AGING IS A BITCH
Por Catalina Rincón-Bisbey*
Ana de nadie, con Paola Turbay, es un remake de Señora Isabel, protagonizada en su época por Judy Henríquez. Las dos telenovelas cuentan el drama de dos mujeres en sus cincuentas, casadas y con hijos adultos, quienes, al ser engañadas por sus maridos con mujeres mucho más jóvenes que ellas, se vuelven a enamorar. En ambos casos, de hombres también menores. Si bien en la literatura el tema de mujer mayor que sale con un hombre menor es un poco más recurrente que en la televisión, lo que proponen estas dos telenovelas revela varias cosas a nivel sociocultural.
Históricamente, las telenovelas han funcionado no solo como un espacio de entretenimiento para las culturas latinoamericanas, sino también de formación educativa en valores socioculturales. Hay muchísimos ejemplos de entretenimiento educativo o edutainment que van desde series de televisión para niños con claros propósitos pedagógicos, como Plaza Sésamo, hasta video juegos o series de televisión en los que ese propósito no es tan obvio, como Narcos. Con las predominantes políticas de diversidad, equidad e inclusión y la omnipresencia de los servicios de streaming, además la fragmentación que esas plataformas impulsan en cuanto a temas, perspectivas y nichos de audiencias, el edutainment está por todos lados. Basta con ojear la aplicación de Netflix para darse cuenta de que, si la serie de moda no está tratando de enseñarnos una lección sobre relaciones de género, sexualidad o raza, entonces no estamos ojeando Netflix sino HBO Max.
Por su formato melodramático y superficial, no se pensaría que las telenovelas tengan esa característica educativa. Sin embargo, un breve recuento de las telenovelas más populares de la televisión colombiana podría darnos material suficiente para desarrollar una clase de estudios sociales con enfoques de género, clase social y regionalismos. Sin embargo, debido a los canales y horarios en los que se transmiten y las audiencias a las que apuntan, las telenovelas educan de forma bastante conservadora y sobre temas que ya han aterrizado de una u otra manera en la cultura. Es decir, las novelas no son muy transgresoras, ni aun las que lo fueron en su momento como Betty la fea o Café con aroma de mujer. Al final del día lo que transmiten las telenovelas son valores y narrativas nacionales y analizarlas desde una perspectiva histórica nos permitiría ver cambios en las tendencias de dichos valores y narrativas.
Podríamos decir que telenovelas como Ana de nadie o Señora Isabel tienen varios focos educativos. Por ejemplo, cuando el ageism o discriminación por la edad contra las mujeres es tan preponderante en nuestra cultura, generar consciencia sobre sus deseos y frustraciones es importante. Sobre todo, hablar de la sexualidad de cuando llegamos a la edad de la menopausia, es relevante para entender que las mujeres seguimos siendo mujeres pese a los años y a los hijos. También es importante educar sobre la falacia del mandato social que impone que el hombre debe ser el mayor en la relación. Esta noción, fundada en otra falacia y es que las mujeres necesitan a un hombre mayor porque son más maduras y ellos tienen más dinero, tiene dos problemas fundamentales: primero, ignora que el deseo sexual más básico deviene de la necesidad de reproducirse, de aparearse, y cuando ese deseo se activa, se activa a pesar de la edad de los posibles implicados. Segundo, cuando la cultura oprime esos deseos encasillándolos en una edad «adecuada», lo hace en detrimento de las mujeres porque ellas son las que sufren del estigma social si rompen con esa regla del patriarcado. Si la democratización de las redes sociales ha servido para algo es para mostrarnos dos cosas. Que ese mito de la edad está siendo reevaluado por cuanta treintona para arriba queriendo «colágenos» (como les dicen a sus crushes jóvenes) y que cuando Ana de nadie «educa» sobre estos temas, no lo hace de forma transgresora. Esto es precisamente por la popularización que la idea del «colágeno» ya ha venido teniendo en redes. Además del legado de celebridades que han roto con esa regla del patriarcado desde hace décadas. Ejemplos patrios: Shakira, Kathy Sáenz, Alina Lozano, Natalia París, Marbelle, etc.
Mientras las telenovelas educan a sus audiencias sobre estos temas, también nos muestran los límites desde donde lo hacen. Por ejemplo, estas telenovelas tienen un tema recurrente y es que estas mujeres casi que son lanzadas a tener una aventura con un hombre menor por el proceder desleal de sus maridos. Es decir, es una consecuencia orgánica del mal actuar de la última persona que les fue desleal. Ellas, siempre moralmente buenas, fieles, entregadas a su hogar, bajo ninguna otra circunstancia habrían hecho lo que hicieron. Por ejemplo, una protagonista de telenovela tradicional no le habría puesto el cuerno al marido con uno más joven porque eso iría en contra de los valores tradicionales de la nación. Una telenovela tradicional tampoco mostraría a una protagonista que no esté casada, que no tenga hijos y a la que simplemente le gusten los hombres menores. A pesar de su realidad, las protagonistas de Ana y Señora no dejan de ser estigmatizadas por su entorno. No obstante, logran resolver el conflicto de su transgresión social en un final feliz en el que todas las partes entienden su situación y la aprueban. Ellas tienen que justificar lo que hombres de su edad no tendrían que hacer por salir con mujeres mucho más jóvenes.
Una consecuencia desafortunada de estas telenovelas tiene que ver con las tendencias de belleza que se imponen en estas producciones a través del tiempo. Señora Isabel se veía como una mamá de los 90, con pelo corto y ropas de señora, es decir, nada sexis. Judy Henríquez guapísima, por supuesto, pero su personaje se acomodaba a lo que se esperaba de las señoras de los 90. Ana, por el contrario, se ve como la hermana mayor de uno de los amigos del protagonista. Es decir, pese a que sabemos que el personaje está en sus 50, como Paola Turbay la actriz que la encarna, la forma en cómo se muestra su señoritismo habla de estándares de belleza actuales. Mamás blancas, mucho más juveniles y en forma, que están mostrando las horas de gimnasio en sus ropas ajustadas que compran de las mismas marcas de sus hijas, con el pelo largo que ha sido sinónimo de juventud y sensualidad, sin una sola cana asomándose por esas frentes lizas llenas de Botox y facials y con los medios para pagar todo esto. A la vez inspiracional y terrible, Ana de nadie manda un mensaje demoledor y es que solo las cincuentonas que se ven como ella podrían conseguirse un «colágeno» que valga la pena. Una señora Isabel ya no tendría cabida en esta época y de ahí que lo de Alina Lozano sea tan controversial. Y, ¿cómo no?, si es que aging is a total bitch.
El problema de envejecer para las mujeres no es envejecer. Es el recordatorio constante de que estamos en ello, de que en ese camino natural las pérdidas son mayores que las ganancias. El mercado de las cremas, de los facials, del Botox, de las máscaras LED, etc., se mantiene fuerte no solo porque nos creamos más poderosas con menos canas y arrugas, sino porque precisamente en su eliminación es que creemos que yace nuestro poder y valor. Y no es simplemente una cuestión de hacerlo por una misma, que es la respuesta inmediata al cuestionamiento de estas prácticas. La realidad que castiga a las mujeres por envejecer es implacable y lo hemos interiorizado de tal forma que, en vez de verlo como un problema cultural, creemos que es nuestra responsabilidad solucionarlo. De ahí que suframos cuando nos llaman señoras, de que no digamos nuestra edad después de cierto cumpleaños, de que critiquemos las canas de la vecina porque la hacen ver más vieja, más dejada, de que admiremos a las celebridades mujeres que aparentan menos años. Como si su belleza fuera lo que queremos alcanzar y no su talento o profesionalismo.
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La columna «El Cronopio del pueblo» es un espacio accesible para pensar las culturas, las artes y las sociedades desde una perspectiva migratoria, multicultural y bilingüe con una sensibilidad cronopia y una organización fama.
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*Catalina Rincón–Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day School y Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periódico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Casa Tomada.
Gracias Ma. Catalina. Interesante planteamiento, para seguir tratando y explorando. Gracias