Literatura Cronopio

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BUDA DECEPCIONÓ

Por: Sergio Peñaranda Castro*

Lo único bueno de Buda Blues es la portada. Lo demás, vale muy poco. La incendiaria y enérgica ilustración del último libro de Mario Mendoza es más diciente y poética que las 276 páginas de un libro cursi y vacío, panfletario y facilista. Es triste decir que una portada es mejor que el contenido de una novela, pero Mendoza se encargó de convertir esta amarga paradoja en realidad.

El escritor bogotano, ganador en 2002 del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral con su libro Satanás, pretende que Buda Blues sea un grito de protesta en contra del reinante capitalismo y por ende, del consumismo y la deshumanización. A la vez, intenta dar la voz de alarma sobre la posibilidad de una respuesta violenta en contra del “sistema”, que podría ser igual de cruel al monstruo capitalista que quiere destruir.

A través de la correspondencia entre Vicente y Sebastián conocemos la historia de estos dos personajes, que se ven involucrados en un proyecto que quiere derruir los cimientos del mundo actual, cimientos compuestos por una economía de mercado que genera más pobreza y por un proceso globalizador que provoca más exclusión.

Vicente, sociólogo y docente de una universidad pública en Bogotá, entra en el apartamento de su tío Rafael, quien falleció recientemente. Allí encuentra cientos de libros en diferentes idiomas que reflejan la personalidad erudita y solitaria de su pariente. También halla una libreta que reúne sus ideas en contra del sistema capitalista (o “La cosa”, como le llaman en la obra). Desde ese momento se revela todo un grupo de fanáticos seguidores de Rafael que realizan ataques terroristas en todo el mundo. Su objetivo es hacer explotar a una sociedad hipnotizada por los medios de comunicación y su mentirosa publicidad.

Por otro lado, asistimos a la historia del entrañable amigo de Vicente, Sebastián, un aventurero que contrasta con el rígido e intelectualista sociólogo. Sebastián se encuentra en Kinshasa (Congo) y allí recibe la carta de su compañero, en la que le advierte sobre el carácter mundial de la secta terrorista y lo insta a averiguar las redes internacionales que se tejieron gracias a las ideas de su tío. Sebastián, fiel a su carácter audaz, comienza las pesquisas en el país africano.

Después de pasar por diversos sufrimientos, Vicente se refugia en el blues y en la enseñanza, y Sebastián aplica en su vida las lecciones del budismo Zen.

Novela panfletaria

El planteamiento de la novela suena atractivo. Pero las ideas contestatarias no pasan de ser eso, no sirven como marco de un universo literario. Sentimos que estamos leyendo un panfleto anarquista y que no asistimos al desarrollo de una historia, sino al fin político del mismo autor: denunciar. Esa sensación del lector se presenta porque la protesta es demasiado explícita y repetitiva durante la obra. Pareciera que la novela estuviera escrita para un lector primario, que no sabe leer entre líneas, y que necesita que le den todo masticadito.

“El sistema entero se encargará de irnos moldeando para que jamás despertemos de ese marasmo que es la vida de manso empleado eficiente: las propagandas, las telenovelas, los seriados, los noticieros de radio y televisión que siempre mienten, que observan los hechos desde ángulos sesgados… el concepto de belleza anoréxico y famélico…” (página 33). Vicente enumera de esta manera los elementos de “La cosa” descritos por su tío.

Por su parte, Sebastián nos dice: “Rafael desconfió de la estructura social, de cómo una minoría de privilegiados se las ingeniaba para aplastar a los demás, explotarlos, dominarlos, someterlos. Él no quería hacer parte de ese engranaje… (los medios de comunicación, la cultura del entretenimiento, la moral religiosa)” (página 66). En ese punto, hace rato que habíamos comprendido la idea, pero Mario Mendoza sigue con la misma cantinela aburrida a lo largo de la novela. Esto hace que la voz denunciante del autor, que quiere despertar en el lector cierta conciencia sobre el mundo mecanizado que le tocó vivir, acalle la de sus propios protagonistas y la narración pierda fuerza y veracidad.

Además, esa crítica social nos parece explícita por lo simplista del discurso que hemos escuchado hasta la saciedad. ¿Quién no ha oído hablar de los males del capitalismo, del consumismo, la publicidad, el falso progreso? Son ideas que no son nuevas y que sin embargo, a Vicente, que debería comprender la sociedad (¿quién mejor para hacerlo que un sociólogo?) lo deslumbran y le despiertan en la cabeza una inusitada preocupación a favor de los marginados.

La novela y Hollywood

La prosa de Buda Blues es muy poco trabajada y aburre por lo simple. Este es un fenómeno actual en buena parte de la literatura colombiana. La influencia del cine en muchos escritores es una de las causas de esa natural circunstancia. Esa influencia no es mala, por supuesto. La literatura alimenta al cine y el cine alimenta a la literatura, y seguramente ese enriquecimiento recíproco se seguirá presentando. El problema es que muchas veces la prosa de la ficción sale perdiendo, porque en el afán del escritor de crear imágenes digeribles para el lector, acaba simplificando el lenguaje a las frases más concretas y menos elaboradas posibles.

“La literatura siempre ha estado más abocada y ha tenido mayores recursos para recrear mundos interiores y hacer grandes reflexiones, y el cine se ha centrado más en la acción y en las anécdotas”, dice el crítico de cine colombiano Oswaldo Osorio en un artículo llamado “De cómo el cine se convirtió en el padre de los escritores”. Por esta razón varios de los libros que han tomado prestadas técnicas cinematográficas están repletos de imágenes generales y de diálogos, y tienen muy pocas representaciones de los procesos internos del ser humano (conciencia, pensamiento, reflexiones).

Buda Blues es uno de los ejemplos más significativos de una “novela cinematográfica” mal lograda. Cuando leemos este libro sentimos que nos movemos por la escena como si estuviéramos viendo rápidas imágenes en una pantalla. Llegamos a creer que se trata de un boceto del escenario y no del retrato real. Por ejemplo, uno de los personajes dice: “Atravesé la calle 127 y me desaparecí por entre los almacenes, los centros comerciales cercanos y los barrios elegantes de la zona”.

El problema es que Mendoza aplica esa misma descripción general a los protagonistas. Percibimos el mismo paso superficial por sus conciencias que notamos al pasar por los lugares: “Siempre llevé una vida reposada, sin altibajos… evité experiencias que me llevaran a encrucijadas… en mi vida privada busqué el reposo… aprendí a aceptarme como era: calmado, paciente, silencioso”, así se retrata Vicente. Por su parte, Sebastián afirma: “Me encantaban los deportes, la aventura, las mujeres… no soporto las responsabilidad, las obligaciones, los pesos… soy el perpetuo adolescente”. Sus propias descripciones nos recuerdan más bien el perfil de alguien en Facebook (o en otra red social), que el de un personaje de novela.

No sólo la prosa es simplona como un guión cinematográfico sino que la historia parece ser adecuada para una película de Hollywood. Un complot internacional con métodos terroristas en contra de “La cosa” no es algo inusitado en el cine. Basta nombrar una película muy famosa: “Fight Club” (El Club de la Pelea, 1999), con Brad Pitt y Edward Norton. En ella, un grupo de hombres que se reúne para pelear por diversión termina fundando una secta nihilista que quiere acabar con el sistema a través de actos violentos. A esa empresa se le denomina en el film “Proyecto Caos” (versión latina) y “Proyecto Estragos” (versión española). Curiosamente, en Buda Blues el plan destructivo se llama “Proyecto Apocalipsis”. Nada original.

Un tono ‘rosadito’

Un último elemento que hace que la portada del libro sea mejor que su contenido es el tono dulzón y cursi de algunas de sus partes. Veamos: Vicente acaba de reencontrarse con la mujer que ama en su casa y conversan. De repente:

“Bárbara se quedó callada cuando sintió un ruido en el segundo piso de esa casita modesta.
— Mi amor, ¿eres tú? ¿Te levantaste?
Una niña apareció en las escaleras con una pijama rosadita de ositos y restregándose los ojos.

— No puedo dormir —dijo la niña con su entonación infantil.”

Bárbara, luego de confesarle a Vicente que esa niña la tuvo con su tío Rafael, le dice: “Lo que yo quisiera es que algún día fuera tu hija”.

Entonces ya no asistimos a un libro digno de un film de Hollywood, sino de un guión de una telenovela latinoamericana.

Posiblemente algún día salga la película de esta novela y será lo mejor que podrían hacer. Quizás la pantalla grande logre salvar la historia narrada por Mendoza. Mientras tanto, los posibles lectores de Buda Blues deben conformarse tan sólo con una excelente ilustración. Aunque, para desgracia de la editorial Planeta y de Mario Mendoza, los lectores no compran novelas para ver las portadas.
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* Sergio Peñaranda Castro es estudiante de Periodismo de la Universidad Sergio Arboleda en Bogotá. Fue director de la revista virtual Altus (www.usa.edu.co/altus) en 2007, conductor del programa radial Libros y Café desde el 2008 hasta mediados del 2009. Ha entrevistado a reconocidos escritores colombianos como Juan Manuel Roca, Jotamario Arbeláez, Luis Fernando Afanador, entre otros.

1 COMENTARIO

  1. No he leído la novela pero me dio mala espina desde que supe que era epistolar. Este género es valioso, tiene algunas obras importantes (Drácula) pero las mejores novelas epistolares son caracerísticas de una época en la que este medio de comunicación era preponderante. Ahora lo veo dudoso, poco verosímil. Incluso ensayos que se han hecho de novelas e-mailstolares son poco creíbles (por lo menos los que conozco). Concuerdo además con la opinión sobre el tema de la novela: es manido y no representa un panfleto, más bien una reminiscencia nostálgica de alguien que todavía cree en mayo del 68. La revolución actual no se hace con terrorismo sino con creatividad y expresión. Si la secta fuera artística, anárquica del tipo flshmob y menos violenta, tal vez funcionara mejor la historia. No he leído la novela y creo que la ignoraré, lo que sí sé es que si alguna vez veo la portada en forma de afiche, lo compraré porque «Lo único bueno de Buda Blues es la portada». Me gusta esa frase.

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