Acronopismos y otras delicatensen Cronopio

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PARÁBOLAS, PARADOJAS Y GARABATOS DE LA PALABRA POÉTICA

Por Manuel Cortés Castaneda*

Que… ¿por qué escribo?

Escribir es algo que no se puede entender ni explicar del todo, y casi nada, al menos en mi caso. Como cuando estamos enamorados, o encaprichados, o encabronados… todo lo que nos sucede, aunque nos sucede y lo disfrutamos y lo sufrimos y hasta lo escribimos, nunca está, del todo, al alcance de nuestras manos. No es el caso explicar ahora con pelos y uñas esta asimilación traída de los cabellos. Son tantas las similitudes y oposiciones y búsquedas «desesperadas» para intentar explicar tal necesidad u obsesión, que un texto no sería suficiente para deshacer el nudo y, especialmente, porque el nudo, en este caso, no se puede deshacer. Una vez hemos encontrado la punta de la madeja se nos vuelve a enredar, o nos enredamos nosotros mismos. Para el caso da igual. ¿Será por lo mismo que los poetas siempre escriben su poética/Ars poética y, a veces no solo una o dos, sino más de la cuenta…? Algunos somos tan ilusos que creemos, o nos hacemos los que creemos, que la metáfora y las paradojas y los enigmas, son más proclives a explicar el acto de escribir, que las palabras tal como ellas son, sin tantas vueltas y revueltas y arandelas y resabios… desnudas, tal como ellas son. Por lo general, cuando nos damos a la tarea de mirar, entender y analizar la escritura de un escritor a la luz de su/s poética/s, la verdad es que la mayoría de las veces dan ganas de reír, o produce una rasquiña molesta cada palabra, o idea, o metáfora escrita, sobre este asunto escabroso, por el propio creador. Lo que el «iluminado» dice, casi siempre sin ninguna excepción, nunca corresponde a lo que escribe… más aún: las poéticas, sin exagerar, casi siempre son los peores poemas y una forma poco generosa de enfrentarse al prurito del tiempo, la gloria y las pataletas del yo. ¿Será por eso que los «críticos» afirman espeluznantes y osados (de osar) que el que menos está hecho para entender el acto creador es el propio escritor? Y en esto razón no les sobra, aunque cuando ellos se dan a la tarea de desenredar la madeja, sus disparates son más espantosos y vergonzosos que los del creador. Con raras excepciones, que no se dan con mucha frecuencia.

Así que no es mucho lo que se puede decir de este asunto, aunque todos dicen y redicen y se contradicen y se enardecen y se encumbran y deslumbran y deliran y hasta rebuznan para darse cuenta, -o nunca-, que en cuestiones de poesía siempre nos quedamos con las manos vacías… como en el amor, o cuando estamos encaprichados, o encabronados. Afortunadamente es así, sino no faltarían quienes andarían por ahí vendiéndonos tarritos de poesía en los mercados, fórmulas de poesía, pócimas de poesía, trajes de poesía, bocaditos poéticos… recetas de amor y de placer…

Indudablemente que hay «momentos» que saboreamos y que olemos a plenitud y que quisiéramos guardar en un lugar secreto para volver a saborearlos y olerlos y multiplicarlos… pero se nos escurren como una materia pegachenta por entre los dedos antes que tengamos tiempo de agarrarlos y meterlos de cabeza en alguna de las páginas… y queremos que esos golpes fugaces nunca acaben, como cuando nos comemos un helado de sabores combinados, pero el helado se consume pronto y nos quedamos con el mismo apetito, el mismo deseo, el cono vacío, relamido, quebrado, salivado, echo un asco… o simplemente sólo se trata de una eyaculación precoz, o de un coito/cogito interruptus, o de una erección a medias y sin espejos… y, mucho peor es cuando el helado se nos cae al piso, entero, precisamente cuando esperábamos escribirlo, olerlo, relamerlo, disfrutarlo, soñarlo, eternizarlo, delirarlo, atraparlo, hacerlo parte de nuestra respiración, de lo que nos traíamos entre manos… y peor aún, cuando una erección a medias, o una eyaculación precoz, o la cosa interrumpida nos pasa en el lugar que no nos corresponde y con un cliente que no estaba en la agenda, o a la altura de las circunstancias…

En mi caso, créanmelo, al menos ustedes, esta vez, que yo no tengo ni puta idea de lo que escribo, y mucho menos ¿por qué…? Para no dar más vueltas. La pregunta más famélica que he escuchado en mi vida es ¿Por qué escribes y cuál es tu tema? Simplemente sé, que si no lo hago me convierto en una cosa anónima de difícil digestión,- digamos-, tanto para mí como para los demás. Me pongo de malas pulgas con la mujer que dice que me ama y por la que quizás escribo y sigo escribiendo… no soporto a las princesas que son mis hijas… se me trasforman en ranas asquerosas de un pantano maloliente y desproporcionado… y entonces como cuando niño me escondo debajo de la cama,- para protegerme y protegerlas-, donde por lo general se escriben (¿se han escrito?) los «mejores» poemas. El perro tiene que buscar metedero donde no lo haya, porque si no lo cocino a patadas para no tener que hacerlo conmigo mismo,- aunque me duela donde más me duele-. Le arranco la cabeza a las Barbies de mis hijas, les quito la ropa y así denudas y descompuestas las tiro a la basura… y limpio toda la casa hasta en los rincones de la nada, y tiro cosas y arreglo y desarreglo y me baño y me afeito y me siento en la terraza sin oír ni una sola puta palabra… y podría seguir diciendo/me sandeces, pero me parece innecesario e inadecuado y redundante y hasta maloliente… no es bueno que le digan a uno que su papá sacó los peces de la pecera de su hija y se los comió todos a medio asar, solo porque no podía encontrar o recordar o diseñar o emprisionar la palabra adecuada, la justa, la exacta, la verdadera, para un poema que al final de cuentas, como tantos han dicho, siempre termina faltándole algo, la cola, o una pata o un ojo, cuando no los dos, o un intestino, el agujero adecuado, y en el mejor de los casos: la cabeza entera y todo el sistema digestivo…

Quisiera pensar que soy como un cazador que espera y que dice que no tiene prisa de dar en el blanco para no tener que malgastar las balas o los balazos; o me lo creo, como tantas cosas que no son, para poder quitarle el cascabel al gato. Un buen cazador que no tiene prisa, pero que sin embargo desespera, aun sin ser maestro de la tragedia, y se encabrita, y respira al unísono con la presa, y zapatea, y que de repente dispara sin darse cuenta, al azar, como un demente que solo sabe que lo único que le queda después de la explosión son las cuentas que aún no ha contraído… pero de cazador no tengo ni las picaduras de los mosquitos y mucho menos la paciencia estoica de los elegidos. Otras veces, quisiera ser como el pescador que dice que no le importa, ni pescar, ni el pescado, ni el río, ni la barca que flota indiferente y casi ausente en la superficie del agua… sino solamente tener oídos y ojos más allá de la distancia y lengua de sapo, y manos de gigante, para disfrutar todo lo que ocurre a su alrededor y del pescado y sus atributos y del canto del grillo que se agita invisible en la nada de las circunstancias… y no importa que de regreso a casa tenga que parar en la pescadería y comprar un pescado para darle gusto a los que esperan pescado a la brasa o al horno o crudo como debería ser…

Sin embargo de pescador no tengo nada, tampoco, ni siquiera el deseo, el prurito, o la buena voluntad y me asustan las lombrices y los anzuelos, y arrullar el tiempo como a un niño malcriado, y cuando pesco lo hago en el «balde de mamá Leonor», como a Simón el bonito le gustaba, y a mi tanto…

En la ducha, el fantasma que se me ha pegado como una llaga sin que yo sepa mucho de él y el de mí, me murmura al oído cosas que yo no sabía, o que pensaba que sabía, y me las dice con claridad, como cuando te meten la lengua por donde sea y te la retuercen hasta tocarte el clic; como cuando se logra una eyaculación y un orgasmo al unísono, y callamos y reímos y lloramos, y el helado otra vez entero hecho un asco en el piso … pero el agua que me acaricia el cuerpo y que se me mete por todos lados junto con mis dedos, mis sueños, mis delirios, y la boca abierta, todo y lo que queda y lo que falta y lo que no les digo, siempre puede más, y me quedo sin la palabra justa, adecuada, exacta, regalada, precisa, soñada, buscada, esperada, encabronada, que se me ilumina y me mete los dedos a la boca, pero solo para ahogarse una vez más… derretirse como el helado… quedarse a medio camino como la erección… desgajarse sin caerse del todo como una eyaculación precoz, interrumpirse como el conocimiento o un lamento de amor…

La verdad es que siempre estoy a la espera sin esperar nada, ni nunca, ni jamás… y veo cosas que creo que veo o que quiero ver, sin haber visto nada… sin ver nada… soy todo ojos con mucha luz o sin ella, o poca luz, o la luz adecuada, pero el punto exacto, la perspectiva, el ángulo, el momento preciso de la felicidad, el grito, la primera silaba, se esfuman una vez en la pupila, se dan la espalda y me la dan, y se largan como si no fueran, o no estuvieran, o como si no supieran del amor de la mujer que todavía sigue repitiendo dormida que me ama… y entonces me quedo pegado como una lapa a su cuerpo desnudo y exquisito que sigue diciendo que me ama sin decirme nada… ahí, íngrimo y con la guillotina al cuello, esperando que me abra las piernas, la respiración, los lamentos, el agujero exacto, el escondite perfecto, pero siempre en un 99.9% se queda dormida, y es más bella cuando el sueño la vence, se ceba en ella, la arranca de mis brazos, y yo me quedo en ascuas, los dedos relamidos, ardido, consumido, rascado, trasbocado, y con una respiración que no se parece a la mía, que no es la mía, que no puede ser mía, que nada tiene que ver con la mía… que nada tienen que ver con las palabras, ni poemas, ni puta mierda…

Y ya cuando no me queda nada entre las manos, cuando ya el helado se ha derretido completamente en el piso, por fortuna la mujer que me ama se levanta con las piernas abiertas, con todos los agujeros que me faltan, las vocales, las pausas, los silencios, y me dice una vez más que ama… como si fuera la primera vez, la única vez, la de siempre, los ojos bien abiertos como dos grandes lagos, y entonces me levanto sin darme cuenta, en mis pupilas todavía el cuerpo de la mujer que dice que me ama, cada vez más cerrado, cada vez más dormido, cada vez más prurito, sonidos nauseabundos… y como puedo agarro un lápiz –siempre dejo uno a mano, muchos, por todas partes- un papel, una pared, el cuerpo de la mujer que dice que me ama, y escribo rápido, de carrera, casi dibujo, como un endemoniado, contenido, casi vaciado, garrapateo sin parar, ciego, sordo, mudo… y al día siguiente, me levanto y leo y releo y corrijo y borro y emborrono, y empapelo, y la verdad es que no es mucho lo que recuerdo o lo que puedo entender… y nada escribo…

el sapo

la primera vez que la vi
se me pudrió en mis ojos mi destino…
y ya sin cuerpo, ni alma, ni espíritu, ni olvido,
en el pantano el sapo soñó que era divino…

después la vi sin verla,
perdida en el camino
y me acerqué y le dije
que yo era su destino…

no me miró siquiera,
ni me besó como era,
solo me abrió sus huecos
para que me escondiera…

debajo de la piedra sigo como si fuera…
y cuando llueve salgo a lavar mis heridas
y salto y me entretengo contando las estrellas
que arden y se pudren conmigo en mi guarida…

sin ojos, ya sin sangre, tan solo mis verrugas
la leche que se escurre, el olor que aniquila
el destino hecho mierda, ya no sangra la herida
y en el pantano el sapo se besa y se suicida…
Camelia Pham

laboratorio de química

y unas ganas inmensas que desbordan
y ellas mismas se ahondan y se entregan
de escribir lo que quiero y que no tengo
de decir lo que puedo y que no puedo
de encontrar en el sueño lo perdido
de caerme hasta el fondo del olvido…

y el silencio me mira y se hace el ciego
y el delirio que calla y se atraganta
y las ganas que sangran y se ahogan
esperando que el tiempo se haga mierda
y en la página tachar lo que no ha sido…

los borrones que faltan, garabatos
y caídas sin fondo y sin materia
cosquilleos, mordidas, desgarrones
un montón de residuos sin sustancia
sin sabor, sin la lengua que hace falta…

y las mismas ganas inmensas de decir no puedo
de escribir este cero que me queda,
este hueco, esta nada, este agujero
y arrancarme los ojos y otra vez a tientas
esperar este golpe que no llega
esta cuenta de cobro dentro y fuera…

antecedentes poéticos

sangraba sin derramar una sola gota de sangre y arrastraba a plena luz del día su tragedia hasta los más prestigiosos escenarios esperando que los dolientes se apiadasen para siempre de un cadáver que se ha quedado varado a las puertas de la muerte…

como un bocado en vilo que no encuentra la boca y que al final del cuento sigue como si fuera en su ficción sin hacer aún parte de la trama…

noche tras noche la palabra sagrada, ajena por completo a su divinidad, se le pudre in fraganti debajo de la lengua y en las páginas los tachones y las evidencias echan a volar antes que los desechos alcancen la gloria y el elegido de turno se consagre y consagre su campo de concentración…

en el sueño la herida una a una va deletreando sus sílabas, como el amante que en el rostro apaciguado de su amada, una vez consumado el festín, cree que lo ha visto todo y que lo sabe …

mas tarde en la plaza pública su disfraz alcanza su medida y su peso específico… un brazo intacto que oculta una venda empapada en la sangre de un cadáver desconocido…

los ojos martirizados por la mala conciencia que se empoza en la ficción y una mano tierna que cae en la trampa y se nos entrega hasta ser devorada por un deseo hecho de letras y de papel…

una mentira que nos salva ya casi en el borde del precipicio…-una vez nos han dado en el culo, la patada de gracia-, pero que no impide que nos caigamos al abismo…

closet

una mirada demasiado dentro de la intimidad, un hocico maloliente… un río que se sale de su cause y me inunda… una represa que se rompe y me arrastra… un animal herido que me mira desde el fondo del silencio y me ciega, una sola uña en la antesala del delirio…

me tomó de las manos tan alta como era y yo tan niño, tan nada, poca cosa, grieta amarga… olía a frutos en descomposición, a carne todavía fresca, a sangre que se pudre y que se pega y que se eriza en la piel…

como un perro hambriento la seguí hasta el delirio de sus pupilas, me arrastré al matadero de su agonía, me hice llevar por los agujeros donde se muerde la respiración, me hice digestión en la saliva de sus sueños…

de un tirón y ya me quemaba entre sus brazos, de un tirón vi otra vez sangrar el día, de un tirón abrió la puerta y me metió en el closet… de un tirón la ropa ya no estaba… solo sus labios heridos en mis labios… su lengua maltratada en mis fantasmas… sus uñas en el closet que gritaba…

me desperté muy tarde y como pude abrí el clóset y me tiré en la cama, me había crecido el pelo y la mirada, las patas las pupilas me sangraban, las uñas y el silencio y todo y nada…

nunca supe quién era y desde entonces guardo mis cicatrices como un cuento que nunca escribiré, mientras escribo en el clóset con sangre una ventana….

(Continua siguiente página – link más abajo)

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