día de muertos
el ataúd sobre la mesa, en la mitad de la sala, a primera vista parecía un barco que después de muchos días a la deriva había encontrado su puerto, o su destino…
flores plásticas parecían brotar como por arte de magia de todos los rincones haciendo del cuarto una llamarada multicolor… un poco antes que las primeras luces del día hicieran su entrada en la morada, una mujer todavía medio desnuda con paso lento, y como si cumpliera los requisitos de un viejo ritual, o buscara ponerle fin a una vieja promesa, venía y las perfumaba con un atomizador de esos que compramos de casualidad en una tienda de segunda, quizás por viejo, o por diferente, o de puro aburrimiento.
el muerto, mas parecía alguien que circunstancias adversas hubieran obligado a esconderse temporalmente en el cajón. Las manos entrelazadas en el pecho parecían acabar de entrelazarse, o como si en cualquier momento fueran a separarse… un ojo abierto y el otro cerrado le daban un estilo único, como de vieja hechicera que desde antes de los hechos y sus consecuencias ya se ha salido con la suya… si no tuviéramos que seguir al pie de la letra ese respeto por los muertos que nos inculcan desde niños, bien podríamos decir que este, en especial, luchaba hasta maltratarse las tripas para no soltar una risotada…
más tarde y como si bajara repentino y solícito de una de las pinturas de mal gusto que adornaban las paredes del cuarto, un viejo, mas parecido a un juguete mecánico que a un ser viviente, lento y cansino se acercó con una radio–grabadora enorme al féretro, agarró una silla, donde la puso, y luego la prendió indiferente accionando una de las teclas de la casetera… sus dedos largos y como afilados en las puntas parecían hechos de un cristal frágil que amenaza con romperse ante la más insignificante fricción.
una explosión súbita de lamentos y de quejidos saltó del aparato e inundó el cuarto completamente desierto, una vez el viejo ya había desaparecido como si nunca hubiese sido o estado allí… alaridos desgarradores y entrecortados como de animales muriéndose en medio de una tormenta implacable… gritos angustiosos y desacompasados como de niños que acaban de ser asesinados en una película de horror y desmembrados y los pedazos esparcidos para siempre en la memoria que no puede escaparse de su pesadilla todavía en carne viva… voces heridas en lo más profundo de su intimidad que se agazapan en los paraísos del miedo y que luego sílaba a sílaba y grito a grito salen volando por la ventana hechos un amasijo de restos sin identidad y sin dolientes…
por un momento las flores como si hubiesen atendido el llamado del vocerío inmisericorde que salía de la grabadora, cada vez mas implacable y voraz, perdieron sus colores rechinantes y se empaparon de un color blanco… innúmeros pétalos se desgajaron como gotas enormes de espanto sorprendidas en su propia intimidad… en el piso se agitaban infames como si a pesar de su muerte súbita no lograsen morir… pedazos de entrañas que no saben que hacer con el último latido del corazón ,una vez este ha callado para siempre…
el muerto ya llevaba diez días en la caja y en los periódicos la noticia seguía ocupando en letras de molde las primeras páginas… había sido secuestrado por los dueños de la funeraria y los dolientes, llamados a los tribunales por negarse a pagar los gastos de la función, habían desaparecido de repente y lo habían abandonado a su propio destino… algunos curiosos atrapados por la compasión se acercaban de vez en cuando a la casa y tiraban monedas por la ventana; otros simplemente pasaban de largo y se santiguaban y escupían como si se tratara de espantar el diablo, o como si quisieran huir de su propia sombra…
al llegar el día 11 y cuando ya todos habían agotado sus fuerzas y sus recursos, unos implorando lo imposible y los otros exigiendo lo debido, una manada de perros hambrientos se metió por la ventana, —que después del cuarto día de los hechos siempre permanecía abierta—, se acercaron sigilosos al féretro como mensajeros de una divinidad despiadada y saltaron al unísono sobre él como si alguien les hubiera dado una orden al mismo tiempo… pero el muerto, harto de repetir la misma película ya se había marchado sin decir a dónde… solo el ojo medio abierto parecía flotar en la nada, mas enorme y brutal… se había quedado para asegurarse el desenlace y poder disfrutar de la última carcajada…
agenda de un asesinato
salió… calló… creció… soñó y voló
—hecho un amasijo de deshechos sin nombre
y sin palabras—
solo una membrana que el silencio
se lame y se relame y se perfora…
y ajeno por completo a la semilla equivocada
que una mano anónima puso en sus días
de cosa invertebrada…
igual que la noche, entre sus manos palpó su carne
y bailó como un loco al extinguirse el fuego…
y se quemó y se hizo ascuas
para la dicha de todos y de nadie…
y el día señalado se despertó otra vez en el closet
—donde tantas veces había soñado—
donde tantas veces se había escondido
y disfrutado y olvidado y malgastado…
donde tantas veces se había olvidado
en el hueco cada vez mas vacío de su intimidad…
solo que esta vez, ya alguien se había hecho con sus cosas
y lo sacó a patadas de la casa…
todavía sin nombre, sin palabras, in–orgánico…
agenda para después de la guerra
allí contra la baranda de los sueños, muy cerca del delirio, las piernas abiertas hasta el infinito, desespera como quien implora una limosna…
me huele como los perros huelen a grandes distancias los últimos despojos del delirio, y como los perros se prepara para caer de lleno en su salto mortal…
una vez lograda la posición acordada, los aullidos se le desangran en el silencio y lucha para saborear que no quiere lo que quiere, mientras la herida se le hincha y se le inclina a la medida de su propia lengua…
y entonces sí, salgo del escondite que nos habíamos asignado, y me arrastro, y me restriego, y llevo a cabo mi papel ideal que me niego, que me arranco de raíz, solo para que la sangre se empoce y se reviente en los depósitos del delirio…
y allí en el infinito de la herida todavía me hago el que no y ella la que no quiere queriendo según lo acordado, hasta que la verga se sale con la suya y me abandona y se abandona y abre su ojo de cíclope en su perrada para repetir una vez mas que no porque sí, como un día fue escrito…
un ladrido que no es mío se me escapa de la boca y el tuyo echa a correr como si buscara a su dueño, una vez la pupila se ahoga de tanta luz y el perro todavía haciendo su papel en los alrededores espera que la perra siga luchando para evitar a toda costa lo que mas quiere en su perrera…
y te veo por dentro y me ciego y un disparo certero en la angustia del cíclope abre huecos en las paredes del delirio que se me traga de momento la lengua y que ya nada hace para ponerle al menos una coma de MENOS a la guerra…
aguja sin hilo
como si nada… como si siempre hubiera pasado de esa forma y nunca hubiese dejado de pasar, el trozo de vidrio penetró en uno de sus pies, si mal no recuerdo el izquierdo, y se acomodó en la respiración de su víctima con su riachuelo de sangre… era las mas joven de todas… la mas amada… la mas deseada… la que mas se acercó, la que mas estuvo, la que siempre fue..
de inmediato las amantes se juntaron con su olfato en la herida y tras el silencio de la sangre que se prodigaba a borbotones, una a una fueron cerrando el círculo de su amor, su delirio, su necesidad… el secreto de sus noches en vela… sus dientes cada vez mas apretados… sus afilados gritos de amor…
en lo mas íntimo de la noche un solo ojo que reclama la herida, una sola pasión, un solo amor, un solo secreto todavía no revelado… y el pie que flota indeciso y febril en un charco de nada… otra sangre que anuncia el amanecer, otra víctima, otro amor que lo quiere todo, aunque tenga que tragarse el mas íntimo de sus secretos…
y de repente… una mano en el sueño, una mirada de mas en el delirio, una amante desconocida que lo quiere todo y lo calla… y en la mano una vela encendida, y en la llama una aguja hasta el ojo, y en el ojo la brasa que en el hueco se cae y se quema y se pierde y se calla…
una mirada perdida, una mirada que mata, una mirada que quema y en un instante, en un santiamén, la piel del tiempo voló echa pedazos y el fragmento de vidrio se asomó al silencio como una alborada… ahora sangrando en las pupilas de las amantes, ahora sangrando en sus dedos, ahora sangrando en el secreto de tanto amor…
todo ocurrió en menos de lo que tarda un avaro en esconder una moneda en el aire… solo recuerdo en medio de los espasmos, y las miradas que matan, y los dientes que sangran, a una de las amantes echándome agua con un spray en la frente, en el silencio, en los huecos del amor, y de vez en cuando el golpe seco de sus labios que se juntan demasiado cerca de la oscuridad, muy cerca de los míos… demasiado cerca…
después otra de las amantes, como si yo fuera un niño que observa lo que no tiene que observar y entonces hay que cegarlo de cualquier forma, para salvarlo… otra de las amantes me ponía y me quitaba una gorra en la cara «para que no doliera el dolor, ni olerlo pudiera, ni lo viera»…, me dijo… y finalmente me deletreó al oído, como si quisiera que no entendiera lo que quería que yo entendiera, que por fortuna «yo no tenía pierna, ni herida, ni pie, ni nada, para que no me doliera tanto amor»…
pero la pierna seguía ahí y en la planta del pie la aguja y en la aguja la llama y en la llama la brasa encendida y en la brasa ese ojo que inflama ya casi en los albores del último grito…
también recuerdo que me senté en el baño y me quedé dormido, y en la pata la herida se agranda… y en la sangre que corre, los sueños… y en los sueños un nudo que aprieta y que calla y que estalla y se pierde…
May 19, 2003
R. Kentucky
álbum de fotografías
cada noche, sonámbulo, o quizás empujado por una pena de amor aún desconocida, se levantaba y de puntillas, para no despertar a nadie, sigiloso iba hasta el río…
en la mitad de las aguas una piedra enorme al chocar con la fuerza de la corriente, le entregaba a manotadas su música a la noche… y en las noches de luna, la luz se agolpaba con tal devoción en su dureza que el agua simulaba el firmamento y la piedra la luna…
una vez en la orilla se desnudaba como si no se diera cuenta, entraba en el agua, con unas brazadas seguras y firmes llegaba hasta la piedra y ya de espaldas en ella la noche entera y la luna y el río y la piedra y su propia desnudez parecían flotar indefensos en su mirada… en cada una de las estrellas, en la nada…
no pasó mucho tiempo para que yo perdiera la cuenta de las noches que lo seguí, escondido entre los matorrales, de bruces por los recodos del camino, dispuesto a pillarle in fraganti en su delicia o en los pormenores de su pena… y hubo noches en que nadé hasta la piedra y estuve tan cerca de él que su respiración no era diferente de la mía…
y llegué a tocarlo, o solamente es el recuerdo de haber estado tan cerca de él, mi obsesión, y le dije al oído que yo también estaba allí, que la noche y la piedra y la luna y el río y su desnudez también eran mías… y cada una de las estrellas y la nada…
se lo dije o se lo imploré sin amanecer y sin saber de las noches en vela, agarrado a los despojos del delirio, a la esperanza del que ya no espera… se lo supliqué como un amante que se quema y arde de ansias sin abrir la boca… se lo reproché aun sabiendo que todo está perdido…
todo eso y lo que se pierde entre líneas, no pude hacer que sus ojos brillaran al menos por un instante en los míos… no logré que volviera su mirada para reconocerme y que los dos acostados en la piedra, dos ojos solamente volvieran a casa una vez mas, vacíos de tanta luz…
y ya de vuelta al cuarto todavía de puntillas y el mismo sigilo se metía entre los brazos de su amada y se agarraba a las delicias de su carne y allí se quedaba mudo y ciego y nada como deshaciendo uno a uno los latidos de su corazón, y yo los suyos…
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