¿CAVIAR?
Había nacido del poder para el poder. Desde pequeño lo tuvo todo, y con esa dinámica se hizo mayor. Aún recuerda con entusiasmo los bocados de caviar en un canapé esparcida con mantequilla francesa que disfrutaba cuando las importaciones eran un delito. Esa sensación líquida y salada, profunda y aromática disfrutada desde la arrogancia, no tenían igual. Eran con claridad una experiencia única e irrepetible.
Pero un día se dio cuenta, que más que dinero lo que verdaderamente le importaba era el poder. Intentó varios caminos hasta que sus intereses con los movimientos naturales del poder se fueron gestando en un ascenso vertiginoso. Todos gestados a partir de las premisas básicas del poder: la alcurnia y la astucia. Gran jugador de póker, en el que el riesgo era una apuesta natural para obtener resultados. Y ahora se encontraba en la cima del poder, atornillado como su antecesor, mirando cómo su castillo de naipes se resquebrajaba. Pensó en su apuesta, la paz con guerra, o la guerra con paz que al final era lo mismo.
Por unos instantes se sintió aliviado, tranquilo. Pero de repente, apareció en su diatriba el rufián de esquina, su verdadero enemigo. Pensó en los huevitos y con un ademán preciso los dispersó de sus pensamientos. Siguió su trasegar por el desierto del poder, caminando de un lado al otro del Palacio como desquiciado sin suerte. Siguió analizando los avances en infraestructura, en educación, en salud, en combatir la pobreza extrema y en otros menesteres propios de la administración. Persistió en su análisis y dominado por el ego, ese sentimiento que todo lo contamina y no deja ver nada como es, se estableció como omnipotente.
-Todo mejoró,- murmuró con rabia.
Pero sabía que en el fondo, la realidad era tozuda como su anterior jefe. De hecho, bastaba con repasar brevemente los mensajes de sus asesores más cercanos, que lo alertaban constantemente sobre dificultades inocultables, y sobre revoluciones en marcha. Pensó en el plebiscito, su apuesta más criticada que rozaba en algunos raciocinios con la demencia. Si la paz era un acuerdo con un grupo irregular, ¿por qué necesitaba el aval del pueblo? No sonaba muy sensato el argumento, más aún cuando su principal enemigo estaba dispuesto a jugarse el resto de su actividad política en dinamitar su principal acción de gobierno.
–Además-, pensó con desgano y reafirmó más con voluntad que vehemencia: -a la paz toca meterle pueblo-.
¿Pueblo? Pero el pueblo no come caviar… Rememoró esta vez con el desgano que lo carcomía desde que analizaba su actuar en la vida política, volviendo a los mágicos instantes de los bocados de caviar bajo el régimen de restricción de importaciones. De un momento a otro sintió asco, su cuerpo empezó a evidenciar debilidad y palidez. Aborreció el caviar tanto como a su enemigo, y sintió por primera vez en mucho tiempo que el país estaba en la senda del cambio.
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* Marcel Hofstetter Gascón es un reconocido economista y catedrático bogotano.