casa de donantes
dónde y cómo y cuándo los órganos y las vísceras y los miembros y los cuerpos destazados y demás llegaban a las mercaderías y tiendas ambulantes no es cosa de la literatura… la incertidumbre y la palabrería es el origen de las causas que aparentemente generan los hechos y, en este caso, los efectos son tan apabullantes que lo mejor es dejarle a la justicia el inventario que se deteriora en los depósitos del horror…
lo cierto es que en los últimos años la venta de todo tipo de órganos y de manos y de piernas y de dedos y de ojos y de lenguas y hasta vergas y pare de contar, se ha convertido en el negocio mas próspero y lucrativo, aún en el más miserable caserío perdido en lo mas intrincado de la selva… o de los barrios periféricos que le nacen a las grandes ciudades como un hematoma sin ton ni son… muchos habían vendido sus negocios tradicionales para dar paso a tales logros del saber y la prosperidad, o simplemente los habían alquilado para tales menesteres… convencidos de acabar de una vez por todas con el flagelo de la incertidumbre y hacerse con las vísceras del futuro…
los mercados y las tiendas de ropa y los sitios de diversión habían desaparecido de un día para otro sin que la gente se interesara, o quisiera interesarse de tales cosas tan insignificantes y ya tan poco solicitadas… nadie y ni siquiera ellos mismos recordaban el lugar donde adquirían tales artículos, últimamente convertidos en cosas de dudosa necesidad y ya ni siquiera su nombre les quitaba el sueño… y menos aun podían recordar o imaginar dónde habían celebrado su cumpleaños, o se habían entregado en matrimonio, o dónde habían concertado su última cita de amor…
desde el amanecer la gente inundaba las calles con sus canastos y todo tipo de pequeños vehículos hechos en casa, y carretillas y cajas y cuantas cosas mas… y en menos de lo que canta un gallo se iniciaba la función… canastos y cajas y maletas y bolsas plásticas y hasta los bolsillos y el sombrero llenos de vísceras frescas y manos tibias y delicadas, y una lengua húmeda junto a un par de ojos inundados de lágrimas, y una verga vigorosa envuelta en un limpión sucio, y labios embriagados en el último beso, y pedazos de vagina todavía habitados por la agonía del espasmo, y tetas hinchadas en la delicia de la memoria, y una que otra muestra de orina en pequeñas bolsas, y mierda, y de vez en cuando un lunar en una caja de dulces y hasta los güevos de un mono asesinado a mansalva en los zoológicos del sueño y de la digestión…
el vocerío estridente que pregonaba todo tipo de cambios e intercambios, y las rebajas y los remates y las nuevas mercancías y la calidad de las mismas, inundaba las calles y el tiempo, y los teatreros y todo tipo de comediantes y prestidigitadores y culebreros baratos habían dejado las tablas y abandonado sus familias para dedicarse a promocionar los productos de los negocios más prósperos y los suyos propios… y la ciudad se iba llenando de vendedores ambulantes y peregrinos y usureros de todas las horas y un vaho de felicidad formaba una capa impenetrable en la memoria fétida del tiempo…
la gente compraba todo cuanto podía… y robaba y mentía y se hacían los de la vista gorda… se endeudaba, hacía promesas de todo tipo, juramentos devotos, maldecía, recurría a trucos inesperados para hacerse con una mano de mas, o un trozo de nalga, o un esfínter hábilmente conservado en un frasco de leche… había demanda de todo y para todos… y muchos compraban repuestos para dos años, otros para tres y cuatro y otros muchos había que no podían dejar de invertir sus últimos ahorros y compraban de todo para el resto de sus vidas… tal apetito brutal creaba conflictos entre vendedores y compradores, o entre los mismos y los otros que se disputaban como fuera este o aquel ojo azul muy escaso en el mercado, o el último pene que ya bien entrado el atardecer adquiría un precio desorbitado… las discusiones se convertían en agresiones a mano armada y, estas, en verdaderas carnicerías que la gente disfrutaba como quien más, ya que después de tales zafarranchos de carne y sangre nuevas mercaderías inundaban el mercado y los precios bajaban o se estabilizaban… muchos no dormían por el temor de que la oferta se hiciera cada vez mayor y que por lo mismo tuvieran que guardar sus excedentes en las bodegas propias o ajenas, casi siempre repletas y caras… temor que desaparecía sin dejar rastro ya que al caer la tarde los compradores menos necesitados hacían su entrada entre pedos y relinchos y compraban todo lo que quedaba a precio de gallina flaca y apestada…
en las casas, aun en los lugares y rincones menos accesibles y en las escuelas y casas de putas, o donde fuera, abundaban los frascos de todo tipo y materia y tamaño… llenos de vísceras y de órganos y de pedazos de dudosa identidad… y colgados de las vigas del techo o en ganchos que parecían multiplicarse en las paredes, brazos y piernas y cabezas, unas intactas otra a medias y otras a reventar y una buena colección de tetas en las ollas de la cocina y un set completo para el tronco, o para el bajo vientre en alguna vitrinilla o sobre la mesa del comedor o en las camas…
lo más extraño e indecible de todo este asunto es que la gente perdía, día a día, sin mostrar el mínimo interés por tal fenómeno y sin poner cartas en el asunto, alguna parte interna o externa de su propio cuerpo… y les alegraba de alguna forma ya que esto les aseguraba un excedente y un flujo continuo de nuevos productos en el mercado… así que tanto vendedores como compradores intercambiaban a diario sus papeles y la oferta hacía de las suyas en la demanda y esta en aquella… y el mercado se inundaba otra vez de tuertos y ciegos y mudos y maridos desobligados… hermosas mujeres a las que le faltaba medio culo y la labia interiora de la vagina y una teta y el ombligo… y que pasaban muchos días en la batahola buscando, como gallinas hambrientas en el basurero, el repuesto de su sueño… y niños desmembrados que jugaban a la pelota en las esquinas con cualquier pedazo abandonado, mientras esperaban que sus padres o amigos terminaran sus compras… y prostitutas pagando a precio de oro su siempre tan ansiada virginidad… y hombres en muletas y vendajes sin vendado y hasta de vez en cuando algún animal que se ha aprovechado de la confusión para hacer su agosto… y se birla un hígado y se hace ilusiones con un seno generoso y aún relamido…
se dieron casos especiales y de tan digna consideración que fueron consignados en los libros de registro de la ciudad… niñas todavía púberes que después de buscar todo el día su seno izquierdo o derecho lo encontraban donde menos esperaban y para su felicidad el mismo que habían perdido o vendido o intercambiado la noche anterior… y hubo mujeres que dieron fiel testimonio de su buena suerte y se pasaron por las oficinas para declarar que después de una búsqueda incansable dieron con su vagina, la misma que su amante había besado, acariciado y besuqueado la noche anterior o mañana… y hasta hubo alguno que encontró su lengua cuando ya todo lo daba por perdido y luego del milagro se puso a hablar las últimas palabras que había hablado el día de su desaparición… y dicen, los que se las ingenian para llevar un inventario de todo, que hasta el mismo dios se hizo presente un día en el zafarrancho a comprarse los güevos que había perdido el día octavo de la creación… y que encontró unos que ni qué decir y que más feliz que bobo en fiesta se largó definitivamente del paraíso…
la cosa llegó a tal extremo que la noticia de tales logros y de tanto progreso se regó como pólvora por todos los rincones del mundo… y la gente se levantaba con un ojo que no era el suyo ni de nadie ni de todos… y se entregaba a las caricias de un amor con unas manos ya hartas de otro amor, o un amor extraño ya a punto de extinguirse… otros hacían sus necesidades mas íntimas con órganos ajenos y los otros también y los mas besaban los labios del amante que no eran los suyos ni los de ellos… y una verga que se extraviaba otra vez en el placer de una vagina que nada sabía del asunto, tampoco la verga… y una lengua inundada de diatribas de otra lengua que nada había oído de la lengua que decía…
y así y todo, hasta que una noche se entraron los ladrones a todas las casas habidas y por haber habidas, y huecos y alacenas y bodegas y despensas… y se robaron todas las existencias que quedaban, y los repuestos y las partes mejor guardadas y valoradas y el pueblo se levantó y se congregó en la plaza con sus canastos vacíos y sus cajas huérfanas y sus sueños en el sueño de nadie… una mano aquí, un pie allá, una lengua tirada en el cubo de la basura, unos labios abandonados en un sanguiche… pedazos, solo pedazos y lamentos y quejidos a pedazos hasta que no quedo nadie en la plaza para contar el cuento… sólo los productos frescos en el mercado que apestaba a mil demonios y ni un solo vendedor y ni un solo comprador y ni siquiera Dios que se apiade de su propia alma… o de sus guevos…
delitos mayores
en grandes bañeras que llevaban en la cabeza, apenas la mañana daba sus primeros pasos, las mujeres iban al río a lavar el odio…
los hombres por su parte se quedaban en casa para evitar caer en disputas innecesarias, y lo tiraban en las lavadoras eléctricas que no paraban hasta que las mujeres regresaban con el bebé casi sangrando en los brazos…
los perros se lo arrebataban los unos a los otros y en silencio buscaban un lugar seguro, donde se echaban indiferentes a lamerlo hasta que quedaba en carne viva…
los niños y las niñas se lo jugaban a la pelota, o a las escondidas y cuando lograban una patada de gracia, o lo encontraban en el lugar asignado lo cogían y lo llevaban a la cima de una montaña y lo echaban a rodar…
yo por mi parte y sin que nadie se diera cuenta para no despertar sospechas me acostaba con él y lo dejaba hacer a sus anchas hasta que se quedaba dormido … y yo con él…
historia patria y de amor
noche de bar y de copas y de farra… se levantó, todavía en sus cabales, se le acercó y le dio un beso en la frente… y allí mismo donde sus labios habían gozado por primera vez el instante de la carne, le puso el cañón del revolver y le vació toda la carga… volvió a besarlo en la herida ante la indiferencia de los presentes… la sangre le manchó los labios y el silencio y la noche… dejó el arma en una mesa y dando tumbos se marchó del bar sin que nadie se hubiese enterado de su presencia…
la fiesta estaba para chuparse los dedos y todo lo demás… la casa abrió sus puertas y dejó que la música y el zapateo se materializaran en el sueño… manos apaciguadas en otras manos y bocas masticando el delirio de la intimidad… el desconocido entró como si fuera su propia casa, le tendió una mano a la chica que estaba sola en la mesa, la otra agarrada a la cacha del revolver insistía en su soliloquio… una bala le traspasó uno de los senos, la otra se la entregó en la boca como quien entrega un bocado a una criatura hambrienta…
lo miró una sola vez y él le devolvió la mirada con una sonrisa en los labios… lo volvió a mirar pero esta vez la suya había encontrado otra medida y otra mirada a su sonrisa… saltó como una bestia herida de muerte y lo coció a puñaladas… a ella la agarró del pelo y la arrastró hasta el tribunal de la agonía… la desnudó indiferente, la obligó de rodillas y después le dio un tiro de gracia en la nuca… ella cayó sobre su cuerpo agonizante y en la caída su mirada se encontró con la suya… y en sus labios la sonrisa de antes…
iba vestido de harapos aunque sus modales eran delicados y su mirada limpia y trasparente como un riachuelo perdido en una tierra sin nombre… lo tomó de la mano y lo llevó a un restaurante donde comieron juntos y recordaron con beneplácito su infancia… hizo que lo acompañara a su casa… lo desnudó, lo bañó, lo perfumó y lo vistió con uno de sus mejores trajes… en el patio trasero lo amarró, como si jugara, a un poste… luego sacó el revolver y hasta altas horas de la noche estuvo practicando tiro…
ya casi al despuntar el amanecer estaba parado en una esquina como quien se ha quedado dormido sin haberse aun dormido… un observador avezado hubiese dicho que estaba a punto de caerse, o que se había acabado de caer y de levantarse una vez mas… el otro implicado en el asunto pasó por su lado tatareando una canción… la misma de siempre… llevaba una corbata de colores que le había regalado la vecina de enfrente… de vez en cuando se detenía y daba pequeños saltos como si se tratara de agarrar algo que ya se ha perdido definitivamente… contra todo lo esperado el primer implicado le salió al paso y lo detuvo solo para preguntarle la hora… el se recogió la manga de la camisa para atender a su llamado… había olvidado su reló en la casa de la vecina… antes de matarlo le cortó la mano y con un pintalabios que llevaba en el bolsillo le dibujó un reló en la frente…
no era mucho el dinero que había sacado del banco… lo suficiente para llevar a su hija, ese día tan especial, a comerse una pizza, y después los dos tomados de la mano verían una película de dibujos animados… iba feliz dispuesto a comprar en una tienda nueva el mejor de los regalos y por supuesto un ramo de rosas… recordaba a cada paso el cuerpo tibio que la noche anterior le había dibujado con sus dedos en su carne febril la cifra de sus noches en vela y su quimera… llevaba las manos guardadas en los bolsillos como un maniquí de feria… una ya en la mano de su hija en el teatro, y la otra amarrada para siempre a la de su amante… el hombre que lo había seguido desde que dejo su casa en la mañana se le acercó y le dijo algo al oído… sacó las manos de los bolsillos con el dinero de sus sueños dispuesto a entregárselo a su verdugo… el asesino confundió sus manos con las suyas y antes de que él le entregara el pequeño sobre lo mató de un solo tiro en la garganta y en medio de la multitud se inclinó a recoger los billetes manchados de sangre… más tarde ante los tribunales manifestó indiferente que lo había matado antes que él lo matara… que había sido en legítima defensa…
uno a uno los mendigos fueron desapareciendo hasta que las finanzas y el prestigio de la ciudad se disparó como se dispara cada día el hambre de los que sobreviven a Wall Street… después desaparecieron los niños y las mujeres y los perros y los gatos y en el país donde los sueños nacen y después se hacen ya nadie volvió a morir… en el potrero la mujer que durante nueve meses había acariciado la felicidad todavía estaba viva, el vientre abierto de par en par… el fruto del placer había desparecido… su sueño se le había echo una corona de espinas en la boca… en el vientre abierto empezaban a crecer todo tipo de hiervas y nidos de pájaros y naufragios…
desalmado era su amor, como cualquier amor que recogemos a la vuelta de la esquina o en el sueño… desalmado y desmesurado y plagado de días que se quedan sin saberlo… la amó y ella lo amó hasta que sus brazos y los de ella fueron armando eslabón tras eslabón su presagio de cadenas… durante toda la noche y las noches su condena se revolcaba como un espanto… en otros tiempos se habían dedicado a coser, sin errar una sola puntada, los harapos de la memoria… y en pequeños frascos guardaban como un perfume delicado los síntomas de la sangre… la cadena que los ataba con tanta devoción había hecho mella en sus sueños y las sílabas del placer hacían antesala en los depósitos vacíos… se les había hecho insostenible seguir con la cruz a cuestas… él se levantó ya casi al amanecer y con una cucharilla delicadamente le sacó los ojos… luego los suyos… los dos se dejaron hacer en silencio… y ya ciegos para siempre y desde siempre y todavía encadenados a la entrada del templo imploran una limosna… en uno de los bolsillos en un frasco pequeño conservan sus ojos intactos en alcohol… él los de ella, y ella los suyos…
una bala perdida
las balas como locas enamoradas del mismo sueño van por ahí, como si nada, todavía contando historias sin tiempo y sin memoria… historias de amores que nunca fueron… de viajeros que nunca partieron… historias de muertos que se murieron, sin aun tener noticias de su propia muerte…
un agujero en la pared donde una alimaña repasa uno a uno sus últimos días… en las grietas del aire una gota de sangre que se cae solo para que las grietas vuelvan a sangrar… un pájaro que de repente se desploma con una herida que no es la suya, un delirio que tampoco es suyo, un hueco enorme en el pecho que le es indiferente…
una niña que se viene a pique con los brazos abiertos como si buscara agarrar en el último instante su último pedazo de respiración… una estrella que se precipita con un hueco del tamaño del odio en la terraza donde los amantes todavía se meten las manos y se respiran, y se atrincheran en el hueco del placer… el hueco de la nada…
balazos, ruidos indiferentes, pistoletazos, arañazos extraños, estallidos, sangre que no es tuya ni mía, agujeros que pasan de largo, huecos sin principio ni fin, grietas donde la luz se pudre y se gangrena… un golpe sin que nadie lo sepa, a oscuras, una noche a plena luz del día, una mirada que se quedó en veremos, un beso que se quebró en pedazos, una palabra que nadie nos dijo, el olor desagradable de los zapatos, un suspiro sin noche y sin espejos…
balazos, solo balazos, conocimiento de primera mano, balazos de amor, de cartas que nunca llegaron, balazos de frutos maduros, balazos que todavía se retuercen en la casa donde jugaba de niño, en el gallinero haciendo de las suyas, el gallo desplumado, intestinos calientes, una manzana agujereada, un gusano hecho papilla en la mesa, balazos en los huevos del desayuno, en cada una de las páginas del libro que quizás leíamos antes de irnos a la cama, los mismos huecos donde el tiempo se pudre, el balazo de la mujer que amo entre las piernas, el mismo miedo que se come las uñas y me sigue paso a paso, el sabor a pólvora del coito, la balacera del orgasmo, debajo de la cama el mismo olor a mierda y a urea que nos hace eternos…
una balacera en los pantalones, en la camisa donde el viento se reconoce y se apacigua, en los calzoncillos que mi primer amor todavía esconde sin saber el día, mi juguete preferido que todavía arrastro y escondo hecho un cedazo… el balazo que son mis ojos, mis orejas, mi boca todavía enamorada sin saber ni cómo, mi nariz que escasamente sobrevive, y el culo que cada vez que lo olvido me murmura al oído que todavía sigo vivo…
a la vuelta de la esquina una tarde cualquiera, hoy, en este mismo instante, en la mañana, cuando amanece y cuando no amanece y anochece sin haber anochecido, ahora, aquí, ahí, allí, allá, entre las piernas, en el balazo que se te pudre de felicidad, un balazo que pasa y que se queda y se enamora, y que me deja este pedazo de amor siempre sangrando en los brazos de nadie….
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* Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj-Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.