«Pero ni aun así existen garantías de poder seguir manteniendo la cordura en esta situación, calificada por los entendidos desde ‘delicada’ a ‘crítica e insostenible’. Aunque, desafiando el cúmulo de fuerzas pugnando por dominar a las otras, el país continúa existiendo en un limbo o ‘funcionando por ósmosis’, como me repite continuamente Pablo Luis, a la vez que ordena y dirige, desde sus negocios hasta nuestras apariciones públicas como pareja bien avenida».
Laurita regresó con la tetera y, mientras lo servía, fue enterándose del contratiempo que tenía a la amiga sentada frente a ella, en lugar de estar retozando entre las sábanas con su amante.
—Lo importante, dadas las circunstancias, es no haber ocurrido algo peor. De seguro Troy te llama mañana o pasado y se resarcen de las frustraciones de hoy. Entre tanto, podríamos chequear la cartelera, a ver si hay alguna película aquí cerca y luego comemos.
—Me encanta que sigas haciendo planes, igual a antes de Caracas convertirse en la ciudad más peligrosa del mundo. ¿Te imaginas a dos señoras como nosotras dando vueltas por el centro comercial, porque es el único lugar donde podríamos ir, buscando un cine o un restaurante después de las siete de la noche?
—Pues con mi marido vamos mucho. No hemos dejado de salir a pesar del miedo colectivo. Si una tiene cuidado no tiene por qué pasarte nada malo.
—Querida, no te creía tan inocente. A mi hermana unos antisociales, saliendo de Plaza las Américas, casi le cercenaron el cuello intentando arrancarle un collar, de bisutería por supuesto.
—Bueno. Sola no salgo yo tampoco, pero yendo las dos los riesgos son mucho menores.
—Seguro. Así se lo ponemos más fácil a los ladrones: dos por el precio de una.
Desistiendo a abandonar la protección de aquellas paredes, las dos amigas siguieron sorbiendo té, comiendo pastelitos y dejando que la mirada correteara entre las hojas de los helechos y los pétalos de las bromelias del jardín interior. Por la claraboya, el sol inundaba de reflejos la vegetación y los objetos alrededor. Ahí Ana Cristina suspiró hondo, no tanto por las reminiscencias acumulándose manifiestamente esa tarde, sino por la particular densidad de la luz caraqueña imposible de encontrar en ningún otro paisaje.
Eran entonces estos bienaventurados episodios lo que seguía reteniéndola y dándole sentido a una cotidianeidad, si bien más amable que la de muchos, igualmente vulnerable a cataclismos y contingencias, imposibles de prever y mucho menos evitar o resolver. «Solo queda encomendarnos a santos y potencias, agarrar las llaves del carro y salir a la calle porque, de lo contrario, la vida se nos acabará yendo mientras contemplamos por la ventana el mismo panorama».
—¿Y dónde andabas que te quedaste ensimismada viendo mis bromelias?
—Pensaba en la disyuntiva entre asumir riesgos o estatizarme en lo habitual y repetido.
—Ya el hecho de tener un amante habla volúmenes en cuanto a tu intención de no quedarte inmovilizada.
—Aunque en mi caso tampoco ha sido tan complicado. Con Pablo Luis de sátiro saltando por incontables camas, a lo largo de estas casi cuatro décadas de matrimonio, el terreno estaba, creo, lo suficientemente abonado. Además, de Troy no espero nada pues desde un principio me aseguró que, a pesar de lo maravilloso de lo nuestro, nunca dejaría a su mujer.
—También a él le interesa seguir manteniendo las apariencias.
—Bueno, en esta ciudad pueblito donde vivimos esas cosas tienen su efecto, especialmente para los hijos y sus prospectos dentro de la resbaladiza pirámide social en la que nos afianzamos todos.
—Quizás tengas razón. Pero como nosotros no los hemos tenido, eso nos da más libertad a la hora de tomar decisiones tan serias. No que mi marido y yo estemos pensando en una separación, compréndeme; pero nunca se sabe.
—¿Y eso? A ustedes los hacía la pareja mejor avenida entre nuestras amistades.
—No me malinterpretes. Ni él ni yo tenemos motivos de queja. Muy al contrario, nos sentimos más compenetrados ahora que cuando nos casamos hace casi tanto como ustedes.
—Lo recuerdo. Él y Pablo Luis estudiaban juntos y nos rondaban a la salida de la misma iglesia.
—Tienes razón. Ni me acordaba ya de eso.
—Tampoco yo, hasta esta tarde cuando pasé frente a la de Campo Alegre y, de repente, volvió a materializarse ante mí aquel pretérito, entonces considerado por mí como perfecto, desde la inexperiencia de mis quince años.
—¡Quince años teníamos! Éramos casi unas niñas.
—Y así de ignorantes nos habían mantenido nuestros mayores, pensando que la mujer debía llegar inocente al matrimonio para mantener al marido satisfecho.
—Lógico, así él no se sentiría inseguro ni intimidado, porque no habríamos tenido la oportunidad de comparar.
—Cierto. Ahora que estoy con Troy me doy cuenta de que Pablo Luis fue desde el principio un pésimo amante.
—Afortunadamente, yo no tengo quejas en ese apartado.
—Pero tú eres la excepción, Laurita. Ninguna de las amigas de aquellos años podemos decir lo mismo. Por cierto, aprovechando que está de regreso Carmen Luisa, voy a organizar una reunión en casa con las amigas de entonces.
— Chévere querida, ya sabes que a mí me encanta verlas a todas, además, así nos ponemos al día.
—Y criticamos a quienes haya que criticar.
—Pero bueno, dejémonos de tonterías y al grano: ¿vamos o no vamos al cine?
—Sí, vamos.
—En Paseo las Mercedes ponen la última de Woody Allen.
—¿Cafe Society? Hace días que tenía ganas de verla.
—Pues tan pronto nos acabemos este té salimos.
* * *
El presente texto hace parte de la novela inédita «Infidelidad vespertina».
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*Alejandro Varderi es un narrador y ensayista venezolano. Sus novela incluyen: Para repetir una mujer (1987), Amantes y reverentes (1999-2009), Viaje de vuelta (2008) y Bajo fuego (2013). Entre sus libros de ensayos figuran: Severo Sarduy y Pedro Almodóvar: del barroco al kitsch (1996), Anatomía de una seducción: reescrituras de lo femenino (1996, 2008), A New York State of Mind (2008), Los vaivenes del lenguaje: Literatura en movimiento (2011) y De lo sublime a lo grotesco: kitsch y cultura popular en el mundo hispánico (2015). Es profesor de Estudios Hispánicos en City University of New York.
Felicitas Kort
31 de Mayo, 2018
Siempre que leo o escucho a Alejandro Varderi me ubica al instante en imagen y diálogo a la Caracas que amo- mi ciudad – otrora plena de décadas de placer que finalizan en interminables períodos de zozobra, impotencia, duelo.
Percibo y siento sus personajes cual si me estuvieran hablando y saboreo el lenguaje tan nuestro que me transporta al aquí y ahora de esa endemoniada continua e ineludible
tragedia de la Venezuela que desaparece día a día frente a nosotros y colándose entre nuestras manos con un fatalismo absolutamente anormal : «¡No hay nada que se pueda hacer!»
¿Describirá Alejandro con su natural maestría como los protagonistas y una comunidad que sí pueden ejecutar cambios para reconstruir nuestro país no lo hacen porque ….?
Mientras iba leyendo este apetecible entremés de tu novela escuchaba tu propia voz, Alejandro, recitándolo en voz alta como en aquellas otras ocasiones en que pudimos oirte en nuestra pequeña galería, presentando tus anteriores obras.
Un placer, antes como ahora.
Ha sido un verdadero placer leer este fragmento de novela de Alejandro, una persona que admiro tanto. Ver esa sutil ironía en la que retrata esos personajes que claman por el país de antes, donde las formas tienen más peso que lo profundo, donde la situación país es sólo un ruido que por momentos desencaja una tranquilidad que hasta ahora parece artificial. Un pais dividido entre el grito de quienes solo saben nsobrevivir y el artificio de quienes se adaptan para que nada los afecte.