Invitado Cronopio

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MIERDALLÍN

«Al poeta Rubén Vélez»
Por: Orlando Arroyave

Ese día soleado, un día de cielo plomizo y de sol fulgente como caldera, fue acompañado de un percance: la nave superior de la iglesia La Calendaria se desplomó en plena celebración eucarística de las doce del mediodía.

Los tiempos poco sacros en que vivimos salvaron a esta ciudad de una de sus habituales tragedias, tan estimulantes para ella. Un puñado de feligreses —si hemos de contar también como tales a tres pordioseros y un perro que dormían la modorra de la última resaca en las bancas traseras de la iglesia— fueron testigos del derrumbe.

Las víctimas humanas fueron dos: una anciana, que murió aplastada por un ángel de yeso que le sirvió de precario refugio cuando la techumbre cóncava crujió, y un monaguillo envejecido. El olor fétido que predominó sobre los quejidos y el polvo después del desplome de la bóveda fue un signo ominoso de lo que vendría.

Entre los escombros se encontraron plumas, algunos cuerpos agónicos de feligreses y mucha mierda de paloma. Muchos contabilizaron la mortandad de palomas: eran 2215432 palomas, sin contar las que fueron sacrificadas para evitarles más padecimiento: 222312999.

Las primeras investigaciones arrojaron una sospecha popular: la mierda de palomas había producido la tragedia. El techo de la iglesia de la Calendaria —dijo uno de los investigadores en el telenoticiero de la 1 p.m., “Donde siempre informamos”— que las palomas lo habían tomado como ‘water’.

Un grupo de científicos escépticos respondió al populacho. La mierda —no solo de paloma— tenía el poder de roer las entrañas de las estatuas y los tejados. Había qué ver, para solo quedarnos a un perímetro cerca de la tragedia, la estatua del Libertador, Simón Bolívar montado en su caballo, en el Parque Bolívar.

La mierda de paloma le había tumbado la nariz y amellado la espada libertadora. Pero de allí a conjeturar que la mierda de paloma fuera a producir el desplome de la Iglesia de la Calendaria era eso: mito popular que ayuda a los pueblos en sus arduas agonías a sobrellevar la existencia, como llama, para no salirnos de la mierda de paloma, la filosofía a eso que no sabemos qué es y no es.

La ciencia local se embadurnó, con todo rigor del que era capaz, de la mierda de paloma.

Unos psicólogos ofendidos por las interpretaciones freudianas (que mezclan el dinero con el niño y la mierda) propusieron la relación entre la mierda de paloma y el estrés o la angustia.

Pero fue el desplome de la estación del Metro en el Parque de Berrío la que despertó de sus sueños a los teóricos. Esta vez la víctima fue un lustra zapatos, y un hombre pequeño que la prensa describió en su doble oficio: “mimo y pordiosero”. La mierda mata, corearon alcaldes, radio y rateros.

La ciudad tuvo otra desgracia: una modelo demandó a la municipalidad pues su rostro en un poster gigante había sido defecado con “sevicia por las palomas”, como rezaba la demanda.

Se dio inicio a una nueva razzia. Las calles se llenaron de palomas muertas, vomitando mierda. Un vómito en forma de delicados gusanitos grises o verdosos, que se permitía una coquetería final: entremezclar colores, ahora huracanados, ahora en lacitos trenzados.

Un loco gritó en el parque del Periodista “qué era maná de Dios”. Un programador musical acompañó la tarde de domingo con una esclarecedora canción de Diamanda Galás para la ocasión, y que tuvo la cortesía de traducirnos el locutor: «Soy la Mierda de Dios. Soy el Desecho de Dios. Soy la Señal. Soy la Plaga. Soy el Anticristo.»
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Un Anticristo por estos valles pútridos, nadie lo podía creer. Mierda había para todos, hasta para el Anticristo replicaron otros.

Poco a poco la ciudad volvió a la cotidianidad: más mierda de paloma y más mortandad de palomas. Hasta la aguja inefable que corona el Edificio Coltejer fue derrumbada por las heces. La muerte de palomas nadie la tomó en serio: las palomas, como especie, son inmortales.

Cadáveres de palomas, por miles. El alcalde ante la emergencia creó los recoge-palomas, un oficio que consistía en recoger la paloma muerta, la mierda de paloma y, sin que fuera visto, matar cuanta paloma o animal con plumas se le apareciese. Con la emergencia el alcalde creó un segundo cargo: el recoge-aves sin clasificar y clasificadas.

Algunos habitantes de la ciudad se volvieron adictos a la mierda de paloma. Su olor les producía un vahído casi alucinatorio. Se crearon brigadas antimotines: las escaramuzas eran constantes en las calles, universidades y estadios. Los pro-mierda de paloma desafiaban las autoridades legítimamente constituidas que estaban, como todos saben, contra la mierda de paloma y sus depositarias.

Aparecieron fábricas clandestinas de mierda de paloma, denunció la prensa. Turbas enteras abandonaban la ciudad donde facciones pro-mierda y anti-mierda se enfrentaban.

Sin embargo, foráneos llegaban maravillados buscando “el fenómeno de deposiciones  biológicas”, como lo llamó un científico; el experto más célebre que existía en el mundo sobre la mierda de paloma. El alcalde lo condecoró dándole las Llaves de la Ciudad. El científico al poco tiempo se declaró enemigo del gobierno y entre sollozos confesó ser adicto a la mierda de paloma.

El Palacio Municipal fue tomado por una brigada pro-mierda de palomas. El primer edicto fue un juicio sumarial: muerte a todos los recoge-palomas. El gobierno impuso reformas drásticas: cada ciudadano debía alimentar palomas en los tejados y aguardar el desplome de sus techos.

Estos son los pormenores míticos de la fundación de la ciudad de Mierdallín.

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*Orlando Arroyave. Psicólogo de la Universidad de Antioquia. Magíster en Filosofía de la misma universidad. Libretista del programa radial Rock U del Alma Mater. Director de la Revista de Psicología de esa institución universitaria. Gran conocedor de la obra de Foucault, ocupó el tercer lugar del Concurso Nacional de Cuentos para Trabajadores. Es autor del libro “Artículos de segunda necesidad” Se encuentra preparando el libro  «Breve apología a las aberraciones y otros escritos», una recopilación personal de conferencias y escritos sobre psicología, psicoanálisis y filosofía.

1 COMENTARIO

  1. Una historia que me deja con una irónica carcajada. Su atmósfera literaria es de fresco cinismo. Le solicito a Orlando me envíe más de sus escritos.
    Abrazos
    Gustafá

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