GAZPACHO
Después de un día más de oposición, el senador se sentó de mala gana a cenar. Hacía tiempo que había abandonado el poder, pero su ser seguía con las ansias de volver a gobernar con poderes absolutos. Los tres huevitos se habían erosionado con el paso del tiempo, y ya sólo quedaba la inexorable firma de la paz. Tan pronto se sentó, vio que la sopa no estaba caliente tal como les gusta a los arrieros de su estirpe. Sin embargo, se reclinó en la silla, tomó aire, respiró profundo, meditó unos segundos y se reincorporó para iniciar la cena.
Últimamente la vorágine de pensamientos lo carcomía. Dejó la sopa de lado, y recapituló mentalmente la trayectoria reciente. El sentimiento que lo envolvía era desolador, como la sopa. Intentó hacer memoria tratando de hallar el instante en que todo había cambiado. ¿Cómo era posible haber perdido el poder cuando él era el único poder en el país?, pensó sin ánimo. Maldijo a la Corte Constitucional, y se arrepintió de no haberla presionado más. Lo pudo haber hecho, pero pensó que era suficiente para sus propósitos. Y para colmo de males salió elegido el rufián bogotano que lo había traicionado hasta la médula. Cuervo, eso era, un cuervo que creció cuando no era nadie, bajo el ropaje cuando él era el único. Volvió a la sopa, y constató que estaba fría. Llamó a su esquema de seguridad, a la cocina para que le calentaran la sopa. Pero nadie se movía.
Las cavilaciones lo atormentaban sin dejarle un segundo de tranquilidad. La FAR, el bogotano, la paz, Colombia, la Colombia del latifundio y el orden. La que él había construido, y trabajado segundo a segundo hasta haberlo logrado todo. Pero había más. Que el bogotano continuara gobernando lo enfermaba. No entendía cómo había perdido las elecciones si su magnetismo con el pueblo estaba blindado a toda prueba. Bastaba una pequeña alocución, un discurso comunitario en cualquier pueblo de la otra Colombia, y run, los votos como patos. La sopa seguía ahí, la probó con disimulo y le produjo asco. Levantó la mirada y una oleada de frío le envolvió los huesos, un malestar que nunca pensó que le podía llegar a un hombre como él. Pero las ansiedades superaban cualquier posible indisposición, pues sabia en el fondo que todo estaba perdido. El poder de Senador no le daba para más. Lo había utilizado con la sabiduría de sus años mozos, y sabía que tenía la capacidad para incordiar al Gobierno, cosa que le producía un placer moderado. Sin embargo no tenía la suficiente fuerza para trazar la ruta acorde con sus designios, y eso le producía una insatisfacción infame. Se retiró las gafas, se restregó los ojos con la firme esperanza de encontrarse mejor, de que las cosas así fuera por un instante, fueran como de antaño. Volvió a respirar, intentó meditar algo en el silencio que se encontraba, pero resultó un ejercicio en vano.
De pronto, se abrió la puerta y apareció el Chef, pálido, para darle la noticia que resultó lapidaria: la sopa era fría…
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* Marcel Hofstetter Gascón es un reconocido economista y catedrático bogotano.
Se le enfrió la sopa
se le aguó la vida
se defecó en la patria…
y ni siquiera recula
Perenne y estoico
todavía simula…
Se amotinó solito
y hasta
se creyó
Calígula