Acronopismos y otras delicatesen Cronopio

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asesinato en primer grado y otros delitos….

la encontraron muerta en la mitad de la sala, los brazos extendidos en cruz y las piernas rígidas, quizás todavía en los rescoldos del éxtasis de un sueño sin éxtasis…

su desnudez era una cosa irrisoria, una sombra sin tiempo y sin memoria que se había quedado en los huesos colgando como un guiñapo en las cuerdas de un sueño finalmente hecho realidad…

todo indicaba que había exhalado su último suspiro en otro lugar y que había sido arrastrada hasta donde ahora sus despojos escribían su última página …

un cambio inesperado y confuso de papeles sin partes asignadas, sin libreto y sin personajes… una prueba mas, sin evidencia, alguna, en la trama ilusa de los hechos y de la identidad…

los gatos que uno a uno habían llegado a su casa en circunstancias poco claras y que la habían acompañado desde antes de que ella hiciera su aparición en este mundo, estaban ahí formando un círculo a su alrededor desde siempre del comienzo de los tiempos… los había amado como nadie antes había amado y ellos le habían entregado su corazón….

una cadena infinita de fantasmas tallados a golpe de cincel en el síntoma del horror… una sola esfinge clonada a latigazos en la carne tierna del silencio… un ejército sin tacha refundido y cerrado por dentro… un pedazo de muerte en mil pedazos que se queda varado en el asombro…

bien de cerca y al oído los gatos parecían entonar un rosario de arrepentimientos… cansados de la vieja que los había amamantado desde lo mas fértil de su esterilidad, habían decidido un día deshacerse de ella sin necesidad de cosechar una sola mirada sobre el asunto…

el día del sacrificio la vieja que los conocía uno a uno como la misma palma de sus manos, antes de que los hechos ocurrieran olfateó que sus pormenores ya habían sido escritos desde siempre…

el dolor se le pudrió en el corazón y en los pantanos del asombro se cayó de una conmoción súbita…

estaba intacta en su desnudez ineficiente… ni un solo rasguño en la simiente del horror… solo las paredes parecían dolerse de los signos del festín… y en el aire una agonía lenta como cuando el eco no encuentra la materia que lo devora y lo pierde…

ataque terrorista

escondido entre los matorrales y en las esquinas de la ciudad esquiva y febril, la había amado y deseado y poseído en lo más íntimo de mis sueños y de mis manos tan mías y tan de nadie, siempre listas y tan devotas a jugarse sus cartas mas íntimas…

y era tanto mi amor que ya no podía estar un solo instante sin ella… y ella gozaba como una demente del despilfarro y me dejaba hacer junto a mi propia demencia lo mío y lo suyo y lo otro y lo de nadie…

y las noches enteras de rodillas, ajeno a las noches y al sueño y al amanecer, llenaba las maletas y me ahogaba de olores y de lamentos como un dios insaciable que de momento se ha olvidado de inventar el mundo…

y el día en que la vio la misma y tan real en los brazos de otros hombres que le arrancaban la ropa en medio de risas y de cantos y se la tiraban los unos a los otros, —como una disputa de perros por unas vísceras malolientes y podridas—,

ese día, sin dudarlo un solo instante, se arrancó el corazón con las manos y una vez al final de la película lo arrojó a la ciudad que saltó en mil pedazos entre llamaradas y lamentos…

bio-genética

…religiosamente, como siempre lo hacía sin perder la cuenta cada amanecer, llegó con el pájaro en la boca y lo dejó ahí en la terraza como si no lo dejara, para su propio provecho y diversión… un narrador más consciente, quizás hubiera dicho que lo tiró ahí como un saco roto de puro aburrimiento… esta vez se trataba de un pichonzuelo apenas emplumado, y los ojos ciegos en el temor, que parecía ir de puntillas de un lado a otro degustando a plenitud la delicia de la carne ya en sazón… se las había arreglado como ya era últimamente su costumbre para traerlo a casa en su boca sin hacerle el más mínimo daño… lo vi indefenso por el rabillo del ojo, su apetito de niño enloquecido ahogado a medias en la garganta y el rostro casi místico de su verdugo en el lago efímero de sus pupilas sin saber ni cómo ni dónde, ni de patas para arriba, ni de cola… como si ya los hechos se hubiesen consumado y consumido en el revés de su reino, o de otro reino aún por haber siendo sido…

abrí la puerta corrediza que daba a la terraza y en un santiamén se lo quité al verdugo de las fauces… o del sueño… o de la fiesta… si mal no recuerdo y si es que recuerdo… estaba intacto y su corazón ya casi derramado una vez sintió el contacto de mi mano retornó paso a paso a su ritmo habitual… y luego se cagó a sus anchas en el cuenco que mis dedos formaron a su espanto como si se tratara de sacar bien afuera, y un poco mas allá de dentro, los últimos desechos del horror… creo que se quedó como dormido en mis ojos sin enterarse de los mismos, ni de los suyos, ni de los del verdugo que todavía se paseaban en su ficción… comió como quien más sopas de pan con leche y trocitos de banano y me picó los dedos como sin enterarse y en la jaula que pende del techo de la terraza se quedó dormido una vez mas con los ojos abiertos y como paralizados en un punto ya muerto sin tiempo y sin medida…

el gato ya hecho una esfinge en sus síntomas y la sinrazón de los hechos no podía, ni podrá, ni pudo digerir el peso especifico de mi mano benevolente… y tirado en un rincón de la terraza me clavaba sus ojos de reproche y sus garras como un niño al que su padre ha castigado sin ninguna razón… no podía entender que esta vez, nunca antes lo había hecho, le hubiese arrebatado lo suyo y lo hubiese dejado con la escena clave o definitiva de la película en ascuas o a medio desenterrar… fue entonces cuando conocí el odio y la indiferencia y el sarcasmo y el asombro… todo junto y lo que se me escapa con las palabras en la misma sopa…

pensé un momento en la escena anterior cuando el verdugo lo había sacado del nido, si esa pudiese ser la antecedente, o la precedente y la poscedente, y la otra escena que naufraga desde antes en las palabras, y me sentí culpable y un poco avergonzado…

esa tarde mi esposa y algunas de sus amigas que estaban de visita, dejaron que la ternura se desflorara por todas las ventanas y rincones de la casa y se apiadaron de la víctima y se lo repartían a montones y lo alimentaron con toda clase de sugerencias virtuales y lo acariciaron hasta el final de los tiempos y se hicieron promesas y soñaron un sueño de más, o por haber habido, como nunca lo habían hecho antes…

al día siguiente la pequeña bestia amaneció muerta… un narrador mas avisado hubiese puesto que se murió de tanto amor o de puro recuerdo… estaba tieso y frío en la jaula, hundido en un montón de mierda, los ojos todavía abiertos y el corazón aún tibio, casi ajeno a su intimidad… pareciera que aun se cagaba sin remedio… y el gato lo contemplaba indiferente acaballado con cierto celo y dificultad en una de las columnas de la terraza, sólo a unos cuantos centímetros… mi esposa y sus amigas lloraron como si nunca lo hubieran hecho antes y me recriminaron por mi falta de lágrimas… no podían entender que mis ojos vacíos se hubiesen quedado ahí fijos en los ojos del uno o del otro que ya no reclaman, como si ambos hubiesen perdido su sabor y su sustancia… lloraban y llamaban a otras amigas por teléfono para seguir llorando, para repartir sus lágrimas…

en silencio y sin darme cuenta dejé la terraza y después la casa y después esas dos acciones que se me anteceden y después las que vienen o faltan… y mi imaginación como en un juego perverso hizo tabula rasa al tiempo y a sus circunstancias y reculó, echó reversa y sin moverse un ápice de la terraza, aquella tarde, todavía virgen en mi memoria, me senté una y otra vez en el lugar de los hechos con un trago doble de tequila en la mano a disfrutar de los pormenores del festín…

el gato jugó con su sino a sus anchas hasta que lo invadió el aburrimiento, y con este la indiferencia, y de un zarpazo sin dueño aparente, le arrancó de súbito la vida al pachoncillo, le abrió con las garras el pecho como si ya lo hubiera hecho mil veces y se le tragó de un solo sorbo el corazón… yo cogí lo poco o nada que quedaba del muerto, abrí la puerta de la terraza y de un solo tiro, de un solo manotazo, los restos se perdieron en el patio… también yo…

bolsa de asesinatos

sólo la cabeza flotaba todavía ilesa en las aguas tranquilas del río… todo lo demás se había perdido, quién sabe dónde; o quizás un alma caritativa lo había refundido junto a su cuchillo en las páginas de la iniquidad…

en los libros de registro oficial no aparecía su nombre y ni siquiera el de los suyos… alguien había arrancado su página y en la baraja de identidades posibles, solo una X señalaba el lugar de los que ya habían sido convocados a cancelar sus cuentas, sin que por lo mismo se hubiesen enterado de las páginas en blanco… él, entre ellos, ya de antemano su cabeza debajo del brazo como quien espera el tren con su maleta de mano en las esquinas del horror…

había cajas por doquier llenas de fragmentos sin dueño y sin memoria… ni una sola palabra que orientara al necesitado de todas las horas… cajas de manos para todos los gustos… piernas todavía dispuestas a dar sus últimos pasos y como en vilo… ojos amontonados que parecían guardar en su ceguera el secreto de un amor todavía a las puertas del sueño… envoltorios de órganos sexuales como para morirse de risa o de espanto… trozos de nalgas aun tiernas y dispuestas a la caricia y un quejido como de voces sin tiempo en los depósitos vacíos de la memoria…

la cabeza… los ojos en lo alto, abiertos como una promesa sin tiempo, parecía disfrutar a sus anchas de la caricia efímera de las aguas… quizás su destino de siempre había sido flotar ajena a su propia identidad, quién sabe dónde… y el agua que junto a la cabeza finalmente se agarra a su propio destino y se entrega y se encuentra y se atraganta y se redime…

la cabeza… unas veces en una piedra disfrutando de un descanso merecido, los ojos bien ciegos de luz y de estrellas… otras, el lamento inenarrable que se desploma ileso bajo una caída de agua… y las mas, una cicatriz en las pupilas del infinito sin la herida que se inunda de huellas y sin el cause de las aguas que alivie su sino y su nada…

un animal impertinente se acerca y se mira en los ojos y se asusta y se persigue y se desdice entre dientes… lo aterra su mirada… y la cabeza sigue su curso natural… y el remolino que ahora le señala el camino parece dibujarle a su nada su corona de voces entrecortadas y de pájaros sin canto y sin tiempo… gira y se ensimisma y se embriaga y se pierde por un instante hasta tocar con sus miembros inexistentes los limites de la delicia… el fondo sin páginas del tiempo… la delicia del remolino que no toca fondo…

y otra vez, ya pisoteados los residuos del alma, la cabeza vuelve intacta a la superficie una y otra vez como una virgen en celo, y se hace a un lado como si nada… y sigue sus pasos sin memoria hasta no ser mas que un punto muerto en el ocaso de la mirada…

en las cajas el inventario crece y decrece sin que medien las circunstancias y los hechos… y la misma cabeza flota sobre las aguas y los cuchillos se amontonan en la alborada… un par mas de piernas aptas para el amor, perfectas para el delirio, parecen aún dispuestas a cargar con lo que pueden y a salir de lleno a las calles de su paradoja… en una mesa a la vista de todos unas tetas abundantes a la espera de las manos que las hagan suyas… y los brazos que se abren paso a paso y se agarran imposibles a los espasmos de su último amor… y mas cabezas que han rodado hasta la pendiente del sueño ya terminado su horror y que se refunden en la complicidad de las cajas y sus órganos… alguien parece haber borrado con un cuchillo las recomendaciones a seguir en su largo viaje.. nada queda de «este lado arriba» y nada de ese «material delicado» …

el fantasma de nadie y de todos los que esperan su sentencia se levanta con las cosas de nadie y de todos y se echa a andar… y como alma que el diablo ha borrado de su agenda, recoge la cabeza que aun se extasía en el corazón del remolino y se la pone a las estrellas…

una última vez hasta el fondo del remolino el fantasma se digiere y recoge como si nada su muñeco de barro y lo pone a secar sobre una piedra y le reza y lo lame y lo relame y le mete los dedos en la herida y lo besa y lo respira y lo echa a andar… quién sabe dónde… como un amor que no se extingue, que no acaba, que no quiere, que no sabe, que no puede…

campo de concentración

no contento con echar la tranca que en silencio me ha curado mil heridas sin pedir ninguna compensación… he ido como todo el mundo, carné en mano, a una armería y me he comprado una bonita pistola y un revólver Smith Wesson…

el revólver mas que nada me hizo sentir cosas que hace mucho tiempo no sentía… al salir de la armería iba contando uno a uno los indios que caen muertos como sacos de papa en el teatro incapaces de eludir los tiros que el héroe de la película disparaba con el mismo revolver que yo ahora acariciaba en mis manos…

el enorme perro labrador que tantas cosas me enseñó con su fidelidad, muchas veces extrema, y sus noches en vela, tampoco me fue suficiente… y eso que últimamente se ha vuelto tan sensible a mis desdichas y recuerdos que hasta cuando una mosca se le para en el hocico ladra endemoniado para ponerme en aviso…

y si quieren que sea mas sincero y les complete el cuento, les aclaro que tampoco las manos deliciosas de mi mujer —siempre listas como un buen ladrón a la mas mínima de mis exigencias y caprichos— fueron o han sido suficientes para salvar toda la casa, y lo que he ido metiendo poco a poco en ella, de un naufragio definitivo… mi mujer que a diferencia del perro me duerme con sus labios en el silencio y borra entre sus piernas los desechos del tiempo…

por supuesto que la pistola y el revólver —como pasa en muchos casos— de nada me han servido y la tranca y el perro aún no han perdido su trabajo… incluso, últimamente, han tenido que esforzarse un poco más; y de mi mujer ni les cuento… una vez llegado a casa con mis nuevos juguetes el horror de las noches ha aumentado y las heridas del tiempo sangran a borbotones… así que las balas las he escondido donde ya no recuerdo, ni quiero, y los juguetes, descargados, duermen el sueño de los justos en un baúl que mantengo bajo llave…

sin embargo mañana pienso volver a la armería, carné en mano, a compararme un buen rifle… o una de esas armas postmodernas que cuando uno dispara, o se le dispara, incluso donde uno no pone el ojo, pone los muertos…

carnicería

una noche se levantó contra su costumbre y en el espejo, donde tantas veces había adorado su cuerpo desnudo, hecho para la justicia de la lengua y el despilfarro de las manos sin justicia y sin ley, vio y no quiso ver que sus carnes desbordaban el espejo y que sólo un pedazo enrojecido y cruel se le dibujaba en las pupilas…

sintió que se iba a caer, que el mundo se le despedazaba en su extravío, pero sus pasos la empujaron hacia atrás indecisos y ciegos hasta donde la distancia y la perspectiva le fueron suficientes para que la masa indiferente y amorfa apareciera entera en la superficie del horror… cerró los ojos y se los frotó con fuerza hasta que las lágrimas se le mancharon en los dedos y lentamente como si se tratara de contarle a otro oído —que no era el suyo— un secreto precioso, se repitió en silencio y como si estuviera conjurando un hechizo, que todavía estaba dormida en la cama y que pronto sería el despertar…

se despertó o hizo la que se despertaba, fiel a la trama de su necesidad, las manos alborotadas como si estuvieran borrando los últimos vestigios de un sueño abominable, y en el espejo, los ojos todavía inundados por el horror, la miraron como si quisieran evitar que los suyos los miraran… se tocó inesperada y febril y sus manos atemorizadas huyeron y se perdieron de momento avergonzadas al contacto de la materia extraña y ajena que parecía atragantársele en su memoria… se había acostado como siempre enamorada de su carne deliciosa que en sus sueños parecía otra carne que la buscaba y la amaba, y de la noche a la mañana, así no mas porque sí, el fruto amado y degustado hasta el amanecer se le pudría en las pupilas y se le hinchaba de excesos y sinsabores en el espejo…

todo se le había crecido como al que mas… pensó que una enfermedad repentina celosa de sus noches de placer había florecido en su cuerpo como un castigo divino… agarró indiferente el crucifijo que desde niña llevaba al cuello, se lo arrancó, y lo dejó caer ensimismada … después sus manos se hundieron en sus tetas, se las agarró todavía acosada por la duda y como si no fueran suyas, o lo simulara, se las recogió lo mas que pudo contra la garganta ya amenazada por los últimos signos del tiempo y de súbito las soltó como se sueltan en la imaginación los síntomas del horror, y por poco se cae de bruces empujada por el peso de tanta abundancia y generosidad… se tocó la cara regordeta e infame con el dorso de la mano, como se toca una herida infectada, y aterrorizadas las manos buscaron refugio en las nalgas que parecían haberse acaballado en sus espaldas como una cosa de otro mundo, una joroba mítica… movió los pies y quiso verlos y halagárselos como siempre lo hacía después de bañarse, pero la panza que se le repetía indecente como rodillos hechos de una materia acuosa y blanduzca se le atravesó en el camino… quiso acariciarse el culo con la punta del dedo índice como lo hacía todas la mañanas, mientras el agua de la ducha se deleitaba entre sus muslos, pero no pudo encontrar la ruta acostumbrada… todo se había vuelto lejos en su propia intimidad y a pesar de que todo era ahora mucho mas, para ella nada estaba al alcance de sus manos que tantas momentos gratos le habían revelado y entregado… abrió las piernas ya perdida toda esperanza, y sus manos se quedaron a medio camino de agarrar y empalagarse del calor de la fruta prohibida que parecía quemársele en un lugar ahora desconocido para ella…

se acordó que cuando niña salía en las tardes a robar frutos de los árboles en los campos vecinos… en la punta de los dedos de los pies se agigantaba hasta que algo se le rompía en el deseo y el fruto visitado y deseado, como si se compadeciera ante tal devoción se acercaba y se entregaba a sus manos que lo entregaban a los labios y a la lengua que se untaban de felicidad gastando y malgastando los síntomas deliciosos del desenfreno… también volvió a ver por un momento sus manos untadas de placer metérsele debajo de la ropa como si estuvieran buscándola, o simulando haberla perdido y gozarse y gozarlas como alguien que se queda dormido en los brazos de su amor y se niega a despertar…

intentó nuevamente encontrar con sus dedos la delicia de su culo que tantos secretos le había compartido y entregado, pero los dedos regordecidos e inútiles solo alcanzaron a tocar los bordes resecos y abrumados por los depósitos de grasa y venas endurecidas y ampollas a punto de reventar y pellejos ya muertos y lamentos atragantados en el sueño y quejidos como de órganos que se pudren y se rasgan en silencio…

pensó que estaba muerta y quiso repetirse al oído que todo era un malentendido… que ella no era la misma que estaba en el espejo devorando una falsa intimidad… que no estaba en ese cuarto, ahora demasiado pequeño para ser suyo, que tenía que ser una equivocación, un chiste de mal gusto, una perrada de los sentidos, el síntoma pasajero de una noche sin destino… un traje que se nos queda grande y que regresarlo a la tienda es suficiente… el peso exagerado y ajeno de su cuerpo, sin embargo la puso una vez mas de patas en la realidad cruda de los hechos… cerró los ojos como si quisiera borrar en sus pupilas el comienzo de la pesadilla, o como si estuviera buscando no ser mas que un par de ojos flotando en su nada…

pasaron los días y en el espejo ya no tuvo mas remedio que cargar con su carga como se lleva a un hijo no deseado, o malogrado o malcriado… y un buen día haciendo de tripas corazón se hizo un vestido con las cortinas y unos juegos de sábanas blancas que siempre guardaba para los momentos de derroche y amor… y caminando como un fantasma asustado de sí mismo fue al banco, repitiéndose en silencio que ella era el único sobreviviente de un planeta destruido, y sacó todo el dinero que le quedaba … después se dejó llevar como una ola gigantesca que ha perdido el control hasta una tienda y compró un juego de cuchillos y en la misma casa donde la felicidad y el placer le habían hablado cara a cara sin negarle ni uno solo de sus caprichos, montó una carnicería… y la carne se vendía como la de mejor calidad y los clientes que se amontonaban mas y mas lelos ante tanta dicha, le pedían un pedazo de aquí y otro de allá y el cuchillo en sus manos precisas y certeras se adentraba en la pulpa, y el tajo se abrumaba de placer en sus nalgas y se retrasaba febril en sus pechos y se deleitaba caprichoso en la sabrosura abundante e inagotable de la entrepierna…

y la gente empezó a venir de otros lugares a comprar su carne, y los pueblos se volvieron prósperos y finalmente conocieron la felicidad… y ella colgada en el gancho de la carnicería cada amanecer como si nunca amaneciera con los cuchillos siempre bien afilados dispuesta a entregar a cualquier precio otro pedazo de sus senos eternos, una buena lonja de sus nalgas cada vez más apetitosas y maduras, y a los mas necesitados un pedazo de amor…

(Continua página 5 – link más abajo)

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