir (1974). Ha publicado varias obras, entre ellas Salón de té (1976), Casa de citas (1980), Roncando al sol como una foca en los Galápagos (1981), Todos los poetas son santos (1987), Almanaque de versos (1988), Poemas orientales y bogotanos (1991) y El animal que duerme en cada uno (1995). Como ensayista y crítico ha escrito La tradición de la pobreza (1980), Leyendo América Latina (1989), La narrativa colombiana después de García Márquez (1989) así como las antologías: Antología de la poesía hispanoamericana (1985) y La alegría de leer (1976). Ha elaborado numerosas monografías como las de Arciniegas o Mutis, y es editor de diversas obras de poesía.

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