EL OCASO DE LOS GOBERNANTES
Por Marcel Hofstetter Gascón
La relación entre gobernante y gobernados es uno de los fenómenos más fascinantes de las democracias modernas. Los gobiernos inician el mandato con elevados índices de aprobación, los cuales se deterioran en algún estadio con el inexorable paso del tiempo. En los regímenes en los cuales la reelección es permitida, la buena labor de la administración puede ser premiada en las urnas, instando al gobernante a la continuidad.
Este evento constituye el reto más difícil que pueda enfrentar la Jefatura del Estado en ejercicio, al requerir una gran capacidad para generar propuestas novedosas que enfrenten con éxito los continuos desafíos que plantea cualquier sociedad. Lo anterior genera un fenómeno conocido popularmente como «morir de éxito», escenario caracterizado por un desplome súbito en los índices de aprobación.
El gobernante en cuestión, finaliza su período con una relación muy maltrecha con sus conciudadanos, malogrando políticamente los buenos actos iniciales de gobierno. El retiro en el instante adecuado constituye el principal acto de responsabilidad y de coherencia política. Determinar el momento preciso cuando se goza de la obnubilación del poder, es algo cercano a lo imposible en el difícil arte de la política.
En las democracias modernas se identifican múltiples ejemplos de grandes gobernantes que no supieron retirarse a tiempo. Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero en España, Helmuth Kohl y Gerhard Schroeder en Alemania, George Bush en Estados Unidos, y Tony Blair en el Reino Unido son los casos más representativos de gobernantes que terminaron envueltos en escándalos mayúsculos, divorciados del electorado al finalizar los respectivos períodos.
Colombia reinstauró la figura política de la reelección, permitiendo un ejercicio presidencial de ocho años. La pregunta ineludible para Colombia radica en si Álvaro Uribe abandona el poder en el instante adecuado. El segundo período del Presidente se destaca por los éxitos militares en los dos primeros años gobierno, elemento que junto a su gran locuacidad, capacidad de trabajo y oratoria han mantenido su popularidad en niveles insospechadamente altos para un mandatario colombiano. Sin embargo, el país ha enfrentado malos funcionamientos en diversos sectores económicos y estamentos gubernamentales, exigiendo un profundo análisis sobre la pregunta planteada.
La crisis del sector salud, los altos niveles de desempleo que superaron permanentemente los dos dígitos, el déficit en las cuentas del Estado, el atraso en obras de infraestructura, son desórdenes mayúsculos creados en los ocho largos años de gobierno. Ninguno de los problemas mencionados ha sido un problema coyuntural e inesperado, sino que hace parte de lo estructural.
El empleo ha sido el talón de Aquiles del actual gobierno, durante el cual la economía ha sido incapaz de acercarse a niveles de pleno empleo a pesar de crecimientos económicos del siete por ciento. En este ámbito, no se implementó una reforma que flexibilizara la remuneración salarial. Las principales propuestas realizadas sugirieron la reducción de los parafiscales y la eliminación del salario mínimo. El gobierno ha defendido a ultranza los parafiscales, aduciendo la importancia que tienen el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y las Cajas de Compensación en la economía.
Ahora bien, una reducción en las tarifas no implica una caída en los aportes totales, dado que la reducción en las contribuciones individuales puede ser compensada por un mayor número de cotizantes. Defender la política de parafiscalidad en una escenario estructural de desempleo, no fue la decisión acertada, dado que al intentar proteger el interés de los receptores de la parafiscalidad, se privó a Colombia de mayores empleos formales.
La falta de dinámica en el mercado laboral generó desequilibrios importantes en el sector de la salud, al descompensarse la relación poblacional entre el régimen contributivo y el subsidiado. Lo anterior se agravó con la sentencia de la Corte Constitucional que busca nivelar el acceso a los servicios de salud de los colombianos.
Las obras de infraestructura brillaron por su ausencia. A pesar del atraso endémico que sufre el país en este frente, no se presentaron grandes avances, rezagando la productividad, la competitividad y el desarrollo a futuro de nuestro país. Finalmente, el déficit fiscal en las cuentas del Estado es una consecuencia de no haber tramitado la Reforma Tributaria Estructural que Colombia necesita desde hace décadas.
En el campo de la política, la acción de gobierno ha sido opacada por escándalos como la yidis y la parapolítica, la creciente corrupción, las inaceptables chuzadas del DAS, y la necedad en la búsqueda de un tercer mandato. Es claro que el trámite legislativo de la segunda reelección dejó de lado la agenda legislativa y eso redujo algún margen de acción en temas coyunturales. Sin embargo, esto no restó capacidad en los temas estructurales, dado que no había interés o quizás capacidad en abordarlos.
Exceptuando los indiscutibles éxitos en el campo militar, el balance en los demás sectores no es positivo. Objetivamente al Presidente le sobraron dos años de mandato, en el cual no se atacaron con la profundidad requerida los problemas que aquejan a Colombia. Una lección para la historia.